Relato erótico

Sin palabras

Charo
20 de junio del 2019

Es o mejor dicho, era profesor de un colegio importante de su ciudad. Aquel día coincidió en la sala de ordenadores con una de las chicas que hacían la limpieza. Siembre iba con el uniforme, pero aquel día llevaba ropa de calle y lo dejó sin palabras.

José Antonio – Sevilla
Tengo 32 años y lo que voy a contarte pasó hace apenas dos años. Había sido profesor de matemática durante muchos años en aquel colegio. Era grande y tiene todos los niveles de enseñanza, desde los 3 a los 18 años. Siempre fui una persona apreciada, tanto por los alumnos, como por los los padres. Yo me sentía muy contento trabajando allí, hasta que sucedió esto. Fue una de las experiencias más maravillosas de mi vida.
Era un día de verano y las clases estaban a punto de comenzar. Los profesores empezábamos a prepararnos para entrar en clase y yo estaba preparando unas clases en el ordenador del departamento de informática. No recuerdo bien que era lo que estaba haciendo, pero si me acuerdo de una voz femenina, sensual, seductora a mis espaldas. Quizás hacía tiempo que estaba detrás de mí, observándome, pero justo ahora me daba cuenta. Me di la vuelta de inmediato y allí estaba Carmen. Una de las mujeres de la limpieza, de esas con las que siempre me cruzaba y saludaba amablemente, pero ahora estaba distinta. Sin la bata a cuadritos que siempre lleva puesta, y pude contemplar su hermoso cuerpo.
No imaginé que tuviera unas tetas tan grandes. Como yo estaba sentado en una silla, al darme vuelta y encontrarme con ella pegada a mis espaldas, lo primero que vi fueron sus enormes pechos, por supuesto, debajo de un top ajustado y negro. Parecía que se querían escapar de ese lugar, redondas, perfectas, grandes como melones, más grandes que melones.
Tan inocente que parecía con su uniforme y ahora con la cintura al aire. Esa hermosa cintura, con ese ombliguito tan delicado. El resto de su vestimenta era un pantalón amplio, de tela blanca, muy transparente. Demasiado transparente. Y eso lo noté cuando me preguntó si podía usar alguna impresora. Por supuesto, ¿como me iba a negar? Además la chica llevaba el pelo largo y negro suelto sobre la espalda, como a mi me gusta. Le llegaba hasta la mitad de la espalda, pero como siempre se lo había visto atado en un moñito ahora estaba muy sexy.
Me levanté y le coloqué una silla frente a uno de los ordenadores, que tenía la impresora disponible. Ella me sonrió y me lo agradeció antes de sentarse a realizar su tarea. Pude entonces ver su fantástico trasero, apenas contenido por un tanguita negra, bien metido en la raja de su culo. El pantalón, si bien era amplio y transparente, se amoldó a las formas de su culo cuando se sentó. Era muy excitante mirarla y también pensar en lo que podríamos hacer.

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Pero, ¿qué hacer? Si solo habíamos intercambiado alguna vez un saludo, nada más que eso. En fin, yo seguí con mis cosas hasta que, en un momento dado tuve que salir para llevar lo que había estado haciendo a clase. Cuando volví Carmen ya no estaba.
Nuevamente seguí con mis cosas cuando, de pronto volví a sentir una presencia en el despacho. ¡Allí estaba ella! Parecía un poco más nerviosa, miró al suelo, o mejor dicho, a sus pechos, y tiró un poquito su top negro a la altura de su cintura, para abajo, logrando que sus tetas resalten mucho más. Tosió un poquito y me dijo:
– ¿No has visto un lápiz que llevaba? Creo que me lo dejé olvidado aquí.
Miré hacia atrás, sobre la mesa donde estaba el ordenador que ella estaba usando, y no vi nada. Carmen ya se había agachado y metido debajo de la mesa, tratando de buscar el bendito lápiz. Yo hice lo mismo, así que estábamos los dos ahí abajo, agachados, buscando un lápiz que no aparecía.
– Estamos un poco ridículos aquí abajo – me dijo ella riendo.
– Sí, pero el lápiz no aparece – le contesté también con una sonrisa.
Al intentar salir de abajo de la mesa, Carmen se golpeó la cabeza con uno de los bordes y se agarró la nuca mientras se quejaba. Yo fui a auxiliarla y noté como una lagrimita se le escapaba por la mejilla. Sin dudas, el golpe tenía que haber sido bastante fuerte. Creo que como un gesto paternal, ya que Carmen no tenía más de 23 años, la abracé y ella depositó su cara en mi hombro mientras, no sé porque, me abrazó también. Así quedamos un rato abrazados en el salón, yo acariciándole la cabeza y ella abrazándome a mí. Tenía un pequeño chichón, pero ella no se despegaba de mis brazos.
– Tenemos que ponerle hielo – le dije.
– Sí – me contestó – voy a buscar uno.
– No, quédate aquí que, voy yo a buscarlo yo – le dije.
En menos de un minuto, me fui hasta la sala de maestros donde había una nevera y volví con un pedacito de hielo envuelto en un trapo. Carmen seguía allí, esta vez estaba sentada en una de las sillas, cogiéndose la cabeza con ambas manos. Yo me senté frente a ella en otra silla, aplicándole el hielo. Ella intentó tenerlo con una de sus manos, pero no logró despegar la mía, así que mi mano sostenía el hielo y ella sostenía mi mano. Su cabeza buscó refugio otra vez en mi hombro. Empecé a hacerle mimos en mi otra mano en una de sus orejas, mientras le cantaba despacito y en broma, “sana, sana, colita de rana, si no sana hoy, sanará mañana”. Carmen retiró lentamente su cabeza y dejó su rostro a muy pocos centímetros del mío y apenas susurró:

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– Gracias, eres muy amable.
Su rostro comenzó a alejarse muy lentamente del mío. Vi sus labios carnosos, temblorosos y sin poder resistirme la atraje hacia mí, le deposité un suave beso en esas carnes tan dulces, y ella respondió y los besos empezaron a hacerse más prolongados, más profundos, nuestras lenguas ya estaban trenzadas como si fueran dos llamaradas voraces.
Estábamos de pie en medio del salón, mi cuerpo la abrazaba y sentía todas sus formas contra el mío y Carmen, desesperada, besándome como si fuera el último hombre en la tierra. Entonces mis manos resbalaron por su cintura tan delicada y noté que ella se estremeció toda. Me agaché un poco y metí mi lengua en su ombligo, ella rió por las cosquillas, pero también pegó su pubis contra mi cara. El resto del cuerpo se había arqueado hacia atrás y mis manos pasaron de su cintura a sus nalgas carnosas, grandotas, mientras con la boca le arrancaba el pequeño cordón blanco que anudaba inútilmente ese pantalón amplio y transparente a su cintura. El pantalón cayó y dejó al descubierto esas magníficas piernas, ese tanga negro diminuto y pensé que me iba a cortar. Pero no, ella estaba tan caliente, tan desesperada que me empezó a desabrochar la camisa mientras yo le besaba el cuello, le mordía los hombros y ella, ya yo con la camisa fuera, me empezó a masajear el paquete.
Mi polla estaba a punto de estallar así que Carmen se abalanzó sobre mi pantalón y empezó a desabrocharlo mientras mis pies se deshacían de mi calzado para que el pantalón pudiese zafar del todo hacia abajo. Me dejó en bolas rápidamente y con maestría inusual, su boca se apoderó de mi pene grandioso y tieso, bien moreno, largo y grueso. Lleno de saliva, mojado, juguetón, le resbalaba de sus labios maravillosos para todos lados. Entonces le saqué el top y no puedo describirte el sujetador negro que llevaba porque voló en un segundo. La puse en una mesa entre dos computadoras y ella me rodeó la cintura con sus dos piernas, así pude contemplar sus tetas hermosas, enormes, que caían para ambos lados de tan grandes. Tenía unos pezones grandísimos y oscuros, como a mi me encantan, con esas aureolas tan grandes, porque con mi lengua puedo provocar un placer inmensurable-
Empecé a mamarle las tetazas, a mordisquearle los pezones, a amasarle esos prodigiosos pechos y los gemidos de Carmen se hacían fuertes, y demasiado excitado estaba yo como para pensar en lo que pasaba o donde estaba. Lev aparté el tanga con mis manos y se la clavé como pude, entrando fácilmente. Ella gritaba como una loca y yo embistiéndola con el tanga que me molestaba un poco pero en la calentura, ¿que importaba?

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Carmen guiaba mis movimientos, dentro, afuera, moviéndose como una lombriz. Le gustaba follar, era una bestia jodiendo y así vino mi primera leche, que le inundó la cueva, pero ella seguía frenética, pidiéndome más.
Y así seguí, tratando que no cayera el ritmo ni mi polla se arrugase en su delicioso coño, y así fue. Ella tuvo un espasmo increíble, me abrazó y gritó como si la estuviesen desgarrando. Estaba teniendo un orgasmo impresionante y yo me estaba corriendo por segunda vez dentro de ella, mientras sus uñas se clavaban en mi espalda y su cuerpo seguía estremecido, pero duro, como congelado
– ¿Qué pasa, amor? – le dije.
No hizo falta mucho para darme cuenta de lo que estaba pasando. Desde su posición podía ver perfectamente la puerta de entrada al local y allí, un grupo de alumnos nos estaban mirando. Cuando me di vuelta ya se habían retirado de la entrada. Yo estaba helado, mirando la puerta, con mi polla erecta y llena de mi leche y del flujo de Carmen. Ella aún en bolas, con la piernas abierta, el tanga apartado hacia un lado y la raja de su coño abierta, chorreando mi crema, con sus tetas llenas de mi saliva y su rostro como avergonzado, mirando el suelo, como sin entender que pasaba.
Al poco rato entró directora del colegio, una vieja simpática, hasta ese momento. Nos habían pescado in franganti, nos habían visto no menos de media docena de personas, algunas compañeras de Carmen, la directora, algunas otras maestras que habían oído los gritos de placer de Carmen, pero pensaban que otra cosa estaba pasando y como la puerta estaba abierta, un pequeño detalle que el placer nos hizo olvidar, pudieron entrar y mirar…
Por supuesto, me hicieron un expediente y me echaron, al igual que a Carmen. A ella no la vi nunca más, tampoco me acerqué al barrio y aunque me quedé con las ganas, no sé donde vive.
Un beso para todos y todas.

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