Relato erótico
Según lo previsto, y…
Fueron a pasar el fin de semana a la casa que tienen en la playa los padres de una de sus amigas. Sabía que se iban a divertir, pero no se imaginaba que pasarían ciertas cosas.
José – Cádiz
Cuando surgió, me pareció una buena idea. ¿Por qué no pasar el fin de semana en la playa? Decididos, Susana, Lola, Juan y yo, José, nos fuimos a la casa de los padres de Lola en Tarifa, Cádiz. El plan era ideal, playita, pescado y algún mojito. Lola era novia de Juan y Susana y ella eran amigas desde hacía tiempo. Yo conocía a Susana desde el instituto y desde entonces habíamos mantenido una muy buena amistad, de esas que no acaban en más porque la amistad prima sobre lo pasional. Supongo que era recíproca porque ella siempre se deshacía en elogios hacia mí mientras me daba menudos abrazos.
Agosto le sentaba muy bien a la playa. Luminosa, con suave arena fina, tan dorada que competía con el sol hasta que éste caía. Tras desembarcar en el apartamento, bañador y para la playa. No fuimos a la zona nudista porque a ellos no les apetecía así que vestidos disfrutamos de la playa entre partido de voley y alguna cerveza en el chiringuito. El resto de la tarde transcurrió sin nada más que el “dolce far niente” estival. Habíamos quedado para cenar en un bareto en plena playa donde las bandejas de pescado y los mojitos eran todo uno. Eso, unido a la música que sonaba en el altavoz, completó la noche.
De vuelta al apartamento, a eso de las cuatro, el calor seguía dentro de esas paredes. El frescor de los mojitos no era suficiente para superar aquella canícula. Juan se fue con Lola a su habitación y nosotros teníamos asignadas la más fresquita a la espalda de la calle. El alcohol y los mojitos nos tumbaron en la cama sin tiempo apenas de lavarnos los dientes. Un recíproco y lacónico “buenas noches” desde nuestras camas puso fin a nuestro primer día de playa.
No tenía que haber transcurrido más de una hora cuando el ruido de un ciclomotor me desveló. Seguía haciendo un calor terrible así que decidí dejar a un lado el pudor y me quité el calzoncillo que cubría la única parte cubierta de mi cuerpo. Susana era muy dormilona y seguro que yo me despertaba antes y, bueno, tampoco me importaba si me veía desnudo tras quince años de conocernos y saber tantas y tantas cosas del otro.
Pero no sé a qué hora un leve roce en el pie me despertó. Era ella, se había levantado y por los ruidos supe que estaba asaltando el frigorífico, imagino que llamada por los mojitos en su fase más hambrienta. El corazón me saltaba. ¿Me había visto? ¡Claro que me había visto! Seguro.
¿Como no va a verme en una habitación con sólo dos camas y una mesita de noche? Me había visto en bolas, completamente en bolas.
Sé que está mal decirlo, pero con más de un metro noventa de altura hay cosas que tienen el tamaño proporcional que deben tener. Comprendí aquello de “el corazón le salía por la boca”. Estaba excitadísimo, pero no podía hacer nada. Ella fue al baño y se volvió a acostar a noventa centímetros de mí. Y claro, si estoy dormido, ¿como voy a empalmarme?
Mis pensamientos lo monopolizaban dos ideas: qué estará pensando de esto y no se te ocurra empalmarte. Lo primero lo supe enseguida y lo segundo me costó horrores. Supe que se estaba masturbando por pequeños gemidos y pequeños movimientos de las sábanas y el leve gemido final de Susana fue también mi orgasmo. Por fin había acabado y llegaba mi descanso. Estaba tan tenso que había logrado no empalmarme. Cuánto sufrimiento pudiendo disfrutar tanto.
Como había planeado, me desperté antes que ella y fui a por el desayuno para todos. Nada había ocurrido y no hubo comentarios sobre aquella noche. Pero ese día en la playa fue diferente. Se puso un bikini mucho más pequeño que el del día anterior y se lo ajustaba tan ostentosa y tan claramente que me dejó ver más de una vez que mi Susana, la del instituto, tenía todo el pubis depilado. Mucho enseñar para alguien que ni siquiera hace top-less. Vaya, quién se lo hubiera imaginado durante aquellos años de bachiller.
Por la tarde decidimos ir a darnos unos barros en otra de las playas. Yo estaba lanzado y les dije que o se hacía bien o nada y dicho y hecho compartí mi desnudez con otra mucha gente que disfrutaba de los barros de algas. Susana me acompañó y cuando hubo acabado me ayudó con mis barros. Empezó con algo de pudor, pero se entregó con fruición a la tarea. Si la noche anterior había sido difícil no empalmarse eso ya fue una prueba de fuego. Debo reconocer que tuve una pequeña erección que el chico de mi izquierda creo, por su mirada, que hubiera aprovechado con gusto.
Tras sentir el barro reseco me di un baño y salí glorioso y exfoliado del mar. De ahí a repetir la ruta de mojitos y pescado y de nuevo al caluroso apartamento sorteando, no sé porqué esa noche, toda suerte de grupos de guiris plenamente pedos. Volvimos cada pareja a su dormitorio como ya estaba repartido y esa noche, tras haberme visto desnudo me atreví a decirle a Susana que si no le importaba que durmiera desnudo que hacía mucho calor.
– Claro que no – fue su previsible respuesta.
El sueño me vino rápido, pero no tuvieron que transcurrir más de diez minutos cuando noté que me la mamaban. Abrí los ojos como platos y la vi devorándomela como una posesa guiada por los mojitos y, por qué no decirlo, por lo cachonda que la había estado poniendo desde la noche anterior. No podía creerme lo que estaba viendo. A mi Susana, compañera de todas las confidencias haciéndome una mamada de las de no olvidar, que habilidad. Era una visión que no podía ser cierta. La tensión de la noche anterior y la tarde con las friegas de barros tenía su eclosión. No sabía que yo podía eyacular tanto. Ella no se la sacó de la boca y tragaba y tragaba mientras yo era consciente de que con cada contracción le estaba llenando la boca de semen a mi amiga de tantos años. Cuando acabó me dio un beso en la punta del capullo y con una mirada muy tierna me dijo:
– Y esto por provocar, ahora duérmete que mañana vamos de excursión temprano.
Lo que sigue ya os lo contaré en una próxima carta.
Besos, Charo.