Relato erótico

Soy feliz

Charo
13 de noviembre del 2018

Está tan feliz con su novio, el sexo les funciona de maravilla y ha querido contarnos uno de los muchos encuentros que han vivido. Son pura pasión, sensualidad y erotismo.

Silvia – Madrid
Amiga Charo, te voy a contar una sesión de amor pasada con Sergio, mi novio, por si quieres publicarla en una de tus estupendas revistas.
Aquella prometía ser una tarde de miércoles descansada. Primero una sesión de relajación con película incluida, a continuación una dedicación al placer completa y a casa. Era muy posible que salir un poco antes y comer un plato rápido en lugar de ir a comer al restaurante de siempre, valiera la pena.
Llegué nerviosa, como siempre, llamé al interfono y esperé a que me abriera la puerta. El sol de mediodía brillaba alto sobre el parque frente a la casa mientras yo observaba de reojo los extremos de la calle vacía. Me sorprendió el ruido de la puerta al abrirse. Entré rápidamente y me tranquilicé a medida que me internaban en la sombra del vestíbulo y mis pupilas se adaptaban a la penumbra fresca del interior, olvidando la luz cegadora de la calle que me obligaba a entornar los ojos.
Al llegar al piso, procuré dejar las cosas sobre la silla en que acostumbraba a hacerlo para no tener ningún descuido al marcharme, pedí un vaso de agua, me saqué los pantalones y los dejé perfectamente doblados sobre el bolso y el casco. Él se arrodilló frente a mi, visiblemente emocionado y acarició delicadamente mis piernas con el dorso de la mano, ascendiendo por las pantorrillas, los muslos y finalmente mis nalgas, apreciando la tersura de la piel marfileña y el atractivo silvestre que me confería el vello rebelde. Era una caricia suave y me percaté de que los nervios ya habían desaparecido.
Entonces me di cuenta de que desde que había entrado estaba sonando un nocturno de piano y sobre la estantería había dos velas aromáticas encendidas. La atmósfera favorecía la serenidad que se apoderaba de mí.
Sergio se incorporó, puso en marcha el DVD con la película que él había elegido para mi la noche anterior, se giró y me besó tiernamente en los labios mientras que con la otra mano sujetaba mi cuerpo, que tuvo que notar relajado. Sentía a media espalda, sobre el jersey color teja, su palma, caliente, viva, acariciando mi piel. El fuego entre mis piernas se estaba avivando hasta ser casi doloroso, necesitaba apartarme la braga y abrir mis piernas y que él se comiera mi chochito, besara mis labios vaginales y bebiera mis jugos para evitar que se desbordasen.
En un movimiento en cámara lenta eché a un lado la prenda y presioné los hombros de Sergio hacia abajo, marcándole el camino de mi deseo. El comprendió, me fue dejando caer despacio sobre su sillón y se puso de rodillas entre mis muslos entreabiertos.

Sacando la lengua fue dejando un rastro de saliva desde mi ombligo hasta el elástico superior de la braga. Se detuvo y admiró el fruto hendido a unos centímetros de su cara, manando flujo nacarado y del que se desprendía un fragante aroma de mujer en celo.
Sergio llevó su boca sedienta a mi jugoso coñito y soldó sus labios a mi sexo, serpenteando con la lengua entre la rajita oculta tras el vello y el clítoris. Sentí el calor de su lengua hurgando en mi sexo y una descarga de adrenalina y hormonas, como una corriente eléctrica, y mi cuerpo, independiente ya de mi mente, obligó a mis piernas a levantarse, subir las rodillas muy alto en el aire y abrirme más aún a la exploración de Sergio.
Mis caderas empezaron a moverse como queriendo trabarse a la boca de él. Con mis manos retenía su cabeza, acariciaba su pelo y le apremiaba a merendarme toda. Quería sentir más profundamente la dulzura de su lengua recorriendo mi clítoris y sus labios, aquel apéndice candente intentando entrar en mi sexo.
Apoyé las piernas sobre los hombros de Sergio para estar más cómoda y me dejé hacer. El placer me envolvió, se expandió desde mi sexo hacia mis ingles perladas de sudor, cálidas, temblorosas, de allí se propagó hacia los muslos y ascendió por mis caderas, se deslizó como una ola por la gloria infinita a través de mis glúteos, remontó como un fuego abrasador por mi columna hacia mi nuca, de allí saltó a mi cuello, llegó a mis labios y los inflamó, se propagó a mis pechos, sentí que mis pezones iban a explotar.
Cuando la sensación pasó, abrí los ojos, giré la vista a la pantalla, donde un actor y una actriz se desnudaban en una playa. Un negro imponente con una verga descomunal jugueteaba inocentemente con una vikinga de senos prodigiosos. La escena se desarrollaba como no podía ser de otra manera y el moreno acababa suspendiendo en el aire a la rubia saltarina para acabar empalándola tal y como estaba, de pie, el agua hasta las rodillas, una columna de azabache en el azul turquesa infinito, manteniendo a su compañera en vilo con la ayuda de sus brazos musculosos y su no menos enérgico miembro. Tras una serie de contorneos gimnásticos que fracturarían la espalda del mismo Batman, descorchaba la rubia y de su manga cubierta de venas, resplandeciente bajo el sol del Trópico, manaba un surtidor de semen inagotable.
Mientras ésta escena imposible sucedía y durante largos minutos, Sergio no cesó de lamerme, después humedeció los dedos índice y corazón de su mano derecha y los introdujo en mi coño, separando los labios mayores. Volvió a humedecerlos y los frotó suave y rítmicamente, recorriendo toda la superficie interior. Primero con un compás lento, luego aumentó la cadencia y solo se escuchaba en la habitación su respiración sobre mi pubis y mis sollozos de placer, cada vez más enérgicos y profundos.

Yo sentía como se electrizaban mis músculos, se sensibilizaba la piel. Todas las células de mi cuerpo esperaban ansiosas el momento de la explosión. Mi vista perdía claridad, se difuminaba, empezaba a percibir el mundo como si se estuviese alejando, las imágenes de la pantalla ya no tenían ninguna importancia, la sensación que ocupaba mi cuerpo lo era todo.
A medida que Sergio introducía sus dedos en mi vagina, la sensación de que algo me faltaba iba en aumento, estaba insatisfecha, necesitaba más, pero de nuevo un roce con el clítoris me llevó a subir un nivel. Mis pulsaciones se dispararon, mi respiración había dejado hacía ya tiempo de ser normal, ahora respiraba por la boca, entrecortadamente, jadeando.
Después Sergio cambió de táctica, separó la cara de mi entrepierna y mientras acariciaba el clítoris con el dedo pulgar de su mano izquierda, la palma apoyada en el pubis sintiendo los pequeños vellitos que empezaban a brotar, curvó hacia arriba las puntas de los dedos de su mano derecha, en mi interior, palpando las paredes y la zona entre la bóveda y la entrada de mi útero, perfectamente distinguible, hinchado y prominente. Cuando alcanzó tocar una zona rugosa, se concentró en ella, amasando con las yemas y arrancando un grito de placer de mi garganta. Alrededor de los dedos de Sergio una leve dilatación y una sensación de calor familiar, paredes cálidas, suavidad íntima, un deslizamiento acariciante, mi cuerpo que se dilataba alrededor, envolviéndolos, absorbiéndolos, circundándolos, engulléndolos en su interior.
El siguió tocando allí mientras destapaba el clítoris, apartaba la piel, presionando levemente con la palma de la mano hacia arriba y armonizaba el ritmo y presión de sus dedos, dentro y fuera de mí.
Ahora veía yo en la pantalla como el mismo caballero de color, u otro de similares y portentosas características físicas, poseía al mismo tiempo a dos turistas escandinavas que se habían dejado caer por su cabaña. Las dos nórdicas parecían muy bien avenidas y se solazaban tanto entre ellas como con el negro, cuando yo sentí que, apoyado en la entrada de mi vagina, la forma inequívoca de un pene presionaba hacia el interior. Sorprendida miré a Sergio que me mostró la sorpresa de la tarde: un pequeño consolador de gelatina brillante, que agitaba en su mano. Yo le dejé hacer.
A medida que separaba más las piernas, el consolador se abría paso en mi sexo, cuyos labios se apartaban ante el empuje del dildo. La imitación de sexo masculino en mi sexo entraba y salía repetidamente. La expresión de ensimismamiento y delectación que comunicaba mi rostro indicaban claramente que gozaba de lo que me estaban haciendo. El miembro artificial se enterró sin prisas y sin esfuerzo en mi interior.

Se doblaba amoldándose a la forma de mi cuerpo como no lo había hecho ningún pene y sus rugosidades me permitían sentir cada uno de los pliegues y formas de mi propio interior. Percibí como, mientras era poseída por el pene de gelatina, una lengua acariciaba solícitamente mi clítoris. Era una doble sensación extremadamente placentera.
En el televisor, el negro poseía a una de las dos amigas que estaba a cuatro patas, al estilo perro, con la proa apoyada en la entrepierna de la otra sueca y la popa batida por el mulato. Era asombrosa la energía que mostraban los actores y la escasa sensibilidad que debían tener sus genitales para machacarlos con aquel fervor y aquella energía sin que sufriesen daños irreparables.
Sergio se incorporó levemente y se bajó los pantalones en un rápido movimiento y debajo de los calzoncillos se apreciaba la forma inequívoca de un miembro masculino en erección. Cuando puse la mano encima, me sorprendieron dos cosas, primero, su calor, la tela ardía encima del pene y segundo, su movimiento, en cuanto lo rocé con la yema de los dedos pude sentir como se movía, se enderezaba sin esfuerzo, apartaba el slip y se asomaba al exterior. La polla de Sergio apuntaba al techo, rígida, de una gran dureza, pulsando con un latido propio. El espectáculo de mis sólidos muslos enmarcando mi empapado coñito prominente y mi suculento culo, sobresaliendo fuera del asiento del sillón bastaban para enardecer al más pintado. El capullo apareció triunfante, una cabeza soberbia, amoratada, lustrosa, refulgente y con una impalpable humedad brotando de su orificio.
El lubricó toda la zona e incorporándose un poco más, apartó mi empapada braga, la aseguró a un lado y finalmente me penetró lo más profundo que pudo, invadiendo el tórrido interior de mi vagina con una serie de movimientos extremadamente lentos, hasta que sintió el tejido del sillón acariciando sus testículos.
Contuve la respiración unos segundos sujetando mis piernas en alto y después dejé escapar el aire de mis pulmones en lo que terminó siendo un gemido de rendición y placer. Quería ser follada, poseída, follada con todas las letras y Sergio se estaba aplicando en ello, apoyándose junto a mis costados y consiguiendo una mayor libertad de movimientos para bombear dentro su miembro. El interior de mi vagina estaba tan engrasado que después de cada empujón desenterraba el miembro reluciente y cubierto por una película ambarina. Sentía los testículos empapados y tenía la impresión de que el sillón también lo estaba. En cada envite sus caderas chocaban con mis muslos, elevados y mantenidos en alto, mientras sus huevos se estrellaban contra la redondez de mis nalgas.

Comenzó a murmurar en mi oído, diciéndome que quería que me abriese más, que quería oír mis gemidos. Yo respondía con las caderas entregadas al ritmo frenético del que me estaba llevando al borde de un orgasmo monumental. Me notaba completamente llena y en cada movimiento hacia atrás parecía que iba a vaciarme detrás de aquella polla maravillosa. Mi culazo se revelaba bajo los golpes de los testículos reclamando atención, pues también quería disfrutar del éxtasis tras la miel apenas probada de los dedos de Sergio.
Cada vez que él llegaba al fondo nuestros gemidos se entrecortaban, yo sentía su peso, su presión en mi interior y un ardor que pedía a gritos una descarga de leche que culminara con una culminación salvaje. Empecé a murmurar, incoherentemente, pidiendo, suplicando que me partiera en dos con su pollaza, diciendo cosas que normalmente no me atrevía a verbalizar, insultándole, manifestándole lo caliente que estaba y que quería su chorro de leche en el fondo del coño. Y Sergio me complació. Mientras yo friccionaba frenéticamente mi clítoris, él curvó su espalda y empujó una vez más, pero en esta ocasión sin retroceder, punzando hasta el fondo, liberando un surtidor de cuajada en el interior de mi coño. Mi éxtasis llegó a continuación, ascendiendo tan alto como el último gemido que escapó de mi garganta. Todo mi cuerpo se vio recorrido por una convulsión salvaje, mis piernas se sacudieron agarrotadas en el aire hasta que poco a poco me calmó y fui dejándolas reposar sobre la espalda de él. Sergio se derrumbó sobre mis pechos todavía escondidos tras el suéter. El sudor de su frente mojó la prenda y sintió los latidos de mi corazón batiendo sin control. Mis manos acariciaron su pelo. Me sentía en la gloria.
Besos y felicidades por tus revistas.

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