Relato erótico
Sexo railes
Estaba estresada por el trabajo y pensó que unos días de relax con su pareja les irían muy bien. Cogieron un tren nocturno a Paris y allí empezó la “fiesta”.
Rebeca – BARCELONA
Amiga Charo, después de unos meses de intenso trabajo conseguí organizarme unos días de vacaciones, libres de obligaciones, sin prisas, sin estrés, con todo el tiempo del mundo. Le propuse a Julia, mi pareja desde hace cinco años, que hiciéramos un viaje a París y ella no lo dudó un instante, aceptando entusiasmada. Así que como no soy muy amiga de los aviones compré dos billetes de tren en primera clase que nos iban a llevar desde Barcelona a París.
Nos instalamos en nuestro compartimiento, que era una pequeña habitación de lujo, con una cama en la cual dos personas podían dar rienda suelta a todas sus fantasías, un baño minúsculo pero con todo lo necesario, incluida una ducha, hilo musical, mini-bar, teléfono, televisión….
Una vez instaladas decidimos ir a cenar, así que nos cambiamos de ropa y nos pusimos en consonancia con el lujo del tren. Julia se puso un vestido color champán, de punto, que se ajustaba a su cuerpo como una segunda piel, por lo que evidentemente no se pudo poner ropa interior. Y yo me puse una camisa de corte masculino de color blanco y una falda que me llegaba hasta medio muslo. Yo sí me puse ropa interior, un sujetador sin tirantes que se podía vislumbrar perfectamente a través de la camisa y un mini-tanga de color negro.
Antes de salir de la cabina cogí a Julia por las mejillas y le di un profundo y húmedo beso, la miré fijamente y guiñándole un ojo le dije con toda la intención:
– Después de la cena, te espera el mejor postre que hayas probado….
– Estoy deseando que llegue el momento – me contestó, pasándose la lengua por sus deliciosos labios.
– ¡Vamos! -dije empujándola suavemente sonriendo – o no saldremos nunca de aquí.
Salvo Julia y yo nadie más viajaba en aquel vagón comedor. Mirando a través de la ventanilla, íbamos charlando animadamente de nuestras cosas y un camarero guapísimo por cierto, se acercó a nosotras y con una sonrisa nos tomó nota de nuestro pedido al tiempo que nos decía:
– Mientras esperan la cena, ¿les apetece una copa? Invita la casa.
– ¿Y eso?
– Bueno – respondió él resuelto – son, sin duda alguna, las dos viajeras más guapas de todo el tren.
Nos hizo gracia su desparpajo y aceptamos encantadas. Así que Juan, que así se llamaba el simpático camarero, nos trajo las copas y se retiró dejándonos a solas, esperando la cena.
Seguimos con nuestra conversación y en un momento dado noté como el pie de Julia subía despacio por mi pantorrilla, por mi muslo. Abrí los ojos sorprendida pero, al mismo tiempo encantada, y no pude evitar abrir mis piernas para facilitarle el acceso al que, sin duda alguna, era su objetivo y se me escapó un suspiro. Cerré mis piernas atrapando su pie entre ellas, ella me sonrió pícaramente y luego hizo algo que no me esperaba: se metió debajo de la mesa quedando totalmente oculta entre mis piernas.
Traté de disimular pero cuando empecé a sentir sus manos subiendo por mis muslos levantándome la falda tuve que cerrar los ojos de pura excitación. Estaba nerviosa por si nos descubrían, pero era casi imposible. Puse mi cuerpo lo más pegado posible a la mesa. Julia abrió mis piernas, apartó el tanga y empezó a lamerme toda, mientras yo intentaba no gemir para que nadie se diera cuenta lo que estábamos haciendo. La tensión y el peligro me calentaba y me excitaba más que cualquier otra cosa, podía sentir sus senos calientes sobre mis muslos al mismo tiempo que su lengua abría mis labios vaginales y la pasaba por toda mi vagina mientras me retorcía. Sin poder hacer nada, apretaba mis brazos sobre mis senos y trataba de calmarme, pero estaba muy caliente así que tenía que apretar mis labios para que nadie escuchara mis gemidos.
Julia tomó mi clítoris entre sus dedos y lo lamió como si fuera un pirulí. Sentí como su mano abría mis pliegues para insertarme dos dedos que se deslizaron rápidamente dentro de mi sexo húmedo a más no poder. Frotándome de esta manera monté mis piernas sobre sus hombros y me eché para atrás para disfrutar de un profundo orgasmo, quedando exhausta sobre la silla.
– Ha sido increíble – farfullé – ¿Cómo te has atrevido? – le pregunté entre admirada y horrorizada.
– Era una fantasía que quería compartir contigo desde hace mucho tiempo – me contestó con una sonrisa satisfecha y los ojos iluminados por la excitación.
– Te debo una – le amenacé.
– La estoy esperando – me contestó.
En ese momento apareció Juan con la cena que ya no tenía ninguna gana de tomar. Estaba terriblemente excitada, en cambio Julia siguió como si no hubiera pasado nada e incluso le dio conversación al amable camarero. Éste, después de unos instantes, nos dejó para ir a servir a otros pasajeros. En ese momento me percaté de que en el vagón había no menos de diez pasajeros pero, en principio, parecía que ninguno se había percatado de nuestra fiesta particular.
Acabamos de cenar y entre miraditas y caricias discretas nos dirigimos a nuestra cabina. Yo no podía más e Julia, aunque disimulaba, estaba tan excitada como yo. Al entrar en el departamento la empujé contra la pared y de un tirón le bajé el vestido dejando sus pechos al aire y empecé a chuparlos dando pequeños mordiscos de cuando en cuando, apreté bien fuerte sus pechos con mis manos, tiraba de sus pezones e Julia gemía entre excitada y dolorida:
– ¡Oooh… siiií…. que gusto…! – susurraba
Mientras mi lengua se ocupaba de sus pechos mis manos se ocupaban de desnudarla. Una vez conseguido mi objetivo, la observé en todo su esplendor. Era la visión más hermosa que podía tener en ese momento. Sin darle tregua abrí sus piernas y empecé a hacerle el mejor sexo oral de su vida.
– Sigue, sigue… – me apremiaba.
Mordía los labios de su coño a la vez que los estiraba mientras mis dedos apretaban los costados de su vagina. Estaba muy húmeda por lo que aproveché y le metí dos dedos que entraron sin esfuerzos y mientras, mi lengua jugaba con su clítoris. Mis dedos no paraban de entrar y salir una y otra vez, una y otra vez. Sus gemidos eran cada vez más fuertes. A esas alturas no nos importaba quien pudiera oírnos, estábamos desatadas.
Me detuve un momento y le pedí que se diera la vuelta y que apoyara sus manos en la pared, ella aceptó sin dudarlo y volví a penetrarla con mis dedos por detrás y al mismo tiempo mi otra mano acariciaba sus pechos y mi lengua recorría desde su nuca hasta sus preciosas nalgas. Podía sentir que estaba a punto de acabar.
Saqué mis dedos de su sexo y cogiendo uno de mis pechos pasé el pezón bien durito por toda la raya de su chocho dejándolo bien mojado de sus jugos. Sus pupilas se dilataron más si eso fuera posible. Tapé su boca con la mía para ahogar sus gritos, mientras ella, en señal de rendición, separaba los labios y dejaba entrar mi lengua, nos besamos profunda y pausadamente durante un buen rato. Comencé a besar y a lamer toda su piel, desde el ombligo hasta donde comenzaba su pubis, le lamí las ingles y también el borde de su vulva, la tomé por los tobillos separándole las piernas a medida que se las levantaba, lo que la obligó a recostarse a lo largo de la cama, y a mostrarme su sexo depiladito completamente abierto. Aquello provocó otro gemido en su garganta. Yo estaba nuevamente mojada, muy mojada. Me incliné sobre ella dándole un lametón tan largo que le empapé de saliva toda su vulva, hasta su clítoris. Le metí la lengua en su coñito, hundí mi lengua en su vagina unas cuantas veces seguidas…
– ¡Aaah…oooh…siiií…!
– ¿Decías algo, cariño? – le pregunté y la volví a penetrar con mi lengua.
– ¡Uuuh… aaah…!
– ¿Te gusta de verdad, amor?
– ¡Uuuf…siiií… sí, cielo… oooh…!
Y, al tiempo que la penetraba con la lengua, empecé a deslizar mis dedos por los bordes de su vulva, acariciando su inflamado sexo, moviendo mi dedo con paciencia, recorriendo delicadamente su rosada rajita de arriba abajo, hasta llegar muy cerca del clítoris. Y le metí mi dedo corazón hasta el fondo de su coño, muy despacio, para que pudiera sentir intensamente cada milímetro de mi avance, a la vez que le lamía suavemente la base del clítoris.
– ¡Oooh… siií…!
Julia se retorcía de gusto. Me acariciaba el cabello y apretaba mi cabeza contra su sexo mientras movía sus caderas adelante y atrás, hundiéndose cada vez más profundamente mi dedo en su vagina y frotando intensamente su clítoris contra mi lengua. Y aquello era solo el principio Me entretuve un rato en la intensa sesión de dedo, y después se lo saqué lentamente de la vagina, empapado en sus fluidos, le acaricié la cara interna de los muslos, metí la mano entre sus nalgas y llevé mis dedos hacia la entrada de su culito, frotándolos contra aquella abertura que ahora se empezaba a lubricar y a dilatar para mí. Después me incorporé, y acercando mi boca a su oído, le susurré:
– ¿O es quizás por aquí por donde lo quieres, mi amor? – al mismo tiempo que le metía el dedo en el ano, hasta el fondo, mi dedo corazón resbalando por las paredes del más secreto de todos sus agujeros.
– ¡Oooh… siiiií… siiiií…oooh…!
De la boca de Julia escapaban gemidos de placer. Y yo estaba empezando a ponerme seriamente cachonda otra vez. Las ganas de seguir penetrándola luchaban con el deseo de mi coño por irrumpir en escena. Pero ya habría tiempo más adelante. Ahora era el momento de seguir “castigando” su travesura en el vagón-comedor. Y eso fue exactamente lo que hice, le di un generoso chupetón en el clítoris y ella se volvió a estremecer, cerró su esfínter de golpe y mi dedo quedó atrapado con firmeza entre sus paredes. Comencé entonces a girar el dedo, lentamente, dentro de ella, acariciándola desde lo más profundo de su vientre hasta la entrada del ano. Podía ver su culito abierto, carnoso, mojado y rendido a una caricia tan intensa como larga. Luego, Julia volvió a relajarse, su esfínter soltó de nuevo mi dedo, y aproveché para sacárselo del culo muy despacio, mientras seguía lamiendo su clítoris, sacándoselo fuera del capuchón, soplando sobre él y empujándolo otra vez con la lengua, hacia adentro, hundiéndolo entre los labios de su vulva, al mismo tiempo que volvía a penetrarla por detrás con el dedo. Aquello la volvía loca, y ya no me dejó sacarle más el dedo del culo. Todo lo contrario. Me cogía la mano y, con fuerza, tiraba de ella hacia adentro, para volver a meterse el dedo otra vez hasta el fondo de su secreto escondite.
Con mi boca todavía en su coñito, empecé a quitarme la camisa y la falda. Me quedé con la blusa por fuera y la falda a medio bajar, mientras seguía lamiendo la rajita de Julia. Me incorporé un momento para dejar caer la falda al suelo del vagón, me desembaracé de la camisa como si fuera una camiseta, y me quedé frente a Julia, en tanga y sujetador. Y ya no pude esperar más. Metí mis manos bajo sus nalgas, la atraje hacia mí, la coloqué ligeramente de lado, y me metí entre sus piernas. Notaba su coñito húmedo entre mis muslos y con cada movimiento, cada vez que me frotaba contra su sexo desnudo, notaba que mi tanga se iba mojando cada vez más y más.
Nos estábamos poniendo a cien las dos, mi tanga se había convertido en un trapo empapado en mitad de mis nalgas. Un trapo muy mojado y deliciosamente cálido. Lo aparté un poco con los dedos, hacia un lado, dejando mi vagina al aire.
Me separé los labios con los dedos y junté mi coñito con el de Julia, nuestros sexos se tocaron, y comenzaron a frotarse, resbalando en su propia humedad, acariciándose mutuamente, el uno sobre el otro. Y yo sentía que mi clítoris se ponía en erección, buscando la vagina de Julia.
Cuanto más frotaba mi vulva con la de ella, cuanto más me apretaba ella las caderas con el interior de sus muslos, cuanto más duros se ponían nuestros pezones, cuanto más me arañaba la espalda mientras yo le daba suaves azotes en su culito, cuanto más traqueteaba aquel tren, más segura estaba yo de que acabaría corriéndome sobre el precioso sexo mojado de mi amor.
Julia me acariciaba los senos con sus manos suaves y sudorosas. Se puso a chuparme los pezones, y yo sentía que me volvía loca. Entonces tomé una de sus manos y empecé a lamerle los dedos. Ella estaba encantada y se dejaba hacer, totalmente entregada a mis juegos. Yo la cabalgaba mientras ella me metía los dedos en la boca y a veces dejaba de chuparme los pezones, me miraba fijamente a los ojos y me sonreía.
Me saqué los suaves dedos de Julia de mi boca y los conduje hacia el interior de mis nalgas, acercándolos poco a poco hasta la entrada de mi ano.
Pienso que me he alargado demasiado así que, querida amiga, te contaré el resto de la experiencia en una próxima carta.
Besos de las dos.