Relato erótico
Sin compromiso
Es soltero, atractivo y con ganas de marcha. No le gusta ir de bares y discotecas, por lo que, en los contactos de la Revista Clima ha encontrado una fuente inagotable de “relaciones satisfactorias”.
Sebastián – Reus
Voy a contaros una apasionante aventura que me ocurrió hace ahora un año y que me dejó un muy buen sabor de boca.
Soy un hombre de 33 años, alto y bien parecido, soltero y con muchas ganas de marcha pero con discreción. No soy amante de ir a discotecas ni a pubs y sí de contactar por carta, por medio de vuestra revista, con mujeres que deseen una buena compañía para pasar instantes de intenso placer y sin problemas. Así fue como conocí a Sandra. Después de mucho tiempo de cartearnos, me dio su número de teléfono y unas horas de llamada.
Sandra era una mujer casada, pero eso no impedía nuestro romance telefónico. Tras hablarnos por teléfono unas cuantas veces, por fin quedamos en conocernos personalmente. Me dijo que había dicho a su marido que yo era un primo lejano al que había perdido la pista pero que ahora, tras el reencuentro, deseaba intensificar nuestra amistad. El marido estuvo de acuerdo.
Después de conocernos, en el aeropuerto, tomamos un café, hablamos y nos fuimos a su casa, donde me iba a quedar por unos días. Charlamos alegremente toda la tarde hasta que su marido llegó a la casa y ella nos presentó. Me cayó muy bien el tipo. Era atractivo y simpático.
Salimos a cenar los tres para luego regresar a su casa. Una vez allí, Ricardo, el marido, se fue a dormir mientras yo seguía en la sala, con Sandra. Cuando estuvimos seguros de que el marido dormía, empezamos a tocarnos. Primero le rocé los brazos, luego le metí las manos debajo de la camiseta cogiéndole las tetas, acariciándolas, pellizcando sus pezones, mientras ella metía la mano en mi pantalón, acariciando mi polla y masturbándome despacio.
Le levanté la camiseta para desnudar sus preciosos pechos, grandes y duros, y empezar a chupar sus pezones, mientras con mi otra mano le metía la mano bajo la falda para llegar a su coño, primero acariciando su vello, luego, su ya húmeda raja, después su endurecido clítoris y acabar metiéndole un dedo, haciéndola gemir.
Como estábamos un poco incómodos, nos fuimos a la cocina tratando de no hacer ruido para no despertar a su marido. Una vez allí, me desabroché el pantalón y saqué mi polla para que la pudiera tocar mejor. Sandra se arrodilló y lentamente se la metió en la boca, empezando a chuparla de una forma espectacular. Con mi mano en su cabeza, yo le daba el ritmo perfecto. Esa noche solo se escuchaban en su casa los ronquidos de su marido y los sonidos de su boca mamándomela. Al cabo de un buen rato, le advertí que me iba a correr. Lo único que hizo fue mirarme directamente a los ojos y seguir chupando. Así empecé a sentir como mi leche salía directa a su boca. Después de que se tragara todo mi semen, se levantó, me dio las buenas noches y se fue a acostar.
A la mañana siguiente su marido ya se había ido a trabajar cuando nos levantamos. Se acercó al sofá-cama donde yo dormía, se desnudó y nos pusimos a hacer el amor. Primero me la mamó un rato mientras me despertaba. Una vez mi pene erecto, la hice tumbar en mi cama, me puse encima de ella, coloqué sus piernas en mis hombros y la empecé a penetrar despacio, hasta que nuestros cuerpos se juntaron. Le hice el amor como unos veinte minutos, mientras escuchaba sus gemidos y sus gritos cada vez que se corría, hasta que le dije que me iba a correr yo.
Salí de ella y le dije que sacara la lengua. Así lo hizo y allí le eché toda mi leche. En cuanto acabe de correrme, simplemente, metió la lengua en la boca y se la tragó. Una vez duchados, nos vestimos y salimos a recorrer la ciudad. Antes de salir le pedí que me masturbara y cuando estaba a punto de acabar, la hice sentar, le levanté la camiseta, luego un poco el sujetador y eyaculé en sus grandes tetas, mojándole así también el sujetador para que, de esa forma, me pudiera sentir todo el día.
Por la noche no lo pudimos hacer porque al marido se le ocurrió alquilar una película y se quedó hasta tarde viéndola.
A la mañana siguiente, apenas el marido salió hacia su trabajo, me llamó a su habitación y lo hicimos en la todavía caliente cama de su marido. Justo donde él se había recién levantado para ir a trabajar, me acosté yo, ella encima de mí, y lo hicimos toda la mañana. Al mediodía, ya le había llenado el culo de leche, la espalda, la barriga, la boca, etc.
Cuando yo pensaba que ya no habían más sorpresas, sacó una caja del armario y me mostró su traje de novia. En ese momento supe que estaba en el cielo. Le pedí que se lo pusiera, a lo que accedió de inmediato.
Con toda la leche que tenía en el cuerpo, le quedaba espectacular el vestido de novia. Quería repetir conmigo su noche de bodas, ya que su marido se había pasado de copas y no pudo disfrutarla a plenitud. La puse de espaldas en la cama, le subí el vestido y la penetré despacio, con delicadeza. Ella pasó sus manos por mi cuello y empecé a hacerle el amor despacio, vestida de novia.
El solo hecho de verla así de caliente y con ese vestido me hizo acabar pronto. Cuando me iba a correr, saqué mi polla y bañé con mi semen todo su blanco vestido. Nos quedamos fumando un cigarro mientras hablábamos de como su marido estaba trabajando mientras nosotros lo pasábamos a lo grande en su cama.
Terminado el cigarro, cogió mi polla y la empezó a chupar. Estuvo así diez minutos hasta que le dije que se acostara. Puse mi cipote entre sus tetas y así empecé a masturbarme, mientras la punta de mi polla estaba en su boca, con el velo en su cara. Saqué la polla y se la metí de una vez en su chocho que estaba muy húmedo.
Me pedía que se lo hiciera más fuerte, más rápido. Me lo pedía por favor. Se corrió unas tres veces, estábamos al máximo, muy calientes.
Fue entonces cuando le dije muy excitado:
– ¡No puedo más, me voy a correr dentro de tu coño!
Ella abrió los ojos, primero con sorpresa, luego con complicidad, pero al final me dijo:
– ¡Sí, hazme tuya, haz lo que quieras con mi cuerpo!
Seguí bombeando como treinta segundos más, hasta que sentí que mi leche salía disparada hacia su coño.
Ese día lo seguimos haciendo pero ahora siempre me corría dentro de ella. Su coño estaba resbaladizo con todo mi semen.
Antes de llevarme al aeropuerto de regreso, pasamos por donde trabajaba su marido. Me despedí con un fuerte abrazo y le di las gracias por su hospitalidad. Su mujer le dio un beso diciéndole que volvía pronto, sin que él supiera que hacía menos de media hora, esa misma boca y no solo su boca, sino su chocho y su cuerpo estaban llenos de mi leche.
Camino al aeropuerto, pasamos por un motel para hacerlo un par de veces más, después cogí el avión.
No volvimos a vernos, pero en nuestra última conversación telefónica me dijo que siempre recordaría esos días.
Un saludo a todos los lectores y lectoras de tu fantástica revista.