Relato erótico
Tenía razón
Su marido le decía que necesitaba una polla más grande que la suya para estar satisfecha, pero ella le decía que no. Ocurrió algo que le dio la razón a su marido.
Maribel – Ciudad Real
Aunque llevo doce años de casada y mi marido, cada vez que hacíamos el amor, me decía, embelesado, que yo tenía un cuerpo perfecto para darle caña y cada vez sus comentarios y fantasías conmigo iban a más y cada vez eran más fuertes. Mi marido no tiene la polla muy grande, como de unos trece centímetros y siempre me decía que se le perdía dentro de mi coño y que, por lo tanto, yo necesitaba algo más gordo y largo para conocer el placer total. Más tarde añadía que aún serían mejor dos a la vez.
– ¡Estás como una cabra! – le decía yo.
Después de terminar de hacer el amor, ya no había más comentarios. Pero esta idea me ponía a cien, sobre todo cuando mi marido me decía que yo tenía un cuerpo de zorra y que debería sacarle partido. Estaba en el trabajo, un viernes sobre las cuatro de la tarde, después de distribuir la correspondencia, se despidieron todos mis compañeros y nos quedamos mi jefe y yo solos.
– ¿Te apetece beber algo? – me preguntó.
Le acepté un refresco y estuvimos hablando un buen rato de temas intrascendentes hasta que, de pronto, me miró fijamente a los ojos y me dijo que yo era guapísima. Inexplicablemente, al oírlo, casi me meo en las bragas. Me puse a temblar como una niña y él, al darse cuenta de mi embarazo, me pidió disculpas, también muy nervioso. Al tranquilizarme, me pidió disculpas de nuevo diciéndome que se sentía como un idiota y que no sabía lo que le había ocurrido.
Le dije que no me había molestado, al contrario y luego, en silencio, me puse a ordenar los papeles que había en las mesas, pero mi cabeza no dejaba de pensar en lo sucedido y seguía estando muy nerviosa hasta que, de pronto, sentí unas manos que, por debajo de mi falda, llegaban a mis bragas. Pegué un grito del susto pero al girarme una boca se pegó a mi boca, una lengua buscó la mía y me quedé totalmente anulada.
Mi jefe, pues naturalmente era él, continuó recorriendo mi cuerpo con sus manos, levantándome el vestido y luego llevándome en volandas hasta una mesa donde me tendió de espaldas, separó mis piernas lo que pudo y arrancándome las bragas, noté algo tremendo buscando el camino hacia mi chocho. Cuando aquello entró en mi raja y comenzó a penetrarme, creía que me partía por la mitad.
Aquella inmensa polla, la segunda de mi vida, me estuvo penetrando bastante rato mientras mi jefe me decía palabras muy dulces.
Tras mi primer orgasmo, no querido pero muy satisfactorio, libre ya de prejuicios, me dejé llevar por él a una sala de espera en la que hay un amplio sofá. Yo misma le hice sentar en él y colocándome de rodillas entre sus piernas, cogí su polla e intenté introducirme lo que podía de aquella monstruosidad en la boca, aunque poco podía meterme de lo gorda que era. Le daba unos chupetones que le hacían saltar de gusto y yo estaba fuera de mi viendo como podía hacer disfrutar a un hombre, mucho mayor que yo. Mientras yo le miraba a los ojos, seguía introduciéndome aquello en la boca mientras él me decía:
– Putita… pequeña zorra… – y cosas así, que todavía me excitaba más.
Seguí sorbiendo como una desesperada hasta que, de pronto, me quiso apartar diciéndome que se corría. Le dije que estuviera tranquilo, que no importaba, y en el acto noté un gran chorro de su leche en mi garganta. Acentué más los chupetones pero sin darme tiempo a tragar tanta leche que salía de aquel aparato, que estaba durísimo.
Perdimos la noción del tiempo hasta que el timbre del teléfono nos hizo reaccionar, me levanté y fui corriendo hacia el aparato y al descolgarlo me quedé de piedra. Era mi marido que se preocupaba por mi tardanza. Al notar él que no me salían las palabras, me preguntó que si ocurría algo. Le dije que no, que ya salía para casa. Justo antes de colgar, otra vez noté que me levantaban el vestido y como, de un fuerte empujón, mi jefe me metía todo aquel pedazo de carne en el coño, cosa que me hizo estremecer. Realmente el momento estaba cargado de morbo. Mi marido hablándome por teléfono y mi jefe empalándome por detrás. Tras colgar el teléfono, mi jefe empezó a gritar que se corría, preguntándome si podía hacerlo dentro de mí. Le dije que sí y juntos nos fundimos en un orgasmo que nos dejó perdidos.
-Estate tranquila que esto no va a cambiar para nada nuestra relación laboral y también ten por seguro que lo ocurrido no saldrá de aquí – me dijo él cuando volvimos a realidad.
Cuando llegué a casa, estaba muy nerviosa y hecha un lío. Pensaba que no estaba bien lo que había hecho.
Al llegar la noche salimos a pasear mi marido y yo y como es un pulpo y siempre me está metiendo mano repitiéndome que le gustaría que un chico me ligase y luego llevarlo a casa, le pregunté:
– ¿De verdad que estás preparado para dar este paso? – y al contestarme que sí, añadí – Pues cuando lleguemos a casa tengo algo importante que decirte.
Una vez en la cama y cuando yo estaba encima de él, con su polla bien metida en mi caliente coño, le conté todo lo ocurrido con mi jefe. Él, al principio, se reía tomándoselo a broma, pero al insistirle yo y contárselo todo con pelos y señales, se quedó helado. Se le salían los ojos y le caía la baba. Pensé que se había fastidiado nuestro matrimonio pero él, al preguntarme si yo le amaba y decirle que sí, que sin ninguna duda, me dio un beso muy dulce e hicimos el amor como nunca habíamos hecho.
Al levantarme por la mañana y al ir a salir para hacer la compra, cogí el sobre de mi sueldo y en medio del dinero en efectivo había un cheque con una fuerte suma. No entendí nada y no supe que hacer pero cuando llegó el lunes y me encontré con mi jefe, le dije que eso, lo del cheque, no podía aceptarlo pero él, contestándome que no sabía de qué le hablaba, dio media vuelta y me dejó con la palabra en la boca. Para resumir, os diré que estuvimos así durante tres años en los que seguí trabajando en la empresa hasta que, llegaron los niños y dejé el trabajo.
Un beso para todos.