Relato erótico
¿Se equivocó o me engañó?
No sabe si su marido se equivocó o si sabia que se metían en un club de intercambio de parejas. Se le acercó una mujer, de su misma edad y muy atractiva. Le explicó que era un local de intercambios y nuestra amiga le contó que su marido alguna vez le había dicho que le gustaría verla follar con otro hombre.
Mercedes – Sevilla
Me llamo Mercedes, tengo 28 años, un cuerpo bastante atractivo, tetas no muy grandes pero firmes, culo empinado y cintura estrecha. Mido 1,72 y peso 74kg. Soy morena y tengo los ojos verdosos y rasgados. Mi marido se llama Jesús, tiene 34 años, mide 1,74, pesa 89kg, su polla es más bien pequeña ya que le mide 12cms, es moreno y simpático.
Yo pensé que nunca tendría nada que contar hasta que conocimos a Silvia y Oscar. Silvia tiene mi edad, 28 años, es muy atractiva y ardiente. Oscar es mayor, tiene 54 años, pero no está nada mal desde mi punto de vista. Todo comenzó cuando estando en una discoteca se me acercó Silvia, a la que no conocía, preguntándome si estaba sola.
– No – le contesté – Estoy con mi marido.
– ¿Buscáis trío o cuarteto? – me soltó entonces de sopetón.
Me quedé sin habla, sin saber que contestar y ella, al ver mi embarazo, añadió:
-¿Es que no sabéis que esto es un club de intercambio de parejas?
Espero que perdones mi descaro si es que lo ignorabas – añadió.
– Mi marido, Jesús, siempre está diciendo que le gustaría verme follando con otro – pude decir al fin.
– Lo mismo le pasa a Oscar, mi marido – añadió ella.
Se sentó a mi lado y empezamos a hablar hasta que al poco rato se presentó Oscar, un señor serio y distinguido que había estado esperando en la barra la señal de su mujer para acercarse. A continuación llegó Jesús del lavabo. Una vez presentados, pedimos una botella de cava comprobando que Oscar no quitaba ojo de mis piernas y estuvimos hablando un buen rato sobre experiencia sexuales, muchas de las de ellos y pocas o mejor, ninguna por nuestra parte. Al cabo de un rato de estar así hablando y sintiendo yo como los ojos de Oscar me desnudaban, Silvia rompió el hielo sacando a bailar a Jesús. Yo me quedé con Oscar el cual, sin mediar palabras y sentándose a mi lado, pasó su brazo por mis hombros, me atrajo hacia él y mientras la punta de sus dedos acariciaban levemente una de mis tetas, me besó en el cuello. No dije nada. Simplemente me dejé hacer.
Pero cuando giré la cabeza para comentarle el lote que se estaban dando su mujer y mi marido en la pista, me besó en la boca, dándome un morreo impresionante. Su lengua lamía mis dientes, mis encías, mi paladar, se enroscaba con la mía y me la chupaba poniéndome a cien. Mi coño estaba ya mojado y notaba los jugos mojando la parte superior de mis muslos.
Era una calentura como yo jamás había sentido y lo achacaba a lo insólito de la situación y al morbo de ser el segundo hombre de mi vida el que me besaba y sobaba teniendo a mi esposo delante y sobando y besando a una mujer que no era yo. Mi calentura estaba ya a tope cuando Oscar introdujo una mano bajo mi falda. Al dar con mi minúscula braga comprobó que la tenía completamente mojada. Me dio cierta vergüenza pero cuando la apartó y me acarició la raja, lo que hice fue abrirme de piernas y suspirar. Al comprobar él toda la humedad que manaba de mi coño, empezó a masturbarme. Los dedos iban lentamente por mi endurecido clítoris mientras su boca besaba mi cuello, mis mejillas, mis orejas y mis labios. Pequeños suspiros salían de mi garganta y un lento pero inflexible placer se iba apoderando de todo mi cuerpo.
Estaba a punto de correrme, todo mi cuerpo empezaba a endurecerse ante la inminencia del orgasmo cuando, en este preciso momento, aparecieron Silvia y mi marido. Oscar dejó de mover la mano y me quedé con la boca abierta, las tetas endurecidas, los pezones como piedras, el coño chorreando y más caliente que un horno.
– Nos vamos a casa de estos amigos – me dijo Jesús dándome la mano para ayudarme a levantar.
Nunca en la vida me había picado tanto el coño. Me sentí la piel hirviendo y maldecía mentalmente aquella interrupción que me había privado de un profundo placer. Cuando entramos en su casa vi que se trataba de una gente pudiente. Estaba muy bien decorada. Oscar nos ofreció algo de beber mientras Silvia traía un montón de revistas porno, donde había marcado unos relatos de un muchacho que conocieron, un tal Berna de Ciudad Real. Comprobé que a Silvia se le caía la baba hablando de las cualidades de este chico mientras me enseñaba una fotografía de sus atributos, pero nada más. Eran hermosos pero me puse ya cachonda perdida cuando leí el relato de sus experiencias. Entonces Silvia, al notar mi excitación, me mostró una foto de él de cuerpo entero. Tanto Oscar como ella, me explicaron cómo se conocieron y como se la folló por el culo. Según me iban explicando, más cachonda me ponía yo, ayudada por las caricias que los tres me prodigaban.
Me encontraba sentada en un sofá, Oscar a mi derecha y Silvia a mi izquierda. Mi marido estaba de pie detrás de mí. Las manos de los tres sobaban mis pechos, mis muslos y toda mi carne mientras las tres bocas, incluso la de la chica, besaban la mía. Mi marido, desde atrás, fue el primero que desabrochó mi blusa y dejó mis pechos al aire. Un pezón desapareció en la boca de Oscar y otro en la de Silvia. Yo me moría de placer. Estaba con los ojos cerrados entregada a ellos, esperando el orgasmo liberador.
Casi sin darme cuenta, las manos me fueron quitando la ropa hasta que me encontré completamente desnuda y gimiendo con desesperación suplicando que alguien me la metiera en el coño. Cuando no sé quien, empezó a comerme el conejo, yo ya no pude más y con un profundo gemido, reventé en una corrida brutal que me dejó medio desfallecida en el sofá pero entonces, sin dejarme descansar, Oscar me dio a chupar su polla, que debería medir unos 16 cm. Era hermosa, bastante más que la de Jesús. Me la tragué mientras mi marido, que era el que me había comido el coño, continuaba moviendo su lengua en mi raja y Silvia me sobaba los pechos. En un momento dado y a impulsos del placer que sentía, me saqué la dura verga de la boca y comenté en voz alta lo que me gustaba aquella polla y entonces Silvia añadió:
-Pues si vieras la de nuestro amante y amigo Berna, y si te la metiera, pensarías que estás en la luna.
Entre los dos hombres me colocaron a cuatro patas sobre el sofá con la cabeza entre los muslos bien separados de Silvia. Tenía su coño tan cerca que me animé. Se lo acaricié lentamente. Estaba muy mojado. Silvia me miraba sonriente. Con curiosidad y morbo, le metí un dedo en el culo y otros dos en su encharcado coño. Comprobé que la caricia era de su gusto, pero no tanto como el que sentía yo ya que Oscar me había metido su polla en el coño, follándome con movimientos rápidos y precisos. Mi marido se acercó, con su polla en ristre hacia la cara de Silvia y apoyándola en sus labios se la dio a chupar. No sé cómo explicar lo que yo estaba sintiendo en aquellos momentos. Una polla, la segunda de mi vida, me estaba trabajando el coño llevándome a cotas altísimas de placer, yo estaba masturbando a otra mujer, no sólo por el coño sino también por el culo, y estaba viendo como a mi marido le estaban mamando la polla. Cuando Oscar, agarrándome fuerte por las caderas, aumentó su ritmo de follada, supe que se iba a correr. Yo también estaba lista así que cuando mi esposo lanzó su descarga en la boca de Silvia y vi como ésta no podía tragársela toda saliéndole parte por la comisura de los labios, me corrí al sentir los chorros de esperma caliente que mi follador lanzaba en mis entrañas.
Silvia y yo nos quedamos en el sofá abrazadas. Ella aún no se había corrido así que mis caricias fueron tan íntimas como las de antes. Uno de mis dedos se metió en el agujero de su culo, dos en su coño y mi boca tragó sus largos y duros pezones alternativamente. Sus manos tampoco estaban quietas sobre mi cuerpo y así fuimos acariciándonos hasta el total orgasmo, un orgasmo que por cierto fue magnífico.
– Por ser mi primer encuentro con una mujer – comentó nuestra nueva amiga – no ha estado nada mal.
Yo, que también estaba en su mismo caso, tuve que darle la razón. Descansamos un rato, nos duchamos y despedimos. Jesús, cuando nos encontramos en casa, me echó un polvo de aquí te espero diciéndome que se había excitado mucho viéndome follada por otro hombre.
Besos y hasta pronto.