Relato erótico

Sus “atributos” convencen

Charo
28 de noviembre del 2018

Quiere a su mujer y no ha dudado en consentir que tenga una amante. Al terminar una de sus apasionadas sesiones ella intento dejarlo, pero sucumbió ante sus enormes “atributos”

Ramón – Barcelona
Desde hace un tiempo mi mujer tiene un amante. Yo lo sé y lo acepto pues la quiero tanto que todo lo que ella desea se lo doy sin hacer comentarios. Ella se llama Rosa y él, el amante, Nelson, un negrazo muy atractivo y lo que voy a contar o mejor describir, es lo que estuve viviendo frente a ellos, tras una sesión de amor.
Como yo había supuesto, Rosa no supo resistirse. Nelson sonrió y se dio la vuelta. Su cabeza, de pelo rizado, descansaba todavía sobre el vientre tibio de mi mujer y ahora miraba sus tetitas. Decidió chuparlas, aunque no son tan grades como las de su mujer. De todos modos le apetecía tocarlas otra vez para demostrar a Rosa quien mandaba. Ella suspiró cuando la boca, de gruesos labios, se cerró alrededor de sus pezones al tiempo que se abría de piernas para mí. Empezaba a anochecer cuando Nelson bostezó y se sentó.
– Debo marcharme ya – anunció – Me esperan en casa.
Sin un beso, ni un abrazo, sin una sonrisa siquiera, se levantó de la cama. Ella se puso de lado y miró como se vestía. El hombre se sentó en la cama para ponerse los calcetines. Había dicho a Rosa que estaba en los huesos y se había burlado de ella en broma, pero él es también esbelto y de miembros largos, con músculos tensos y suavemente dibujados bajo su piel tan negra y brillante como el azabache. Aunque lo mejor es que está muy bien dotado entre las piernas para proporcionar placer y felicidad a las mujeres, en particular a mi Rosa.
Cuando él se levantó para ponerse los pantalones, mi mujer se quedó contemplando esa parte tan útil para ella. Por experiencia ella había comprobado que lo que se dice de los negros era verdad. Su polla era impresionante, incluso flácida, larga y gruesa como un culebrón, no mucho más pequeño en reposo que cuando estaba erecto, que casi llega a los 30cm. El rizado y azabache vello que lo rodea, crece espeso en los huevos. Nelson advirtió que los dos lo mirábamos y esbozó una sonrisa sarcástica, se cogió la descomunal verga con una mano y la apuntó hacia mi mujer, agitándola con descaro y chulería.
– Es una pena que tenga que marcharme – dijo – Pero he de irme a casa, de lo contrario me quedaría para follarte toda la noche.
A continuación volvió a sentarse en la cama para ponerse los zapatos, con los pantalones aún desabrochados y el miembro, dormido, a la vista, como para recordarnos las maravillosas sensaciones que le había proporcionado a mi mujer y que volvería a hacérselo cuando tuviera tiempo.
– Siempre tuviste muy buena opinión de ti mismo, cariño – observó Rosa.

Él le guiñó un ojo y sonrió a través del espejo del tocador mientras se abrochaba la camisa. Se arregló el pelo con el peine de Rosa y tras ponerse la cazadora, se volvió para mirarnos. Estaba listo. Rosa se arrastró hasta los pies de la cama y se sentó, con las piernas abiertas, ante él. Le cogió la polla y se la miró con suma curiosidad.
– Eres un idiota, Nelson – le regañó con afecto – Piensas que con solo enseñar esto a una mujer casada, el mundo es enteramente tuyo.
– Me da todo lo que quiero – fanfarroneó él.
Tenía las manos en las caderas, la cabeza ladeada y una trempera como la copa de un pino, observando como ella le acariciaba la polla dándole besitos en el capullo para que se le pusiera dura otra vez, como en sus mejores momentos.
– Lo único que te da es la facilidad para un revolcón – replicó Rosa – ¿Es eso todo le que quieres de mí, Nelson? Ni siquiera te importa con quien te acuestas y cualquier coño te sirve. Eso es lo que me dijiste hace un rato, rollizo, delgado, peludo o afeitado, como dices que ahora lo tiene tu mujer… ¡Es que no me das más que celos!
– ¿Y qué? – preguntó él.
Su rostro había adoptado una expresión seria e intentaba averiguar qué pretendía Rosa.
– Me encantáis todas, no por vuestro aspecto sino lo que puedo hacer con vosotras. Tú y tu marido habéis disfrutado esta tarde, como locos.
– Pobre Nelson – dijo mi mujer – nunca llegarás a nada en la vida, no entiendes nada de amor, así pues vuelve a tu casita con tu mujer y tus hijos, ya veo que no piensas más que en ellos.
Rosa le introdujo a duras penas el enorme falo en los pantalones y se los abrochó. Él aún buscaba las palabras para replicar, cuando ella se levantó y le acompañó, de la mano, hasta la puerta.
Estaba completamente desnuda pues consideraba que él se merecía verla así a cambio del muchísimo placer que le había brindado en cuatro horas esa tarde. Lo miraba con ojos brillantes, la piel sudorosa y para demostrarle su agradecimiento por las atenciones recibidas, se arrodilló cuando él anunció de nuevo que se marchaba, le sacó la polla y se la volvió a besar, mientras le suplicaba que no se fuera, afirmándole que no volvería a recriminarle nada.

Estaba preciosa con su coñito al aire. A él no le importaba en absoluto que yo estuviera allí delante como un pasmarote. Nos dejaría claro una vez más quien mandaba y quien era el hombre allí.
Por supuesto volvió y durante un tiempo siguió siendo su amante, mi mujer se justificaba contándome que una polla como aquella era difícil de encontrar.
Ahora tiene otro amante, volveré a escribir para contaros como les va.
Un beso de un cornudo.

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