Relato erótico
Sin cruzar el límite
Son amigos desde hace bastante tiempo, viven al lado uno del otro pero, nunca habían cruzado el “límite” de la amistad.
Julio – Valencia
Voy a contar una historia que, de momento, aún no ha tenido la “realización” completa pero pienso que va por muy bien camino. Conozco a la chica, protagonista conmigo de la experiencia que te cuento, desde hace muchos años, desde pequeños. Siempre nos hemos llevado bien, ya que es mi vecina. Vivimos en una urbanización de chalets en Valencia. Hace un año y pico, empezamos a quedar para salir un rato entre semana a fumarnos un cigarrillo y hablar.
Siempre salimos a una especie de calle interior que hay, nos sentamos en un recodo, hablamos y fumamos. Ella tiene la manía de sentarse encima de mí, sobre todo cuando hace algo de frío. Tiene dos años más que yo, mide un metro sesenta y algo y es la típica tía sexy. Tiene un buen cuerpo y unas tetas increíbles, como mínimo una talla 100. Están firmes y duras y con un canalillo que me vuelve loco.
El caso es que un día estábamos, a eso de las nueve de la noche de un domingo, sentados, ella encima de mí y sin tener mucha conversación. Yo jamás había intentado nada con ella porque, además de ser mí amiga y ser mayor que yo, tampoco había notado nada por su parte. Ya me entendéis. Bueno pues, allí estábamos sentados cuando nos dio por contarnos chistes. Lógicamente, enseguida me quedé sin repertorio. Ella me contaba uno y yo tenía que contarle otro. Hubo un momento en el que yo estaba casi en blanco y al parecer, a ella se le ocurrió una idea. El caso es que estaba metiéndome presión para que contase un chiste y como no se me ocurría intentó poner la mano en mi paquete.
– ¡Que haces! – le dije yo.
-¡Cuéntame un chiste! – dijo con voz de chica mala.
– Pero tía… – intenté dialogar.
– ¡Si no me cuentas un chiste, va a ser peor para ti!
Lógicamente yo me devané los sesos y conté un chiste horroroso para salir del paso. Ella me contó otro enseguida y me volvió a poner la mano en el paquete, por encima de los vaqueros, dejándola allí quieta. El jueguecito siguió así hasta que ella, además de ponerme la mano, empezó a moverla. Yo no soy tonto, con lo cual empecé también a meterle “presión”. La puse la mano en el muslo, por encima del chándal que llevaba y empecé a llevarla hacia su coño. Llegó un momento en que nos estábamos frotando respectivamente los sexos a saco y ella empezó a comerme la oreja. Sabía que eso me ponía malísimo y yo subí una mano a sus tetas, aún por encima del chándal. Ella me comía el lóbulo, me lamía la oreja y el cuello mientras me sobaba el paquete y yo le apretaba el coño y le sobaba las tetas. Entonces ella se giró y se sentó dándome la cara, con lo cual su coño quedó justo sobre mi polla.
– ¡Tía, que me estás poniendo a mil! – exclamé.
– ¡Lo sé! – contestó riendo.
Mientras dijo esto, empezó a moverse. La sensación era bestial, puesto que ella llevaba un chándal y podía notar todo su coño. Le metí una mano por detrás, agarrándole el culo, y la otra por arriba, sobando sus tetas dentro del sujetador. No nos besábamos. Yo no me atrevía y ella o no quería o le hacía más gracia así. Yo estaba ya muy cachondo y con las dos manos en su culo la ayudaba en su movimiento. Estaba haciendo como que follábamos, moviéndose adelante y atrás sobre mi polla, mientras nos comíamos mutuamente el cuello y yo le sobaba las tetas. Entonces decidió dar otro paso y se echó un poco hacia atrás. Me bajó la bragueta y me empezó a sobar por encima del calzoncillo. Yo le toqué el coño por encima de las bragas y pude sentir algo de pelo alrededor. Aquello me estaba poniendo a mil. De repente me sacó la polla y me la cogió con la mano. A mi me pareció un poco fuerte hacer eso en la calle, por donde podía pasar gente.
– Tía, tía… ¿Y si viene alguien? – le pregunté un poco alarmado.
– Pues… ya le oiremos venir – y para corroborar su falta de pudor, se soltó
el sujetador por dentro del chándal, me cogió una mano y la puso sobre
sus gordas tetas desnudas.
– ¿Te gustan, verdad? – me dijo.
Os podéis imaginar mi respuesta. Me puse cómodo, le pedí que siguiera comiéndome el cuello y me dediqué a disfrutar de la paja y de sus tetas.
Ella movía la mano rítmicamente, arriba y abajo, con cuidado de no hacerme daño. Yo notaba su mano un poco fría sobre mi polla y a veces sobre los huevos, que intentaba alcanzar entre el pantalón y el calzoncillo. Sus tetas eran duritas, grandes, sus pezones no se marcaban mucho, con lo cual deduje que eran de los que llamamos “de base ancha”.
– Venga, córrete – me susurró al oído.
– Vas a tener que hacerlo mejor si quieres que me corra -dije-
– ¿Ah, sí… y si te la chupo?
A eso no pude responder. Bajó un poco y siguió haciéndome la paja, sin dejar de mirarme. Yo deseaba que se la metiera en la boca, pero ella me cogió un dedo de la mano y se lo metió en lugar de mi polla.
– Me apetece un helado – me dijo de pronto
Sin darme de nuevo tiempo para contestarla, se metió mi dedo en la boca y empezó a chuparlo, mientras seguía agitando mi polla, ahora más lentamente. Me lamió todo el dedo y de vez en cuando lo chupaba por el borde, bajando hasta abajo. Decidí meterle “presión”.
– Así no consigues que me corra ni loco…
– Sí, sí… la tienes bastante dura.
Al decir esto, aumentó el ritmo de su mano en mi polla y yo llevé mis manos de nuevo a sus tetas. Se las apreté, se las junté y no dejaba de sobarlas. Cerré los ojos e intenté concentrarme para correrme así.
– Es que si bajo más tú no llegas a mis tetas – me dijo
– Que va… puedo hacerlo así – y metí mis manos por el cuello del jersey del chándal, que era bastante abierto.
Ella se puso de rodillas en el suelo, delante de mí y se agachó. Yo apreté sus tetas, con mis brazos uno a cada lado de su cabeza, entrando en su jersey. Los segundos de “indecisión” de ella me parecieron eternos, pero de repente noté sus labios apresar mi capullo.
Al principio los noté fríos, en comparación con su mano, que ya había cogido calor de mi polla. Comenzó entonces a chupetear mi capullo. Succionaba un poco, luego lo lamía de nuevo. Su mano me apretaba la base de la polla hasta que me bajó los pantalones hasta la cadera, con lo cual podía agarrármela bien. Entonces se metió todo el capullo en la boca y bajó despacio. La sensación de su boca caliente y húmeda bajando por mi polla era increíble. Llegó hasta un poco más abajo de la mitad y empezó a subir, aspirándome el cipote. Mientras subía sonaban ruiditos de chupeteo y de succión que me ponían, si cabe, más cachondo.
– Más… más deprisa… – conseguí decir entrecortadamente.
Ella empezó entonces a cabecear más deprisa, tragando cada vez un pedazo mayor de carne. Yo tenía la polla mojada por su saliva y la sobaba las tetas con furia. De vez en cuando miraba hacia abajo y podía ver su cabeza moviéndose arriba y abajo y, si giraba un poco la cabeza, sus labios en forma de O apretándome la polla.
– ¡Así… así… sigue… la chupas de maravilla…!.
Se sacó mi polla de la boca y la recorrió de lado hasta la base. Me chupó todo el miembro y entonces sacó su lengua, apoyó mi polla contra ella y empezó a moverla. El hecho de verla con la boca abierta y mi polla frotando su lengua, me hizo sentir un escalofrío.
– ¡Métetela en la boca! – le dije.
– ¡Córrete de una vez! – me contestó.
No hacía falta que me lo dijese. Volvió a meterse la polla en la boca y empezó a cabecear. Ahora llegaba más abajo y con su mano derecha, me agitaba desde la base. Le puse una mano en la cabeza y empecé a ayudarla en el movimiento, mientras la apretaba las tetas con la otra. También comencé a mover las caderas hacia su boca, empujando.
Me iba a correr en nada. Ella quitó entonces la mano con la que sujetaba mi polla y solo dejó su boca moviéndose arriba y abajo. Ahora yo manejaba la situación. Empujé con la mano sobre su nuca y se la tragó casi entera. Dejé de hacer presión y ella se la sacó casi por completo. Seguimos así, con el tira y afloja, unos minutos. Yo quería correrme, quería llenarle la boca.
– ¡Oooh… sí… ya casi… ya llega… chúpala con fuerza… no te imaginas que gusto me das…! – grité.
Noté como subía mi lefa desde los cojones y justo antes de correrme, la apreté de la nuca y el primer chorro salió de mi polla cuando la tenía metida casi entera en la boca. Ella subió un poco la cabeza y dejó solo la mitad de mi polla en su boca, mientras me la agarraba y me la agitaba arriba y abajo. Salió otro chorro que se le escapó de la boca y finalmente la retiró, con lo cual el resto de mi leche le corrió por la mano. Cuando terminé, abrí los ojos justo para verla limpiándose los labios. Nos levantamos, nos recompusimos la ropa y nos fuimos andando hacia nuestras casas. No dijimos nada, ningún beso de despedida. Me pareció que había sido un juego. Cuando nos íbamos a separar del todo, le pregunté si le había gustado a ella.
– Bueno… te lo diré la próxima vez.
¿La próxima vez? O sea que no quería perder la práctica. Me fui andando hacia mi casa, fumando, mientras pensaba en como iniciar el “jueguecito” al día siguiente.
Saludos para todos.