Relato erótico

Sesión continúa

Charo
22 de febrero del 2019

Conectó el ordenador porque tenía que consultar unos datos para su trabajo. De pronto vio que alguien quería hablar con el por el chat. Era una chica o eso decía. Estaba cansado y una caída de conexión en la red, cortó la comunicación y, le solucionó la papeleta hasta el día siguiente.

Jorge – Valencia
Lo que voy a escribir a continuación es una aventura absolutamente real. Ocurrió hace unos meses, y no me había decidido a escribirla si no hubiera sido por la insistencia de mi amante. Me presentaré brevemente. Me llamo Jorge y vivo en Valencia, mido 1,77, ojos verdes, pelo castaño, me conservo en forma porque practico deporte varias veces a la semana y me gusta cuidarme. Mi polla es muy grande, mide en estado de alegría más de 26 cm, es muy gordo y siempre ha causado una agradable sorpresa en todas las mujeres con las que he estado. Como decía, esta aventura me ocurrió hace varios meses. Estaba navegando por internet desde casa, sobre las 11 de la noche, con el messenger abierto, cuando me apareció el típico cuadrito en el que alguien te ha agregado a su lista de contactos. Yo acepté y a los pocos segundos se me abrió un cuadro de conversación.
– Hola – me dijo – Perdona la intromisión, pero he encontrado tu dirección en una página.
– Buenas noches – respondí.
La verdad es que en ese momento no tenía especialmente ganas de hablar porque andaba buscando en internet información sobre una legislación específica que necesitaba para mi trabajo, así que intenté con mi silencio no continuar con esa conversación y a la vez no ser maleducado. Pero insistió:
– He leído tu contacto. ¿Y qué tal estás?
De todas las emociones que puedes expresar en un chat mediante las caritas, probablemente la más difícil de mostrar es el desinterés, porque si no quieres ser descortés y escribes una carita de tristeza, puede parecer lo que no es. Yo lo único que quería en ese momento era seguir trabajando, así que había decidido ser un tanto frío. Sobre todo porque parecía una experiencia ya vivida muchas veces: la de hombres que me preguntan sobre mi amiga para que les dé el teléfono y esas cosas. Y pensaba que quien me hablaba lo era.
– Pues bien.
– Por cierto, me llamo Silvia -me dijo.
Había dos posibilidades. O era un hombre que se hacía pasar por mujer o era realmente una mujer. Y como decía un profesor mío de la Universidad: “Nunca cierres una puerta”, por lo que siguiendo tan sabios consejos decidí mostrarme un poco más atento por si sonaba la flauta.
– Encantado Silvia. Yo me llamo Jorge
– Encantada.
No me preguntéis por qué, pero algo me decía que aquella persona que estaba al otro lado del ordenador era efectivamente una mujer. Creo que es algo que se percibe, sin poder explicarlo. En ese momento y de manera inesperada, la línea telefónica se me cayó, el ordenador se colgó y tuve que apagarlo.

Como era bastante tarde, decidí no conectarme de nuevo y marcharme a dormir porque estaba cansado y al día siguiente iba a andar bastante liado en el despacho. Aunque había quedado un tanto maleducado, imaginé que ella habría pensado que aquella desaparición repentina se había debido a un problema técnico y no a una descortesía.
Al día siguiente no pude entrar en todo el día en internet, pues anduve de reunión en reunión y prácticamente había olvidado mi conversación de la noche anterior. Realmente habían sido unos pocos minutos y no había sucedido nada que hiciera mantenerse el recuerdo vivo en mi memoria.
Cuando llegué a casa por la noche volví a conectarme a internet para continuar con la búsqueda de documentación que había iniciado la noche anterior. Como quiera que el MSN messenger arranca automáticamente, a los pocos segundos se me abrió de nuevo una nueva ventana de conversación. Era ella.
– Hola otra vez – dijo – Ayer me dejaste colgada.
– Ah, hola – respondí – Perdóname, pero es que se bloqueó el ordenador y luego ya no volví a entrar.
No querría haber resultado grosero.
– No pasa nada. Imaginé que algo así había pasado. Pero hoy a ver si hay más suerte y podemos charlar un rato.
– Espero que sí, si telefónica no tiene intención de lo contrario- bromeé.
Así seguimos durante un rato la charla, hablando de banalidades y temas obligatorios para dos personas que no se conocen. Me dijo que vivía en Valencia, como yo y además, según pude deducir, éramos casi vecinos, que era casada, 34 años, se describía como morena, bastante alta, delgada pero no demasiado y decía que trabajaba en una agencia de viajes. A simple vista y sin haber estado mucho tiempo conversando, daba buenas vibraciones. Parecía culta por su manera de escribir y expresarse y muy educada. De repente me soltó de golpe:
– ¿Todo lo que cuentas en tu anuncio es cierto?
– Absolutamente todo,- contesté
– Pero… ¿todo, todo? – insistió.
– ¿A qué te refieres? – le pregunté desorientado.
– Me refiero a sí la tienes tan grande como dices.
Ante preguntas tan directas uno normalmente no sabe cómo reaccionar. Soy bastante tímido, aunque no lo parezca, incluso por chat, e incluso en esas situaciones en las que uno se puede desinhibir, yo me corto un poco.
– Pues…. la verdad es que sí – contesté.
– Eso es lo que yo ando buscando, ¿sabes cuál es mi fantasía? – dijo.
Súbitamente la conversación se estaba tornando más picante. Así que decidí seguir el juego.
– ¿Cuál es esa fantasía?
– Tener sexo en un lugar público, con un desconocido – dijo-

¡Vaya!. En eso coincidíamos. Lo cierto es que si hay algo que me atrae es la posibilidad de tener sexo en un lugar que tenga cierto riesgo de que nos alguien pille.
– Pues si te digo la verdad… también es la mía.
– Te voy a proponer algo – dijo.
Básicamente la proposición era la siguiente: quedaríamos en un cine de nuestra ciudad, sin habernos visto previamente. Solo nos habríamos descrito como íbamos a ir vestidos, aunque, y esto era lo emocionante, podría ser posible que no respetáramos lo dicho y fuésemos vestidos de forma diferente. Yo buscaría una mujer sentada sola en el cine, que podría ser ella o no, si fuera vestida de otra manera a la acordada, e intentaría seducirla. Y ella se dejaría seducir por un hombre que podría ser yo o no, si yo al final me vestía diferente.
La idea era muy morbosa, y se notaba que era algo soñado durante mucho tiempo porque estaba bastante elaborada. Solo de pensarlo me estaba poniendo caliente, así que acepté de inmediato. Solo había que hacer una comprobación previa para evitar posibles tomaduras de pelo.
– Estoy de acuerdo – dije – Pero necesito antes que hablemos por teléfono y despejemos dudas sobre nuestra identidad.
– Encantada.
Le di mi número de móvil y a los 15 segundos recibí una llamada. Su voz, efectivamente de mujer, era muy dulce y acordamos vernos a la tarde siguiente en un cine céntrico de Valencia, de los pocos que quedan que aun echan películas de reestreno. Es un local muy grande, con muchas zonas de especial oscuridad y que resulta idóneo para este tipo de situaciones, de las que por cierto se ven en este cine con mucha frecuencia. Ella iba a ir vestida con un vestido marrón y botas altas de ante color beige, mientras que yo quedé en ir con tejanos y jersey azul marino. La idea era no quedar a ninguna hora en concreto sino dentro de un rango horario, con lo que la sensación del anonimato seria más intensa.
La mañana siguiente transcurrió muy lentamente para mí. Encima que no iba especialmente cargado de trabajo, estaba pensando en la cita de la tarde y miraba el reloj cada 5 minutos para ver cuánto faltaba para ese momento. Pero a última hora de la mañana, la cosa se complicó de tal manera que tuve que entrar en reuniones de urgencia que me tuvieron liado hasta la tarde.
Cuando pude terminar, la hora me indicaba que tenía que salir corriendo hacia el cine donde me esperaba Silvia, pues era ya casi el final de la hora
acordado. Dada la premura de tiempo, no tuve oportunidad de pasar por mi casa a cambiarme de ropa así que me fui directamente con mi traje y mi corbata, y entré disparado en el cine. Temí que se hubiera marchado ya, y cuando pude acostumbrar mis ojos a la oscuridad, vi como varias filas mas delante había una mujer sentada sola, al lado de la cual había un hombre también solo y con un asiento de separación por medio de ambos.

Me acerqué hacia allí para ver si la mujer iba vestida con la ropa que me había dicho y efectivamente, la descripción coincidía a la perfección: vestido marrón y botas altas beige. Como había un hombre al lado, decidí sentarme cerca de mirar porque tenía la sensación de que ese hombre intentaba meter mano a Silvia. Alguien se me había adelantado, pensé, y ella no tenía por qué saber que no era yo.
Efectivamente, al poco tiempo el hombre intensificó su ataque y se sentó en el asiento libre entre los dos, y por los movimientos que se veían, parecía que estaban empezando a meterse mano mutuamente. Yo tenía ganas de gritar, me sentía impotente de ver como se me escapaba, pero tampoco iba a montar un lío presentándome como el que verdaderamente había quedado con ella. Es más, la posición de voyeur tenía su morbo, por qué no decirlo.
En un momento, ella echó mano a su paquete y le bajó la cremallera del pantalón. Era, la verdad, mi única esperanza, Si el tío ese no tenía una polla muy grande, ella podría llegar a pensar que no era yo, aunque también cabía la posibilidad de que pensara que era yo y que me había marcado un farol cuando hablaba de mi polla. Y los astros me ayudaron. Por lo que pareció ocurrir, ella debió notar un miembro de tamaño inferior al esperado y pegó un respingo, levantándose del asiento y cambiándose de fila, yéndose varias filas más adelante, a lo que el hombre reaccionó levantándose a su vez y saliendo raudo del cine.
Era mi oportunidad. Me levanté y me acerqué a donde ella estaba, sentándome en el asiento de al lado al suyo pero en la fila de detrás. Ella giró la cabeza y me miró, y me pareció ver un poco de cara de hastío, como si pensase que era otro pesado que se le acercaba a meterle mano. Daba la impresión de que hubiera llegado a la conclusión de que yo no aparecería ya.
Yo viendo lo que había visto entre mi secreta amante y el hombre de su lado, estaba a mil por hora. Tenía una erección descomunal, así que me saqué la polla y empecé a acariciármela lentamente. Silvia se dio cuenta de mis maniobras y giraba la cabeza de vez en cuando para mirar mi polla
y cada vez lo hacía con más frecuencia. En eso, me levanté y me senté en su fila dejando uno libre entre los dos. Seguía con la polla fuera, que estaba cada vez más grande, a lo que ella, que ya había dejado de prestar cualquier tipo de atención a la pantalla, ocupó el lugar vacío a mi lado. Me miró a la cara y le pude ver, por fin, las facciones. Era guapa, realmente guapa, aunque tal vez aparentaba algo más de los 34 años que reconocía. Daba igual. Tenía los ojos de color claro, una melena bastante larga y bajando un poco, se advertían unas tetas debajo de ese vestido marrón realmente bonitas, sin ser excesivamente grandes. Su boca era grande, los labios delgados y la piel se notaba fina y cuidada.
Acercó su mano a mi polla y, cogiéndola, agachó sin decir una sola palabra su cabeza y se la metió entera lentamente en la boca. Su mamada era espectacular, su cabeza subía y bajaba sin dejar de mantener el contacto del interior de su boca con cada centímetro de mi rabo en todo momento. Mientras lo hacía me masajeaba los huevos con una mano y yo solo podía pensar en cómo evitar gemir demasiado fuerte para que no se notara dentro del cine.

Estaba a punto de correrme, porque era una mamada como pocas me habían hecho en mi vida, a lo que se le añadía el morbo de la situación: una desconocida que se la estaba chupando a alguien que no sabía si era con quien había quedado.
– Me voy a correr – le susurré.
Ella, lejos de importarle, aceleró el ritmo y, justo cuando empecé a soltar el primer chorro de leche, sacó mi polla de su boca y se la encaró hacia la cara para que le salpicara entera, llenándosela de la leche que salía a borbotones por el calentón que llevaba.
Ahora me tocaba a mí. Una butaca de un cine no es precisamente el sitio más cómodo para pegar un polvo, pero me moría de ganas de comerme a esa mujer y no me importaba lo incomodo que pudiera resultar hacerlo. De manera que me arrodillé delante de ella y le subí lentamente la falda, a la vez que descubría unas medias color crema sin liguero, de esas que se sujetan al muslo, y posteriormente unas braguitas de seda de color blanco. Se las quité del todo y me apareció su coñito, parcialmente depilado sobre todo por los laterales, y que brillaba por la excitación y la humedad que llevaba encima. Me lancé sobre él y empecé a devorarlo mientras comenzaba a introducirle un dedo que entraba con una facilidad pasmosa. Podéis imaginar la situación: ella, con toda la cara llena aun de semen e intentando reprimir el gemido que le provocaba mi comida de coño. Era alucinante. De pronto me cogió la cabeza con las dos manos, apretándome fuertemente contra su coño y, aunque no despegó los labios, noté como se corría porque la cantidad de líquido que poblaba su coñito aumentó repentinamente en mi boca.
Me levanté y me senté a su lado. Estaba exhausta, y yo también. Abrió su bolso y sacó un pañuelo de papel que utilizó para limpiarse el semen que llenaba su cara.
– ¿Eres Jorge? – me dijo
– Hola Silvia – contesté.
Los dos sonreímos. Me acercó la boca a mis labios y nos besamos durante un largo rato, de manera que mi polla consiguió ponerse otra vez a tono enseguida. Ella, que lo vio, me dijo:
– Y ahora quiero que me folles bien.
Sacó un condón y se agachó ligeramente para ponérmelo. Se subió la falda y se sentó a horcajadas encima de mí, metiéndose mi otra vez enorme polla lentamente en el coñito chorreante. La situación era comprometida porque en semejante postura nos podían ver muy fácilmente, pero… qué importaba, si nos lo estábamos pasando en grande. Subía y bajaba lentamente y se notaba que su orgasmo estaba cerca por lo que aceleró las embestidas contra mi rabo que cada vez crecía más.

Fueron pocos minutos, al cabo de los cuales ella obtuvo una corrida espectacular de la que tuvo que reprimir el grito. Inmediatamente empecé yo a soltar nuevamente mi chorro de leche en su interior mientras le sujetaba el culo con las dos manos.
Nos recompusimos la ropa y salimos del cine. Le ofrecí acercarla en mi coche a donde fuera, pero ella me rehusó diciendo:
– Prefiero caminar, así me refresco antes de llegar a casa.
– ¿Volveremos a vernos? – le pregunté
– Seguro. Tengo que probar esa polla en mi culo.
Nos despedimos con un largo beso y al día siguiente me llamó por teléfono y volvimos a quedar. Ya os lo contaré. Besos.

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