Relato erótico
Tiempo de relax
Fueron, como era habitual a pasar unos días a su finca en un pueblo cercano de Madrid. Les gustaba el ambiente tranquilo, relajante y disfrutaban de la naturaleza.
Belén – MADRID
Amiga Charo, me llamo Belén, tengo 40 años y por mi dedicación de muchas horas al gimnasio tengo un cuerpo muy admirado. Mi cabello es castaño claro y mi mayor orgullo son mis pechos y mi trasero, que se conservan como los tenía a mis 22 años. Modestia aparte soy una mujer que provoca admiración entre nuestros amigos y despierta la envidia de sus esposas.
Mi marido y yo acostumbramos pasar cierta temporada del año en nuestra casa de campo. Allí acudimos para alejarnos de las tensiones que representa nuestra vida en la ciudad. Es un lugar acogedor y especialmente caluroso en agosto. Por eso siempre escogemos esta fecha para estar allí. Este año nuestros dos hijos no quisieron acompañarnos, y decidieron quedarse en casa de sus primos.
Ese día me encontraba descansando en mi cama, había dormido más de lo normal, pues mi marido dos días antes tuvo que regresar a la ciudad para atender asuntos de la empresa, de última hora. Nuestra relación no pasaba por su mejor momento y la noche anterior estuve hasta altas horas pensando en ello. De pronto oí unos ruidos que provenían del exterior.
Nuestra casa se encuentra alejada de la de los demás vecinos y separada por un extenso y hermoso jardín cuidado por Pedro, el jardinero que por casi diez años se ha ocupado de esta labor. Pedro es un hombre mayor y reside en el pueblo cercano. Es alguien que siempre ha gozado de nuestro aprecio. Al asomarme a mi ventana con la intención de saludarlo, me llevé una gran sorpresa al darme cuenta que quien podaba el jardín no era él sino un muchacho de unos 25 años aproximadamente. El chico no me vio, por lo que aproveché para espiarlo tras la cortina. La verdad era una escultura viviente: de 1,80 cm de estatura, con el torso desnudo que dejaban ver unos músculos que sin ser exagerados, estaban marcados aparentemente por el desempeño de arduos oficios del campo, sus brazos parecían un roble, y sus piernas se adivinaban potentes a través de unos pantalones raídos que llevaba puestos para cumplir con su trabajo.
Bajé a tomar el desayuno e indagué con la empleada doméstica por nuestro jardinero Pedro y su ausencia en esa oportunidad. Me manifestó que este no había acudido por encontrarse enfermo y en su lugar había enviado a su hijo Rubén que en ocasiones lo reemplazaba.
Subí nuevamente a mi habitación a tomar un baño, sin dejar de pensar en el hijo de Pedro y descubrí que el grifo de la ducha presentaba problemas de fuga de agua. Al bajar nuevamente quise buscar un acercamiento con el chico y decididamente fui a preguntarle por la salud de su padre. El, algo tímido, me saludó amablemente y me explicó que Pedro había tenido un pequeño accidente doméstico, pero que la próxima semana estaría de vuelta a sus actividades. De cerca Rubén era más atractivo de lo que me imaginaba. Su sonrisa era especial, sus dientes blanquísimos eran perfectos. Tenía una mirada penetrante y sus grandes ojos se achicaban graciosamente cuando sonreía. Las gotas de sudor caían sobre su pecho desnudo y el olor de su sudor me excitó sobremanera. Me despedí de él y al caminar hacia la casa, pude sentir como ese hombre admiraba mi trasero, que se detallaba perfectamente por el vaquero ajustado que llevaba puesto.
Más tarde necesité hacer unas compras en el pueblo, cogí el coche y al salir recordé la fuga de agua de la ducha así que, cuando pasé cerca de Rubén le pregunté si sabía hacer trabajos de fontanería. Me respondió que sí y que estaba a mis órdenes. Le pedí que entonces me revisara la conexión de la regadera de mi habitación y él, solícito, me dijo que lo haría tan pronto terminara de podar el césped.
Entonces le dije que regresaría tarde, por lo que pregunté si había algún problema en venir después de las 8 y me respondió que no había ninguno.
Rápidamente me retiré al sentirme turbada por las miradas de Rubén a mis pechos, y esto sorprendentemente, me excitó. La verdad, mi pensamiento en todo el día no tuvo un motivo diferente a aquel muchacho y al regresar, pude observar que la empleada doméstica ya no estaba en casa.
Solo Rubén me esperaba sentado cerca de la puerta de entrada. Lo saludé y le agradecí que hubiera venido. Me ayudó con los paquetes de la compra y los llevó hasta la cocina mientras yo colocaba unas cosas en mi habitación. El calor de esa noche era insoportable, por eso pude entender que Rubén solo estuviera vestido con una camisa sin mangas y unos shorts bastante ajustados.
Lo conduje hasta mi habitación, que quedaba en el segundo piso, y le enseñé la fuga pidiéndole que me disculpara mientras organizaba los alimentos en la cocina. Al rato subí y encontré a Rubén despojado de la camisa y realizando el trabajo solicitado. La imagen fue excitante. Su espalda ancha y sus músculos que se marcaban a cada movimiento, su trasero apretado y prominente, parecía querer salirse de esos cortos pantalones y la luz hacía resaltar el sudor de su cuerpo lo que le daba un aire de macho salvaje que me puso a mil. Instintivamente me acerqué a él y comencé a acariciar su espalda.
Rubén reaccionó con sorpresa dejando caer la herramienta que tenía en la mano, y al darse vuelta nuestras caras quedaron frente a frente. Tomé la iniciativa y lo besé frenéticamente. Sus fuertes brazos me abrazaron como nunca antes alguien lo había hecho. De un momento a otro sentí que me enloquecía. El mareo que producía mi excitación se agudizaba cada vez más y el placer que estaba sintiendo era indescriptible. Rubén me acariciaba la espalda y la cabeza. Metía sus dedos por entre mis cabellos, haciéndome sentir en el cielo. No decía una sola palabra. Sus manos se posaron en mis tetas y las apretaba de tal manera que me producían un placentero dolor. Como pude desabroché su pantalón y para mi sorpresa no llevaba slip. Metí mano a su trasero y acaricié esas duras nalgas. Él hizo lo mismo conmigo. Sus fuertes manos me envolvían toda. Me desnudó por completo y comenzó a besarme y morderme los pezones.
Mi excitación iba en rápido aumento y comencé a besarle ese pecho que tanto me había gustado, luego fui bajando lentamente sin atreverme a mirar lo que persistentemente rozaba mi vientre. Sus tetillas parecían unas pequeñas nueces y yo las mordía. Su pecho no tenía un solo vello y mi lengua disfrutaba con ese sabor salado de su sudor. Al llegar a su pubis pude ver un hermoso animal, lo más bello que había visto en mi vida. Un pedazo de cañón de unos 22 cm a punto de reventar. Nunca había visto una erección como esa. ¡Que dureza que fuerza! Se lo agarré con mis manos, pero cuando me disponía a introducirlo en mi boca, me detuvo, diciéndome que quería que probáramos como había quedado la ducha y que nos bañáramos juntos. Con lo caliente que estaba no quería detenerme pero quise cumplir su deseo.
Abrimos la ducha cayendo sobre nuestros cuerpos el chorro de agua que calmó momentáneamente ese calor de aquella noche. El jabón pasaba de mis manos a la suya para acariciarnos mutuamente cada parte de nuestros cuerpos y en eso estuvimos un buen rato en el que mi mano se encargó de enjabonar ese monstruoso aparato y sus grandes bolas. Cuando salimos nos secamos uno al otro y rápidamente caímos en la cama.
Mi deseo no tenía espera e inmediatamente me metí ese cañón en mi boca, saboreé sus líquidos, me tragué un gran pedazo de esa verga y aunque hacía un gran esfuerzo por tenerla completamente en mi boca lógicamente no era posible. Con mis dientes comencé a morderle la gran cabeza púrpura lo que al parecer aumentó su excitación, pues comenzó a retorcerse en la cama como una víbora pidiéndome el coño, diciéndome que quería sentirlo en su boca. Lo complací inmediatamente y dándome la vuelta lo coloqué en su cara, en un perfecto 69. Su lengua era maravillosa y me llevaba a los extremos más insospechados del placer. Entraba con una facilidad pasmosa y sus dejos jugueteaban en mi vagina, luego cogió el clítoris con los labios y lo chupó diestramente por unos buenos minutos lo que hizo que yo saltara en su cara con mi primer orgasmo de esa noche, agarrándole la polla como si no quisiera que se me fuera a escapar nunca. La lamí enterita y en uno de esos lengüetazos le toqué el ojo del culo.
El pegó un bote que casi me saca de la cama y me dijo que nunca nadie lo había tocado allá pero que la sensación le había gustado. Inmediatamente me giró colocándose sobre mí y de un solo golpe recibí su miembro entre mis piernas, que se deslizó suavemente debido a mi grado de excitación. Parecía un salvaje. Que hombre más apasionado, respiraba profundamente y emitía un ruido excitante cada vez que me envestía. Luego colocó una de mis piernas en su hombro, para que lo sintiera mejor, como si no fuese suficiente con esos 22 cm taladrándome de la forma en que lo estaba haciendo. Agradecí que la casa de los vecinos estuviera retirada pues mis gritos de placer iban aumentando a cada arremetida, recibiendo una ración de verga como nunca en mi vida. Me sorprendía la capacidad de aguante de Rubén, pues llevaba dentro de mí más de 30 minutos en los cuales yo ya había recibido otros dos orgasmos interminables.
Cada envestida era como un fuerte fogonazo que me quemaba las entrañas, hasta que le pedí que me echara su leche en las tetas, que quería sentir ese calor en la zona de sus deseos. Eso al parecer lo excitó tanto que anunció su corrida con unos gritos impresionantes y logró sacarla para descargar su torrente en mi pecho y caer pesadamente sobre mí. Su espesa leche quedó entre nuestros pechos y comenzó a desparramarse sobre la cama. Entonces le besé como muestra de agradecimiento por ese gran polvo.
Pero a pesar de su corrida, su verga no perdía tamaño, así que la besé y comencé a limpiarla de nuestros jugos. El sabor era indescriptible. Sus jugos tenían un sabor más penetrante que el de mi marido. Estando en esas nos quedamos dormidos con mi cabeza en su fuerte pecho. Al despertar media hora más tarde, Rubén me acariciaba y besaba tiernamente mi cabeza y vi que tenía una fuerte erección, diciéndome que estaba esperando que descansara un poco pues la faena iba a continuar.
Entonces me pidió que lo cabalgara, cogió su gran miembro y comenzó a introducirlo lentamente en mi coño y poco a poco me fui tragando todo ese animal hasta hacerlo desaparecer totalmente. Sentí un poco de dolor pero con la posición que tenía pude adaptarme rápidamente a su verga, comenzando a saltar sobre esa palanca que además era mi eje. El me apretaba fuertemente las nalgas y las envestidas fueron aumentando. Ese gran palo me estaba llevando a un nuevo orgasmo y sintiendo que mi excitación iba en aumento, cogió con sus dientes mis pezones y comenzó a morderlos suavemente. Esto hizo que explotara con la misma intensidad que los anteriores orgasmos, dando alaridos de placer.
A continuación me pidió que me pusiera a cuatro patas pues quería ahora ser él quien me cabalgara, y poniéndome al borde de la cama comenzó un nuevo ataque a mi gruta, colocando sus pies sobre la cama y realmente parecía que estuviera siendo penetrada por un caballo. Esa posición nunca la había hecho y las sensaciones que me produjo fueron únicas. Rubén saltaba sobre mí como un poseso y sus jadeos advirtieron que estaba por correrse, logrando sacar su polla para regar mi espalda con su caliente leche. Fue una corrida increíble. La cantidad de leche derramada no tenía igual. Era realmente un animal. Luego se desplomó sobre la cama y cogiendo tiernamente su mano, le agradecí la gran noche que me acababa de dar. Cuando me dijo que se iba le hice prometer que vendría la próxima noche, pues mi marido solo llegaba dos días después. Lo acompañé a la puerta, lo despedí con un beso apasionado, le agarré suavemente su miembro, que ya estaba flácido, y luego me metí nuevamente en mi cama esperando el amanecer y luego esperando que fuera la noche para estar nuevamente en los fuertes brazos de Rubén.
Besos.