Relato erótico
Renovarse o morir
Les gusta el sexo y, conforme pasa el tiempo, se han dado cuenta de que tienen una “vena” exhibicionista y les han entrado ganas de embarcarse en alguna aventura morbosa.
Carla – Alicante
Mi nombre es Carla y en la actualidad tengo 31 años, muy bien llevados. Mi aspecto físico es bastante bueno, pues tengo un cuerpo que me consta, causa atracción en los hombres y en algunas mujeres… Siendo bajita (1’53m) tengo lo justo de todo y algo más de pecho, con unas curvas y cintura muy marcadas y además lo acompaña mi cara que sin ser una preciosidad, es atractiva, con dos bonitos ojos azules. Por si esto fuese poco sé arreglarme para sacar todo el partido a mi figura y muchas veces sé que los hombres al verme se les van los ojos cuando paseo por la calle (me encanta).
Estoy casada con un buen hombre, que me quiere y me entiende, y lejos de haber bajado nuestras relaciones con el tiempo, hemos encontrado las formulas para que estas vayan a más.
Nuestra evolución fue progresiva y poco a poco fuimos descubriendo que nos gustaba ser un poco exhibicionistas y que además éramos muy morbosos (él mucho más que yo), por lo que acabamos fantaseando con disfrutar con otras personas, y ahí empezó todo. Cada vez que hacíamos el amor, mi marido me decía que quería que yo fuese una señora en publico y su putita en privado, cosa que a mí me excitaba, y fue tanta su insistencia que acabé por decirle una noche que me enseñase a ser como él quería, a lo que me preguntó que si estaba dispuesta a hacer todo lo que él quisiese y le respondí afirmativamente. Después de acabar de hacer el amor me preguntó que si era cierto, y yo todavía excitada le ratifiqué el sí.
Estuve varios días caliente intentando imaginar qué cosas le pasaban por su cabeza, pues sabía que algo planeaba, hasta que un día me dijo que me iba a rasurar, pues íbamos a ir a una tienda de tatuajes y donde me lo iban a poner no era plan de ir con “melena”. Me afeitó dejándome un minúsculo triangulo en el pubis y me indicó que junto a ese triangulito, en una zona baja, muy cerca de mis labios inferiores, pondríamos un pequeño corazón rojo y una cinta donde escribiríamos cómeme.
Me puse muy cachonda con todo eso y aunque con algo de reparo pues estaba nerviosa excitada y un poco asustada, fuimos por la tarde al lugar para tatuarme.
Llamamos a la puerta y salió un chico bastante atractivo y un poco raro de apariencia que nos introdujo en una habitación y nos pidió que esperásemos pues estaba acabando a otro cliente. Pude comprobar que mi marido había elegido el sitio y la persona idónea para hacerlo, pues solo de pensar por dónde me tendría que toquetear me estaba calentando, cuando me dijo mi marido.
– El tatuaje te lo tienen que hacer en dos sesiones, hoy y mañana por la tarde a última hora, y mañana vendrás sola.
En eso entró el muchacho, me indicó que me tumbase en la camilla dándome una pequeña toalla para cubrirme y me preguntó que si era el mismo tatuaje que le había dicho mi marido, a lo que afirmé.
Os puedo garantizar que estuve intentando no excitarme cada vez que sentía que sus manos se posaban sobre mi sexo para poder trabajar, y que a pesar de ser contactos necesarios y sin ningún animo, no pude evitar el acabar totalmente húmeda e incómoda de pensar que el muchacho seguramente se habría percatado, pero la sesión acabó y quedamos para el día siguiente.
Esa noche hicimos el amor como posesos y mi marido me decía al oído.
– Mañana irás tú sola, y cuando te pregunte el texto, le dices cómeme, posiblemente acabes disfrutando de una buena ración de sexo.
Le pregunté que si estaba seguro de lo que estaba diciendo y me dijo que
si queríamos ser liberales y vivir cosas fuertes, deberíamos empezar por algo y ese era un plan que le gustaba.
Al día siguiente fui y terminé mi tatuaje pero no fui capaz de insinuarme, me tapé más que el día anterior con la toalla y pasé mucha vergüenza, por lo que no ocurrió nada, cosa que decepcionó a mi marido, pues esperaba que le contase algo morboso y no pude.
Durante unos días, cuando pensaba en lo sucedido, me arrepentía pues hubiese estado bien, y decidí que la próxima oportunidad la aprovecharía. No tardó mucho en llegar…
Un sábado por la noche decidimos salir a tomar algo y mi marido me dijo que me arreglaría él, pues tenía ganas de verme sexy, ya que quería ponerse cachondo viéndome provocar a alguien, lo que me pareció muy divertido.
Os garantizo que cuando acabó de arreglarme me pareció excesivo pues parecía una putita, a lo que él respondió que era así como quería que me comportase esa noche, y mirándome en un espejo le pregunté si estaba seguro de lo que estaba diciéndome, que luego se podía arrepentir y que me daba miedo, a lo que me contestó que era un juego entre nosotros, y que estaba totalmente seguro, pero que no diese ningún dato real ni dijese ni hiciese nada que nos pudiese implicar en un futuro.
A pesar de mis muchos nervios, nos fuimos a una discoteca que había en un pueblo algo separado de donde vivimos y cuando entramos fui la comidilla de los muchos grupos de chavales que allí había. Eso era normal por la pinta que tenía, pues mi marido me hizo maquillarme más de lo normal, me había elegido una ropa de infarto, pues cogió una minifalda de tablas de color negro con la que prácticamente enseñaba el culo (no me la ponía nunca por lo excesivamente corta que era) y una blusa sintética de color lila que dejaba entrever el canalillo hasta más abajo de mis pechos, realzando todo esto con unos altos tacones de salón.
Reconozco que estaba muy caliente y el juego me atraía pero no podía imaginar que mi maridito me propondría separarse de mí para ver como alguien intentaba ligar conmigo, y me incitaba a buscar a alguien que me gustase como amante ocasional, por lo que le pregunté que hasta dónde quería llegar, y cual fue mi sorpresa cuando me respondió “hasta ver correrte debajo de alguien”.
Al escuchar ese comentario al oído sentí que empezaba a humedecerme y después de preguntarle de nuevo si estaba seguro y ver su afirmación, le dije que lo intentaría pero sin garantizarle nada, y dije que se sentase en las mesas del fondo, que yo iría después.
Tras un minuto fui al fondo y me puse en la barra para pedir, percatándome de la presencia de un chico de más edad que la mayoría, sobre 35, y no necesité más de una mirada y una sonrisa para que se me acercase como un buitre y empezase a cortejarme.
Podía ver la cara de mi marido a escasos cinco metros de donde estábamos, y era pura lujuria. Podía notar cómo me estaba excitando más de lo habitual y podía comprobar como cada vez se lanzaba más el chico, hasta atreverse a apoyar la mano en mi muslo y hacerme unas leves caricias. Al cuarto de hora estábamos sentados en una mesa más al fondo y me entregaba a apasionados besos. Viendo que éramos blanco de muchas miradas y que el chico no se cortaba a la hora de meterme mano, fui al servicio haciéndole un gesto a mi marido para que me siguiese. Ya en la puerta del servicio le dije que debíamos marcharnos pues no podía controlar la situación y mi marido me comentó que sería buena idea proponerle a nuestro amigo una noche de sexo, a lo que aún con miedo acepté.
Reconozco que mientras esperaba en el coche a que saliese mi marido, empezaba a desear que no saliese acompañado, pues tenía miedo de lo que pudiese ocurrir después de esa noche, pero al mismo tiempo quería seguir sintiendo esos labios en mi cuello, esas manos en mis piernas, y deseaba estar con otro hombre y sentirme plena…
Tras diez eternos minutos salieron los dos, charlando como buenos amigos, y al llegar al coche mi marido me dijo.
– Mira, estamos todos de acuerdo y vamos a ir a una casita que tiene en una finca cercana, por favor vete al asiento trasero para que me vaya indicando el camino.
Nuestro amigo dijo que podíamos ir los dos detrás pero mi marido le dijo que mejor no, pues tendríamos después todo el tiempo que deseásemos para jugar.
En unos 6 ó 7 minutos entramos por una valla a una finca con una casa que más parecía un almacén que otra cosa. No tenía muros interiores y era pequeñita pero con varias camas y una especie de cocina americana, cacharros desechados de una casa llena y bastante limpia. A esas alturas yo era un manojo de nervios y para romper el hielo nuestro amigo abrió un mueble y sacando unos vasos nos preguntó si queríamos tomar algo, a lo que accedí, pues quería tranquilizarme.
Sin darme tiempo a tomar casi nada, mi marido se pegó a mí por detrás, haciéndome sentir su abultado miembro en mi trasero y mientras empezaba a acariciarme los pechos me dijo.
– Esta noche vas a disfrutar todo lo que te apetezca- y mirando a nuestro amigo le dijo- ¿Has visto qué piernas tan bonitas tiene?
Y nuestro amigo, sin pensárselo dos veces, se acercó y empezó a frotarse por delante mientras me magreaba los senos.
Me pareció notar un bulto excesivamente grande entre sus piernas, pero dejé de pensar pues a esas alturas solo quería sentir y disfrutar de todas las caricias que me hacían. No recuerdo de qué forma, pero si que entre los dos me acariciaron y desnudaron, dejándome solamente los tacones y el tanguita negro que llevaba y tras unir dos camas, me tumbaron boca arriba situándose uno a cada lado y tocándome y besándome por todas partes.
Estando ya totalmente desinhibida y deseosa, palpé por encima del pantalón el miembro del chico y pude notar que no era de dimensiones normales… Después de unos momentos se desnudaron y pude observar que el miembro que me había parecido tan grande no era grande, era grandísimo y me asusté, pues imaginé que podía hacerme daño.
Mi marido se encargó de decirme obscenidades al oído, cosa que me excita sobremanera, y cuando quise reaccionar, mi amante estaba situado entre mis piernas y con dulzura y firmeza me las separó más, tumbándose sobre mí y situando su pene en mi entrada. Mi marido se puso detrás de mi cabeza y cogiéndome las manos, estiró mis brazos como si estuviese atada al cabecero de la cama.
– Mírale a los ojos y dile que tienes ganas de sentir como te la mete, dile que quieres que te folle…- dijo.
Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo al escuchar esas palabras, noté como un flujo ardiente me chorreaba por las ingles y tras pensar en mi seguridad, dije.
– Quiero sentir como me la metes, suavemente, hasta llegar al fondo.
Nada más escucharme, empezó a entrar en mí, no tan suave como hubiese querido, pero a pesar del grosor no fue tan doloroso como pensaba que sería y tras varias idas y venidas y algunos comentarios de mi marido, tuve mi primer orgasmo, estaba en el paraíso.
Mi amigo, al usar preservativo, eyaculó dentro y al retirarse después de varios espasmos, le dejó el sitio a mi marido que sin ningún miramiento y loco de sexo, me penetró diciéndome lo bien que estaba siendo follada.
Podía sentir como me penetraba uno mientras el otro mordisqueaba mis pezones, como me levantaban las piernas y me sometían a penetraciones en las más variadas posturas, hasta que tras ponerme boca abajo noté que el chico ponía la punta de su monstruo en la entrada del culo y muy asustada le dije que no, que eso me iba a doler (lo practicaba habitualmente con mi marido y me dolía y gustaba, pero era un tamaño más normal), pero sin hacerme ningún caso empezó a achuchar, por lo que solté un fuerte grito de dolor, parecía que me estaba partiendo en dos.
Cuando introdujo la cabeza del glande paró, dejando respirar y dándome tiempo para intentar relajarme, pero a pesar de mis esfuerzos por colaborar, era forzada la entrada de ese instrumento de placer y sin aguantar mucho empezó un leve movimiento de entrada y salida que me dolía como nunca, hasta que sentí que en cada embestida sus testículos me golpeaban, lo que me indico que estaba totalmente dentro de mí.
Poco a poco el dolor se fue transformando en placer y sin ningún miramiento al escuchar mis gemidos de placer me perforó como un poseso, haciendo que tuviese un orgasmo tras otro y gritase como una loca.
Cuando me vio rendida del todo, agarrándome por las caderas giró, dejándome boca arriba y vi como con una expresión de locura y deseo venía mi marido totalmente erecto, dispuesto a ocupar mi agujero natural, y a pesar de decirle que no, empezó a introducirse, haciéndome gritar otra vez de dolor. Nunca pensé que una doble penetración fuese tan dolorosa, y de nuevo cambió el dolor por el placer, sintiendo como me llenaban totalmente y me disfrutaban a su entero capricho.
No sé cuantas veces alcancé un orgasmo, ya que uno se juntaba con otro, pero seguro que fueron más de una docena y cuando se corrieron y se relajaron, se separaron de mí, dejando totalmente dolorida e incapaz de hacer nada que no fuese encogerme e intentar taparme con la colcha de la cama.
Cuando pude levantarme para vestirme, no podía andar bien entre el dolor y el tembleque que tenía en las piernas, pero haciendo acopio de toda mi fuerza de voluntad me vestí y nos fuimos, despidiéndonos de nuestro amigo muy cerca de la discoteca.
Cuando llegamos a casa, sin apenas cruzar palabra, me duché, tenía todos mis agujeros doloridos.
Tras una semana de los hechos, empezamos a excitarnos pensando en repetir la experiencia y desde entonces no hemos parado, pues cada cierto tiempo disfruto de alguna experiencia nueva. Pero lo cierto es que no disfruto solo en la cama, también lo hago mientras mi maridito escoge la ropa o cuando salimos a comprarla, cuando empezamos a seleccionar un nuevo contacto, cuando entablo las primeras conversaciones telefónicas, los primeros emails… En fin, toda la parafernalia que acompaña a una noche en la que me transformo de señora respetable en su putita.
Besos