Relato erótico
Sexo “a todo tren”
Después de una jornada de largas reuniones, volvía a su casa con el tren de alta velocidad. Delante de él, se sentó una mujer muy atractiva. Se miraron, y cual no sería su sorpresa cuando vio que le dio su teléfono apuntado en una servilleta.
Marcos – Madrid
Estaba cómodamente sentado en asiento, quedaban pocos minutos para que el tren saliera con destino a mi ciudad.
Había sido un largo día. Y es que por negocios había tenido que visitar la capital y durante todo el día estuve trabajando. Cogí uno de los últimos trenes para apurar más la jornada. Tras una breve espera el tren empezó a rodar. Aquel día no había demasiados pasajeros, era tarde y la gente prefería coger los trenes anteriores.
Era un tren realmente confortable, con butacas amplias y cómodas, con un pequeño bar e incluso con un servicio. Aquel tren tenía prácticamente las mismas comodidades que puede tener un avión. El trayecto no era excesivamente largo, duraría tres horas y media, por ello me había traído un libro para ocupar ese tiempo, si es que antes no me dormía por el cansancio, claro.
Mientras buscaba la página en donde me había quedado la última vez, una preciosa mujer se sentó en la butaca de enfrente, al lado de la ventana.
Ambos estábamos acomodados en un grupo de cuatro asientos. De los cuales tan sólo uno más estaba ocupado por otro hombre de unos cincuenta años, que ocupaba el asiento de al lado de la preciosa mujer.
Rápidamente me percaté de su belleza, era una mujer de unos 30 años, delgada, atractiva y con una media melena rubia que en combinación con sus ojos verdosos la hacía realmente bella. Su cuerpo parecía cincelado por un artista, sus labios eran carnosos sensuales, su piel era fina como la seda y sus curvas eran mareantes y perturbadoras. Sin duda era toda una mujer.
Volví pronto a mi lectura pues no quería que se percatase de mis libidinosas miradas.
Ya se había acomodado perfectamente cuando de nuevo volví a observarla con discreción. Esta vez ella si se dio cuenta de mi interés, pero rápidamente apartó su mirada y nuestras pupilas evitaron el encuentro directo. Durante la hora siguiente las miradas furtivas por ambas partes se sucedieron. Yo no podía dejar de reparar en su presencia. De repente ella se levantó y se dirigió al bar que estaba situado en el vagón contiguo. A los pocos minutos volvió con una servilleta y una copa.
Comenzó a bebérsela, lentamente, saboreando cada gota de aquella bebida mientras ojeaba una revista que tenía en sus manos.
En un momento dado cogió el vaso y lo situó lentamente sobre la parte superior de su pecho, parecía tener calor, nada en comparación con el que yo estaba empezando a sentir. Lentamente lo fue paseando por todo su pecho, de una manera muy sensual y sugerente.
Su compañero de butaca también se había dado cuenta de la situación pero no osaba mirarla. Yo hacía rato que había perdido el hilo de mi libro y tan solo mantenía su lectura como excusa.
De repente y cuando acabó la copa, sacó un bolígrafo de su bolso y escribió algo sobre la servilleta. Se levantó y disimuladamente la hizo caer sobre mis pies. No tarde en recogerla y leer su contenido. “Te espero en el baño…”. Dos minutos después yo ya estaba en pie, presto y dispuesto a comenzar aquella inesperada aventura. El hombre que ocupaba la otra butaca tampoco podía creérselo y me obsequió con un gesto de reconocimiento con un ligero toque de envidia. No tardé en llegar al baño, la puerta estaba entornada, rápidamente la abrí y me introduje en aquél pequeño habitáculo.
Ella me estaba esperando recostada sobre la pared. Nada más entrar, se abalanzó sobre mí y yo cerré la puerta como pude. No tuve tiempo ni de respirar. Comenzó a besarme impetuosamente mientras nuestras manos empezaban a conocer nuestros cuerpos. Sin perder un segundo fui en busca de su ropa interior, no tarde en encontrar sus sinuosos pechos. Los agarré con firmeza mientras la sujetaba con fuerza de su cintura. Ella tampoco perdió el tiempo, dirigió sus manos hacía mi cremallera e introdujo su mano en mi pantalón. Aquella curiosa mano no tuvo que buscar mucho. Mi excitación era tal, que mi polla ya estaba deseosa de encontrar una salida desde donde poder mostrar todo su esplendor.
Ante tal panorama, decidí cogerla y la senté sobre la taza del wáter. Ella no dudó y me bajó los pantalones sin perder un minuto. Momento en el que abrió su boca y comenzó a saborear mi ardiente sexo. Comenzó lentamente y poco a poco fue acelerando el ritmo. Yo no podía más que acariciar su melena mientras ella me proporcionaba tal placer. Así seguimos unos minutos más hasta que yo la aparte de mí ya que no podía contenerme más. Teníamos poco tiempo. La levanté del asiento y le baje su prieta falda, la situé sobre el lavabo y comencé a penetrarla al tiempo que nos besábamos apasionadamente.
Al compás del traqueteo del tren, la hice mía una y otra vez.
Ella no se movía, tan sólo jadeaba continuamente en mi oído mientras se agarraba a mi cuerpo cual gata en celo. Ambos estábamos llegando al orgasmo más placentero. El momento cumbre estaba cada vez más cerca. Y mi pasión más escondida a punto de desbordarse. El tren realizó un brusco vaivén y fue en aquél preciso instante cuando nuestro estallido sexual inundó nuestros cuerpos.
En un minuto volvimos a vestirnos, nos dimos un último beso y salí de aquel pequeño habitáculo. Por suerte no había nadie esperando para entrar al servicio. Me dirigí a mi asiento y a los pocos minutos salió ella, algo despeinada. Nos dirigimos una media sonrisa 15 minutos después el tren realizó otra parada y fue en ella donde aquella mujer se bajó. Nunca más volví a saber de ella.