Relato erótico
¡Si me quedo… me enamoro!
Nuestra amiga publico unos contactos en Clima, recibió un montón de respuestas de los que ella llama “tíos calenturientos”. Escogió a un par y uno le gusto especialmente. Se citó con él, hablaron y se fueron directamente a un hotel que había cerca del bar…
Regina L. – MADRID
Amigos de Clima, cuando publiqué en vuestra revista los tres anuncios que os mandé, llegaron como respuesta varios mensajes de tíos, calenturientos y necesitados de toda especie que querían follarme sin perder tiempo, sin más ni más y que creían, supongo, que yo, presta y entusiasta, les contestaría en el acto citándolos en algún lugar para ofrecerles mis nalguitas.
Pero, a pesar de todo, eso me calentaba un poco. No le iba a decir que si a todos esos cabroncitos, porque no me hacía falta, pero de todos ellos, me gustaban… digamos un par.
Entonces, tras leerlos y suponer que vivían donde vivían, cerca de Madrid, le escribí a uno de ellos, el que más me gustaba, preguntándole, con inocencia inicial y falsa, si él, había contestado a otros contactos como el mío y si tenía experiencia en eso..
Me contestó pronto. Me dijo que había escrito a chicas, aunque pocas, y que solo había logrado conocer a tres, de las cuales, solo con una había pasado a mayores. Añadió que también le escribían chicos a los que ni siquiera les contestaba.
Le envié mi foto, una foto sugerente que me tomé a mi misma, con disparador automático, en mi casa. Reclinada en el sofá, con la mano derecha tapaba mis ojos y buena parte de mi cara, apenas vestida con un breve tanga blanco y una camiseta de tirantes a juego que, más que esconder, realza mis turgentes pechos. La morena línea de mis muslos y mis pantorrillas, flexionadas sobre el sofá, fueron, me dijo, lo que lo decidió a aceptar la cita.
Pero no me envió foto. Me dijo exactamente donde iba a estar, leyendo qué libro, vestido de qué manera, y me dio una hora entera para decidirme.
– Si no te gusto – escribió – pasa de largo..
Aunque hubiese sido jorobado, yo quería conocerlo. Lo otro, ya veríamos, así que me puse mi disfraz de pecadora, del que solo diré la chaqueta de cuero, las botas de mosquetera y la minifalda tableada. Soy una enamorada de las minis por como permiten follar en parques y cines… y otras cositas, pero eso otro día, hoy, a mi contacto.
Lo abordé y nos fuimos a un bar de la zona rosa. Hablaba de todo con una voz armoniosa y pausada. Sus ojos ardían en santo fuego; y me encantaron, tanto como sus labios cuyos besos anticipé, su pelo largo, su bigote rebelde, su barba de tres días.
Recordaba los textos que me enviaba al contactar, y veía sus manos y sus ojos. Imaginaba su lengua en los lugares que describía, en los movimientos que contaba, casi sentía sus finos dedos sobre mi piel desnuda, su aliento en mi cuello, sus dientes mordiendo mis pezones… pero él dale que dale, hablando y hablando mientras mis braguitas e mojaban con mis flujos y mi piel entera se erizaba.
Había que pasar al ataque. Mi mano alcanzó la suya y la acarició suavemente. Dejó de hablar y me miró a los ojos. Acerqué mis labios a los suyos y respondió. Me dio uno de los mejores besos que me han dado, o quizás sería que ya estaba yo como un horno, tanto, que sentí que lo necesitaba ya. Me levanté del banco en que estaba y me acerqué lentamente a él, mirándolo a los ojos, y puse su mano en su mejilla, acariciando luego el cuello, los hombros y el pecho. Tocarlo me excitó aún más.
Él seguía mirándome, sin moverse, mientras yo bajaba del pecho al estómago y de ahí a su verga, por encima de los tejanos, y que acaricié con calma. El hombre, entonces, me agarró de la cintura y me apretó contra su pecho, haciéndome sentir su erección en mi vientre.
– Quiero follarte – susurré en su oído.
Cerró mi boca con la suya, me acarició el muslo y el inicio de la nalga bajo la falda mientras con la otra mano sacaba la cartera para pagar la cuenta y me arrastró a la calle.
– ¿De verdad follas como me contabas en tus respuestas a mi contacto? – le pregunté.
– Te la voy a meter hasta tocarte el alma – me contestó, con la mano entre mis nalgas, sobando mi culo bajo la falda, y llevándome al hotel de la esquina.
– Eso está por verse – dije, feliz de haberle sacado el macho que llevaba dentro.
Nada más cerrar la puerta, lo ataqué con prisa, como en las películas. Le quité la camisa, mordí y chupé su pecho y su duro estómago, bajando palmo a palmo hasta su verga, casi blanca y dura como una piedra. Lo fui empujando hasta la cama, le bajé el pantalón y los calzoncillos y hundí mi cabeza entre sus piernas. Yo no necesitaba más preparación porque estaba más caliente que una olla exprés. El tampoco, pero quería probar su verga, sentirla en mi boca, descubrir con mi lengua sus pliegues y su forma.
El gemía, gemía y me acariciaba los hombros, la cara, el cuello. Gemía y me dejaba hacer, me dejaba chuparlo y lamerlo, hasta que me paré, dispuesta a cabalgarlo: entonces retomó el papel de macho dominante: me quitó mi estrecha camiseta, pues la chaqueta estaba ya en el suelo, dejando en libertad mis pechos, entre los que hundió su cabeza para chuparlos y morderlos. Hasta que se interrumpió para levantarme en vilo y arrojarme sobre la cama, quitándome la braga. Yo me abrí de piernas y empecé a gemir, diciéndole:
– ¡Cógeme cariño, métemela ya, la quiero entera… párteme…!
Su mano abierta se posó en mi sexo, la palma y el pulgar sobre el clítoris y el monte de Venus, los dedos sobre la raja de mi coño que, como si tuviera voluntad y movimientos propios, se tragó dos dedos.
– ¡Te mana más agua que una noche de tormenta, guarra! -me dijo.
– ¡Y tú estás más duro que un hierro y te quiero dentro… ahora! – contesté agarrándole la verga, mientras sus dedos jugaban dentro de mi chocho.
– Si… ya es tiempo… – contestó.
Me la ensartó sin miramientos. Primero la puntita, que acarició mis labios, pero luego la ensartó entera y comenzó a entrar y salir de mi agujero sin dificultad ninguna. ¡Tan húmeda y caliente me tenía! Me estuvo follando un buen rato, regalándome, en este espacio de tiempo, dos buenísimos orgasmos. Pero sin correrse él. Aunque pronto supe cuales eran sus intenciones pues sacándome la verga del coño, apoyó la caliente cabezota de su polla en la entrada de mi ano.
Lo sentí luchar contra las apretadas paredes e intenté abrirme para recibirlo. Su resbaladiza cabeza entró por fin, la sentí dentro de mí con el dolorcillo que eso siempre causa y el placer que es su acompañante. Me eché para atrás para comérmela completa y luego él comenzó a embestirme tan fuerte que no pude contenerme y empecé a gritar de dolor y placer.
Cuando finalmente me llenó el culo con su leche y sacó su verga de mi agujerito, yo estaba agotada y satisfecha. Le pedí que se diera una ducha rápida mientras yo me estiraba sola en la cama, con las piernas temblorosas y estremeciéndome de placer.
Al rato empecé a vestirme, fatigada, sucia como estaba, satisfecha. Contenta con la fantasía cumplida.
– Quédate – dijo él, saliendo del baño, desnudo.
Me giré a mirarlo. Me fijé en la sonrosada cabeza de su verga en reposo, en su marcado estómago, en sus piernas de duros y delgados músculos…
– Si me quedo, me enamoro – dije para mí, y sin darle tiempo a decir nada, a ponerse algo que cubriera su varonil desnudez, abrí la puerta y me fui.
Besos y hasta otra.