Relato erótico

Sali de dudas

Charo
4 de julio del 2019

Mientras eran novios y hasta que se casó pensaba que su mujer era un poco mojigata. Fueron de viaje de novios y allí, salió de dudas.

Teresa – Tenerife

Ese día estaba a punto de desflorar analmente a mi mujer. Apoyé la punta de mi polla en el culo de mi esposa y se la comencé a meter. Teresa, al principio, pareció contraer el ano, dificultándome la penetración pero yo, agarrándome a sus caderas y de un fuerte golpe, le introduje todo el capullo. Lo demás ya fue fácil. De otro empellón, toda mi polla se alojó en su trasero y poco después, la primera enculada ya se había consumado. También me demostró que le había gustado ya que nada más acabar, me dio un fuerte beso y me dijo:
– Estoy deseando que transcurran otros tres días para ofrecerte cualquier capricho que se te ocurra.
Pasamos dos días en el barco como lo que éramos, dos recién casados. Yo le hacía toda clase de arrumacos en público, pues sabía que eso a ella le encantaba, tomábamos juntos el sol en una de las piscinas de las que contaba el barco y asistíamos a las cenas y bailes de gala que se organizaban a bordo. Todo perfecto. Pero llegó el tercer día desde que embarcamos. Teresa, nuevamente, me recordó que ese día “algo nuevo” tenía que ocurrir.
– Desde luego, querida – le dije – aunque lo que va a ocurrir hoy es muy especial y espero que no me decepciones.
– No te preocupes, querido, me estás haciendo tan feliz que sea lo que sea lo que me estás preparando, con tal de verte feliz, lo haré.
La llevé a nuestro camarote y de un maletín que llevaba, saqué otro de los artículos que había comprado. Era un pequeño tanga y digo pequeño porque realmente lo era. Le ordené que se desnudase y se lo pusiese. Realmente era indecente. Por delante prácticamente le ocultaba poco más que la raja de su coño pero por detrás, no ocultaba nada ya que la poca tela que tenía se le introducía entre los pliegues glúteos y dejaba completamente desnudo aquel turgente, prieto y apetecible culo. Como habréis adivinado mi intención era exhibirla, prácticamente desnuda, al resto del pasaje.
Antes de salir del camarote le hice poner un pequeño pantalón y una camiseta. Nos dirigimos a una de las piscinas, la que mayor número de hombres había y una vez allí, le dije a Teresa que ese día íbamos a tomar el solo por separado, pero que yo estaría cerca de ella.

– Quiero observar que impacto provocas en otros hombres cuando te vean solo con este minúsculo tanga – le dije – Y, querida, si algún hombre se acerca a ti, quiero que seas amable con él y si por casualidad te propone “algo especial”, tu ya me entiendes, llévatelo a nuestro camarote que yo enseguida llegaré.
Así lo hicimos. Nos separamos unos metros, vi como colocaba su toalla sobre una hamaca y se despojaba de la camiseta y el pantaloncito, mirándome de reojo, con aquel tanga como única vestimenta. Parecía que estaba desnuda, pero estaba inmensa. Se tumbó boca abajo y pronto noté como varios hombres no quitaban los ojos de ella, pero especialmente había dos que no hacían más que revolotear a su alrededor. Eran algo mayores que nosotros, estarían por encima de la treintena y uno de ellos debía de ser mulato.
Esperaron a que ella se diese la vuelta y entonces se le acercaron. Ambos tenían un porte distinguido, lucían slips ajustados que dejaban entrever que estaban bien dotados. Sus cuerpos, bien proporcionados y musculosos, denotaban que frecuentaban un gimnasio. La sonrieron y la saludaron. Teresa correspondió a su saludo y pronto charlaban animadamente. Desde donde yo me encontraba no podía distinguir con claridad de lo que estaban hablando pero de pronto observé que los tres se levantaban y se dirigían a la piscina con ánimo de bañarse. Así lo hicieron y yo les seguí. Dentro del agua comenzaron a jugar, aquellos dos hombres la salpicaban y como ella les seguía la corriente, pronto comenzaron a lanzarse sobre ella.
Me parecía que, con tanto juego, en ocasiones, aprovechaban para magrearle las tetas. Cuando salieron de agua, y tras secarse, se dirigieron al bar de la piscina. Yo fui tras ellos y allí, sentado en la mesa de al lado, sí podía distinguir lo que hablaban. Le preguntaron que si estaba casada y al responderles que sí, le dijeron que no comprendían como su marido no la acompañaba.
– Mi marido no es celoso y tengo libertad para hacer lo que quiera -les contestó ella.
Cuando oyeron esto, entraron al trapo como auténticos miuras, comenzando a alabar su cuerpo y su simpatía y vi que en aquel momento se entretenían en rozarla con sus piernas. También noté como a mi mujer se le endurecían los pezones, cosa que a ellos tampoco les pasó desapercibida. Fue entonces cuando el mulato se atrevió a decir que ya que su marido no era celoso, estarían encantados en que los acompañase a su camarote pero ella, siguiendo mis instrucciones, le dijo que prefería que fuesen ellos los que la acompañasen al nuestro ya que en él se encontraría más a gusto y además que así podrían conocer a su marido. Ellos se miraron algo extrañados pero se levantaron y se dirigieron hacia nuestro camarote.

En aquel momento supe que pronto iba a lucir unos hermosos cuernos, pero no me importó. El morbo de ver a mi mujer follar con otros hombres era tremendo. Hice algo de tiempo para permitir que llegasen antes que yo y cuando supuse que ya habían llegado, corrí hacia el camarote.
Al llegar apliqué el oído a la puerta para ver si escuchaba algo pero no oí nada. Entonces me atreví a abrir la puerta y lo que allí vi no me extrañó en absoluto ya que era, más o menos, lo que me esperaba. Teresa, arrodillada ante aquellos dos hombres, chupaba alternativamente sus pollas sorprendiéndome el ver que ella no se cortaba en absoluto ya que, al verme, dejando por un instante lo que estaba haciendo, me saludó diciendo:
– Hola Juan, ya les he dicho que estaba casada y que seguramente acudirías para ver cómo me follaban.
Ellos, dirigiéndose a mí se presentaron. Uno se llamaba Jacobo y el mulato, Elías. Yo, supongo que en aquel instante con cara de gilipollas y para qué no decirlo, también con cara de cabronazo, solo acerté a decirles que tenía mucho gusto en conocerlos.
Teresa prosiguió con la doble mamada intentando, a veces, introducirse los dos capullos a la vez hasta que, de pronto, dejó de chupárselas y se tumbó sobre la moqueta del camarote. Fue la indicación para que se la follara. El mulato se subió sobre ella mientras que el otro hombre nuevamente, le acercó la verga a la boca para que se la siguiese chupando. Mi esposa se abrió de piernas y separando con una de sus manos la exigua tela del tanga, del que no se había despojado, ofreció su depilado coño.
Vi perfectamente como aquella polla entraba en el chocho de mi mujer y como ella misma iniciaba los movimientos de la follada. Estuvieron un buen rato de esta forma, consiguiendo mi mujer su primer orgasmo con otro hombre. De nuevo ella cambió de posición poniéndose a cuatro patas, ofreciendo su coño al que anteriormente se la chupaba mientras que, abriendo la boca, comenzó a chupar la del mulato. Yo, al ver esto, noté que mi polla pugnaba por abrirse paso al exterior. Me la saqué y comencé a masturbarme en el momento en que Teresa tenía su segundo orgasmo. Yo necesitaba más morbo y como vi que no había intención de metérsela por el culo, fui yo mismo el que lo sugerí, diciéndoles:
– ¡He, vosotros! ¿Es que no se la vais a meter por el culo?
Se miraron entre ellos y rompieron en una sonora carcajada.
– Pero que cabronazo eres – dijeron – Pero no te preocupes que tus deseos son órdenes para nosotros.
Aprovechando la postura de mi mujer, a cuatro patas, el que le estaba follando el coño se la sacó y apuntando hacia el agujero anal de mi esposa, enseguida toda su verga se alojaba en su interior. Poco después se turnaron. Ahora era el mulato el que le daba por el culo mientras que Jacobo se la metía en la boca. Tras unos instantes, Elías me dijo:
– Juan, ¿permites que hagamos un bocadillo con tu mujer?
– Por supuesto – respondí excitado.
Jacobo se tumbó en el suelo, Teresa se subió sobre él, introduciéndose su polla en el coño hasta los cojones y reclinándose hacia adelante ofreció su culo al mulato. Cuando vi a mi esposa con aquellas dos pollas en su interior, no podía dar crédito a lo que veía. Ni en mis sueños más oscuros podía haber imaginado que aquella chiquilla recatada que hacía poco más de una semana me tenía a raya, pudiese estar ahora en la posición en la que estaba. Aquello era muy fuerte para mí. Quise acercarme a Teresa con la intención de que me la chupase, pero no llegué a tiempo. Cuando se la aproximaba a la boca, eyaculé pringando todo su rostro con mi esperma. Esto pareció gustar a aquellos hombres ya que cuando notaron que iban a eyacular, se la sacaron de sus agujeros y lo hicieron en la boca de Teresa, la cual tragó todo su semen. Cuando se marcharon mi esposa, que había gozado de las dos pollas por sus tres agujeros, se me acercó y dándome un besazo, me dijo:
– ¡Gracias, amor, por haberte conocido, nunca había soñado en ser tan feliz!
Después de haber gozado tanto con dos hombres a la vez, me sorprendió que aquella noche hiciera que me la follase, con lo que comencé a pensar si no me abría casado con una ninfómana ya que no la veía saciada.
Abrazos para todos.

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