Relato erótico

Siempre fiel hasta que…

Charo
31 de mayo del 2019

Es una cincuentona, maciza y con un buen par de gordas tetas. Está casada y siempre había sido fiel a su marido, hasta aquel día.

Eloísa – Zamora

Aunque lo he dudado durante mucho tiempo, al final me he decidido escribiros para contar mi historia ya que he visto que muchas de las que cuentan otros lectores y lectoras son similares a la que yo estoy viviendo y me he excitado mucho con ellas. Espero que ponga un poco cachondos al resto de lectores y lectoras de estas fabulosas revistas.
Para empezar os diré que me llamo Eloísa, tengo 51 años y desde hace poco le soy infiel a mi marido nada menos que con dos hombres a la vez. Esto, como podéis suponer, ha cambiado mi vida de forma inimaginable para mi, ya que, nunca le había sido infiel a mi marido en los casi treinta años de casados. Y esto es lo que me dispongo a contaros.
Se trata de los dos jóvenes dependientes de la tienda de ultramarinos de mi barrio. La clientela de este establecimiento está formada, en su mayoría, por mujeres de mediana edad, como yo misma, que vamos a menudo a hacer esa pequeña compra diaria que no hemos hecho en el centro comercial en la compra semanal.
Estos dos chicos se llaman Raúl y Miguel y ambos tendrán unos 30 años. Los dos son muy simpáticos con las clientas y siempre nos están echando piropos y diciéndonos cosas agradables. Yo a veces pienso que si vamos a esa tienda es para que nos digan cosas bonitas más que a comprar.
Esta aventura mía empezó por casualidad hace ya unos meses, exactamente el pasado septiembre, cuando me estaba preparando para salir de compras, poniéndome un vestido de verano bastante escotado y con tirantes, que suelo utilizar para ir a la playa. Los tirantes del vestido son tan finos que se me veían los del sujetador. Yo siempre he sido muy coqueta y no me gustaba nada ese efecto.
Aunque casi nunca voy sin sujetador, me lo quité y me volví a poner bien el vestido. Me miré al espejo y me vi bien a pesar de que mis tetas, muy grandes y redondas, ya no están tan levantadas como cuando tenía 25 años. Salí de casa tan contenta para dirigirme a la tienda de ultramarinos. Cuando llegué estaban solos Raúl y Miguel, los dos dependientes y los muy pillos no perdieron ni un instante en piropearme, elogiando mi vestido.
– ¡Vaya vestido más sexy, señora Eloísa!
Me sentí halagada y respondí con simpatía a sus piropos, pero cuando me sirvieron los productos, yo los recogí inclinándome hacia adelante para meterlos en el bolso de la compra que había dejado en el suelo. Al agacharme, el panorama que se debía divisar por mi amplio escote sin duda era de lo más interesante y yo misma, con cierto sonrojo, me di cuenta de que mis tetas quedaban colgando dentro del escote y seguramente a la vista de los dos chicos por completo.
A ellos tampoco, como yo suponía, les pasó desapercibido el hecho y sus palabras me lo confirmaron pues, en tono de broma, elogiaron mi escote y me piropearon diciéndome que daba gusto verme así. Entonces Mano- lo, el más lanzado de los dos y el que solía decir los piropos más atrevidos, me dijo, medio en broma:
– ¿Por qué no se desliza uno de los tirantes por el hombro? Así tendrá un aspecto más seductor con el tirante caído.

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Aún no sé por qué lo hice, porque nunca me he portado como una desvergonzada, más bien el contrario, pero cuando Raúl insistió por segunda vez, me deslicé con coquetería el tirante dejando mi hombro completamente desnudo. Al caer el tirante, el vestido también se deslizó un poco, dejando ver la abultada parte superior de mi gorda teta derecha, pero sin que llegara a verse el pezón, por supuesto.
Mi propio atrevimiento me producía un tremendo nerviosismo y excitación, desconocidos para mí. A su vez a los dos chicos mi gesto debió envalentonarlos ya que ambos salieron de detrás del mostrador y se acercaron a mi piropeándome de forma atrevida, elogiando mis curvas y mi cuerpo. Yo estaba como aturdida y excitada y no me opuse lo más mínimo cuando Raúl me bajó el otro tirante haciendo que mi vestido cayera hasta la cintura dejando desnudas y a la vista mis dos gordas y caídas tetas ante aquellos chicos.
Miguel, entonces, fue raudo hacia la puerta, colocó el cartel de cerrado y bajó la persiana. Cuando regresó, Raúl ya me estaba sobando las tetas y yo me encontraba como en una nube, completamente cachonda y excitada como no lo había estado en años, dejándome hacer. Miguel empezó a sobarme el culo y luego deslizó mi vestido hasta el suelo, dejándome tan solo en bragas, sin que yo protestara lo más mínimo. Cuando Raúl acercó su boca a la mía para darnos un beso, yo respondí casi con furia aceptando su lengua y metiendo la mía en su boca con unas ganas que incluso a mi misma me sorprendieron.
Sentí también en ese momento como Miguel me bajaba las bragas y me las sacaba dejándome completamente desnuda, a excepción de las sandalias de verano que llevaba. El posterior contacto de sus dedos con mis muslos, mi culo desnudo y finalmente mi coño, me produjeron una verdadera descarga muy cercana a un orgasmo.
Cuando Raúl me empezó a chupar las tetas mientras Miguel continuaba metiéndome los dedos en el coño, ya no pude aguantar más y simplemente así alcancé un orgasmo descomunal.
Mientras me recuperaba de mi tremendo orgasmo, como en una nube, oí que Miguel le decía a su compañero:
– Menuda golfa, vamos a jodernos a esta jamona que está más buena que el pan.
Desnuda como estaba y con mis sandalias blancas de tacón, me hicieron apoyar, inclinada hacia adelante y con las manos en unas cajas pero permaneciendo de pie, dejando mis tetas colgando y mi gordo culazo bien ofrecido a la vista de los jóvenes. Mientras yo me situaba siguiendo sus instrucciones, ellos se bajaron las braguetas y entonces pude ver sus gordas vergas bien duras y apuntando al techo. La de Raúl era larga y fina mientras que la de Miguel era más corta pero me pareció tremendamente gorda.

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Ver sus pollas me causó otra electrizante punzada y en ese momento no me hubiera negado a nada que me hubieran pedido, por depravado que hubiera sido. Raúl fue el primero en situarse detrás de mi, me agarró por las caderas y situando su polla a la entrada de mi coño, apretó suavemente y su caliente verga entró en mi como un cuchillo en mantequilla. Nada más sentir su polla dentro de mi, lancé un grito de placer y aún me sentí más excitada cuando Miguel me dijo:
-Estabas necesitada de polla, ¿eh, golfa? No hay nada como una casada cincuentona, sois las más calentorras y de eso Raúl y yo sabemos un rato.
A continuación Miguel se deslizó bajo mis tetas y de rodillas, mientras yo permanecía apoyada e inclinada hacia adelante, me empezó a chupar y a morder los pezones. Esto, unido al trabajo que la polla de Raúl me estaba haciendo en el coño, ya fue demasiado y así alcancé el segundo orgasmo, chillando como una loca.
Raúl no dejó de follarme, cada vez más fuerte, ni Miguel de morderme las tetas mientras me insultaban llamándome golfa calentorra y cosas así. Un poco después, Raúl se corrió con fuerza en mi conejo y yo tuve un nuevo y bestial orgasmo al sentir su leche. Apenas me había recuperado cuando Raúl me indicó que me pusiera a cuatro patas sobre el suelo de la tienda. Le obedecí y pronto sentí que ahora era la gorda verga de Miguel la que pugnaba por colarse en mi húmedo chocho. No tuvo la menor dificultad y enseguida estuvo jodiéndome también con un ritmo creciente que me hacía disfrutar como una loca.
A la vez, Raúl se puso delante de mi y me metió la polla en la boca para que se la mamara mientras sobaba mis colgantes tetas. Yo solo se la había chupado a mi marido y muy pocas veces porque me daba asco, pero en aquel momento nada me parecía más delicioso que la polla de Raíl, tal era el grado de calentura, cachondez y puterío, desconocidos para mi, a los que había llegado.
Miguel me jodía bien y su gorda polla me daba un placer realmente tremendo. A los pocos minutos él se puso a resoplar como un toro y justo cuando se corrió en mi coño yo tuve un nuevo y bestial orgasmo que me dejó tirada en el suelo. Raúl, que la volvía a tener realmente dura gracias a mis chupadas, tuvo que sacármela de la boca pero acabó masturbándose y echándome la leche sobre mis nalgas mientras me decía:
– ¡Toma leche, guarra, que parecías de las más decentes y menuda golfa nos has salido!

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Después me vestí, aunque solo me tuve que poner el vestido porque ellos insistieron en quedarse con mis bragas como trofeo. Abrieron de nuevo la tienda y me marché aunque les sonreí con malicia cuando me dijeron que volveríamos a repetirlo cuando yo quisiera.
En una próxima carta os contaré mis nuevos encuentros con mis dos amantes.
Un beso para todos.

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