Relato erótico
Resbalón oportuno
Se acababa de cambiar de piso y estuvo todo el fin de semana abriendo cajas y colocándolo todo. El lunes por la mañana, estaba tan cansada que no oyó el despertador. Se ducho, se vistió y salió a toda prisa, con tan mala suerte, que chocó con un vecino y se dislocó el tobillo.
Susana – ÁVILA
Querida Charo, recién me había mudado a este edificio de apartamentos, después de un cansado fin de semana, de mover muebles, colgar cortinas, abrir cajas de libros y mal comer latas de atún con galletas y otras porquerías, logré darle un ambiente agradable a mi nueva vivienda. Obvio es que el lunes por la mañana estaba totalmente agotada y no oí el sonido del despertador.
Con media hora de retraso, tomé una rápida ducha, me vestí con una falda corta y blusa ligera y salí corriendo hacia la oficina. Era tanta mi prisa que al doblar en el pasillo rumbo a la escalera, me estrellé contra un joven que venía en sentido contrario.
Ambos caímos estrepitosamente al suelo hasta acabar, él boca arriba y yo sobre él, a horcajadas, con la falda hasta la cintura y un par de botones de la blusa desabrochados.
– ¡Que horror! – dije mientras intentaba levantarme y acomodar mi ropa.
El dolor de mi tobillo no me permitió moverme y me dejé caer rodando hacia un lado.
– ¿Está usted bien? – me preguntó mientras se incorporaba-
– No – le respondí en un susurro – Creo que me lastimé el tobillo.
Me examinó el tobillo unos instantes con ojos preocupados. Acto seguido me levantó en brazos y me preguntó que cual era la puerta de mi piso. Con dificultad abrí la puerta y me llevó al sofá.
– ¿Tienes algo de hielo? – me preguntó – Tu tobillo está muy inflamado.
– No, lo siento, acabo de mudarme y olvidé poner agua en el congelador- le contesté-
– Bueno, espera un momento e iré a mi casa por un poco – dijo-
Mientras salía aproveché para llamar a la oficina y avisar que no podría ir. Regresó pronto y puso algo frío en mi tobillo. Era un alivio.
– Bueno, yo me tengo que ir pero vendré más tarde, ¿estarás bien? – me preguntó.
-Sí – le respondí – Gracias por todo y disculpa las molestias.
Una vez que salió me quedé profundamente dormida en el sofá, hasta que me despertó el timbre de la puerta. Con dificultad me levanté y vi a través de la mirilla que era mi vecino. Le abrí la puerta y le invité a pasar. Me sorprendió gratamente que llevara una bolsa de papel con hamburguesas, patatas fritas y refrescos.
Estuvimos conversando mientras comíamos y lo observé discretamente. Era alto, de hombros anchos, cabello negro y ojos de mirada profunda. También noté que él me observaba con disimulo. Debo decir que soy más bien bajita, delgada, cabello lacio, corto, ojos claros, aunque creo que no soy fea, al contrario, pues lo tengo todo bien puesto en su lugar.
Poco a poco se fue acercando a mí mientras conversábamos y como al descuido, pasó su brazo sobre mis hombros. Al poco rato nos estábamos besando apasionadamente. ¡Que bien besaba el tío!
Poco a poco y entre caricias cada vez más íntimas, nos empezamos a quitar la ropa con suma delicadeza, como para no lastimar mi tobillo.
Luego me tomó en sus brazos y me lanzó una mirada interrogante y como yo la entendí, con la cabeza le indiqué la dirección de mi habitación.
Caímos en la cama entre besos y abrazos, con sus manos recorriendo todo mi cuerpo con frenesí. Sus labios me besaban la boca, el cuello, hasta que se detuvieron en mis pechos y los saborearon largamente. Poco a poco trazó un camino de besos hacia mi vientre, deteniéndose un momento en mi ombligo, bajando más, hasta llegar a lo más profundo de mi intimidad. Su lengua experta me hizo disfrutar como una loca, acariciando, besando, sorbiendo, provocándome un orgasmo intenso que me arrancó gritos de placer.
Luego giró su cuerpo hasta ponerse en sentido opuesto al mío, y se colocó sobre mí, siguió “trabajándome” el chocho con su boca y me invitaba a hacer lo mismo con él. Fue una delicia. Tenía la polla más divina que yo recordara haber besado, lamido y chupado.
Estuvimos un buen rato en un 69 perfecto hasta que ambos alcanzamos de nuevo un magnífico orgasmo. Bebí su semen con agrado y él se recostó junto a mí, abrazándome.
Permanecimos así un buen rato, incluso creo que me dormí un poco. Hasta que me despertó de nuevo con sus caricias.
Me besaba con frenesí, acariciando mi cuerpo con sus expertas manos hasta que, de pronto, me colocó boca abajo, sobre mis rodillas y codos, se situó detrás de mí y me penetró el coño de una sola embestida. Ambos dejamos escapar un suspiro ahogado.
Inició un vaivén de ritmo intenso. Su metisaca me volvía totalmente loca y al poco rato no pude controlarme y empecé a agitar mis caderas estrellándome contra su cuerpo dejando que mis gritos escaparan de mi garganta. Era como estar en la gloria.
Nuestros movimientos se hicieron cada vez más rápidos, más intensos y pronto llegamos a un nuevo orgasmo, esta vez más intenso, más largo, dejando escapar un grito al mismo tiempo y nos desplomamos abrazados sobre la cama, llenos de sudor, satisfechos y felices.
Nos quedamos de nuevo dormidos y al despertar volvimos a amarnos sin límites.
Han pasado varios meses y la relación con mi vecino sigue más que bien.
Definitivamente escogí el mejor edificio de apartamentos para vivir.
Besos a tí, Charo y saludos a los lectores.