Relato erótico
Temporada de setas y …
Habían quedado con un amigo que era “experto” en buscar setas. Una caída que tuvo la madre de su marido, hizo que fueran solo los dos. Buscaron setas, las encontraron y también encontraron otras “cosas”.
Sonia – Lleida
Mi nombre es Sonia, y la historia que os voy a contar ocurrió hace un par de semanas. Héctor (mi pareja) y yo, habíamos quedado con Samuel, un amigo de su infancia que nos iba a enseñar a coger setas en el monte, y dado que a Héctor y a mí nos chiflan, decidimos no dejar pasar la oportunidad de aprender de alguien que sabía; aunque el día empezó a torcerse al poco de empezar. De camino a la casa de Samuel, Héctor recibió una llamada de su hermano, su madre se había caído por las escaleras y se había roto la pierna, y dado que su hermano no tenía coche, lo llamó para que fuera a llevarlo al hospital.
-Bueno cariño, que se le va a hacer, otro finde vendremos a por setas. Ahora llamo a Samuel y le digo que no nos espere -Le dije tratando que mi tono de voz no descubriera cuanto me jodía la situación-.
-De eso nada- contesto – yo ahora mismo te dejo en su casa, y os vais los dos a por setas, que lo de mi madre no es nada. Además, así puedes tener una cita romántica con Samuel. ¿No decías que te ponía? Dicho esto me dejó en casa de Samuel.
-¡Hola Sonia! ¡Hay que ver qué guapa estás hoy!- dijo Samuel que había salido de casa, seguramente al oírnos hablar en la calle.
-¡Uy si, guapa del todo! –Contesté- Con estas botas y este impermeable parezco más el capitán Pescanova que una excursionista.
Después de haberle explicado la situación, y de haberse despedido de Héctor, Samuel sacó su coche del garaje y nos fuimos al monte. La verdad es que no quedaba lejos, solo unos 20 km que pasaron rápidamente hablando de cosas triviales.
Así entre seta y seta, fue pasando la mañana, hasta que decidimos hacer un alto para comer. El plan original era que si el tiempo lo permitía, haríamos un picnic por eso me había llevado un mantelito a cuadros rojos que me había comprado ex profeso para la ocasión. Sí, ya sé que es típico, pero qué se le va a hacer, siempre había querido hacerlo.
Durante la comida, estuvimos hablando sobre la última pareja de Samuel, me contó los problemas que tuvieron por culpa de sus celos. Era una persona tremendamente posesiva que incluso le hizo distanciarse de sus amigos. Menos mal que el pobre entró en razón y termino con aquello.
-Tenia celos de ti e, incluso me prohibió ir a vuestra boda, y ahí ya fue la gota que colmó el vaso -Me dijo él mirándome a los ojos.
-Pero ¿por qué me cogió tanta manía?, ¿es que acaso hice algo que se pudiera malentender?- Le dije yo.
-Pues creo recordar que todo empezó al poco de salir con ella. En ese finde que fuimos a la playa. Se obsesionó en que yo no paraba de mirarte las tetas.
La conversación fue poniéndose picante y riendo le dije:
-Bueno tú has visto mis tetas, pero yo no he visto tu polla
Acto seguido, Samuel se levantó del mantel rojo a cuadros donde estábamos sentados, y con una seguridad aplastante, se fue desabrochando uno a uno los botones de su pantalón. Estaba decidido a hacerme sufrir, cuando acabó de desabrochar sus botones, como si siguiese un ritual infinitas veces realizado, se bajó los pantalones quedándose en calzoncillos. ¡El muy cabrón sabía cómo hacerme sufrir!
-¿Sigo?- Pregunto
-Por supuesto -le respondí- Es más, o te lo quitas tú, o te lo quito yo
– No podía creer las palabras que salían de mi boca, era como si otra persona se hubiera apropiado de mi cuerpo. Me había convertido en una autómata que solo respondía a los estímulos que la excitación de momento me producía.
Al oír mis palabras, Samuel empezó a bajar sus calzoncillos, y justo cuando su polla quedó libre, ésta saltó como un resorte agradeciendo que la liberaran de semejante cárcel de algodón. El espectáculo era increíble, Samuel de pie sobre el mantelito que había comprado para el picnic, con los pantalones en los tobillos y su polla apuntando desafiante hacia el cielo gris que cubría nuestras cabezas. Mis ojos no pudieron evitar clavarse en semejante herramienta. Alguna vez Héctor me había contado que a él y a Samuel, en el equipo de fútbol los llamaban los pistoleros por el calibre del arma que tenían, y aunque él la tenía grande, la de Samuel no se quedaba atrás y yo diría que estaba a la par o incluso superaba la de mi amado esposo.
-Quiero que hagas algo más que top-less. Y quiero que sea ahora mismo.
Sus palabras sonaron en mis oídos como si fuesen órdenes, no podía reaccionar, sentía que mi cuerpo no reaccionaba a mis órdenes, sentía que había algo que me impulsaba a mover mis brazos, para desprenderme de mi ropa. Samuel había dejado las palabras a un lado, estas ya no importaban, ahora era el turno de las caricias, y así rodeando con sus manos mi cintura, me atrajo de forma suave pero firme hacia él y nuestros labios se juntaron en un ardiente beso. Nuestras lenguas eran como fuego devorando un leño.
Sus habilidosas manos pronto me arrebataron mi sujetador y su lengua paso de mi boca a mis pezones. Los succionaba como si le fuera la vida en ello, los lamía como si quisiera borrar el color café del que estaban hechos, y con cada lametón, una descarga de electricidad recorría mi cuerpo.
Mis manos decidieron que era hora de corresponder a sus lametones, y así cogí su polla sólo para comprobar la dureza que de ella emanaba. Ese cimbel de mármol estaba pidiendo guerra, y yo se la iba a dar. En cuanto conseguí liberarme un poco de sus caricias, me agaché y de un solo bocado la introduje hasta el fondo de mi boca.
En condiciones normales no hubiera podido metérmela entera, pero afortunadamente estaba acostumbrada a la polla de Héctor, y aunque ésta diría que tenía un poco más de grosor, conseguí metérmela hasta la campanilla. Su polla recibió con gusto mi mamada, y parecía como si por momentos se fuese poniendo más dura. Recorría su glande como si fueses una lámpara mágica y solo mi lengua fuera capaz de liberar el genio del placer.
Pero Samuel era ante todo un caballero, y no podía consentir que disfrutase solo él, así que con una facilidad que me dejo atónita, me levantó, desabrochó mis pantalones, y me tumbó encima de él para empezar un 69. Ahora me resultaba más difícil concentrarme en mi mamada, Samuel sabía muy bien lo que hacía. Su lengua se internaba en lo más profundo de mí ser, y con cada movimiento un latigazo de placer recorría mi cuerpo. Si continuaba así no iba a aguantar mucho más, y él al notar esta situación intensificó su comida, y el orgasmo estaba llamando a mi puerta con la insistencia de un vendedor de enciclopedias, y así, tumbada sobre el cuerpo de Samuel encima de ese tapete a cuadros rojos y blancos, me encontró el orgasmo, estallando en mi interior como una mascletá, haciendo vibrar cada parte de mi cuerpo.
-Uff Samuel, que bien me comes -Dije intentando sobreponerme- pero veo que tú aún no te has corrido, así que prepárate -dije mientras me quitaba las botas y los pantalones-
Sin darle tiempo a reaccionar me senté encima de él, y sin más preámbulo me empalé. Sentía mi coño rebosante de su polla, pero no era suficiente, con cada movimiento mío intentaba metérmela más. Samuel decidió subir un poco más el listón, y acompañó sus embestidas con un suave masaje de mi ano. Sus dedos se movían siguiendo el endiablado ritmo de su polla. Poco a poco su dedo índice se fue introduciendo en mi rosado ano. ¿Cómo podía saber que eso me volvía loca? La respuesta era evidente. Héctor me contó una vez que él y Samuel se lo contaban todo, que más que amigos eran como hermanos.
Desde luego sabía cómo follarme, así estaba yo abandonada al intenso placer que sentía, cuando noté algo frío recorriendo mi espalda, primero un punto, seguido de otro, y otro y otro, evidentemente había comenzado a llover, pero eso no me importaba, sino al contrario, el roce de las gotas de lluvia con mi piel, me hizo sentir salvaje. Las gotas se deslizaban por mi espalda, recorriéndola como si infinitos dedos se tratase, mientras Samuel seguía penetrándome, y podía leer en sus ojos que no faltaba mucho para que su orgasmo llegase. Aceleré el ritmo, poseída por el espíritu de la lujuria, cabalgaba como una amazona al galope, y justo en el instante en que un rayo cruzaba el cielo gris, ambos estallamos en un sonoro orgasmo sólo ahogado por el estruendo del trueno que siguió. Fue, por decirlo de alguna forma, como si el mismísimo cielo se corriera también.
Mojada y agotada me derrumbé sobre Samuel.
Un par de horas más tarde, Héctor pasó a recogerme casa de Samuel. Se extrañó que llevase otra ropa, a lo que Samuel le contó que me había tenido que duchar en su casa porque había resbalado por un terraplén y toda mi ropa se había llenado de barro. El pobre nos contó que a su madre solo le habían tenido que escayolar la pierna, y que ya la habían mandado a casa. Así que nos despedimos de Samuel, y mientras bajábamos las escaleras Héctor me dijo:
-¿De verdad te has manchado la ropa así?
Al oír su pregunta no pude evitar recordar todo lo vivido en el bosque. Me acerqué a Héctor, le besé apasionadamente, y le susurré al oído:
-En casa te cuento…”Cornudito”
Un saludo para todos.