Relato erótico

Tarde “diferente”

Charo
9 de septiembre del 2019

Normalmente, cuando llegaba a su casa después de trabajar, solía quedar con sus vecinas y echaban unos polvos bestiales. Aquella tarde, estaba cansado y decidió parar antes en un bar cercano a su casa. Fue una tarde “diferente”.

José – Elche
Era media tarde y había salido del trabajo un poco cansado. Aunque estaba acostumbrado a llegar a casa y follarme a mis dos vecinitas sedientas siempre de polla, esta tarde me apetecía tomar algo en un bar.
Entré en un local situado al lado de mi casa, que estaba bastante vacío. Me senté en la barra mirando hacia el frente, pensando en mis cosas y de repente alguien me dio un pequeño golpe y me pidió fuego. Le di fuego y le miré. Se trataba de una chica.
– Hola, soy Yolanda. No te he visto por aquí antes – dijo.
– Hola me llamo José. No suelo venir – repliqué.
– Yo tampoco, pero no podía estar en casa.
– ¿Qué es lo que te pasa? Si se puede saber…
– Nada, es que he tenido que salir de casa. Es por culpa de mi novio, no sabe cómo tratarme, en ningún sentido, ya me entiendes…
Yo la miré y me extraño. Se trataba de una chica medio rubia medio castaña, 1,70 de altura, un pecho de talla 90, o más, y unos ojos marrones muy seductores. Se trataba pues de una chica muy guapa, llevaba una minifalda y un top ajustado en el que se notaba que no llevaba sujetador. Estaba pensando en como podía ser que una chica así me estuviera confesando que no estaba bien follada, cuando me dijo si mi casa quedaba lejos ya que le apetecía seguir hablando pero en el bar había demasiado humo. No me lo pensé y le dije que me acompañara ya que estábamos al lado. Ya no disimulaba las miradas a su cuerpo y ella tampoco se escondía para mirar el bulto de mis pantalones y morderse el labio.
No pude separar mis ojos de su trasero y como se movía contoneándose mientras la seguía por hacia el ascensor de mi edificio. Entramos en el ascensor y antes de que pudiera extrañarme, se echó contra mí y me besó salvajemente, agarrando mi cabeza entre sus brazos y acariciando mi cuerpo con su pierna, mientras el ascensor nos acercaba a mi piso y a la gloria. Su lengua no abandono mi boca ni sus manos mi cuerpo hasta que el ascensor llegó a su destino.
– Ve recogiendo – me dijo al abrir la puerta de mi casa.
Comenzó a entrar en la casa, echó a andar por el pasillo, sin dejar de contonear ese trasero tan perfecto y yo, la seguía embobado hasta que se paró y aun dándome la espalda, se quito el top y lo dejó caer al suelo. Las penumbras de la casa me dejaron ver una espalda sensacional y la promesa de unas tetas más que apetecibles. Mientras me agachaba a recoger la prenda, pude ver desde abajo como unas piernas larguísimas se juntaban para dejar que sus manos llevaran su minifalda al suelo al tiempo que me dejaban ver un tanga de color negro.
El seguimiento por la casa se me hacia interminable, con deseos de atraparla así, solo con su tanga y las sandalias. Entonces se paró y poniendo un pie en una silla, sin mirarme, comenzó a desatar la sandalia. Allí pude apreciar como su pelo caía sobre su hombro hasta su pecho y la firmeza de sus nalgas, la piel de su cuerpo que brillaba con la poca luz que atravesaba la casa. Una vez acabó me susurro, mientras entraba en la habitación contigua:

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– Quizás quieras ponerte más cómodo y dejar tus cosas en esta silla.
Yo aproveché para dejar mis cosas y colocar mi ropa con la suya, así, tan solo con unos slips que apenas atrapaban mi erección, pasé tras ella que me esperaba ya totalmente desnuda. Podía ver su pubis perfectamente recortado mientras la admiraba de rodillas, sentada sobre las almohadas. Podía ver el brillo de lujuria en sus ojos al acercarme, me puse a su altura de la cama e inclinándome hacia ella puse mis labios en los suyos en un beso tierno y cálido mientras notaba como sus manos acariciaban mis piernas. Nuestras lenguas fueron transformando ese beso cálido en uno más húmedo y pasional, mientras sus uñas se clavaban en mis caderas e iban descendiendo llevando mi slip al suelo y dejando libre mi polla.
Ella se incorporó hasta quedar nuestros ojos a la misma altura para un ultimo beso, mientras su mano comenzaba a trazar límites entre mis muslos y mis huevos, que acarició con una mano firme, hasta que paso a agarrar con fuerza mi polla, subiendo y bajando suavemente la mano. Luego se separó de mi y sonriendo se puso a cuatro patas para poder acariciar mi capullo con su lengua. Yo no pude evitar un gemido de placer mientras sentía su humedad en mi polla y como sus manos acariciaban el resto de mi verga y mis huevos.
Era una locura ver como se movían sus caderas acompañando su movimiento general del cuerpo, a la vez que sentía como su boca me succionaba la cabeza de mi polla, como su mano masturbaba la parte de mi instrumento que no se alojaba en su boca y como la mano restante acariciaba mis huevos, mis piernas y pellizcaba mi trasero. Así pasamos un tiempo que para mi fue una eternidad de placer, sin embargo, no quería solo disfrutar, estaba allí y quería saborear a esa mujer de todas las maneras y formas. La obligué a soltarme y la tumbé contra la cama, me eché sobre ella y la besé con pasión, ella respondió abrazándome y estrechando mi cuerpo con sus piernas, a la vez que yo me restregaba contra el suyo y sentía como la punta de mi pene rozaba la calidez de sus labios.
En un esfuerzo de contención, fui bajando mi boca por su cuerpo, saboreé sus pechos, chupando cada pezón mientras amasaba el otro y sentía como ella se movía y gemía en mi oído, besé su vientre plano mientras jugueteaba con el arete de su ombligo con mi lengua y finalmente mis dedos marcaron surcos en sus piernas mientras mordisqueaba sus muslos. Ella jadeaba muy rápido, sus caderas se movían con desesperación, buscando con su sexo mi boca mientras la torturaba con mi aliento sobre su clítoris ya hinchado, mis dedos separaban sus labios mientras ella gemía y me miraba apretando sus pechos y susurraba que me la comiera ya.
Cuando por fin mi lengua recorrió su sexo, ella se estremeció y pegó sus caderas a mi cabeza, sus manos me atrapaban contra su sexo, mientras mi lengua la perforaba saboreando su interior y notando como la humedad se desbordaba.

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Ella empezó a gemir y a decirme que se iba a correr mientras me apretaba contra su chocho y así se corrió de forma brutal, gritando como una posesa. Estuvo más de un minuto gimiendo como una perrita hasta que se calló exhausta después de correrse.
Yo me puse a su altura y la besé con cierta dulzura, pero de repente oí la puerta de mi casa abrirse y aparecer mi vecinita Rosa que me miraba con una cara llena de celos.
– ¿Quien es esta puta? – exclamó.
– Se llama Yolanda y no es una puta como tú – dije yo.
– Eso y déjanos tranquilos – le soltó Yolanda.
– Tú te callas, zorra. José es mío y de mi amiga y tú no tienes ningún derecho. Ahora como castigo me vas a comer el coñito y si no me corro me puedo enfadar… – le dijo Rosa muy seria.
Yolanda me miró con cara de sorpresa pero al mismo tiempo de deseo. Yo esperé a ver como reaccionaba, pero supuse que si había venido a mi casa, a los diez minutos después de conocerme, ahora no se iba a hacer la estrecha. Efectivamente se puso a cuatro patas mientras Rosa se ponía en la otra punta de la cama abierta de piernas. Ella se acercó y le dio un morreo de lujo a mi vecina que respondió comenzando a acariciar todo el cuerpo de Yolanda. Ella gemía y poco a poco se acercó al sexo de Rosa y empezó a lamerlo y besarlo. Yo desde mi lugar podía ver el culito de Yolanda contorneándose mientras le comía el coño a mi vecina. Rosa iba diciendo:
– ¡Zorra… que bien te comes mi coñito… sigue… sigue…!
Yo empecé a empalmarme y viendo que Yolanda y Rosa estaban muy concentradas en darse placer, me levanté con sigilo, me acerqué al culito de mi nueva amiga y antes de que ella se diera cuenta, empecé a lamerle el coño y el culo. Ella miró hacia atrás como para decir algo, pero Rosa le agarró del pelo obligándole a seguir comiéndose su coño. Tras humedecerle su culo me decidí a rompérselo y sin demasiado reparo le fui metiendo mi polla en ese agujerito prieto. Alternaba los grititos con los gemidos, pero no paraba de comerle el coño a Rosa.
Cuando se la metí entera pegó un grito que se acalló cuando empecé a meter y sacar mi polla de su culo. Gemía y entre gemido y gemido iba comiéndole el coño a Rosa. Yo estaba en el cielo enculando a Yolanda, esa putita que acababa de conocer hacía más o menos una hora. Estaba cerca de correrme e iba a decírselo a la putita que me estaba tirando, pero se adelantó Rosa gracias al buen trabajo de Yolanda. Rosa se corrió como una zorra y después se quedo mirando como seguía enculando a Yolanda.
Ella gemía, sudaba, gritaba y estaba cerca de correrse de gusto la muy putita y antes de que yo acabara, explotó como una perra y se corrió agarrando las sabanas para no salir volando. Entonces se dio la vuelta y sin que yo dijera nada, se metió la polla en la boca y empecé a follársela casi a punto de acabar y cuando la avisé que me iba a correr ella, en vez de sacar mi polla, cerró bien la boca alrededor de ella para que no se escapara ni una gotita.

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Me corrí y ella se fue tragando mi leche mirándome fijamente a los ojos con esa carita de zorrita que me había impactado en el bar. Acabé exhausto y los dos caímos en la cama sin aliento. Nos quedamos los tres en la cama, yo en medio y Rosa y Yolanda a los lados acariciándonos y lamiéndonos.
Al día siguiente me desperté y las dos chicas se habían ido, sin embargo Yolanda me había dejado su teléfono y a Rosa sabía dónde encontrarla. ¿Volvería a tirarme a Yolanda o esta habría sido la primera y última vez?
Saludos y si ocurre ya te lo contaré, querida Charo.

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