Relato erótico

Sensaciones…

Charo
5 de febrero del 2020

Eran estudiantes como él y vivían a la vuelta de la esquina de su pensión. Se hicieron amigos y se dio cuenta que se querían. Fueron a un concierto juntos y a la salida vivió una de las experiencias más morbosas de su vida

José Luis – MADRID
En una ciudad universitaria casi todo puede pasar. Como yo, muchos éramos los jóvenes que veníamos de algún pueblecito de España a estudiar en Madrid.
Cuando las conocí, vivían en un apartamento a la vuelta de mi pensión. Uno acaba encontrándose en algún bar y después de algún tiempo siempre hay aquel amigo común que te presenta.
Noelia y Sheila habían venido para estudiar periodismo o letras, no sé. Noelia era rubia, con muy buenas curvas, pero con tendencia a engordar. Tenía unas buenas tetas, una cinturita bien trabajada y un culo de esos que te hacen girar por la calle. Sheila era morena, de cabellos largos y lacios y un poco más alta, con pechos firmes y una actitud de sensualidad tan evidente que llamaba la atención siempre que llegaba. Y eran lesbianas.
A veces, cuando no había ningún programa a la vista, me gustaba conversar con ellas. Disfrutaba de esas charlas, quién sabe si porque no convertían su sexualidad en su mundo, o por la atracción que todo hombre tiene por una pareja lesbiana. Uno quiere en parte explicarse por qué no precisan de los hombres como las otras mujeres, y en parte hacerlas gozar de forma que nos necesiten y nos pidan que no las dejemos.
Ellas se querían, de eso no hay duda. Podía ver en algunas de sus miradas, o en algún contacto casi casual, que una electricidad corría por sus cuerpos a cada contacto. En el bar, la mano de Noelia sobre la de Sheila quedaba quieta, como si hubiese nacido para estar en ese lugar.
Lo que les voy a contar aconteció después de un recital en un conocido teatro. Los grupos que tocaban en el escenario, el clima templado, las estrellas formando los muros del anfiteatro y el excelente vino que vendían en la entrada nos habían puesto en un estado casi mágico. Los tres bailamos, escuchamos y disfrutamos, con un placer casi sexual.
Cuando el recital acabó, nos fuimos al apartamento de ellas. Las dos de la mano, y yo hablando de lo bien que lo habíamos pasado. Ellas sacaron un poco de vino de la nevera y continuamos bebiendo, lentamente, disfrutando de la sensación de la bebida alcohólica y el hielo en nuestras bocas, de la satisfacción de una noche perfecta.
No sé cómo comenzó todo. Noelia y Sheila estaban sentadas en el sillón enfrente al mío cuando comenzaron a besarse. Nunca las había visto así, tan enamoradas, y al principio me sentí un poco incómodo, como en un lugar que no era mío. Después empezaron a acariciarse los pechos, despacio, con una pasión sin apuros, de pareja que conoce donde las caricias son más queridas. Mi polla comenzó a dar señales y quise estar allí, en medio de ellas dos, compartiendo su amor.

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Entonces Noelia, con una mano entre la blusa de Sheila, me miró y sentí que no estaba de más, que formaba parte de ese juego erótico. Sin palabras, las dos pararon y, mirándome y sin mirarme, se quitaron la ropa. Noelia quedó con una braguita rosa, mostrándome sus pechos grandes y firmes. Sheila me apuntaba con sus pezones erectos, como estudiando la excitación que me dominaba, con una braguita blanca que ya comenzaba a mostrarse oscura en su pubis. Luego sus lenguas se encontraron. De pie, sus manos recorrían los cuerpos, descendían por la espalda hasta acariciarse el culo, se metían dentro de la braga y recorrían los coños, juntando en los dedos toda humedad y todo calor. Yo seguía sentado, mirando y disfrutando, con mi polla dolorida buscando atravesar el pantalón y perforar esa carne tibia.
Al rato, ellas me fueron quitando la ropa, besándome y besándose en cada pedazo de piel descubierta. Mi rabo saltó a la libertad, con fuerza de presidiario y calidez de hombre. Sheila me besaba el tronco, lo lamía y acariciaba con la lengua, y yo sentía la delicadeza de sus labios rodeándolo y besándolo. Noelia se dedicaba a los testículos, como despertando al semen de su cuna y acariciándolo a través de la piel dura de las bolas. Yo soñaba, sintiendo mi masculinidad acariciada, besada y contenida en todas sus partes, cuatro manos y dos bocas que me hacían vivir solo a través de mi polla, con mi futuro solo en mis testículos.
Noelia se acostó en la alfombra, abierta, mostrándome su interior sonrosado, llamándome con sus ojos y con su coño. Y yo fui, como un caballero con su lanza o un ariete pulsante sostenido por un hombre. Su vagina era suave y calida cuando la penetré, a cada movimiento mi polla entraba más profunda, generando más jugos y más calor. Sheila le daba de mamar como a una niña, mientras me besaba como una amante. Los dos le dábamos placer, un placer sexual y onírico, mientras Noelia gemía bajito entre las tetas de Sheila.
Mis testículos querían liberar su carga, explotar en el interior de esa cueva caliente y dejar la leche toda en su interior, pero un resquicio de pensamiento los frenaba, presintiendo que aún podía gozar más. Y fue Noelia la que explotó con largos gemidos, arañando el culo de Sheila y apretando el mío más hacia su coño.
Ahí tomamos un descanso, un poquito más de vino, unos besos. Mi pene era acariciado despacio en toda su longitud, por Noelia con cariño y agradecimiento, por Sheila con placer.

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Ellas se besaban, y yo las acariciaba en todo el cuerpo, recorriendo las curvas y buscando profundidades. Al rato Sheila me dio la espalda, arrodillada en el suelo colocó sus tetas sobre el asiento del sofá, los brazos abiertos, la carne morena, ofreciéndome todo su hermoso culo. Besé su espalda, deteniéndome en cada vértebra, con la lengua dura marcando los huesos de su columna. Después acaricié una y otra vez con el vaso, todavía con hielo, entre sus muslos, haciéndole sentir el frío en su coño caliente. Su piel se erizó, pero continuaba reclinada sobre el sofá, aceptándome y gozando.
Cuando asenté la cabeza de mi polla en los labios de su almeja, todavía pude sentir un poco del frío en el exterior, en contraposición del interior tibio. Comencé a penetrarla despacio, haciéndole sentir cada centímetro, para que en su mente pidiera más. Noelia apoyaba sus tetas en mi espalda, sus cabellos caían sobre mi hombro mirando cuando introducía mi rabo en su amante. De repente, Noelia con sus caderas me empujó, haciéndome penetrar a Sheila hasta el fondo, sacando un gemido del interior de su cuerpo. Una mano de Noelia entre mis piernas acariciaba mis testículos, y a cada empujón mis bolas caminaban sobre su palma abierta. Mis manos sostenían los hombros de Sheila, y a veces acariciaban los bordes de pecho que escapaban debajo de su cuerpo. Noelia tomó las nalgas de Sheila, acercándolas hasta mí, y con su pubis empujaba mi polla entrando y saliendo de ese coño abierto. Sheila gemía:
– ¡Fóllame, dame duro, fóllame… quiero sentir tu polla, Noelia, quiero sentirte en mi interior, dale, dame más, mi amor… fóllame bien, con ganas…!
Noelia gemía y empujaba, yo sentía sus jugos corriendo por mi culo, sus tetas sudadas mojando mi espalda, sus manos apretando y tocando y apretando.
Yo no daba para más, saqué mi polla de Sheila cuando una sensación cálida comenzaba a correr por el tronco rojo y duro. Acostado en la alfombra, alcancé a ver como ellas se besaban, antes de explotar toda mi fuerza en un chorro blanco y lechoso, saliendo en esa fuente todo el placer y el gozo de ser hombre y follar. Cuando me recuperé un poco, vi como compartían mi leche, con la sonrisa y la satisfacción de quien ha dado un regalo a su amor.
Besos, Charo.

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