Relato erótico

Rutina y aburrimiento

Charo
26 de septiembre del 2019

Está casada y aburrida por la rutina en la que ha entrado su matrimonio. Hablando con unas amigas que están divorciadas, ambas, le dijeron que tenía que buscarse un amante. Les dijo que estaban locas, pero a veces las cosas pasan sin proponérselo.

Sara – Castellón
Me llamo Sara, y el de mi marido Raúl. Ambos tenemos 41 años. A todos los efectos somos una pareja normal y corriente de clase media alta, y llevamos quince años de feliz pero monótono matrimonio, es decir, casi todo siempre es lo mismo. En lo que se refiere a nuestra vida sexual, desde que nos casamos en muy pocas ocasiones hemos tenido algún cambio significativo. Además, Raúl no es lo que se puede llamar un hombre ardiente, es más puedo decir que mi marido es totalmente predecible en cuanto a su manera de actuar en la cama.
Quizá por esa razón y otras que os contaré, puedo decir que decidí darle un pequeño cambio a mi vida. Los pequeños cambios fueron básicamente el compartir un tiempo extra con mis amigas cosa que, para mi sorpresa, a mi marido no le molestó en lo más mínimo, por lo que yo di por entendido que no le importaba el que saliera una o dos veces a la semana con María y Gloria. Las dos están divorciadas y saben la frustración que tengo por el funcionamiento de mi matrimonio.
Con ellas comencé a ir a un gimnasio hace algunos meses. En aquel momento me veía un poco gorda e incluso no me ponía ningún tanga para ir a la playa. Me sometí a un régimen a base de una dieta de productos vegetarianos y bastante ejercicio, gracias a lo que rápidamente perdí todas los kilitos extras que tenía de más.
¿Podréis creeros, que mi marido, hasta el día de hoy, aun no se hado cuenta de que he perdido peso?
Un domingo por la noche, estábamos viendo en la tele la entrega de los premios Oscar cuando apareció en la pantalla, una mujer con casi todos los pechos fuera y el muy tonto se quedó boquiabierto mirándola. Eso pasó en repetidas ocasiones y en ese momento me alegré pensando que posiblemente tendríamos un buen encuentro en la cama, pero no fue así. Cuando salí totalmente desnuda del baño, Raúl ya se estaba completamente dormido, lo que me indignó.
Al día siguiente, me encontré con mis amigas, ellas me consolaron y abiertamente las dos me aconsejaron que me buscase un amante, lo único en que no estaban de acuerdo era en el tipo de hombre que me podía convenir. Yo lo tomé a broma y participé en lo que era sencillamente un juego entre nosotras.
María por una parte me recomendaba que me buscase a un tío joven y musculoso, como los que iban al gimnasio, pero la mayoría de ellos se interesan más en su cuerpo que en sus compañeras, y francamente no tenía ganas de competir con nada ni con nadie. La recomendación de Gloria era más práctica. Me proponía que buscase a un hombre algo mayor que yo, que tuviera dinero y tanto que perder como yo, pero al decirlo me daba la sensación de compararme con un putón, esperando a su cliente en una esquina, y realmente tampoco me agradó esa idea.
Tras charlar un rato continuamos haciendo compras en el centro comercial y fue cuando me encontré con Enrique, nuestro agente de seguros que, al verme, se deshizo en atenciones a nosotras tres, invitándonos a disfrutar un suculento almuerzo, con vino y todo lo demás.

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Mientras charlábamos en la mesa, en distintas ocasiones me dijo que estaba muy guapa. Me gustaba pero me hizo sonrojar.
Mis amigas, de repente entendieron que dos son pareja, pero tres son multitud, rápidamente se despidieron dejándome en compañía de Enrique. Diré no es un Adonis, pero es atractivo. Su forma de hablarme y de mirarme me estaba haciendo sentir algo que hacía tiempo no sentía. Pero asumí que se debía a lo que previamente conversaba con mis amigas y nerviosamente me levanté de la mesa y me despedí de él.
Al llegar a mi casa le comenté a mi marido lo amable que había estado Enrique con nosotras y él se limitó a decir:
– La próxima vez que le veas dile que me debe un partido de golf.
Yo me quedé de una pieza, ya que le dije hasta los piropos que me había hecho a solas y Raúl ni se inmutó, o sencillamente no le puso atención a lo que yo le decía. Eso fue la gota que colmó la copa y de la rabia que tenía me dije a mi misma que la próxima vez que un hombre me hiciera una proposición indecorosa la aceptaría. Luego en la ducha, mientras me enjabonaba, me puse a fantasear y terminé teniendo un satisfactorio pero vergonzoso orgasmo, ya que me sentía algo culpable. Luego me acosté y no dejé de soñar viéndome acostada con cuantos hombres me lo proponían.
Pasé unos cuantos días sin salir y cuando mis amigas me fueron a buscar, y fuimos al mismo centro comercial, y ya estábamos por marcharnos, cuando apareció nuevamente Enrique, y a diferencia de la vez anterior solo me invitó a mi sola a comer. Mis amigas rápidamente se despidieron de nosotros y en ese momento me acordé de las cosas que había pensado, el día que le comenté a mi marido mi encuentro con Enrique y de lo molesta que yo estaba por su forma de actuar.
Tras conversar inocentemente un rato, se ofreció a llevarme a mi casa pero haciendo la salvedad de que pasaríamos primero por la nueva propiedad que había adquirido para buscar algo que no precisó de inmediato. Yo acepté sin ningún tipo de reserva ya que no tenía porque pensar mal de Enrique que, en fin, era todo un caballero, tan amable y tan educado que no podía sospechar nada malo de él.
Al llegar a su nueva residencia, me invitó a entrar y como era casi la una de la tarde no vi nada malo en ello, pero al traspasar la puerta, Enrique me comenzó a tratar de manera algo diferente, sus elogios y piropos a mi persona fueron en aumento. Me dijo lo bella que estaba en esos momentos y de lo hermosa que me veía. Su acoso discreto continuó y yo no tuve el valor de detenerlo, es más me encontraba como embriagada por sus palabras, de tal forma que a medida que me mostraba la casa pasamos por el lujoso dormitorio, me llevaba de la mano y a medida que me hablaba sentí un gran calor dentro de mí.
Enrique me cogió la mano y continúo conduciéndome por su casa hasta que llegamos al dormitorio. En ese momento su manera de dirigirse a mí, sus halagos fueron minando mi voluntad o sencillamente la fortalecieron, al punto, de que me encontraba algo desesperada por escuchar de su boca la pregunta de que si me quería acostar con él.

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De haberlo hecho, yo hubiese saltado sobre él, pero la manera de actuar de Enrique era muy sutil, me tomaba de la mano a medida que caminábamos y en cierto momento yo tropecé con algo e inevitablemente fui a dar en sus brazos, y al hacerlo mi boca y la suya se toparon.
Al entrar nuestros labios en contacto, nuestras lenguas se encontraron mutuamente, sus manos fueron recorriendo mi cuerpo y las mías el cuerpo de él. Realmente no sé cuánto tiempo permanecimos en ese ardiente beso. Yo deseaba que me arrancase la ropa y por un breve instante pensé en Raúl, pero de inmediato lo vi sentado en la sala de casa, leyendo la prensa con más interés del que muestra por mí.
Cuando me di cuenta ya estábamos casi sin ropa, él continuamente alababa mi belleza y yo deseando ser poseída por él inmediatamente. De momento dejó de besarme, lentamente se fue arrodillando y a medida que lo hacía fue bajando mis pantys y su boca entró en contacto directo con la piel de mi cuerpo. Me puse temblar como una tonta.
Cuando sentí su aliento sobre mi chocho, casi me desmayo, su lengua recorría lentamente por los pliegues de mi piel y sus manos me hicieron abrir las piernas. Era una sensación jamás disfrutada por mi hasta esos momentos. Muchas veces me había imaginado eso, pero nunca pensé que me pasaría realmente, con un hombre que no fuera mi marido besándome entre las piernas y con su lengua haciéndome temblar de placer.
Sus manos me fueron empujando hasta la cama y cuando mi cuerpo se quedó por completo sobre la cama, Enrique sin dejar de lamerme fue cambiando de posición hasta que vi su polla frente a mis ojos. De la manera más tierna que pude lo tomé entre mis manos y lentamente comencé a besarlo para luego comenzar a introducírmelo en la boca. En esa posición me hizo alcanzar un tremendo y satisfactorio orgasmo, sin complejo de culpa alguno y al instante su polla comenzó a eyacular en mi boca y lejos de sentir repulsión, dentro de mí habitaba un sentimiento de vicio y morbo total por él.
Cuando terminamos nos mantuvimos quietos por un largo rato. Después, se levantó me continuó hablando de aquella forma tan cariñosa que me había seducido. Nos abrazamos, nos besamos y noté que su polla volvía estar en posición de “guerra”.
Abrí las piernas y lentamente me penetró, haciéndome sentir la mujer más feliz del mundo. Nuestros cuerpos se hicieron uno y sentí dentro de mí su torrente de vida.

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Hoy en día, por lo menos una vez a la semana, me encuentro con Enrique, salimos, cenamos o simplemente paseamos y la mayoría de las veces nos acostamos.
Un beso para ti, Charo y saludos a los lectores.

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