Relato erótico
Tía buena, viciosa y caliente
Su marido le dice que está “jamona”. A veces desearía estar más delgada, pero reconoce que cuando va por la calle, no hay tío que se resista. Tiene unas buenas tetas, un culo redondo de nalgas grandes y unas piernas macizas. Su marido es un cornudo consentido y le permite que se folle a todo lo que tiene pulso.
Carmela – Madrid
Me llamo Carmela, tengo 40 años, casada, morena y como dice mi marido, jamona. A mí me disgusta tener unos kilos de más pero por otro lado mi ego se satisface viendo como los tíos me miran con lujuria, pues tengo unos hermosos pechos, con los pezones siempre en punta, y que procuro estén bien visibles, unas piernas bonitas, un señor culo, redondo y carnoso, y además soy chatilla, con labios gruesos, resultona y apetecible.
Mi marido es un cornudo total. Pronto, me convenció, para que me dejara tocar y follar por los amantes que me traía. Hemos montado unas sesiones de sexo magníficas y me han follado por todos los agujeros de mi cuerpo. Me han enculado, he mamado buenas pollas y me han perforado el chocho.
Soy mujer muy caliente y viciosa, y estoy dispuesta a satisfacerme con continuos orgasmos. Si no tengo un amante a mano, me gusta excitar al personal en el metro, cafeterías, etc., dejándome sobar y notar cómo se empalman contra mi carnoso culo, o dejar mis piernas abiertas para que, en los bares, se vean bien mis muslos o mis bragas. Eso cuando las llevo pues me gusta y excita no llevarlas. Ahora paso a contar lo que ocurrió aquel día.
Cuando me levanté de la cama, mi marido ya se había ido al trabajo. Yo había tenido el período tres días antes y siempre, después de este trauma, es cuando estoy más cachonda. Fui al baño a limpiarme el ano pues él me había follado el culo antes de irse, me limpié bien, observé con un espejo lo dilatado que tengo este agujero y me pasé los dedos por el clítoris dándome un pequeño masaje pero decidiendo no seguir para quedarme excitada y con muchas ganas. Me vestí para darme un paseo por Madrid, me puse unos pantis negros, abiertos por la entrepierna para dejar libre mi coño, de labios mayores muy abultados y carnoso, por supuesto, no llevaba bragas.
Tengo el clítoris, muy desarrollado y se sobresale del chocho. Me olvidaba contaros que mi coño está adornado por una pelambrera negra y espesa. Llevaba puesto un sujetador negro con aros, transparente, y los pezones se marcaban como si quisieran liberarse. Me puse un suéter blanco con dibujos negros y una falda corta a la altura de las rodillas y como la mañana parecía fresca, me planté una gabardina y me fui a la calle. Mi chochito pedía guerra y decidí meterme en el metro pues en ese medio ya he tenido muchas experiencias.
Bajé al Metro y me quedé en el andén a la espera de que viniera el metro. Esta estación está muy concurrida pues hace enlace con varias líneas y como esperaba, muy pronto se empezó a llenar de gente. Entonces abrí mi gabardina para que salieran mis tetas a la vista, observando a mí alrededor para escoger a mi “víctima”, dejarle tocar y arrimarse a mi cuerpo.
En eso que noté una mirada insistente, me giré un poco y vi a una muchacha rubia, con melenita, que no me quitaba ojo. Mi instinto me dijo que allí tenía un posible contacto. La miré otra vez observando cómo repasaba con la mirada todo mi cuerpo, sobre todo mis tetas, esbozando, con todo descaro, una sonrisa. Justo en ese momento llegó el tren y al pasar al interior, me fui al fondo con la espalda apoyada en la pared, al lado de la otra puerta.
Como me figuré aquella muchacha se colocó frente a mí y como el metro se fue llenando de gente, casi al instante la tenía pegada a mí. Yo estaba cachondísima pensando en lo que podría pasar.
Ella tenía las manos a la altura de mi vientre y empecé a notar su presión. La miré a los ojos y nos volvimos a sonreír. Al instante su mano bajó a mi pelvis y yo me arqueé un poco, apretándome contra su mano, dándole confianza, que ella cogió inmediatamente y su mano empezó a deslizarse suavemente por todo mi bajo vientre hasta que noté que jugaba con mis pelitos. Se había dado cuenta que yo no llevaba bragas. Miré a mi alrededor y estábamos ubicadas estupendamente pues nos arrinconaban un montón de espaldas con lo cual nadie podía ver lo que allí ocurría. No obstante cogí mi gabardina cerrándola y arropando sus manos, privándolas a posibles miradas. Al poco noté que me levantaba la falda y su mano derecha tocaba limpiamente toda mi piel. Subía, bajaba, jugaba con mis rizados vellos, tocaba mis muslos y metía los dedos en los labios de mi almeja, hasta que notando, con toquecitos, que deseaba llegar a más, me abrí de piernas gustosa.
Me notaba totalmente mojada. El morbo era enorme. La mano empezó a repasar toda mi raja hasta el ano donde, incluso, metió un dedo. Nos miramos. Ella se mordía el labio inferior y sacaba la lengua, moviéndola de un lado a otro y yo le respondía con los ojos entornados y la boca entreabierta del gusto que tenía. Sus dedos empezaron a explorar mi vagina y los movía allí dentro de derecha a izquierda hasta que los sacó y vi como se los llevaba a la boca y los lamía con gusto. A todo esto le faltaban tres estaciones al metro para llegar a donde yo quería ir y entonces noté como ella empezaba a titilarme el clítoris. Ya no pude más. Cerré los muslos con fuerza y empecé a orgasmar con grandes contracciones, mientras sus dedos activaban con toda rapidez mi clítoris. Terminé temblorosa, encharcada, las piernas no me tenían pero así y todo seguía cachondísima.
Salí del Metro medio atontada, encendí un cigarrillo y entonces la muchacha se me acercó para pedirme lumbre y susurrarme lo buena que estaba, preguntarme si lo había pasado bien y decirme que ahora, necesitaba comérselo. Yo estaba inundada de deseo pues mi vagina me pedía a gritos ser penetrada. Salimos del subterráneo y nos metimos en una cafetería con el pretexto de hablar delante de un café, pero nada más entrar nos dirigimos a los lavabos de señoras, entramos en uno de los reservados, ella cerró la puerta y en un plis plás me dio un morreo en boca y tetas, que previamente me había sacado del sujetador, mordiéndome a conciencia los pezones.
Al rato se sentó en la taza, bajando la tablilla, yo me levanté la falda hasta la cintura, me puse entre sus piernas, abrí las mías, de pie y arqueada, separé con mis dedos los labios de mi coño y ella empezó a succionarme el clítoris como una posesa al mismo tiempo que me metía los dedos en la vagina y en el agujero del culo y con la otra mano pude ver como se pajeaba su coñito.
Me corrí dos veces seguidas pero no sé si era por el morbo, por la situación o porque me lo hacía muy bien, la cuestión es que no solo no se apagaba mi deseo sino que estaba más cachonda que al principio y además sin voluntad para decidir por mí misma lo que tenía o no que hacer. Ella se imponía en todo.
– ¿Quieres más? – me preguntó y al decirle yo que sí, añadió – Vamos a mi casa, vivo cerca de aquí con una amiga que estará encantada de conocerte.
Sin darme tiempo a reaccionar, me cogió del brazo y me llevó andando hasta su casa. Serían las once de la mañana cuando llegamos y salí de esa casa a las diez de la noche, totalmente borracha de placer. Los pezones no podía ni tocarlos, las tetas, duras e inflamadas, no me cabían en el sujetador, el coño totalmente abierto, la vulva se me salía de la dilatación, el ano roto por el enorme consolador que tuve dentro horas y horas… pero eso ya lo relataré otro día pues es largo de contar…
Un beso muy calentito para todos.