Relato erótico

Sugerencia aceptada

Charo
10 de julio del 2019

Es una mujer caliente y según nos cuenta necesita correrse varias veces al día. Su marido la satisface siempre, sea como sea. Una noche, mientras follaban ella, gimiendo dijo que le gustaría tener una polla para cada uno de sus agujeros.

Victoria – Zaragoza
Soy una mujer casada de 36 años, sin hijos, que acabo de vivir la mejor y más inesperada experiencia de mi vida. Me casé a los 20 años sin saber nada del sexo pero así que tuve mi primer orgasmo, con mi marido la noche de bodas, me di cuenta de que aquello era lo mejor del mundo. Me corrí cinco o seis veces y descubrí que era no sólo multiorgásmica sino también bastante parecida a una ninfómana. Desde entonces he buscado a mi marido continuamente y tengo la suerte de que él, si no tiene fuerzas para que se le levante la polla tantas veces como se lo pido, no le importa usar la lengua o los dedos para calmar los ardores de mi coño. En realidad, para quedarme tranquila necesito correrme seis o siete veces como mínimo al día pero ya lo tenemos todo programado.
Al levantarse con la acostumbrada “trempera mañanera” me la mete en el coño y si bien él casi nunca se corre de esta manera, yo sí que consigo dos o tres orgasmos bien placenteros. Cuando vuelve al mediodía, a la hora del café, nos sentamos juntos en el sofá y entonces, mientras mira las noticias me soba bien el coño masturbándome hasta que caigo rendida de tanto placer. Por la noche viene la follada normal o si está muy cansado, usa la lengua o las manos. No puedo pedir más a un marido. Así estábamos hasta que una noche, hace ahora unos tres meses, en pleno delirio de una corrida especialmente intensa, empecé a decir lo bueno que sería el tener otra polla en el culo y una tercera en la boca.
Cuando me tranquilicé ya no me acordaba de lo que había dicho, pero mi marido sí. A pesar de toda mi necesidad sexual, nunca habíamos hablado ni de hacer un intercambio ni de meter a otro en nuestras relaciones. A mí la verdad no me apetecía.
Con la polla, las manos y la lengua de mi marido tenía bastante pero al parecer él, sin habérmelo dicho, ya empezaba a estar cansado de tanto trabajo para hacerme feliz. Yo también tenía que haber caído en la cuenta.
Al fin, una noche se atrevió a plantearme el poner a otro hombre en nuestra cama. Me negué en redondo. Intentó convencerme diciéndome que me amaba mucho, que para él no era motivo de celos, mientras yo fuera feliz y quedar satisfecha, que otro hombre le ayudara, y cosas por el estilo pero continué con mi negativa a que otro hombre me tocara.
Mi marido pareció quedarse conforme y me olvidé del asunto. Todo eso ocurría una semana antes de que nos fuéramos de vacaciones.
Tenemos una casita a las afueras de Oropesa, una casita rodeada de jardín y situada en una zona muy tranquila, algo alejada del mar por lo que cada mañana, para ir a la playa, hemos de coger el coche. No nos importa ya que así estamos lejos del mundanal ruido. A los dos días de estar ya de vacaciones, y en la playa, mi marido me presentó a dos amigos suyos que, al parecer, había encontrado por casualidad. Uno era Vicente, un hombre de unos 40 años, muy atractivo, delgado, moreno y simpático. El otro se llamaba Jaime, estaría sobre los 35, también atractivo y delgado pero más serio, menos hablador.

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Se sentaron con nosotros y al poco rato de conversación tengo que reconocer que los dos me cayeron muy bien. Hablamos de todo y conocían muchos temas. Lo único que me ponía algo nerviosa era que, de vez en cuando, tanto el uno como el otro y quizá pensando que yo no me daba cuenta, me miraban los muslos y mis salidas tetas. Yo, físicamente, no estoy mal. No me creo una belleza pero los hombres me miran. Seguramente debido al tamaño de mis tetas y de mi culo. Todo gordo pero muy bien presentado, sin arrugas y todo tieso. No digamos, con el pequeño bikini que llevo, como se me veían las carnes. No era raro que los dos hombres alucinaran. Y este pensamiento, este deseo que yo veía o imaginaba en sus ojos, empezó a ponerme cachonda. Ahora era yo la que, con el mayor disimulo, miraba sus entrepiernas y me pareció ver en ellas unos bultos más que generosos. Casi el doble de lo que lucía mi marido. También era posible que ellos estuvieran empalmados y mi marido no.
Que quede claro que todo esto yo no lo hacía pensando en acostarme con ninguno de ellos. Era curiosidad femenina y también deseo de calentarme para, luego, descargar con mi marido. Tras un rato de hablar propusieron jugar a la pelota. Hicimos pareja Vicente y yo mientras mi marido la hacía con Jaime. Si los dos amigos me habían mirado cuando estábamos sentados en la arena, no hace falta que diga cómo me miraban ahora jugando. A cada salto que yo daba para coger la pelota, las dos mías saltaban conmigo. Incluso hubo un momento en que uno de los pezones saltó despistado por encima del sujetador. Mi calentura estaba a tope. Notaba mis pezones tiesos y mi coño ardiendo. Ahora ya miraba sin disimulo alguno las entrepiernas de los tres hombres pero, en un momento de conciencia y con la intención de refrescarme, eché a correr y me lancé al agua. Cuando emergí de nuevo choqué contra un cuerpo, pedí disculpas pero era Vicente que había saltado detrás de mí.
Donde estábamos ninguno de los dos hacía pie. Como en broma él me cogió con las dos manos por la cintura y yo apoyé las mías en sus hombros. Nos miramos a los ojos y de pronto, las manos que tenía yo en la cintura, ascendieron hasta la parte baja de mi sujetador y levantándolo, dejó aparecer mis gordas mamas. Me solté de sus hombros pero volví a cogerme cuando su boca se apoderó de uno de mis pezones y comenzó a chupar. Era tal la calentura que yo llevaba en el cuerpo que a pesar de lo incómoda que estaba, moviendo continuamente los pies para no ahogarme, con un profundo suspiro me corrí con la caricia del amigo. Ya tranquilizada, aparté su cabeza, me puse bien el sujetador y le di un beso en la boca diciéndole:
– De acuerdo, ahora sé que todo es un montaje de mi marido para que me folléis, ¿verdad?
– Sí – me confesó Vicente – pero tanto Jaime como yo hemos puesto la condición de que sólo si tú quieres.
– Gracias, cariño – dije dándole otro beso, ahora con lengua – Antes, cuando mi marido me lo propuso, no quería pero ahora, después del gusto que me has dado ya no me importa.
Regresamos a la playa. Me tendí al lado de mi marido y poniéndole la mano sin disimulo alguno sobre el paquete y apretándoselo, le dije sonriendo:

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– Ya has conseguido lo que querías, acabo de correrme gracias a Vicente. ¿Vamos al apartamento y seguimos los cuatro?
Mi marido, lanzando una exclamación de alegría, se levantó e invitó a los amigos a seguirnos.
– Tú vete con Vicente en nuestro coche que yo y Jaime os seguiremos con el suyo – dije ante cierta cara de sorpresa de mi esposo.
Todos íbamos en bañador ya que para ir de casa a la playa y de la playa a casa no hacía falta vestirse, por lo que me fue muy fácil, cuando Jaime arrancó el coche, meterle mano en la entrepierna, apartarle el slip y sacarle la polla al exterior.
Él me miraba sin decirme nada pero se le notaba algo tenso. Yo no estaba tensa pero sí sorprendida de mi descaro. Acaricié aquella verga, cada vez más dura. No era el doble de la de mi marido como había pensado en la playa pero sí bastante más larga y mucho más gorda. El tocarla y ver su tamaño me excitó. Jaime seguía sin decir nada. Parecía dedicado a la conducción pero la verga reaccionaba entre mis dedos hasta que adquirió la dureza de la piedra. Entonces me incliné y pasé mi lengua por toda su longitud. Jaime lanzó un gemido que se convirtió en un profundo suspiro cuando me tragué lo que pude y empecé a chupar. Noté como aminoraba la marcha. Luego su mano en mi espalda como me soltaba el sujetador. Mientras yo mamaba, cada vez con más fuerza, su gorda polla, él me acariciaba las tetas desnudas, pellizcándome suavemente los duros pezones. De pronto, sin yo esperarlo, explotó. Toda mi boca quedó llena de semen que tragué sin remedio.
Había roto el hielo con los dos amigos de mi marido. El hielo sexual. En este instante había perdido todo miedo, toda vergüenza. Era una hembra en celo e iba a demostrárselo a aquellos tres machos, mi marido incluido. Cuando me incorporé busqué mi sujetador. Estaba en los asientos de atrás pero Jaime no me dejó cogerlo. Con una mano me acarició los muslos y me soltó el lazo de la braga. Nunca había estado desnuda en un coche. El morbo era increíble y yo misma me acabé de quitar la braga. Jaime me miraba con ojos encendidos. Aún tenía la polla fuera del slip. Me abrí de piernas lo que me permitía el asiento, cogí su mano derecha y me la llevé al coño. Cuando paró el coche detrás del de mi marido, frente a la puerta del garaje de la casita, yo me había corrido dos veces. La cara que puso mi marido al verme bajar completamente desnuda del coche de Jaime fue todo un poema. Cogí del brazo a los dos amigos y así entramos en la casa. Yo misma les bajé los slips dejándolos tan desnudos como lo estaba yo.
La polla de Jaime ya la había visto antes. Visto y mamado. A pesar de estar arrugada se notaba su buen tamaño. La que veía por primera vez era la de Vicente. Aquello sí que era una polla. Más de un palmo de larga, gorda como mi muñeca y tiesa como un palo. Caí de rodillas ante él, se la cogí con ambas manos y comencé a lamérsela por la punta mientras mi marido se sacaba el slip y nos mostraba su verguita también totalmente endurecida. Entonces los hice poner a los tres uno al lado del otro y me entretuve en acariciar, lamer y chupar las tres pollas, una detrás de otra. Aquello era infernal. Me arrepentía no haberlo hecho antes. Mi coño, a pesar de mis tres corridas, estaba que ardía. Los tres acabaron pidiéndome que parara o se iban a correr en mi cara.

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Me aparté y me levanté pero Vicente, cogiéndome por un brazo, me llevó hasta la mesa del comedor, me hizo inclinar sobre ella, con el culo al aire y casi sin esfuerzo, a pesar de su grosor, me la clavó entera en el coño.
Cuando la tuvo bien instalada, me cogió de las caderas y comenzó a joderme, primero con lentitud pero a medida que le venía el placer, con más violencia. Yo me había corrido ya dos veces pero cuando iba a gritar el placer de la tercera mi marido me tapó la boca con su verga y así mientras chupaba una, la otra me follaba. Gemía por otra corrida brutal, cuando noté perfectamente la entrada del semen de Vicente llenándome el coño con tal cantidad que al sacarme la polla noté como me resbalaba por los muslos. Pero no tuve tiempo de levantarme ya que mi marido, sacándomela de la boca, ocupó el lugar dejado vacío por Vicente enchufándome su verga en mi mojadísima y dilatada almeja. A Jaime le tocó ahora taparme la boca. Mi marido se corrió al cuarto o quinto empujón, tal era su calentura. Yo estaba rota. Me había corrido dos veces más con él y la verdad es que ya empezaba a sentir un fuerte cansancio pero Jaime no quiso ser menos que los demás. Me la sacó de la boca y me la metió también en el coño empezando la tercera tanda de empujones en mi dolorido coño.
A pesar de todo seguí corriéndome en un orgasmo largo, que parecía interminable y que únicamente cesó cuando el chorro de esperma llenó, por tercera vez, la cavidad de mi coño. Rota pero inmensamente feliz, me tumbé en el sofá. Me dolía todo el cuerpo pero lo daba por bien empleado a cambio del enorme placer que había recibido. Pero mientras yo descansaba ellos, a mi alrededor, hablaban sin parar de sobarme. Sentir tantas manos sobre mi cuerpo acabó por excitarme otra vez. Estaba satisfecha, hubiera podido decir basta pero ver las tres pollas duras de nuevo ante mí, a mi disposición, deseándome, me encendieron otra vez la sangre. Para no hacerme pesada diré que los tres me follaron uno detrás de otro, ahora por el culo, luego, tras un breve descanso, lo hicieron de dos en dos, por los agujeros que más les apetecían y al final por mis tres agujeros a la vez. Eso ocurrió ya en la madrugada del día siguiente. Esta vez sí que quedé tan rota que me dormí en el mismo sofá.
Cuando desperté, casi a media tarde, mis tres amantes también dormían en el comedor, dos en el suelo y mi marido en un sillón.

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Desde esa primera experiencia con tres hombres ya no puedo aceptar hacerlo sólo con uno así que, de mutuo acuerdo, una vez a la semana Jaime y Vicente vienen a casa y si bien día a día me folla mi marido, en los fines de semana todos mis agujeros son poseídos varias veces proporcionándome un placer loco del que ya no puedo prescindir.
Besos.

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