Relato erótico
¡Si mi Ama!
Es el esclavo de una Ama con la que ha pactado unos límites. Le gusta el fetichismo, pero no el dolor. Le llamó su Ama para decirle que lo había “alquilado” durante toda la tarde a otra Ama amiga suya. Fue una sesión brutal.
Oscar – Madrid
Conté con anterioridad que soy esclavo de una Ama llamada Desiré. Te dije que habíamos tenido dos sesiones. Una con ella y una amiga y otra también ella y una amiga pero, dejándome enjaulado en una habitación, me entregó a tres mujeres viciosas.
Lo que te voy a contar ahora es la tercera vez y con una sola Ama, Bárbara, a la que Desiré me alquiló por todo un día. Mi Ama tiene el plazo de un año para domarme ya que yo sólo adoro el fetichismo y no deseo el dolor, detestando el sadomasoquismo. Aunque nuestra apuesta personal sigue en pie, espero que no consiga dominarme por completo pero me asusta si sigue así y a este ritmo porque a pesar de la degradación a la que me somete, me siento feliz cuando la veo de nuevo y me ordena vivir otra experiencia.
Temo que poco a poco consiga exhibirme delante de cualquier amiga suya, prostituyéndome e introduciéndome totalmente en esta pervertida vida. Mi Ama Desiré me localizó por el móvil de improviso diciéndome que al día siguiente iríamos juntos a ver a una amiga suya que se llamaba Bárbara, para mi adiestramiento y total sumisión. Mi tarjeta de visita sería la de un perro fiel, perro para todo. Quedamos a una hora. Ella me recogió en un taxi pero antes de arrancar me puso unas gafas negras por las que no veía nada. Dimos varias vueltas hasta que le hizo parar, pagó y bajamos pero para entrar ahora en su propio coche. Dimos más vueltas hasta que, al cabo de unos veinte minutos paramos, me sacó las gafas y me encontré en una larga avenida llena de torres a ambos lados con frondosos jardines y elegantes edificios. Llegamos frente a uno de ellos. Llamó al interfono.
– ¿Quién es?- preguntó una voz femenina.
– Desiré con su esclavo – contestó mi Ama.
– Oblígale que se ponga a cuatro patas y venga delante de ti como el perro que es – propuso Bárbara.
Por fortuna no nos cruzamos con nadie, ni bajó nadie del ascensor. Una vez dentro mi Ama se sentó en mi espalda hasta el 2º, abriéndose la puerta en el mismo interior del piso. En la puerta nos esperaba una bella chica desnuda, salvo unas medias negras, un sujetador también negro y unos zapatos de tacón de aguja. Al mismo tiempo en que se detuvo el ascensor y miramos a la chica, nos fotografió sonriendo a mi Ama. Luego cogió la cámara, rebobinó el carrete y se lo dio a Desiré diciéndole:
– Quedaba una foto. El resto es de la sesión que tuve con mi última adquisición. Te está esperando donde tú sabes y gracias por traerme a tu siervo y esclavo. ¿Nos los intercambiamos hoy, verdad?
Mi Ama, mientras se besaban en la boca, le dijo que sí. Bárbara también le entregó un sobre. Mi Ama se metió en el ascensor y desapareció dejándome a merced de mi nueva Ama Bárbara.
Me ofreció su zapato y a gatas, lo besé. A continuación se introdujo en dedo en la vagina y al sacárselo me lo hizo lamer y chupar como un caramelo.
– Ahora levántate – me ordenó – Desnúdate y deja la ropa en ese rincón.
Ya desnudo por completo me hizo ladrar y luego menearme el pene, el “rabito” de perro.
– ¡Debes moverlo como una cola, por la alegría de ver a tu Ama! – me dijo.
– Mi Ama, por favor – me atreví a decirle suplicante – Ha sido humillante llegar hasta aquí a gatas, y si en el vestíbulo o en el ascensor me hubiera visto alguien…
– En primer lugar eres un perro y en segundo tienes que ser obediente, sin cuestionar ninguna de las órdenes de tus Amas. También te voy a decir que soy amiga del vigilante de seguridad y si no estaba allí es porque yo le dije que no estuviera pero que podía estar frente a una de las cámaras, así que… te habrá visto.
Me quedé desconcertado y desolado. Ella me miró desafiante y me abofeteó al mismo tiempo que sentía un dolor inmenso en mis genitales por un brutal rodillazo. Caí al suelo retorciéndome. Pero más lo hice cuando empezó a llenarme de puntapiés sin mirar donde pegaba. Mi espalda, mi cara, mi culo… Cogió de una estantería una correa y un collar, me lo puso. También cogió un látigo. Me hizo llegar hasta ella nuevamente a cuatro patas y puso su zapato en mi espalda clavándome el finísimo tacón. También me hizo abrir de piernas un poco más. No sé si le obedecí mal pero la cuestión es que me golpeó con la correa varias veces y con brutalidad. Me quejé con leves gemidos de dolor.
– Te lo recuerdo – casi me gritó – No debes quejarte, cabrón. Y ahora vete contándolos.
Entendí lo que quería cuando recibí el primer latigazo en todo el culo. Uno, dije. Luego dos, tres, cuatro.
– Y cinco – añadió ella como remate.
A continuación, tirando de la correa, me hizo ir a su paso. Cuando le parecía, paraba y luego, de un tirón, me hacía ir rápido. Me paseó por el piso hasta que me introdujo en una habitación que parecía muy normal, provista de un baño. Me ordenó permanecer en una esquina y se desnudó ante mi de las pocas prendas que llevaba. Se metió en la bañera y me hizo enjabonarla como una reina. Luego me hizo entrar con ella y me enjabonó con agresividad. Pasaba la esponja por mis partes, mi culo, pezones y cara.
– Te quiero bien limpio – me decía.
A continuación, de rodillas ante ella, me hizo lamerle el mojado chumino y cuando se lo estaba haciendo comenzó a mear dejándome empapado de su abundante y caliente lluvia dorada. Duchado de nuevo, me hizo secarla con delicadeza, como si fuera su chacha. Al acabar y a cuatro patas, fuimos a la habitación, se sentó en la cama e indicándome un armario, me dijo que lo abriera. Había una colección de zapatos y botas, todos con tacones altísimos.
Me hizo llevarle una a una y con la boca, las botas más altas. Luego, de un cajón, unas medias, un corpiño que se podía abrir por el chumino, culo y senos.
– ¿Te gustan? – me preguntó.
– Sí, Ama – contesté.
Hasta ahora no se había excedido demasiado. Había sido moderada conmigo.
– ¿Te gusta verte reflejado en los espejos? – volvió a preguntarme señalando los del armario que devolvían mi imagen de perro desnudo y sometido.
– Sí, Ama – repetí.
– A mí también – dijo poniéndose en pie y dándole a un interruptor encendió una línea de fluorescentes que iluminaban los espejos.
Se sentó sobre mi espalda como una amazona sobre un caballo. Sentía la suave y fina piel de sus muslos y el calor de su chumino pelado, de largos labios vaginales. Dimos varias vueltas por la habitación pero, de vez en cuando, me hacía parar delante de los espejos. Se acariciaba los pechos, pellizcaba sus pezones y contemplaba sonriente la incontenible erección de mi “cola”. Volvimos a la cama, se sentó a los pies de la misma y haciéndome tumbar en el suelo con las piernas muy abiertas, se entretuvo en tocarme los huevos y la polla con la punta de sus pies. Fue entonces cuando me di cuenta de que todo el techo de la habitación era un enorme espejo. Cuando se cansó de jugar con mi sexo, me puso sus pies en la boca. Tuve que besárselos, lamérselos y chuparle los dedos, uno a uno. Luego le lamí la raja de su chumino y el endurecido botón, tragándome todos los jugos que destilaba hasta que, de pronto, se apartó y con voz autoritaria me dijo:
– ¡Recordarás este día con ilusión y desearás más! ¡Te voy a follar pero ahora coge mis zapatillas de debajo de la cama y pónmelas!
Se levantó y tirando de un cordón que pendía al lado de uno de los espejos, éste se abrió como una puerta. Detrás había otra habitación pero equipadísima de multitud de aparatos para el sadomasoquismo. Me hizo poner de pie en su centro, bajo unas cuerdas. Tiró de una de ellas atada a una barra metálica con dos muñequeras. Allí ató mis manos. Tiró de la cuerda y me dejó suspendido del techo, los brazos muy tirantes y apoyados en el suelo únicamente por la punta de los dedos de los pies. La posición era en extremo incómoda. Cogió una cadena con dos pinzas, una en cada extremo. Me puso una en el pezón derecho y la otra en el escroto. Luego introdujo una bola en mi boca, amordazándome. Tirando de la piel de mi pene, colocó en la punta, una pinza de tender la ropa.
– Yo adoro el sado – me dijo – y tú lo adorarás también cuando termine contigo. Y si quieres que sea más moderada, sólo depende de ti. No te quejes y demuéstrame que gozas.
Me quitó la pinza del escroto y me la colocó en el otro pezón. Tranquilamente, se tomó una copa y al acabarla me sacó todas las pinzas. Yo estaba totalmente roto por dolor. Entonces cogió un látigo, se puso detrás de mi y empezó a azotarme brutalmente toda la espalda y el culo. Al cansarse se dio la vuelta y con una fina cuerda de nylon ató fuertemente mis huevos por la base y también la base de mi polla. Me besó en los labios ordenándome darle mi lengua.
– ¡Con más pasión! – gritó.
Lo hice. Ella lamió a continuación, uno de mis pezones. Mi polla se puso erecta. El dolor, debido a las ataduras, era enorme. Me mordisqueó y pellizcó los pezones haciéndome ver las estrellas. Cualquier contacto que yo sentía aumentaba mi dolor. Entonces acarició mi tiesa polla y la descapulló. Desconozco si era la vez que yo la tenía más crecida, pero era tal mi excitación que estaba al máximo de su longitud.
– Bien cariño, creo que lo he conseguido – me dijo soltándomela – Te la he enderezado pero delante de una Ama debe de estar flácida e inerte, empequeñecida, sobre todo cuando una no lo desea, como ahora.
Retrocedió dos pasos, cogió el látigo y me azotó con saña los pezones, el vientre y mi pobre polla que se me empequeñeció en el acto a pesar de sus ataduras. Dejó el látigo en el suelo, me puso unas tobilleras atadas a una barra como la que separaba mis muñecas, soltó mis brazos pero me los ató a la espalda y volviendo a tirar de la cuerda, me colgó del techo pero ahora cabeza abajo. Mi culo y mi sexo quedaban a la altura de su cara. Colocó una estrecha anilla en mi flácida polla y empezó a acariciármela logrando que se enderezara hasta el extremo que yo creía que me la partía por la mitad.
– ¿Te imaginas si dentro de la anilla hubiera una cuchilla? Si no obedeces, te capo – dijo riendo.
Mi Ama Bárbara sabía lo que estaba haciendo y con cierta sorpresa, oí decirle:
– Accedo gustoso a toda apetencia de mi Ama Bárbara, me entrego a ti sin condiciones.
– Así me gusta – contestó riendo – pero lo voy a comprobar. Ahora, gusano, entiendo y comprendo porque tu Ama Desiré no te vende o te tira después de usarte, desea tenerte como perro y esclavo.
Me soltó de las cuerdas pero para atarme de bruces a un caballete. Me ató las muñecas y los pies a las patas. El fino grosor de la madera se apoyaba dolorosamente en mi vientre. Mi culo estaba todo ofrecido, en pompa ante ella. Cogió un tubo de vaselina. Me untó el agujero, con delicadeza.
– ¿Te gusta, cabrón? – preguntó.
– Me encanta, mi Ama – contesté sumiso.
Estuvo un rato entrando y saliendo de mi ano, primero con un dedo y luego con dos. A continuación cogió un gordo consolador a pilas. Me introdujo la mitad en el culo con delicadeza, lo abrió y colocó las pilas. Cerró de nuevo y entonces, brutalmente, me lo metió entero. Los espejos me devolvían mi imagen. Era atroz. Al cabo de un rato de estar follándome con él, miró el reloj y exclamó:
– Lástima, te has salvado, falta poco para que regrese Desiré, pero aún hay tiempo si quieres probar la silla erótica, el potro o…
– Lo que mi Ama Bárbara desee – contesté – Soy tu fiel esclavo. Sin condiciones, soy tuyo.
Sonrió satisfecha, me quitó el consolador del culo aunque que me lo hizo lamer y chupar. Luego me desató y duchar delante de ella. Al acabar y aún desnudo, de rodillas ante ella, tuve que decirle:
– He gozado como un esclavo y un perro, sin ser obligado a ello sólo por el placer de la sumisión y para satisfacer a mi señora y Ama Desiré y a sus amigas, como Ama Bárbara.
Le pareció suficiente y me tiró mis ropas. Mientras me vestía apareció mi Ama Desiré. Al aparecer ante ellas Bárbara me hizo repetir que no me oponía a nada y que accedía a todas las peticiones de ellas mismas y de mis próximas Amas sin rechistar.
– Comprendo que no lo vendas – dijo Bárbara a mi Ama – Quieres iniciarlo perfectamente y luego prostituirlo para tu beneficio y placer. Ya te enviaré la cinta que he grabado.
En este momento me enteré de que por medio de cámaras ocultas, había filmado toda la sesión.
– Estoy loca por verla – le respondió Desiré – Será la muestra para otra Ama que me lo pida. Si me hacen una buena oferta, quizá me desprenda de ese perro.
Una vez en la calle, entramos en el coche de mi Ama, la cual me besó en los labios y me dijo que, por portarme bien, follaríamos. Se fue en dirección a las afueras de la ciudad. Paró en un descampado y en el interior del coche, me hizo desnudarla y lamerla toda. Así lo hice hasta lograr que se corriera dos veces, pero yo no me la follé porque no dejó que me desnudara.
Hasta otra sesión un saludo para todos.