Relato erótico

Sali de pesca

Charo
29 de enero del 2020

Reconoce que es una mujer “caliente” pero, aquella mañana se despertó muy cachonda. No se concentró ni en el trabajo. Llamó a algunas amigas y nadie estaba disponible. Decidió que saldría sola a ver que “pescaba”.

Alba – BENIDORM

Con las sábanas pegadas al cuerpo, húmedas, cubierta de sudor, con partes de mi cuerpo también mojadas así me desperté, y al no tener compañía en mi cama antes que un dedo preferí una ducha.
Es que cuando una se levanta mal ¡las cosas no mejoran! Y por más que hiciera sabía que se me notaría lo caliente que estaba.
Los ojos del portero me desnudaban, lo hacía cómo si no me hubiese visto nunca, los tenía clavados en mis tetas.
– ¡Sí tonto! Soy la misma de siempre pero estoy caliente – pensé.
Me miré en las ventanas del coche. El escote estaba en su lugar, el pantalón también estaba de forma correcta, debía ser que se me notaba mucho la calentura.
De camino a la oficina oía música, pero todo conspiraba en mi contra ya que sonaban temas para bailar pegados y sentí unas ganas que… ¡me moría! En el semáforo, me acaricié un poco pero… ¡fue peor el remedio! Cambié de emisora y traté de concentrarme en el tráfico, que es lo mejor para alejar de mí toda esta cachondez.
Por fin llegué a mi reducto, la oficina, allí solo debía concentrar mi mente en resolver problemas, por lo tanto, el abstraerme en ellos me mantendría alejada de todo pensamiento. Concentrada en mi trabajo, mi estado de excitación había cedido y, justo cuando me encontraba tranquila, uno de mis socios me necesitaba en su despacho. Si este tío supiera que aquel día me encendía por cualquier motivo, no reclamaría mi presencia, o sí, quién sabe. Mi mente, eterna traidora, jugaba en mi contra y me mostraba mil formas de diversión junto a él.
Algo debía de notarse porque, varios de mis compañeros de trabajo me miraban y sonreían. Hubiera sido mejor calmarme con algún juguete. Para la próxima, ya lo sabes Alba, es preferible llegar tarde que en este estado. Entré en su despacho, me senté frente a su escritorio y me entregó una carpeta.
– Necesito que veamos juntos todo esto – dijo.
– Bueno, con mucho gusto – dije, pero pensando que con gusto me dedicaría a brindarle placer.
Hablaba sobre mi último informe y dijo que falta calcular el valor actual de las cuotas en el supuesto caso de una cancelación anticipada. Pobre, ¡piensa que le prestó atención! La verdad es que se la estaba prestando pero, de una forma diferente, me imaginaba quitándole la corbata, jugando con su cabello, comiéndole la boca como para hacerle respiración artificial, recostada sobre el escritorio disfrutándolo. ¡Pero no hay nada que hacer! Cuando estoy caliente, o me desahogo, o me obsesiono pensando solo en sexo. Aquel día no servía para nada más.
– Y ¿para qué quieres la cancelación? ¡Serénate! ¿Acaso deseas que se dé cuenta de lo que te sucede? – otra vez yo peleándome con mi mente…
– Mira entonces dejemos esto para mañana.
¡No, que va! Yo así como estoy, hasta mañana no aguantaba.

Yo necesitaba tener sexo para sentirme bien, para estar relajada, para pasar un buen rato y sobre todo para sacarme estas ganas que tenía de follar como una posesa.
– Sí, mejor. Me disculpas pero hoy realmente no puedo – contesté pero no podía verle como mi socio, lo veía como hombre y, la verdad estaba muy apetecible.
Si no lograba salir de su despacho era capaz de violarlo. Miré sus manos, las imaginé acariciándome y… mejor me voy. Alba, sé coherente, en el trabajo siempre te has planteado relaciones por negocios, tus amores y amoríos siempre han sido ajenos a tus tareas. Anda ¡deja ya de imaginarte con él!
– No hay problema, si lo deseas vete a tu casa, hoy no hay nada muy importante para solucionar.
– Veré que hago – repliqué, pero sabía lo que tenía que hacer, simplemente conseguir un hombre, solo eso.
Volví a mi oficina y me distraje con pequeñas cosas. Durante el transcurso de la jornada fui llamando a mis amigas para ver cuál de ellas tenía la noche libre para salir a divertirnos pero, todas, absolutamente todas me declinaron la invitación. Estamos en mes de liquidación de ganancias anuales y entonces el trabajo nos supera siempre. Las horas eran eternas y los empleados más jóvenes, con los que hay cierta confianza, me habían hecho saber que estaba algo alterada y que si fuese necesario ellos se ofrecerían voluntariamente para ayudarme a volver a mí acostumbrada serenidad. Entre bromas y miraditas dejaron sobre mi escritorio una taza de té y una tarjeta que decía:
– Té congelado para apagar incendio – no tuve más remedio que sonreír.
Ya de regreso la música en la radio, la tortura del tráfico y mis deseos de sentirme penetrada, acariciada, follada de una forma salvaje como para que pudiera sentirme su propiedad, entregándome a sus juegos, regresaron a mí y me moví en el asiento. Mi tanga y la costura de mi pantalón se frotaban contra mis labios vaginales y producían extrañas cosquillas placenteras. Abrí la puerta de mi apartamento y fui dejando un rastro de ropas a medida que me acercaba al baño. La ducha era tibia y creía que las gotas que tocaban mi cuerpo se evaporaban por mi temperatura.
Llamé a uno de mis amigos, y para mi desgracia la maldita voz del contestador del móvil me dijo:
– El móvil al que llama está apagado o fuera de cobertura. ¡Odio ese mensaje y esa voz de nada! Estaba visto que nada era como deseaba. ¡Ya está! Había tomado una decisión. ¡Me iría a algún pub! Al menos me divertiría.
Comencé a cambiarme de ropa y escogí una falda negra no muy larga, una camisa algo transparente blanca y un conjunto de encaje y raso de lycra en blanco. Algunos accesorios en dorado, un maquillaje discreto pero que realzaba lo que merece ser resaltado de mi rostro y todo unido a un buen perfume, daban el toque de sofisticación necesaria para esta salida.
Cogí un taxi y le indiqué la dirección del lugar donde quería ir. El taxista me escuchó y asintió. Vi, a través del espejo, que me observaba y entonces aproveché para cruzar las piernas, aún sentada en el coche. Sabía bien que con esta falda se mostraba algo más que lo esperado y por eso quería ver qué efecto causaba. Aboné el trayecto y al descender, mi falda le brindó al chofer una buena panorámica de mis piernas y al dirigirme a la entrada del pub sentí sus ojos clavados en mi culo.
Entré en el local y tras echar una ojeada, me dirigí a la barra.

Había dos taburetes vacíos y decidí utilizar uno de ellos. Sabía, por experiencia, que sentarme en ellas sería verlo todo en cada gesto que hiciera.
Al rato un hombre se sentó a mi lado, en el otro taburete. Nuestras miradas se cruzaron y ambos sonreímos. Éramos cómplices de nuestra propia curiosidad por el otro. El jueguecito duró todo lo que duraron nuestras copas y las miradas cada vez se hacían menos sutiles y más provocativas. Me miraba e iba calificando cada parte de mi cuerpo, al final yo le miré desafiante y eso pareció agradarle porque había entendido que una sonrisa cómplice aceptaba el desafío.
Giré un poco en mi butaca. En la pista, la música, lo invadía todo. Había varias parejas bailando. Los temas pasaban de movidos a lentos con un ritmo muy especial, dándome la sensación que el disc-jockey se divertía con ello y provocaba en más de uno de los que bailaban una extraña excitación. Miré a mi vecino de la barra, le sonreí mientras bebía el final de mi copa y decidí pedir otra, el barman me la sirvió dejando la nota sobre el mostrador y fue allí cuando el vecino, de forma gentil, pero muy seguro de sí mismo, tomó la cuenta y la abonó.
Había comenzado nuestro juego y como tal, lo acepté. Le miré a los ojos, apenas humedecí mis labios con el roce de mi lengua y me fui sola a bailar. En realidad no bailaba sola, lo hacía para él, porque sabía que me estaba mirando por el espejo. Me movía de forma mucho más sensual, más lenta, más provocativa, con ganas de mostrarme para él. Era una forma de bailar donde, sin hablar, estábamos dialogando, lo hacíamos con miradas a través del espejo y luego con miradas directas porque había girado con su taburete y me observaba de frente. Me gustaba que lo hiciera, me provocaba deseos de tenerlo, de explorarlo, de satisfacer mi deseo de un hombre y que ese hombre fuera él. Seguí moviéndome e hice mucho más lentos los movimientos de mis caderas. ¡Lo logré! Dejó su copa y vino directo hacia mí, la música era lenta y bien valía la pena bailarla pero, a mi manera.
Mis manos descansaron en sus hombros y luego acariciaron su nuca, mi cuerpo estaba pegado al suyo y me gustaba sentir el roce de mis pezones sobre su camisa, pues la mía era tan fina que casi se diría que no existía. Mi boca, sin tocar su piel, jugaba en su cuello y mi lengua se aventuraba a rozar el lóbulo de su oreja. Sus manos recorrían mi espalda y cuando jugué en su oreja apretaron mi culo y quedé con una pierna entre las suyas.
Me gustaba notar que se está excitando, me gustaba provocarlo, me gustaba que se excitase y que yo fuera el motivo de ello. Mis manos descendieron por su espalda pero con mis uñas rozando su camisa, era como arañarlo sin hacerlo, porque es una caricia que por lo visto resulta efectiva. Froté mi cuerpo en el suyo y su boca se acercó a mi oreja, me mordió suavemente el lóbulo y oí:
– Quiero más.

Lo miré y recibió más. Mis manos, actuando por propia cuenta, y menos mal que era así, se posaron sobre su pecho y lo acariciaron. Mientras una permanecía allí, la otra bajó a su entrepierna. Lo sentí a través del pantalón y se endureció más al acariciarlo. ¡Cómo me gustaba! Me moví despacio frotándome en él y mordí su mentón. Él buscó mi boca y jugué con ello, pues cuando casi me la atrapa, bajé un poco y besé su cuello.
Sus manos estaban posadas en mi culo, pero las había metido a través de la cintura de mi falda. Jugaba y me acariciaba los glúteos sobre mi tanga y me estremecía.
Me estaba mojando y él lo sabía, demostrándoselo con una mirada suplicante y entonces sí nos entregamos a un beso donde, pegándome a su pecho y rodeando su nuca con mis manos, nuestras lenguas se conocieron, acariciaron, exploraron y entablaron un combate digno de titanes. No era un beso cualquiera, era imperioso y desataba pasiones hasta ese momento solo insinuadas. Aprisionaba mis tetas por encima del sujetador, sus dedos recorrían y excitaban mis pezones y se dedicaban a jugar en el borde del sujetador penetrando levemente.
Él mordisqueaba el borde de mi mejilla mientras yo jugaba en su cuello, lo rozaba con mi lengua y dejaba un camino húmedo que se secaba con el calor de mi aliento. Deseaba a este hombre como nunca había deseado y disfrutaba de su magreo, me gustaba su forma de excitarme, su desenfreno a la vista de todos. No me hubiera importado que me follara en la pista, estaba tan mojada que si por mí fuera sería en aquel mismo momento. Y el maldito jugaba en mi oreja, la recorría con su lengua, la penetraba, salía, mordía mi lóbulo y luego solo dos palabras lo dijeron todo:
– Ven conmigo
Claro que iría, en este momento no importa dónde solo quería eso, estar con él y sentirle en mí, que me calmase y me hiciera gozar como lo deseaba desde que me desperté.
Lentamente nos alejamos de la pista, por lo visto conocía el pub porque nos dirigimos hacia la zona de los baños. Ni siquiera se detuvo a fijarse y entramos en el de las Damas. Al entrar en uno de los reservados, me apoyó contra la puerta, pasó el pestillo y volvió a besarme, pero esta vez fue desabrochando mi blusa. Hice lo mismo con su camisa. Yo seguía apoyada con la espalda contra la puerta y aflojé su cinturón para desabrocharlo, cuando sus manos habían desabrochado mi sujetador, lo habían subido y ahora sentía su boca, el calor de sus labios recorriendo mis tetas. Lo hacía con ganas, por momentos lentamente apenas rozándome y luego sus manos oprimían acompasadamente, amasaban mis senos. Su lengua se dedicaba a hacerme disfrutar de la excitación que me producía el sentir como poco a poco rodeaba mis pezones y cuando los tocaba con la lengua sentía que me derretía. Acaricié, sobre su slip, la polla, que estaba caliente, gruesa y lo dibujé con mi mano, lo apreté, lo deseé.
Él mordía alternativamente mis tetas, besaba mi cuello, bajaba y luego comenzó a quitarme la falda y lo hizo junto con el tanga. En su camino de retorno son sus manos se internaron en mi entrepierna.

Su lengua oprimía y sus dedos acariciaban mis otros labios. Oleadas de fuego me cubrían, transpiraba y se me escapaban gemidos que nos aceleraban. Estaba caliente, con mi blusa colgando, abierta y el sujetador en cualquier parte, sus manos se repartían entre apretar mis tetas, pellizcar mis pezones y jugar con mis labios, recorrer con sus yemas desde el clítoris hasta la vagina cuando, dos de sus dedos me penetraban. De mí brotaba ya no un gemido, sino algo entre grito y bramido. Movía con rapidez sus dedos y mis manos se encargan de masturbarlo con ganas.
De pronto, sacó los dedos de mí, los miró, los olió y los acercó a mi boca, yo los lamí, los chupé, los sorbí con deleite y lo besé para que reconociera mi sabor. Sus manos apretaban mi culo, volvía a amasarlo y me subía, hasta colgarme de su cuello enroscando mis piernas en su cintura, luego las estiré y las apoyé en la otra pared.
Me penetró de forma enérgica, sus movimientos eran fuertes, casi no podía moverme, mis gemidos eran más altos y su boca tapaba la mía. Seguía embistiéndome, me sentía muy mojada. Me corrí chillando como una loca al mismo tiempo que recibía en mis entrañas toda la descarga de sus testículos.
Luego, con calma, nos vestimos los dos y uno detrás de otro, salimos de los aseos. Atravesamos la pista camino de la barra, nos acomodamos en las butacas y pidió dos “whiskys”. Cuando bebimos un sorbo, me miró y con un deje de ternura, situó bien un mechón de mi cabello apurando el resto del vaso.
Abonó la consumición, se levantó y se fue. Atónita le vi alejarse, un momento de duda me recorrió, pero rápidamente salí tras él. Aceleré el paso para alcanzarlo mientras el aire fresco me ayudaba a una total recuperación, y cuando estuve a su lado le dije:
– ¡Solo a ti se te puede ocurrir marcharte así! Claro, porque… ¿A ti no te ha gustado el jueguito, verdad? – dije mientras me colgaba de su brazo.
– ¿Vamos a casa? Esto no se queda aquí -añadió sonriendo, mientras subimos al taxi.

Me sorprendió ver como él se sentaba en el lugar del conductor, lo miré y entonces comprendí que el hombre que me había follado tan bien era el mismo taxista que me llevó hasta el pub.
Besos.

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