Relato erótico

Se interrumpió, pero…

Charo
11 de julio del 2020

Era muy tarde y aun estaba en el despacho. De pronto apareció una compañera que trabajaba en otra planta y le pidió un cigarro. No era la primera vez que tonteaban, pero la aparición del vigilante nocturno rompió el encanto, pero…

José Manuel – Alicante

Estaba aún en la oficina, era bastante tarde y estaba solo en medio del silencio reinante que solo era interrumpido por mis dedos al golpear el teclado de mi ordenador. De pronto oí el ascensor detenerse, pensé que era el vigilante del edificio que estaba haciendo su ronda, pero no, ¡sorpresa! era Elvira, una compañera que trabajaba en otra planta, la cual tenía bastante consentida. Ella tenía 21 años y era muy agradable.
– Hola. ¿Tienes un cigarro? Me he quedado avanzando mi trabajo, no me queda tabaco y el vigilante me dijo que estabas aquí -dijo sonriendo.
-Claro, si tengo y si no tuviera, los consigo de donde sea si son para ti -contesté con la coquetería de siempre.
Ella se acercó y cogió un cigarrillo, luego se acercó a mí y me pidió fuego; encendí el mechero, entonces ella cogió mi mano con sus dos manos y acercó su cara con el cigarrillo sujetado por sus deliciosos labios y fijándome sus ojos, con una pícara mirada lo encendió y me dio las gracias, demorándose en soltar mi mano.
Al tener su rostro, su boca, sus labios tan cerca de mí, y aún con nuestras manos unidas, arrullándose en un lenguaje no verbal, impulsado por las circunstancias, acerqué mi rostro al suyo y ella entendió mi intención, dejando caer el cigarrillo de sus labios para fundirse con los míos en un apasionado beso. Ella de pronto se separó.
– No, no, por favor, esto no está bien. Yo estoy comprometida y tú estás casado, esto es una locura.
Sus palabras fueron como una bofetada, haciéndome reaccionar y le respondí.
– Es verdad, es una locura, pero quiero que sepas que me atraes mucho.
– Tú también, pero es que no estamos en condición para pensar en un romance -acotó.
En el fondo tenía razón, pero cuando uno prueba el sabor de la infidelidad, provocado por un deseo más carnal que sentimental, se olvida de los valores y se deja llevar por ese instinto animal que todos tenemos y que se adueña de nuestros actos. De pronto e inconscientemente le dije:
– Elvira, no te sientas mal, no lo tomes tan trágicamente. Somos adultos y creo que esto no significa que rompas tu relación, ni yo la mía.
– Pero ¡qué dices! – respondió.
– Eso… por qué no pensar que ha sido un bello momento, en el que nos hemos dejado llevar; nos atraemos y nos gustamos. ¿Por qué privarnos de disfrutar estos instantes?
Ella, que hasta ese momento se mantenía firme, llevada por la razón antes que por la pasión.
– Es que esto tiene muchos riesgos y tengo miedo de que nos descubran, miedo a perderlo todo…
Me acerqué a ella suavemente y le dije:
– No pienses en que perderás todo, piensa más bien que no hay razón para privarnos y experimentar unos instantes de placer. Me gustas mucho, desde el primer día en que entraste a trabajar, no he dejado de verte cada vez que puedo. ¿No te has dado cuenta?
De pronto, ya estábamos juntos de nuevo y venciendo la poca resistencia que a ella le quedaba. Junté mis labios a los suyos, repitiéndose el beso apasionado. Ella me abrazó y yo a ella, acariciando con mis manos su espalda, sus cabellos y deslizándolas hacia abajo buscando esas hermosas nalgas que siempre deseé tocar.

Nuestras lenguas se saboreaban entre sí, mientras sus manos comenzaron a explorar mi cuerpo, siguiendo la ruta hacia mis muslos y rozando tímidamente mi erecto miembro. Nuestros labios se separaron dándose un breve descanso, pero los míos iniciaron la más deliciosa caricia por sus mejillas y por su cuello, sintiendo su piel tan tersa y juvenil, que la hacía más deseada. En eso, el ruido del ascensor nos detuvo y empezamos rápidamente a acomodarnos la ropa, desordenada por nuestras inquietas manos. Efectivamente, el ascensor se detuvo en el piso y apareció la silueta del vigilante.
– ¡Buenas noches! Estoy haciendo mi ronda. ¿Todo está bien?
– Si, no hay problemas, estamos haciendo un informe urgente y todavía nos quedaremos una hora más, por lo menos -dije un tanto nervioso.
– Muy bien, os dejo y cualquier cosa me llamáis. Buenas noches -dijo el vigilante, continuando con su ronda.
– Uffff… Casi nos pesca, ¿no? -dije
-Creo que se ha dado cuenta, lo noté en su mirada -respondió Elvira.
-No, ni pensar, no tiene ninguna razón para hacerlo… -dije riendo.
-Bueno, ya me voy. Ha sido el cigarro más peligroso de mi vida.
Dijo sonriendo y se fue, dejándome con las ganas de seguir con esa deliciosa aventura… Pasaron varios días y cuando nos veíamos, se notaba un sentimiento de arrepentimiento y culpa en los dos.
Era inevitable, ambos sabíamos que lo que pasó era incorrecto, pero pasó. En esa época del año mi trabajo se incrementó a extremos de tener que quedarme hasta pasadas las 11 de la noche, por lo menos tres veces por semana. Pensé que era el único que trabajaba así, pero no, me enteré que Elvira también se estaba quedando hasta muy tarde, desde hacía más de una semana y no lo supe hasta ese día.
Era viernes y ya todos se habían retirado, ella era la única en su planta, pero no encontraba un pretexto como para ir a buscarla, hasta que se me ocurrió uno y bajé.
– Hola Elvira, que bien que te encuentro. ¿Sabes? Mi impresora está fallando justo ahora, que necesito tener impreso un informe y enviarlo a mi jefe para que lo revise y lo corrija, porque hay que presentarlo a primera hora del lunes. ¿Puedes compartir tu impresora para enviar mi trabajo e imprimirlo? Yo te traigo las hojas.
– ¡No seas ridículo! Yo tengo hojas. Sólo dime cómo se hace para compartir la impresora -contestó un poco contrariada.
– Mira, si te molesta hacerlo no te preocupes, veré como solucionar mi problema.
Le contesté un poco molesto por la forma en que me trató y me di media vuelta, desilusionado por su proceder. Entonces Elvira reaccionó diciéndome:
– Oye, oye… No es para que te pongas así y te vayas. Si te molestó mi respuesta, disculpa.
– Bueno, está bien. Yo te enseño como compartir tu impresora -le dije acercándome a ella por detrás, sintiendo el excitante perfume de sus cabellos y de su cuerpo, esos mismos olores que aún permanecían en mi memoria olfativa y que me cautivaron.
– Si quieres me aparto para que estés más cómodo -me dijo sin siquiera mirarme.
– No, estoy muy cómodo así -contesté maliciosamente y con una sonrisa.

En eso que estaba con una mano en el teclado y la otra apoyada en el respaldo del asiento, muy cerca de su cuello, ella giraba la cabeza y se ponía cara a cara conmigo, y sin decir nada me besó con mucha pasión, a lo que correspondí inmediatamente e inicié con mis manos un viaje de placer por todo su cuerpo.
Ella se levantó de la silla y juntó su cuerpo al mío. Sus brazos me rodearon y los míos a ella. Pero ya había la experiencia del primer encuentro y nuestros oídos estaban alertas, escuchando hasta los sonidos más imperceptibles. Entonces le propuse irnos a otro sitio fuera de la empresa a lo que ella me dijo que no podía salir del edificio, porque iba a ir a recogerla su novio. Que ironía, ¿no? Entonces pensé, ¿cuál es el lugar del edificio en el que no puede entrar el vigilante sin avisar y si hay alguien igualmente no puede entrar?
Obviamente, el baño de mujeres. Así que luego de oír mi propuesta, ella dijo que iría primero a ver si estaba vacío y que luego me dirigiera yo. No hubo necesidad de más comentarios. Una vez dentro los dos, cerramos la puerta y pusimos el seguro. Primera vez que entraba a un baño de mujeres en mi trabajo y jamás me imaginé que fuera mucho más amplio que el de los hombres; además tenía una silla que inmediatamente la acomodé para sentarme y atraer a Elvira hacia mí, ubicándola justo delante de mí, con sus pechos frente a mi cara y una notable erección de sus pezones a la altura de mi boca. Sin dejar de acariciarla y besarla en la boca, aunque esa posición no era la más adecuada para unir nuestros labios, si lo era para comenzar a desabrochar los botones de su vestido, dejándolo caer y luego pasé a liberar esos dos hermosos frutos que emergían de su pecho, jamás pensé que fueran tan bellos.
Un círculo rosado era la base del mágico botón que sobresalía por la excitación y que, al entrar en contacto con mi lengua, se endurecía y se levantaba más, estimulado por los dinámicos toques de mi lengua y sin descuidar el otro, que también estaba ávido de mis caricias y era atendido por mis manos. En ese instante ya las caricias se iban haciendo más experimentadas y con una mano inicié la búsqueda del tesoro que empezaba a desearlo con mucha ansiedad. Elvira ya estaba sintiendo los efectos que le producían mis manos y gemía excitada, a pesar que no llegaba al punto más sensible de su cuerpo. Sin permitirme el placer de sentir con mis dedos la humedad que brotaba de su sexo, se separó de mí para quitarse la única prenda que aún tenía puesta, momento que aproveché para hacer lo mismo.
Ya totalmente desnuda y exhibiendo un descomunal cuerpo torneado por el aeróbic que hacía, se apoyó en la pared, con una pierna encima de la silla y me pidió que siguiera dándole el placer de sentir y probar sus jugos que emanaban de su ya mojado chocho.
Mi lengua incentivada por esa postura que además ofrecía una vista inigualable, inició los movimientos, cual batuta de un director de orquesta sinfónica realizando la más hermosa sinfonía erótica. Los toques que le daba en su clítoris, que ya estaba en su mayor dimensión, la volvía loca de placer y se retorcía, hasta que la sentí temblar y gemir dándome la señal que estaba a punto de llegar a un gran orgasmo. Pensé que, si Elvira llegaba al orgasmo, se podría terminar ese concierto, así que disminuí la dosis de lengua y ella reaccionó empujando mi cabeza hacia su sexo para seguir proporcionándole los masajes a su súper mojado sexo. De pronto sentí aflojar sus manos y separar mi cabeza, bajando la pierna de la silla me pidió que me sentara.
– ¿Tienes condones? Me imagino que debes estar preparado ¿no? -dijo riéndose y con esa misma mirada pícara que en algún momento me hechizó.

-Tengo este condón guardado para ti, desde aquel día que nos besamos… -contesté con una sonrisa.
Saqué la envoltura y me lo quitó de las manos para ponérmelo y luego dándome la espalda comenzó a alinear su vagina hacia mi hinchado miembro y una vez conseguido el objetivo, se sentó y sentí que mi miembro era tragado, penetrando suavemente por la abundante lubricación de su sexo.
Ella, como una potrilla salvaje y todavía con los resabios del orgasmo, inició un movimiento cadencioso, meneándose con mi miembro totalmente dentro de ella, de un lado a otro, hacia arriba y abajo… Cuando de pronto noté que ya no podía contenerme más y se lo hice saber, entonces ella dejó de moverse y se levantó, sacándome el preservativo, se arrodilló y acercó su cara a mi polla para metérselo en la boca y empezar a lamerlo, succionarlo, pegar golpecitos con su lengua mientras que sus manos me acariciaban la base del erecto miembro, llegando incluso a sentir su dedo a la entrada de mi ano, produciéndome un placer que jamás sentí.
Con tantas caricias y lamidas, llegó el instante en que mi polla entró en convulsiones y ella se lo introdujo más en su boca y comenzó a aumentar las succiones como tratando de ordeñar todo el semen de mi polla, que ya no tardó en eyacular, derramando en su interior el abundante caudal de espermas tragados y degustados por ella.
Finalizado el acto, nos dimos un beso ardiente y nos vestimos. Al salir del baño de mujeres lo hicimos separados, primero salió ella para avisarme que el campo estaba libre, para poder salir yo. Al momento de salir, cuando ya me encontraba para tomar las escaleras y subir a mi despacho, sentí detrás de mi un ruido, me giré y era el vigilante que se acercó a mí y me dijo con cierto sarcasmo:
– Buenas noches señor. ¿Otro informe urgente? Hoy es viernes y hay que divertirse.
– Buenas noches. Si, tiene razón, solo que este informe es especial y quiero aprovechar el tiempo para no tener que regresar mañana sábado -respondí con una leve sonrisa de satisfacción.
Fue un viernes con un “trabajo” muy satisfactorio. Saludos

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