Relato erótico
Toda una hembra
Era un viaje de trabajo como los de siempre, con la salvedad de que en aquella ocasión lo acompañaba la secretaria de la empresa. Era una mujer madura, muy eficiente y muy seria. Nunca se la había mirado como mujer, pero aquel día todo cambio.
Juan – Almería
Inicié aquel viaje de trabajo con la monotonía habitual de los muchos que me veo obligado a realizar, la única novedad era que, por primera vez, me acompañaba Carmen, una veterana y eficaz secretaria que supera con creces los cincuenta. Durante el trayecto me sorprendió su faceta humana hasta entonces desconocida para mí, simpática, ágil y aguda en sus comentarios, en fin, descubrí la entrañable e inteligente persona escondida tras un aspecto austero que marca una barrera psicológica.
Cuando llegamos al hotel eran más de las ocho de la tarde, y propuse que subiéramos a nuestras respectivas habitaciones para asearnos, cambiarnos la ropa de viaje, encontrarnos en la cafetería alrededor de las nueve y salir a cenar. Poco antes de esa hora llegué al lugar acordado y tuve mi segunda y agradable sorpresa: ella estaba ahí con su atractiva madurez, sin el “uniforme laboral”, luciendo una sonrisa de bienvenida. Llevaba una blusa con los primeros botones “estratégicamente” desabrochados, la chaquetilla colgada del antebrazo, una falda que cubría justo las rodillas pero que se ceñía lo suficiente como para poder intuir la plenitud de sus curvas, y unos zapatos de medio tacón que estilizaban las pantorrillas. Os aseguro que nunca me había fijado en ella como mujer aunque siempre tuve un magnífico concepto profesional de su labor, Carmen debió percatarse del cambio en mi modo de mirarla porque su sonrisa se hizo aún más amplia y, pasando su brazo alrededor del mío, me estiró con suavidad hacia la puerta sacándome así del momentáneo desconcierto.
La cena transcurrió en un ambiente muy distendido, la conversación sobre el proyecto que presentábamos al día siguiente estuvo salpicada de anécdotas personales con detalles de nuestra vida privada, y regresamos dando un relajante paseo aprovechando el suave otoño mediterráneo. Ya frente al hotel, se detuvo un instante para recordarme que tenía en su ordenador el memorándum y la conveniencia de repasarlo por si debía modificar algo esa misma noche, subimos hasta su habitación y nos dispusimos a comprobar el documento.
Al cabo de unos minutos Carmen interrumpió la lectura y me preguntó si me molestaba que se quitara los zapatos porque le apretaban un poco, por supuesto respondí que no tenía ningún inconveniente, se levantó de la silla y se dirigió hasta el borde de la cama donde volvió a sentarse arremangando ligeramente la falda, cruzando las piernas e inclinándose para quitarse primero uno, después otro y coger las zapatillas que tenía sobre la alfombra.
Toda aquella maniobra hizo que no pudiese evitar ver sus generosos muslos cubiertos por unas medias negras y el escote donde se podían advertir los pechos que, debido a la postura, sobresalían ligeramente del sujetador, en ese instante levantó la cabeza adivinando mi mirada y volví, azorado, rápidamente la vista hacia la pantalla del portátil. Cuando estaba intentando concentrarme otra vez en el trabajo se acercó a mí por detrás cogiéndome las mejillas con sus manos, me inclinó levemente la cabeza y susurrando en el oído preguntó si la encontraba apetecible a pesar de la edad, la voz insinuante de aquella mujer y el calor de su aliento en la oreja, hizo que se erizara todo el vello de mi cuerpo y que en el estómago notara mil hormigas. La tremenda sorpresa me dejó sin palabras pero, levantándome como si me empujara un resorte, me encaré a ella apretándola fuertemente contra mi cuerpo y la besé en la boca mientras las manos recorrían el suyo con deleite.
Asustado por mi propia reacción y recuperando el habla, la pregunté si aquello aclaraba sus dudas o la había ofendido, Carmen sonriendo dulcemente llevó una de mis manos a su entrepierna y, con un lenguaje inesperado en ella, me dijo: “
-Eres un tontorrón, porque mi coño hace rato que te espera.”
Aquellas palabras y el movimiento acompasado del pubis rozando la mano desde debajo de la falda, me provocó una descarada erección que ella celebró poniéndose de puntillas para poder frotarse con mayor ahínco en el bulto del pantalón e introducir su lengua en mi boca. Noté la polla a punto de explotar, agarré con toda mi fuerza sus magníficas nalgas y la empujé hacia mí para aumentar el lujurioso roce, al poco, se separó dándome unos empujoncitos y diciendo que no quería que se “desperdiciara” nada.
Me dejé caer en la silla, notaba las mejillas encendidas y el glande presionando dolorosamente el pantalón hasta que ella, poniéndose en cuclillas, bajó la cremallera, lo sacó con delicadeza dejando que emergiera de entre la tela seguido del resto de la “dotación,” acarició toda mi polla repetidas veces, la besó, e incorporándose retrocedió unos pasos con una pícara sonrisa en sus labios, en aquel momento creí que mis sienes iban a estallar por el acelerado ritmo cardíaco.
Puesta de espaldas ante mí, Carmen se despojó de la blusa, bajó la cremallera de la falda y, con ligeros contoneos, la dejó caer a sus pies, un conjunto de lencería negra envolvía aquel maduro y esplendoroso cuerpo, las medias alcanzaban hasta la parte superior de unos muslos torneados, poderosos; la braga cubría no más de lo necesario las nalgas contundentes, suaves; sus caderas eran anchas e invitaban a acariciarlas con desenfreno, sinceramente, jamás había visto unos “kilitos de más” tan bien puestos y apetitosos.
Continuó su particular ceremonia quitándose las medias con voluptuosidad, se desabrochó el sujetador y lo lanzó sobre la cama, se bajó sinuosamente la braga hasta medio muslo, dejando su magnífico culo descubierto para mi absoluto disfrute y, finalmente, se dio la vuelta provocando toda mi concupiscencia. No podía creer lo que veía, Carmen, siempre tan austera y tajante, llevaba totalmente rasurados el pubis y el chocho que lucían tersos y brillantes, sus pechos, razonablemente firmes, cabían en mis manos. La excitación llegó al cenit ante la visión de aquel soberbio cuerpo que se mostraba ante mis ojos y se ofrecía con ternura, estaba tan fascinado que no acerté a moverme pero ella se acerco a mí en silencio, cogió mi mano y, abriendo ligeramente las piernas, me dejó acariciar cuanto y como quise sus más íntimos rincones. Instintivamente inicié una lenta masturbación mientras palpaba con deleite, pero Carmen, apuntando un ligero mohín, me sujetó ambas manos y me recordó que no quería que se desperdiciara ni una gota de toda la leche caliente reservada para sus entrañas. Cuando logré desnudarme, ante su mirada irónica por mi nerviosa torpeza, la abracé con fuerza haciendo que cada centímetro de aquella piel inhabitualmente suave rozara con la mía, mordisqueándola el cuello y las orejas, fuimos abrazados hasta la cama donde nos dejamos caer para entrelazarnos con la pasión de dos adolescentes.
Después de acariciar delicada pero ardorosamente todo el acogedor cuerpo de Carmen y succionar las aureolas oscuras de sus pechos consiguiendo que los pezones quedaran erectos mientras ella mantenía los ojos cerrados y apretaba los labios, la puse una almohada bajo los riñones para que toda la zona genital quedase elevada, separé sus piernas tendiéndome entre ellas, besé repetidamente el suavísimo interior de aquellos muslos increíblemente deliciosos y finalmente abrí, estirando con sutileza los labios vaginales, la entrada de aquel coño sonrosado para lamer y libar con sensible vehemencia el clítoris abultado que se escondía entre los carnosos pliegues de la vulva, mi lengua y mis labios no cejaron en su empeño hasta que conseguí arrancar sus gemidos acompañados de pequeñas convulsiones de las piernas y notar como todo su cuerpo se estremecía.
Sentí en la boca los tibios flujos que me indicaron la idoneidad del momento, me incorporé, sujeté con firmeza sus rotundas caderas e introduje con lentitud mi pene en la sorprendentemente estrecha vagina, gozando plenamente aquel deseado momento. Carmen tenía la boca entreabierta y suspiraba muy hondo, de pronto, con un hábil movimiento de cintura, hizo que toda la polla se clavase de golpe en su cuerpo, lanzó un pequeño grito de dolor y de inmediato dobló las corvas abriendo todo lo que pudo las piernas, se incorporó ligeramente, agarró con fuerza mis nalgas con sus manos haciendo que la penetración fuese máxima al igual que el roce de mi pubis en su vulva, e inició unos movimientos espasmódicos que creí iban a romper la cama.
El ritmo del “metesaca” lo marcaba Carmen presionando en mayor o menor medida mis nalgas, de vez en cuando se detenía, apretándome con más fuerza contra ella, y lanzaba unos gemidos entrecortados mordiéndose los labios mientras su chocho se contraía comprimiendo mi polla. Mis esfuerzos por evitar una eyaculación inminente eran tan prolongados y evidentes que Carmen soltó mis nalgas, con las mejillas enrojecidas cogió las mías entre sus manos y dijo cálidamente:
-¡Lléname!…
Empujé con todas mis fuerzas, ella enlazó mi cintura con sus piernas y lancé todo el ardiente semen retenido hasta lo más profundo de su cuerpo mientras el hinchado glande rozaba las entrañas, gritó sin contenerse a la vez que conseguía que mi boca alcanzara los pezones y, aumentando la presión del lazo de sus piernas, mantuvo mi polla aún inhiesta en su interior durante los maravillosos minutos en que se prolongaron los espasmos de aquel cuerpo maduro, sedoso y apetecible, haciéndome el regalo de ese instante. Se dejó caer sobre las sábanas y lentamente fue regulando la respiración, abrió los ojos, retiró la almohada que estaba bajo ella, me miró con placidez y, dando unas palmaditas en el colchón, me pidió que me tumbara a su lado.
Carmen entrecortadamente me decía que era un chico “muy malo”. Retiré cuidadosamente mi polla y fui a lavarme un instante, al regresar la vi derrengada sobre la cama pidiéndome que la abrazara, cumplí su deseo con sumo placer, me dijo que era muy feliz y en aquel abrazo se quedó dormida junto a mí mientras la besaba, nuestros cuerpos estuvieron unidos durante toda la noche y el olor de su piel todavía permanece en la mía.
Desde aquel día he tenido debilidad por las maduritas y por supuesto, con Carmen, mantuvimos muchos y satisfactorios encuentros.
Besos para todos.