Relato erótico
Sexo salvaje, en el hotel
Un extraño mensaje en su móvil de una mujer que parecía conocerle le provocaba para quedar en una cita a ciegas. Reconoce que fue bastante imprudente, pero entró en el juego.
José – MADRID
Querida Charo, me llamo José, tengo 38 años y vivo en Madrid, aunque los últimos años los he pasado viajando por toda España por motivos de trabajo. Me separé de mi mujer hace tres años y siempre he llevado una vida golfa, me gustan mucho las mujeres y he de reconocer que tengo mucho éxito con ellas.
Un día del mes de diciembre del 2002, recibí un extraño mensaje en mi móvil, una mujer que parecía conocerme me provocaba para quedar en una cita a ciegas. Yo, que reconozco que soy bastante imprudente, entré en su juego. Después de intercambiar varios mensajes con el teléfono, decidimos quedar en la cafetería de un famoso hotel a las once de la noche.
La imaginación me hizo pensar que la cita merecería la pena y la verdad es que solo pensar en ello me puso bastante cachondo. Me dispuse a preparar la cita, sin tener ni idea de que es lo que me iba a encontrar. Me duché, me puse un buen traje, mis gemelos y una bonita corbata, me perfume y cogí mi bolsa de cuero del gimnasio, donde guardé algunos objetos personales, como velas, aceite corporal, y algún juguete erótico, reservé por teléfono una suite en el hotel y pedí un servicio de masajista “para mi mujer” para las once y media.
Todo estaba preparado, quizá me había precipitado, pero yo soy así. La verdad siempre me ha salido bien, tal vez por eso soy tan de osado.
Llegué al hotel a las nueve, inmediatamente formalicé la reserva y subí a la habitación. Puse la calefacción a tope, dejé la ducha con el agua muy caliente saliendo para formar una gran cortina de vapor, y coloqué unas velas encendidas encima de la mesa, puse el aceite corporal escondido entre la cama y la mesita y dejé un consolador de silicona de un grosor espectacular encima de la cama.
Tenía el corazón a mil por hora, bajé a la cafetería y me pedí un whisky con mucho hielo mientras mi imaginación jugaba a pensar como sería ella. Lo poco que sabía por sus mensajes es que se llamaba Mari Carmen, estaba casada y mi teléfono se lo habían facilitado un par de buenas amigas mías llamadas Sonia y Eva.
El hotel estaba precioso, el pianista que acostumbra a estar allí estaba tocando ritmos divertidos y la gente iba muy elegante y glamurosa en general. En la barra de la cafetería había una mujer que claramente no estaba acompañada. Llevaba un vestido negro, con medias y zapatos negros de tacón, estaba tomando una copa de vino tinto y era mayor que yo, le calculé unos cuarenta y cinco años. Sinceramente, pensar que fuera ella me puso muy cachondo.
Me acerqué convencido, sonreí y antes de decir nada… ¡bingo!, ella exclamó:
– ¡José!
La situación estaba clara, ella pasaba un mal momento con su marido, nuestras amigas comunes sabían a quien estaban presentando y los dos sabíamos qué estábamos haciendo en aquel hotel y para qué habíamos quedado.
Me aproveché inmediatamente, no crucé palabra y le di con una sonrisa la tarjeta/llave de la habitación, le dije que había contratado un masajista durante treinta minutos, que subiera, que disfrutara del masaje y que yo subiría pasados unos minutos. Vi en su mirada que eso era exactamente lo que deseaba, tener una aventura loca. No dudó y subió a la habitación.
Yo estaba muy excitado, me tome otra copa con hielo y pasados 20 minutos subí a la habitación.
Ella estaba tumbada, boca abajo y tapada con una toalla en la camilla portátil que había instalado el masajista y este estaba finalizando ya el masaje. Yo me quité el traje, me di una ducha y salí con una toalla enrollada en la cintura.
El masajista ya se había marchado, mi corazón latía a mil, ella se encontraba tumbada en la cama, se había puesto las medias negras y el liguero, que evidentemente se había quitado para recibir el masaje. Tenía unas tetas espectaculares, con sus pezones de punta, muy bien puestas para su edad, el pubis muy arreglado sin estar totalmente depilado. La luz de las velas dejaba ver todo de forma muy sensual.
Me acerqué a la cama y me puse de pie junto a ella, nuestra respiración estaba claramente alterada. Sin cruzar una sola palabra y mirándonos muy excitados a los ojos, cogí el bote de aceite y la empapé por completo, luego empecé a tocar su cuerpo empapado en aceite, la pegué un repaso de caricias general y me empecé a recrear especialmente con sus tetas.
Ella quiso quitarme la toalla y meterme mano en el paquete, pero yo no la dejé y llevé su brazo hacia la almohada, indicándole que se relajara y disfrutara por el momento de mis tocamientos. Recorrí sus tetas y su abdomen sin prisa, le toqué los muslos sin llegar a tocar nada más, estaba muy excitada y levantaba su pelvis deseando que la tocara.
Por fin la pegué una pasada por su coño, como muy ligera y liviana, desde el ano, abriendo sus labios vaginales y siguiendo dirección de nuevo a sus tetas. Ella soltó un gemido y jadeó ligeramente, entonces volvió a su intento y tiró de mi toalla.
En esta ocasión por supuesto que se lo permití, yo también estaba cachondo perdido. Ella empezó a tocar mi polla, que parecía que iba a explotar. Tengo un buen miembro, largo y grueso, y solo se lo dejé tocar unos segundos para volver a retirar sus brazos. Estaba clarísimamente excitada, alterada y salida. Yo empecé a meter mis dedos en su coño empapado de aquel mejunje de flujo vaginal, sudor y aceite. Tras unos segundos de meter y sacar los dedos, yo de pie junto a la cama, me acerqué a su cara y ella inmediatamente se metió mi polla en la boca, mientras yo seguía metiendo y sacando mis dedos de su coño.
Mis piernas tiritaban por la postura y lo cachondo que estaba, ella seguía gimiendo mientras me la chupaba y entonces le empecé a meterle un dedo por el agujero del culo.
Fue entonces cuando habló por primera vez desde que estábamos en el cuarto y con voz alterada por la excitación me dijo que le dolía mucho por el culo, yo le pregunté si lo hacía analmente y ella me contestó que nunca jamás, que su marido estaba harto de pedírselo pero nunca se lo había permitido.
Eso me puso más cachondo todavía. Cogí el consolador y empecé a pasárselo por el coño y por el clítoris, ella decía que eso tan gordo no le cabría, mientras yo seguía de pie y ella seguía cogida fuertemente a mi polla y chupando. Lentamente empecé a meter semejante polla de silicona en su coño, parecía mentira pero entraba. Ella empezó primero a gritar y a levantar su culo de la cama hasta que se corrió a los pocos segundos, quedándose totalmente exhausta y recuperando la respiración.
Yo saqué con cuidado el consolador, ella pegó otro pequeño grito entre dolor y placer, y observé que tenía el coño muy abierto. Sin dejarla descansar, tiré de sus tobillos como si fuera a echarla de la cama, hasta de dejé su coño justo al borde del colchón, levanté y doblé sus rodillas y la invité a que se cogiera ella misma sus piernas para dejarme actuar a mí.
Con su coño abierto y todavía cansado, la pegué tres o cuatro lametazos con la legua en el clítoris y desde mi posición de pie empecé a hurgar su ano con la punta de mi pene. Eché otro gran chorro de aceite y empujé. Ella gritó e intentó apartarme, pero ya era tarde, había metido mi capullo dentro, me agarré a sus muslos flexionados y empecé a bombear. Ella pasó unos segundos francamente mal, su cara de dolor y la forma de morderse sus propios labios la delataban, se agarraba a las sabanas como si las fuera a romper, pero pronto noté que estaba disfrutando. Entonces saqué mi miembro de su culo y pasé a tumbarme en la cama porque mis piernas estaban dormidas de cansancio, le pedí que se sentara encima de mí y que se metiera de nuevo mi polla en el culo.
Lo tenía dilatado y la maniobra fue muy sencilla empezando a cabalgar encima de mí, sus tetas se movían y yo estaba a punto de correrme dentro de su culo, pero ella me tomó la delantera y se corrió por segunda vez. Estaba absolutamente destrozada y eso me gustaba, me podría haber corrido en ese mismo instante en el interior de su culo, pero me gustaba verla gemir y no aguantar más, por eso decidí sacársela y no correrme.
La cogí de la mano, la saqué de la cama y la puse de rodillas en el suelo. Se la veía totalmente cansada, satisfecha y dolorida.
De nuevo de pie y con ella de rodillas, le metí la polla en la boca que ella empezó a chupar, solo paro un segundo para decirme:
– Por favor, no te corras en mi boca.
Yo la mire y asentí con la cabeza, empezando a gemir y a decirle lo mucho que me estaba gustando como la chupaba y lo cachondo que me tenía. A punto de explotar, separé sus manos de mi verga y la cogí por la cabeza, follándole la boca. Ella insistió por segunda vez:
– Por favor no te corras en mi boca.
Me apetecía muchísimo, aguanté la presión de mi leche, que notaba como iba a explotar, y en una de las embestidas, agarré firmemente su cabeza y me corrí como un puto cabrón en su garganta. Ella no dijo nada, de hecho siguió mamándomela, aunque permitía que el semen saliera por la comisura de sus labios.
– Eres un sinvergüenza – me dijo después con una sonrisa – Nunca nadie me ha hecho lo que me has hecho tú hoy, nunca he dejado a mi marido que me diera por el culo y jamás se le ha ocurrido correrse en mi boca.
Acto seguido no me pude contener y solté una carcajada que ella correspondió con otra mientras veía sus labios con mi semen.
El resto sobra contarlo, descansamos un rato, charlamos mucho más en media hora de lo que habíamos charlado antes de follar. Me contó que estaba enamorada de su marido, que no tenían hijos y que él llegaba casi todos los días muy tarde a casa de beber y jugar a las cartas con sus amigos, que nuestras queridas y comunes amigas le habían propuesto que se olvidara un poco de su matrimonio y que echara una cana al aire. Y le dieron mi número de teléfono.
Esa mujer me hizo reflexionar muchísimo, porque yo también había hecho lo mismo con mi esposa y me costó mi matrimonio.
Ella me confesó que no había gozado nunca tanto, pero nunca más volvimos a follar. Pasados unos meses la llamé y la invité a tomar unas copas por mi cumpleaños, nos vimos y me contó que se estaba separando de su marido y que se iba a vivir a Almería.
Bueno, por si este relato llegara a ti, lo recordarás como lo recuerdo yo.
Un beso.