Relato erótico
Tarde de sexo loco
Le gustan las mujeres, su pareja es una compañera de carrera y con ella, mantiene unas relaciones sexuales maravillosas y muy guarrillas. Aquella tarde, lo pasaron en grande y además, tuvo una sorpresa.
Lola – Santander
Me llamo Lola, tengo 21 años, estudio la carrera de abogacía, vivo con mis padres y un hermano menor, Pedro de 17 años. La nuestra es una familia absolutamente normal, eso al menos es lo que yo pienso. Sin grandes dramas ni complejos, ni adinerados ni pobres. Comunes salvo, en lo que a mí respecta, en lo relacionado al sexo, ya que desde siempre, aún mucho antes de que mi madre creyera que era oportuno hablarme del tema, me había apasionado todo lo referido a eso. Desde libros, revistas de todo tipo, es decir publicaciones médicas y serias y también las más eróticas, fuertes y absolutamente desprovistas de metáforas al momento de tratar el tema, siguiendo por películas, videos y… chicas.
Sí, me encantan las mujeres. Es más, salvo por el relato que paso a contar, creí que nunca iba a hacer nada con un chico. Podría hablar de que lo que me hace excitar hasta lo inimaginable de nosotras, es nuestra inteligencia, nuestra elegancia o cosas por el estilo. En realidad lo que me fascina es besar los labios de una chica, tocarla, manosearla, comerme sus coñitos, apretar sus tetas. Eso es lo que me gusta de las mujeres. Las mujeres. Es así y siempre he tenido amigas de todas las edades, con las cuales siempre hice lo que se necesitara para congeniar con ellas. Sólo para poder estar cerca, compartir cosas y estar alerta a la más mínima posibilidad de llegar a algo, lo que fuese, de tinte sexual. Y he tenido suerte. Maribel es compañera de la Facultad. Tiene mi edad y cuando la conocí, lo único que pensé, lo único que abarcó toda mi cabeza fue una sola idea:
– ¡A esta chica hermosa me la tiro o me hago monje budista!
Es una chica no muy alta, no mucho más de 1,55 de estatura, pelo castaño ojos marrones, pero con brillo y que trasmiten una vitalidad de esas que no se pueden dejar de sentir, de peso normal para su altura, y por suerte tampoco es un palo de escoba vestido. Y lo de no ser un palo de escoba también lo digo por sus dos grandes relieves curvos. Tiene unas tetas de esas que hacen que hasta el profesor, tenga que posar, aunque solo sea un instante, sus ojos en esas protuberancias firmes, turgentes e incluso hasta un poquito exageradas para su cuerpo. ¡Vamos, que tiene unas tetas de campeonato! Para finalizar, su culo parece ser el resultado de un trabajo con paciencia y esmero de la madre naturaleza.
A mí me gusta esto de gozar, de joder, de follar o como se diga, ella es fanática. Y lo mejor de todo es que va de tímida, de inocente, de casta… ¡la muy puta! Eso hace que me excite casi tanto como cuando me chupa el coño, aunque no tanto vale decir, ya que lo chupa con unas ganas y una maestría que más de una amiga mía tendría que pedirle la receta y aprender cómo se hace. En fin. El tema es que además tiene un primo, de unos 28 años supongo. Un poco baboso, de esos que intentan disimular que tienen ganas de follarte. Nada, muy poco sutil y demasiado obvio.
– ¿Sabes que el otro día, en el ascensor, me apreté al padre de Ignacio, el amigo de tu hermanito? – me comentó en su habitación Maribel, sabedora de mis escasas dificultades para calentarme mal con relatos de esa temática.
– Pero ¿llegaste a darte cuenta de cómo la tiene?
– Sí, un buen pedazo. ¿Qué se yo? Una polla está buena siempre aunque tú no sé a qué esperas para meterte una aquí, cariño.
Aquí era mi coño, que al estar sentada frente a ella, con las piernas abiertas y con una mini falda, nada tardó en sentir sus dedos en los labios. A esa altura yo ya estaba caliente, ella lo sabía y lo confirmó al pasar sus dedos sobre mi tanga ya medio húmedo.
– ¡Mmmmm… como te pones amor! Déjame saber a que tienes gustito hoy.
– ¡Para tonta! Estamos en tu habitación, tenemos que irnos en media hora y el pajillero de tu primo anda por la casa.
– ¿Desde cuándo te importa dónde estamos? El sábado te hice una paja y te chupé las tetas en la discoteca y no me dijiste nada de estas tonterías.
Tenía razón, el último fin de semana que habíamos salido, nos habíamos ido a una discoteca, nos metimos en los reservados y terminé corriéndome a toda voz, con tres dedos de ella en mi coño, las tetas prácticamente al aire y sin importarme mucho quien miraba.
– Hagamos algo, nos echamos uno, rápido, pero con la ropa puesta ¿sí?
Mi propuesta más que nada encerraba la intención de follar con ella y hacerlo con ropa, cosa que me encanta.
– ¡Perfecto! Entonces apóyate en el respaldo de la cama, abre las piernas y apártate el tanga que quiero juguito de coño, cariño.
– Si amor, cómeme el coño como tú sabes. ¡Hazme correr! Dale, que quiero empaparte toda esa carita con mis jugos antes de irnos.
Decir que se zambulló en mi coño es poco. A los dos segundos estaba delirando al sentir su lengua en mi entrepierna, comerme el clítoris, lamer mis labios vaginales, chupar con fuerza la entrada de mi cueva para hacer salir mis líquidos y tomárselos como si fueran la fuente de la vida e intentar, casi sin poder del todo por la posición y la ropa, lamerme el agujerito del culo.
No aguanté más. En medio de esa espectacular lamida de coño, con las piernas abiertas de par en par, sentada contra el respaldo de la cama, con mi tanga más metido aún que de costumbre en la raja de mi culo, mis tetas siendo obscenamente manoseadas y viendo sus ojitos por sobre los pelos de mi entrepierna, me corrí como una auténtica guarra.
Yo seguía espatarrada, contra el respaldo de la cama, cosa que ella aprovechó para erguirse sobre el colchón, caminar unos pasos, arremangar su vestimenta hasta la cintura y suave, pero decididamente, colocar su entrepierna sobre mi boca, que la esperaba como los pajaritos esperan la comida, boquiabiertos y desesperados.
En medio de esta faena, Maribel hizo con sus pies que me quedara aún más abierta de piernas, dejando mi propio coño al aire, ofrecido a la vista de quien entrara en la habitación, ya que, además, mis manos no se despegaban de sus tetazas por nada del mundo, porque puedo asegurar que son algo que una después de poder llegar a ellas, no las suelta ni para comer. Así estábamos cuando ella hizo un gesto con la cabeza, después de haberla girado hacia atrás, mirando a la puerta. No le di mayor importancia. Mal hecho. Un instante después una especie de mango enorme de carne hirviendo, largo, duro y venoso se metía hasta llegar a la puerta misma de mi útero. Maribel trabó mi cabeza con sus piernas y me cogió de las muñecas a la vez que me dijo:
– Ahora, amor, vas a saber que es una verga. Mi primo te va a follar como a ti te gusta, hasta el fondo y vas a gozar como una perra, pero no dejes de comerme el chocho y déjate meter esa barra de carne que te va a gustar.
Tenía razón en varias cosas. Gozaba como una perra, después que se me pasó el susto de la primera impresión, no pensaba dejar de lamer su coño y el primo, aunque baboso y pesado, tenía una verga de unos 22 cm de largo y unos 5 cm de ancho que me hacía sentir cosas que nunca había vivido. Me estaban “violando” y me gustaba una barbaridad.
Así seguimos, yo chupándole el coño a Maribel y el tío metiéndome su verga hasta los huevos, que chocaban con el colchón de la cama al momento de enterrármela.
– ¿Ves como te gustan las vergas? ¿Ves como te iba a gustar tenerla dentro? Tienes la cuevita empapada de leche tuya y dentro de un rato la vas a tener llena de leche de macho – recitaba su primo mientras con sus manos buscaba la forma de dejar mis tetas al aire.
Así mucho no podíamos aguantar ninguno de los tres. Y así fue que después de perforarme el coño durante unos diez minutos, dándome verga como a una puta de la calle, empezó a resoplar como un tren.
– ¡Aaaah… me viene la leche! ¡Cómo te voy a llenar, amor! Te la voy a dar toda dentro para que esta noche en tu casa te hagas una buena paja pasándote los deditos por el coño bien lleno de mi semen.
– Si, llénale el coño de leche que yo acabo con eso, dale. Córrete, que quiero ver como le sale la leche por el coño de lo llena que se la vas a dejar – añadió Maribel, mientras sus ojos a duras penas continuaban en sus órbitas.
Casi al unísono a él le comenzó a latir aún más fuerte su preciosa polla dentro de mí, salía y entraba cada vez más seguido y más fuerte, chocando su pubis contra el mío, Después de lo cual, me inundó el coño de leche con una fuerza y con tal cantidad que creo que hasta la saboreé así como estaba.
Esta fue la primera verga que me comí. Así fue como probé el gustito de tener a un tipo dentro de mí. Y de ahí en adelante, aunque no hace mucho de esto, he intentado recuperar los polvos perdidos, perdón, el tiempo perdido.
Dejo un beso enorme a todos.