Relato erótico
Soy así y no cambiaré
Está casada y como casi todas las mujeres que envían un relato, todo funciona bien pero… siempre hay algo que las hace dudar. A ella le gusta vestir provocativa y últimamente su marido se mosquea. Un día le plantó cara y le dijo, que estuviese tranquilo, pero que ella no cambiaria.
Eli – Almería
Me llamo Eli, mido 1’67m, tengo 30 años. Tengo un buen culo, sin mucha cadera, vientre plano y pecho normal. Recuerdo que, al principio de mi matrimonio, eran constantes las peleas con Pablo (mi marido), nos peleábamos principalmente por mi forma de vestir, decía que todos me veían las bragas, que no me agachara de tal manera, en fin, todo le molestaba. Un día pilló in fraganti a unos adolescentes espiándome, les preguntó lo que estaban haciendo y un poco asustados, le contestaron que solo iban a despertarme. Cuando entró Pablo a la habitación y me vio dormida, y desnuda, me empezó a regañar. Le dije que así dormía siempre, él ya lo sabía, y que no se molestara con los chicos, que fui yo quien les dijo que me despertaran (les dije que tocaran la puerta, no que entraran).
En mi casa siempre hay hombres, muchas veces debido al negocio de juegos electrónicos que tenemos; a veces está mi hermano con sus amigos, otras veces están mis sobrinos, cuñados, en fin, siempre hay gente en casa; y yo, siempre a la misma hora, hago mi siesta y desnuda. En otra ocasión, Pablo se fue a trabajar y me dejó dormida, después de una hora llegó con un amigo por una herramienta que había olvidado, estuvo tocando (ya que también olvidó las llaves) hasta que me desperté, me levanté y como siempre, solo me puse una bata que me cubre casi nada, al abrirle, casi se le salen los ojos a su amigo, no sabía dónde mirar más, si mi entrepierna o mis pechos… También esa vez se enfadó mi marido. Como decía en un principio, eran constantes las peleas, yo no soy de carácter fuerte, pero soy muy determinante en mis decisiones, y le dije:
– Así me conociste y no cambiaré, si buscas alguien como tú quieres, búscate otra.
Le dije eso en un tono fuerte, porque me dijo un montón de groserías. Se asustó al verme tan decidida a dejarlo, y ya no me recriminó nunca más nada. Pablo es operario en una fábrica y venia a por él un compañero de trabajo que se llamaba Rafa, tenía unos 48 años, bajo, fornido, con una enorme barriga, bigote poblado, moreno, de rasgos toscos, en fin, era feo. Su mirada fuerte y penetrante, nunca le podía sostener la mirada. Así es que cada vez que me miraba, muy a mi pesar, tenía que bajar la vista, denotando signo de debilidad. Al principio, cuando venía a recoger a Pablo, llegaba a las 5’30h y mi marido ya estaba listo, salía a despedirlo a la puerta, y solo intercambiaba un saludo con Rafa.
Pero este, en vez de devolverme el saludo, se dirigía a mi marido con groseros comentarios como:
-Pero Pablo, mira qué clase de bomboncito tienes en casa, con razón siempre andas desganado, todos las noches has de estar a tope”, “pero mira qué clase de mujer tienes cabrón, si no te la montas todos los días es porque eres muy gilipollas”, “mira que delanteras le dio Dios”, “pero que culo”…
A mí me chocaban esos comentarios y sobre todo que lo mencionara delante de Pablo y este no le dijera nada.
Desde que conocí a Rafa me causó mala espina, le dije a Pablo que no lo trajera a casa, que me miraba muy raro (me fornicaba con la vista). Él solo se reía y una vez me dijo:
– Rafa es muy divertido, siempre está contando chistes, es muy grosero, pero es su forma de hablar, no es que lo haga por ofender. No le des importancia a su apariencia, en el fondo es buena persona. Si lo tratas, verás cómo te cae bien. Ni siquiera acepta que le dé dinero para gasolina, ya ves que viene a recogerme hasta casa. No seas así con él.
A medida que se ganó nuestra confianza, iba llegando más temprano, hasta que llegó un momento que era él el que nos despertaba y se quedaba en la sala mientras Pablo se preparaba, luego comía con nosotros, en cierta forma nos sentíamos comprometidos y era una forma de devolverle el favor. Al principio tenía desconfianza, pero poco a poco la fui perdiendo, ya hasta me parecía divertido, era feo y grosero, pero me fui acostumbrando a sus comentarios vulgares, llegó un momento que los escuchaba como algo normal, pero esa mirada libidinosa, como me hacía sufrir. Una vez le dije:
– No me mires así, me haces sentir incómoda, parece que me comas con la vista.
Quise decirlo en un tono fuerte y determinante, como lo hacía con Pablo cuando algo no me gustaba, pero su mirada me cohibía y me salió una voz delgadita y con la mirada en el suelo, pues parecía que en vez de reclamo era gratitud, es como si le dijera “gracias Rafa por violarme con la mirada” y claro, él soltó su carcajada contestando:
-Eso quisiera yo, comerte. Se te ve en la mirada que estás hambrienta de sexo, como que Pablo no te da como es debido, por eso vas calentando a todo mundo, mira cómo me tienes.
Al hablar se iba tocando el paquete.
– Por eso me gusta venir a por tu marido, porque me permite verte casi como Dios te trajo al mundo.
Como dije anteriormente, al principio me molestaban esa clase de comentarios, pero ahora me daban risa, e incluso me gustaban. Si a Pablo no le importaba, a mí menos. Rafa empezó a llegar antes. A veces abría él y en otras era yo. Una vez, llegó muy temprano y se me olvidó ponerme las braguitas, solo me puse la bata y bajé a abrirle para que pasara a la sala. Se quedó sorprendido de verme casi desnuda. Al ir subiendo las escaleras, se paró justo al pie de ellas, para verme por abajo y me dijo:
– Desde aquí se ve el cielo, que panorama.
Sus palabras y el imaginar lo que estaba viendo desde su posición, hicieron que mi coño se mojara. Coqueta, le obsequié una sonrisa y me empecé a contonear un poco más. Desperté a Pablo, se fue a bañar, me puse unas braguitas y bajé para hacer el almuerzo. Se me hizo raro no ver a Rafa el pie de la escalera como siempre, esperando para ver debajo de mi bata. Al pasar hacia la cocina miré hacia el baño, estaba la puerta abierta y Rafa con el pene al aire, sacudiéndolo, acababa de orinar. Me quedé hipnotizada ante semejante tamaño de carne que tenía entre las manos, el rubor me subió a las mejillas, un ligero calor bajó a mi entrepierna, ¡era inmensa! Nunca había visto algo así. Rafa me miró y sin dejar de moverla, me dijo:
– ¿Te gusta Eli?
Tiró la piel hacia atrás, apareciendo una brillante cabeza rojiza, las venas se marcaban poderosas. Se me hizo la boca agua, quería moverme pero estaba pegada al suelo, mis ojos no se apartaban de esa hermosura de carne, no me di cuenta que se iba acercando hasta que lo tuve enfrente y me dijo:
– Con confianza Eli, tócala, yo sé que te gusta, no tengas miedo.
Me cogió la mano y poco a poco la fue colocando alrededor de esa mole, mis ojos seguían fijos en esa belleza, quise gritarle que me dejara, que era una mujer decente; quise correr, quise gritarle a mi marido que me ayudara a vencer la tentación de ese demonio, me grité a mí misma que era un viejo rabo verde, que ese hombre era horrible, que si mi esposo nos sorprendía estaba perdida, pero de mi voz no salió sonido alguno, era una locura arriesgar el amor que sentía por mi marido por una… ¿Suculenta y jugosa verga? Mis pies seguían inmóviles y mi mano, ¡oh, mi mano! Impaciente para esperar la decisión de mi raciocinio se movía para arriba y para abajo sintiendo la calidez y dureza del pene más hermoso que había conocido.
– Sabía que eras una calentona. Te voy a dar lo que quieres, ¡vamos, chúpamela!
Me cogió de los hombros y me empujó para abajo, caí de rodillas y la colocó en mis labios. De mi ser brotó un último aliento de pudor y mantuve mis labios cerrados, y en mi pensamiento gritaba “¿pero, que estoy haciendo?, que va a pensar de mí, mi marido esta allá arriba…”. Pero mi cuerpo se rebeló a mi cerebro y mi boca se abrió, entrando poco a poco esa majestuosidad. Las quijadas me dolieron al abrir la boca para que entrare tamaño portento, sentía la suavidad de su piel y su calidez quemaba mis labios, parecía que estaba viva al sentir como palpitaba en el interior de mi cavidad bucal.
Me empezó a fornicar violentamente y en pocos minutos se corrió, la primera descarga me cayó en la nariz y la mejilla, rápidamente abrí la boca y la engullí para que acabara dentro, no quería que me manchara más, los últimos movimientos de su cadera indicaban que ya había terminado, los tenía en mi lengua y me preguntaba si podría tragármelos sin vomitar, lo hice, aunque me dio un poco de asco. Me levanté y tomé un vaso de leche, me lavé la cara, mientras él seguía manoseando con desesperación mi culo y mis tetas.
– ¡Ya! No tardará en bajar Pablo.
A regañadientes me hizo caso y se fue a sentar a la sala, a los cinco minutos bajó mi marido. Rafa bromeaba como siempre y se comportaba como si nada hubiese ocurrido. Mi cabeza era un torbellino de ideas, me sentía sucia, culpable por lo ocurrido. Cuando Pablo me dio el beso de despedida, temí que se descubriera mi primera infidelidad. Cuando se cerró la puerta tras de ellos, por mis mejillas corrían lágrimas de arrepentimiento. ¡Maldita zorra! Me dije. Como pude traicionar el voto de fidelidad que juré en el altar cuando me casé. Mi comportamiento no tenía nombre, y fui a traicionarlo con el hombre más horrible que haya conocido. Yo, que tenía infinidad de apuestos pretendientes, tuve que hacerlo con, eso… Me lavé la boca como 10 veces, hasta que me sangraron las encías, como si con eso remediara la situación, estuve llorando largo tiempo, hasta que me juré que no volvería a pasar otra vez.
Seguiría siendo la esposa fiel, la decente, nadie tendría por qué saber ese pequeño desliz, además ni siquiera me había hecho el amor, solo una pequeña chupada, solo dos o tres minutos duró mi debilidad. Nadie lo sabría, y si Rafa se atrevía a contarlo, lo negaría siempre. Recobré la confianza, me metí a la ducha y cuando estaba terminando, sentí que llamaban; pensé que era Pablo.
Me enrollé una toalla en el cabello y con otra envolví mi cuerpo, bajé y al abrir la puerta, quedé muda de la sorpresa, Rafa entró cerrando la puerta tras de sí.
– Hola pequeña zorrita, vine a concluir lo que empezamos.
Se abalanzó sobre mí y me arrebató la toalla.
– ¡No Rafa! Por favor, lo que hicimos esta mañana fue un error, déjeme.
-No Eli, el error fue no haberte follado como te mereces.
Me agarró del culo y me empezó a besar en la boca, sentí su asqueroso aliento a cigarro y como sus espesos bigotes se me metían en la nariz.
– ¡Ya basta! ¡Respétame por favor! Le voy a decir a Pablo.
Por primera vez le sostuve la mirada, mi amor por Pablo me daba fortaleza, cogí la toalla del suelo y cuando estaba a punto de amarrarla, Rafa se desabrochó el pantalón y se lo bajó.
– ¿Qué le dirás a Pablo, Eli? ¿Que al ver esta verga, no resististe la tentación de chuparla y que en pocos minutos me vaciaste?
No lo podía creer, otra vez no, mis pies quedaron rígidos al ver como se balanceaba poderoso ese hermosísimo pene, como desafiando a la gravedad, veía claramente donde nacía la vena principal y donde terminaba, solo envuelta por esa suave y delicada piel, le veía todas y cada una de las venas que cubrían ese pedazo de carne, se balanceaba como diciendo ven, aquí estoy, tómame… Sin darme cuenta, mis manos se abrieron y la toalla cayó nuevamente, quedando desnuda.
– Vamos Eli, no te hagas la puritana conmigo, yo te conozco bien, tu no eres hembra de un solo hombre. Estás insatisfecha y necesitas ser llenada.
Mientras hablaba se tocaba la piel de esa belleza, ese pene jugoso estaba maldito, me tenía hechizada, hipnotizada, mi voluntad estaba hecha añicos. No podía apartar mis ojos de su bamboleante órgano sexual. Se acercó, me cogió de la mano y la puso alrededor, se repetían los acontecimientos de hace horas, mi mano se movía rítmicamente, apretó mi culo con sus manos y me besó. Su aliento a tabaco ya no me disgustaba, mi entrepierna estaba empapada, a medida que su boca avanzaba, mi cuerpo sufría constantes descargas eléctricas. Cuando llegó a mi coñito, me llegó mi primer orgasmo, tomé su cabeza con desesperación y la hundí en mi entrepierna gritando:
– ¡Cómete mis jugos desgraciado, como yo me comí tu esperma!
Se levantó y me condujo dócilmente hacia la habitación, yo le seguía como una perrita sigue a su dueño. Me recostó en la cama, me separó las piernas y me dio besitos nuevamente en mi coño, sus manotas movían rítmicamente mis tetas con desesperación, pellizcaba los pezones y su lengua intrusa recorría todas mis profundidades; tuve tres hermosos orgasmos. Su voz la sentía lejana, estaba disfrutando como nunca y me olvidé de todo, no pensé en Pablo, ni en Rafa, en nadie, solo en las sensaciones de mi cuerpo, no me importaba que su enorme barriga le dificultara moverse como él quisiera, no me importaba el tremendo peso que sentía al ponerse encima para que se la volviera a chupar, mientras él hacía lo mismo con mi conejito, no me importaba nada, solo las sensaciones, no me importaba desencajar la boca al abrirla tanto para que pudiera entrar esa belleza de pene, no me importaba que violara mi garganta, que entrará hasta mi esófago, ni arcadas tenía, pues todo mi cuello estaba dormido, ¡y esa vista Dios mío, que vista! Sus vellos púbicos chocando con mis labios, esa monstruosidad de carne devorada completamente por mi boca, y mis orgasmos incontenibles, uno tras otro, no me importaba nada, ni cuando se vino en torrentes y me llenó el pelo, la cara y mis pechos. Miré a Rafa con la mirada vidriosa de deseo, lo admiraba, era un superhombre, jamás tuve tantos orgasmos, ni en mis mejores sueños. Él continuaba con la mirada llena de deseo. De nuevo su lengua volvió a la carga, pero esta vez entraba en mi agujerito posterior, me amasaba el culo, mis pechos, estaba desesperado, y volví a gritar cuando me llegaban nuevamente mis orgasmos, uno, dos, tres. Me dio la vuelta y me separó las piernas, colocó su pollón en la entrada y empujó. Me quejé largamente, sentí que se me estiraban todos los músculos de las piernas y esa hermosura nunca acababa de entrar, cuando entró un poco más de la mitad, algo la detuvo, me sentía totalmente llena.
Su inmenso vientre le dificultaba maniobrabilidad, entonces me levantó las piernas y las puso en sus hombros, la sacó un poco y la volvió a meter con fuerza y un fuerte quejido volvió a salir de mis labios, me removió todo por dentro, pero entró completa.
– Después de esta follada, solo quedarás satisfecha con mi rabo.
Yo respiraba con fuerza y muy rápido, cuando Rafa empezó un potente mete y saca, nuevamente los orgasmos llegaron, en forma continua, empecé a gritar como loca, mi vagina estaba hirviendo, fueron tantos los orgasmos que empecé a convulsionar; cuando Rafa se vino, lentamente empecé a sentir un sopor agradable y creo que me desmaye. Al abrir los ojos, tenía el pene de Rafa metido en la boca. Sonreí y se volvió a venir. Era insaciable ese hombre. Ya nunca estoy insatisfecha, porque entre mi marido y Rafa, me llenan por completo.
Besos.