Relato erótico

Soy infiel y no puedo evitarlo

Charo
22 de agosto del 2019

Nos cuenta un par de experiencias muy morbosas que ha vivido. Está casado, es infiel y no se arrepiente. Va pasando el tiempo y cada vez está más lanzado.

Alberto – Gerona
Voy a contar dos aventurillas que he vivido este verano. Hacía ya mucho tiempo que no veía a mis amigos de estudios, Paco y Javier, y al reencontrarnos y para rehacer nuestra amistad, pensamos en hacer una excursión al campo con nuestras respectivas mujeres. Isabel, la mujer de Paco, es más bien tímida, todo lo contrario de Ana, la esposa de Javier, muy extrovertida y habladora. Además Ana tiene un cuerpo tremendo y que le gusta enseñar y que la miren. Siempre lleva ropa muy ceñida al cuerpo para realzar sus grandes tetas y su culito, duro y redondo como un melocotón y que dice, “¡cómeme!”.
Yo ya me había pajeado bastante a su salud y ahora, al tenerla tan cerca esperaría para aprovechar la oportunidad, si esta se daba. Ana estaba espléndida. Llevaba una camiseta con amplio escote, que dejaba ver todo el canalillo de sus tetas y dibujaba la aureola de sus pezones, y falda corta. Mientras Paco e Isabel preparaban la comida, Javier y Ana se fueron a hacer fotos al paisaje. Yo me puse fresco, solo con un slip y me fui al río a darme un baño. Hacía mucho calor. Fui descendiendo por la orilla hasta llegar a un paraje muy bonito y donde, por casualidad allí estaba Ana posando para Javier.
Ellos no me vieron pero yo creí que Ana notó mi presencia porque, poco a poco, sus poses eran más y más provocativas. Dejaba entrever sus braguitas, subiéndose la falda, y se manoseaba las tetas hasta que, de pronto y para mi excitación, se sacó un pecho y con su lengua empezó a lamerse el pezón hasta que se lo puso duro. La visión era maravillosa. Estaba tan empalmado que la polla se me salía del slip y tuve que meterme en el río para refrescarme. Javier seguía haciéndole fotos hasta que decidió subir ladera arriba para buscar otros escenarios pero Ana dijo que estaba cansada de tanto andar, que fuera él y lo esperaría allí mismo, así que se quedó sola. Era mi oportunidad y no podía desaprovecharla. Me acerqué hasta ella y le dije:
– Ana, ¿te bañas? Hace mucho calor y apetece. Además el agua está buenísima.
– Me gustaría pero, Alberto, no he traído bañador – me contestó.
– Mira cómo voy – le dije – Luego nos secamos al sol y ya está.
Sus ojos se clavaron en mi slip, que aún dejaba entrever mi erección. En un momento y sin dudarlo demasiado, se quedó en bragas y se metió en el agua. Conforme iba entrando, me dio la mano porque resbalaba con las piedras. Cuando ya estábamos juntos, se pegó a mí como una lapa. De pronto soltó mi mano y se agarró a mi polla. Con las dos manos, lentamente, me bajó el slip y aprovechando que el agua nos llegaba a medio muslo, con sus labios carnosos, beso a beso, fue bajando por mi cuerpo hasta llegar a mi capullo, jugueteando con su lengua, de arriba a abajo hasta que me lo puso como un tomate. Parecía una perra en celo, muy experimentada. Al final la saqué del agua en brazos y la tumbé sobre una gran piedra. Abrazados, nos comimos a besos, jugando con nuestras lenguas, sin dejar de jadear, gemir y suspirar. Con mis manos no abarcaba sus enormes tetas, que llevaba hasta mi boca, mordisqueando sus pezones.
Era maravilloso tanta carne entre mis manos. Ana, estiraba su mano y no soltaba mi polla. Al notar que abría más las piernas, empecé a sobarle el coñito por encima de la braga.

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Estaba chorreando y depilado, como a mí me gusta. Pegué un tirón de braga hacia arriba y se la fui metiendo, poco a poco, entre sus carnosos labios, frotándole el clítoris con la tela mientras yo hurgaba con mi lengua juguetona por su coño. Ana, cogiendo mi polla, se la metió entera en la boca, hasta los huevos, que empezó a sobar. Cada vez abría más las piernas por lo que me fui dando la vuelta hasta situarme en la posición del 69. Después de lubricar bien su coñito, llegué con mi lengua a su trasero, babeándoselo. Le metí el dedo índice de mi mano derecha, hasta el fondo, en el culo y el pulgar en su coño, frotándole el clítoris. Con la mamada que Ana me estaba haciendo, el toqueteo de huevos y el sobeo que le hacía, yo estaba a punto de estallar. Me di la vuelta, le quité las bragas y le levanté las piernas hasta mis hombros.
– ¡Métemela hasta el fondo, venga… vamos…! – suplicaba Ana.
Dicho y hecho. Se la clavé hasta los huevos. Le llené el coño de polla. Se la metía y la sacaba del todo para que le diera más deseo de tenerla dentro. Durante esta operación, le metía dos dedos en su hermoso agujero del culo, dilatándoselo bastante. Entonces saqué mi verga y cambié de agujero. Se la fui metiendo poco a poco, para no hacerle daño. Se movía como una posesa. Con ese trasero tan precioso y aún virgen, tan estrecho al principio y luego tan suave, mi polla, enrojecida de tanto roce y placer, iba a estallar. Ana se retorcía de gusto y se sobaba las tetas, pellizcando sus duros pezones. Evidentemente tenía un orgasmo tras otro y cuando noté que me iba a correr, la saqué y se la puse entre las tetas haciéndome una cubana de campeonato. Con su larga y diestra lengua, llegaba a mi capullo enrojecido, aumentando mi placer.
– ¡Yaa… me voy a correr…! – grité retorciéndome.
– ¡Dame toda tu leche! – dijo Ana abriendo la boca – ¡Échamela toda dentro!
La cogí del pelo y echándole la cabeza para atrás, le puse el capullo justo encima de la boca. De golpe fueron saliendo de la boca de mi polla goterones de semen muy espesos y sabrosos que Ana fue recibiendo, antes de tragarse, en su paladar. Después del esfuerzo, nos lavamos en el río y ella se vistió. Ese día de campo no se me olvidará en la vida.
La segunda experiencia que quiero contar, también la tuve durante el verano cuando, por suerte o por desgracia, me quedé una semana entera de “Rodríguez”. Por fortuna me defiendo más o menos bien con la casa, pero un día, al poco de levantarme de la cama, mientras desayunaba, llamaron por teléfono. ¡Y qué sorpresa! Era mi cuñada Araceli que, sabiendo de mi situación, me invitaba a comer. Sin pensarlo dos veces, acepté. Araceli es la típica niña pija. Morena, delgada y algo tímida, aunque conmigo, siempre que nos vemos, habla por los codos.
A la hora indicada me presenté en su casa. Al abrir la puerta me recibió vestida con un albornoz de baño y con dos besos, que yo ya esperaba, en los carrillos, pero esta vez me sorprendió ya que sus besos rozaron la comisura de mis labios. Me invitó a pasar y me dijo que su marido no estaba por motivos de trabajo. Verla ya de entrada con ese albornoz, me dejó un poco excitado.

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– Bueno, Alberto – me dijo – ya sé que se te da bien la cocina así que te cedo el mando mientras yo me voy a dar una ducha pero, cuidado… ¡que no se te queme el asado!
Me quedé de cocinero pero, entre los besos de bienvenida e imaginando como se estaba duchando, me sentía muy cachondo. Siempre había tenido a Araceli como muy recatada y la situación me producía mucho morbo. Al final bajé un poco el fuego y me fui al cuarto de baño. Se oía perfectamente el caer del agua. Abrí la puerta lo justo para observar ese momento tan delicioso.
A través de la cortina traslúcida se podía adivinar el dibujo de su cuerpo joven y bien proporcionado. Sin poderlo evitar, me saqué la polla y empecé a pelármela lentamente. El jabón le resbalaba por todo el cuerpo y Araceli no paraba de moverse cambiando de postura. En el suelo, junto a la puerta, estaba su ropa interior. Estiré la mano y le cogí las bragas, aspirando aquel maravilloso aroma. El morbo y el peligro de la situación, cada vez me ponía más dura la polla, que hacía tiempo ya babeaba. Cuando noté que Araceli estaba terminando, aceleré los movimientos de la piel de mi polla y descargué toda la leche en sus bragas. Fue increíble. Las dejé otra vez en el suelo y cerré la puerta del baño, dirigiéndome a la cocina. Al poco salió Araceli con una camiseta blanca, aún mojada, y unas bragas.
– ¿Qué tal va el asado, cocinero? – me preguntó sonriendo.
– Ya podemos sentarnos y comer – le dije mirándola de arriba a abajo.
No llevaba sujetador y se le marcaban, a través de la camiseta, sus pezones grandes y duros. Durante la comida no paramos de hablar, yo intentando sacar el tema del sexo y decirle que estaba estupenda y ella cerrándose en banda, cambiando de tema. Después de comer, me ofrecí a lavar la vajilla y ella, encantada de la vida, me dio unos guantes.
Mientras yo enjabonaba, ella aclaraba los platos y los dejaba en el platero, pasando por delante de mí, frotando descaradamente su trasero por mi paquete. En un momento dado se secó las manos y me dijo:
– Anda, Alberto, quítate la camisa que te la estás mojando.
Al llevar puestos los guantes, fue ella la que me fue desabrochando botón a botón. Con mi torso ya desnudo y a cien, yo seguí con lo mío pero ella también, rozando mi cuerpo y sus pechos descaradamente con el mío. Los notaba bien duros.
Mi polla estaba que se salía de mi pantalón y ella, notándolo, no paraba de frotarse contra mi cuerpo hasta que, en un momento dado, sus manos desabrocharon mi pantalón y me bajaron lentamente la bragueta.
– Y esta maravilla, Alberto, ¿qué es? – me dijo Araceli sonriendo.
– El postre de la casa – le contesté – Todo para ti.

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Araceli se puso de rodillas delante de mí y empezó a pasar la lengua por la punta de mi capullo que asomaba por el slip. Cuando me quedé en bolas Araceli se desmelenó, chupando y mamando toda mi polla hasta los huevos que, uno a uno, se metía en su pequeña boca. La “pija” de Araceli la chupaba de maravilla, como si de una piruleta se tratase. Yo, sin los guantes, la cogí del pelo y la puse de pie.
Morreándonos frenéticamente, nos fuimos al dormitorio. La empujé sobre la cama y mientras la iba desnudando, le decía, cachondo perdido:
– Aquí es donde te folla tu marido, ¿verdad? ¿Te lo hace bien…? Pues espera y verás… ¡Ábrete de piernas, viciosilla!
La muy pureta en apariencia, llevaba el coño depilado. Fui pasando mi lengua juguetona de arriba a abajo por sus labios vaginales hasta llegar a su blanco trasero. Araceli se abría aún más con las manos, su coñito y no paraba de jadear sacando la lengua, mojándose los labios. Se acercó dos dedos de mi mano derecha a su boca y me los chupó con deseo. Poco a poco y llenos de saliva, se los fui introduciendo en su cerrado ano hasta dilatárselo. Al principio, al notar esta sensación extraña, contraía sus músculos por lo que le dije:
– Tranquila, relájate, no pasa nada, ya verás cómo te gustará.
Estaba tan excitado por la situación que no aguanté más y con el culo bien dilatado, fui metiéndole la verga lentamente hasta los huevos. Araceli no paraba de gemir, jadear y de moverse como una serpiente buscando nuestras bocas y jugando con nuestras lenguas, llenas de saliva.
– Ahora lo mejor del postre… la nata – le dije – Te gustará.
– ¡Oh, sí, dámela toda! – exclamó.

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Llevé mi polla hasta su boquita de piñón. Y me corrí salvajemente. La chupada que me hacía mi cuñada le llenó la boca del caliente semen que salía de mi rojo capullo, sin parar de gemir. Fue una experiencia increíble, lo que nunca me hubiera esperado de mi querida cuñadita.
Prometo volver para explicaros unas cuantas experiencias que he vivido.
Besos de un infiel confeso.

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