Relato erótico

Se desea lo que tienes cerca

Charo
7 de diciembre del 2019

Entró una nueva compañera en la empresa, Era una madurita, muy atractiva y con buen cuerpo. Cada día que pasaba, le gustaba más y una casualidad hizo que se hicieran “buenos amigos”

Mariano – MADRID.
Amiga Charo, primero me permitiré presentarme, soy alto, moreno, ojos café claro, pelo negro, tipo fornido, pero sin llegar a estar gordo, 1,80 m, mi polla mide 17 cm, grueso y de grandes venas y tiene una peculiaridad especial pues esta curvado, aparte de que es más moreno que mi cuerpo casi negro, y mis compañeras de trabajo dicen que soy bastante atractivo, sin embargo mi interés es solo por las maduritas ya que las considero las mejores amantes. Trabajo en una población cercana a Madrid donde desarrollamos nuevos materiales, ya que soy químico.
Hace como un mes aproximadamente entró a trabajar una nueva compañera de edad madura, calculo yo que de unos 40 años, grandes tetas que resaltan debido al escote que utiliza en sus vestidos pegados al cuerpo, cintura estrecha y un gran culo así como unas grandiosas piernas torneadas que llamaban la atención cuando caminaba, enfundadas siempre en unas medias. Su única función en el trabajo era y es sacar copias a toda clase de documentos de los que trabajamos y que requerimos constantemente. Fue así cuando la conocí, y desde el primer día le di la bienvenida diciéndole:
– Hola, eres nueva ¿verdad?,
– Sí, así es, la chica encargada se casó y renunció, mi nombre es Julia,
– El mío es Mariano – contesté a la vez que le daba un ligero apretón de manos, mientras pensaba qué tremenda mujer acaba de llegar.
Desde que llegó no hubo día que no requiriera de sus servicios de copias, charlábamos unos breves momentos, me hablaba de sus hijos, de la monotonía de su vida etc. Yo me deleitaba contemplando sus formas pensando en ese soberbio culito y lo que podría hacer si fuera mío.
Un viernes, al mes siguiente de su llegada, requerí de su servicio de copias del día, ella llevaba un vestido muy estrecho de color blanco que, aunque largo, permitía ver su figura y sobre todo marcaba su ropa interior.
En ese momento y sin querer, tiré unos papeles que inmediatamente ella se inclinó para recogerlos, al igual que hice yo, pero quedando su trasero casi enfrente de mi cara. ¡Que soberbio trasero tenía enfrente de mí! Podía ver sus bragas color negro tras su vestido blanco y sin poder evitarlo me empalmé inmediatamente mientras mi lengua pasaba por mis labios una y otra vez. En ese instante ella se giró y se dio cuenta de este detalle.
– ¿Me tienes ganas, ¿verdad? – me dijo sonriendo.
– Sí, lo siento, no puedo evitarlo, discúlpame que te lo diga, eres una soberbia mujer, pero si te molesta que te vea así créeme que nunca volveré a sacar copias contigo, ni vendré a saludarte.
Ella se quedó pensando un momento y parece ser que mi gesto de caballerosidad le agradó pues me dijo:
– Mañana, sábado, mi marido y mis hijos van a salir a visitar a mis suegros, ¿por qué no vienes a mi casa? Te espero a las 10, eso sí te pido que lo hagas con mucha discreción.
– De acuerdo, allí estaré – contesté un poco nervioso – y no te preocupes. No me gusta crearle problemas a una mujer.

Esa noche no salí de mi casa a dar la vuelta y me fui a dormir temprano pensando en el bomboncito que me comería y del tratamiento especial que le daría, aunque todavía tenía mis dudas ya que no sabía si Julia se arrepentiría en él ultimo momento, pero había que correr el riesgo.
Ese día llegó así que, decidido y tomando todas las preocupaciones posibles, llamé a su puerta. Ella me recibió con unos pantaloncitos cortos y una blusa con un tremendo escote que mostraba sus tetas claramente, Julia me hizo pasar y en la sala, sin decir palabra, me bajó la cremallera del pantalón, sacó mi polla y entonces notó mi peculiaridad de la que hablaba al principio, aparte de que estoy totalmente rasurado ya que me encanta que me succionen las bolas y para evitar que les de asco los pelitos, los he cortado.
– Vaya, vaya, qué tenemos aquí – exclamó empezando a masturbarme, luego lo acarició con su boca, dándole lengua desde las bolas hasta el glande, demostrando ser una gran mamador, hasta que añadió – Vámonos a la habitación, aquí nos pueden ver por las ventanas.
En la habitación no perdí tiempo, me abalancé sobre ella dándonos la lengua, probando su saliva, enroscándose nuestras lenguas una y otra vez, mientras mis manos acariciaban sus nalgas por encima de sus pantaloncitos sintiendo mis manos la marca de sus braguitas blancas. Pronto me quité la camisa y empecé a desnudarla pero cuando le quité la blusa, de tan excitado que estaba le rompí el sujetador, aunque no me importó, solo quería mamarle esos blancos senos y esos pezoncitos tiesos y grandes. Primero succioné uno y luego me dediqué al otro. Estaban durísimos y los mordisqueé un poco a la vez que alternaba con unas pequeñas lamidas llenas de mi saliva, mientras ella seguía acariciándome el pene y las bolas gimiendo de placer.
Luego le saqué el pantalón y quedó en bragas, me quité los vaqueros, le puse la polla en la boca y la empezó a mamar. Fue una de las mamadas más maravillosas que me han hecho en la vida, mientras yo le decía:
– Succióname las bolas, cariño, me encanta que me las chupen, sí así, pero con cuidado preciosa, no tan fuerte…
Cuando sentí que me corría la paré, la abrí de piernas, le quité las bragas a la vez que las aspiraba y les pasaba mi lengua. Era un rico olor a hembra y ese sabor saladito. Terminando de hacer esto la besé en la boca para que ella también probara de sus jugos, luego alcé sus piernas y poniéndolas en mis hombros la penetré, sin preguntarle nada. Cuando sentí que se iba a correr, paré un momento, empujé con mi polla dentro de su coño y empecé a embestirla salvajemente.
– ¡Aaaah… que gusto… cabrón, sigue… oooh… dónde aprendiste a tratar así a las mujeres! – decía – ¡Aaah… qué placer, sí, cabrón sácame los jugos, hazme correr!
Bastaron unas cinco embestidas para correrme, mientras la volvía a depositar en la cama.

Por fin tenía esa jugosa almeja llena de mi leche y entonces le acaricié el coño y se lo empecé a lamer mientras le metía dos dedos al tiempo que, ligeramente, le mordía el clítoris que estaba tan hinchado que parecía que iba a explotar. Mientras le comía el higo, mi polla volvía a la carga y entonces la volví a penetrar embistiéndola muy rápido. Ella gritaba y gemía de placer como una loca y yo, cuando notaba que iba a correrme, me detenía quedando pegados por un breve momento hasta que volvía a la carga, haciendo que ella gritara de nuevo por el placer que recibía.
Me corrí otra vez y cuando se la saqué empecé a restregarle la polla por todo el cuerpo hasta llegar a su boca, luego nos pusimos en posición del 69. Yo tenía aquel coño chorreando de leche y jugos que me volvían loco y ella mientras tanto me lamía los restos de semen que había en mi rabo y en mis huevos.
– ¡Que gusto, mi amor, me has hecho la mejor follada de mi vida… aaaah que polla tan hermosa tienes! – decía mientras lamía los restos de semen.
Yo mientras tanto, escupía en su culo para ensalivarlo mientras mi lengua lo perforaba una y otra vez hasta que la puse en cuatro patas y me dispuse a penetrarla por atrás. ¡Que culo! Imaginad mi polla curvada tratando de perforar ese precioso agujerito. Cuando ya la tenía toda dentro, me subí más en ella de tal forma que casi la estaba montando con mis dos piernas sobre su cadera, mientras con una mano le acariciaba los senos y con la otra metía mis dedos en su boca.
Ella gritaba un poco de dolor porque no estaba acostumbrada pero decía que le encantaba y a mí me tenía como loco la follada que le estaba dando. Cuando me corrí por última vez en su culo quedamos ambos tendidos en la cama, la besé en la boca, le lamí los senos y me fui al baño donde me lavé y me cambié. Al salir de su casa quedamos que la semana siguiente le iba a ayudar a instalar una antena para su televisor, pero esa es otra historia, así como otras que faltan donde contaré cómo hice para follarme a una señora que vive unas manzanas de mi casa, otra soberbia y sabrosa madurita casada.
Saludos y hasta pronto.

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