Relato erótico

Relato excitante

Charo
15 de agosto del 2018

Se conocieron en un chat e intercambiaban relatos eróticos. Cada día esperaba llegar a casa y poder leer lo que le enviaba. El “ambiente” se caldeaba y decidieron conocerse personalmente.

Andrés – Barcelona
Querida Charo, habíamos estado durante meses intercambiando relatos con una desconocida amiga y cada vez que leía algo suyo el deseo se apoderaba de mi con inquietud temblorosa. La mayoría de las veces el cosquilleo daba paso a una tremenda erección que me incitaba a buscarla en el chat para sentirla más cerca. Pero nunca estaba. Volvía a sus escritos y notaba los testículos endurecerse y los movimientos sinuosos de mi aparato buscando una salida. Con el roce únicamente conseguía mojarme los pantalones y excitarme aún más. Pensaba en como sería, si algún día podría tenerla jadeante sobre mi, disfrutando de la infidelidad salvaje, de la liberación sin más. Si pensaría en su marido mientras la amaba, mordisqueándole el cuerpo por entero, acariciando sus curvas, buscando sus recovecos.
– ¿Cómo estás? – le pregunté.
– Bien, ¿y tú?
– Como siempre, deseando conocerte
– Este miércoles estoy sola, mi marido está de viaje.
– ¿Me estás diciendo que quieres verme? – pregunté excitado.
– Sí, porque ayer soñé contigo – dijo.
– ¿Y qué soñaste? – pregunté.
– No te lo pienso decir, lo tendrás que descubrir.
– Muy bien y ¿como quedamos?
– El miércoles saldré del trabajo a las 5, prepara un hotelito y nos vemos.
– Muy bien, lo estoy deseando, me estoy poniendo caliente de solo pensarlo
– Quedamos en Catalunya, en el metro, en las taquillas, así podremos hablar mientras llegamos – me dijo.
– Muy bien, ¿qué llevarás? – pregunté.
– Una faldita blanca y una blusa azul con puños blancos y un pañuelo rojo en la mano.
– Suena bastante bien, nos vemos entonces, cuídate.
– Igualmente.
Llegó el miércoles y sufrí numerosas erecciones pensando en el momento de verla, pero no quería defraudarla, después de tanto tiempo deseando conocerla. Habíamos compartido muchos deseos íntimos pero ni siquiera se puede superar así el temor a lo desconocido, a encontrar algo peor de lo esperado.
Caminaba por las escaleras lentamente, no quería llegar sudoroso, y al volver la última esquina allí estaba, vestida como había imaginado, junto a las taquillas. Noté una erección tremenda entre mi ajustado slip, elegido para evitar inconvenientes en público.

Me dirigí hacia ella y al verme, tan juvenil, pudo esbozar una sonrisa de agrado que me indicó su aprobación.
– ¿Qué tal, Laura?
– Bien, ¿dispuesto?
– Claro, eres estupenda, tal y como te imaginaba – dije sonriendo mientras nuestras mejillas se tocaban por primera vez.
– Tú tampoco estás nada mal.
Ambos sabíamos lo que iba a suceder y ya casi no podíamos pararlo. La cogí de la cintura con las dos manos, sujetándola y con un leve movimiento nos besamos muy suavemente, como amantes, con profunda sensualidad, sin despertar resquemores, solo un instante en el que sentimos los labios superficialmente en preludio de nuestro postrero baile.
Así llegamos a la estación, desmadejados ya por el cansancio del metro y el deseo insatisfecho, estábamos a las puertas del hotel y entramos. Ambos habíamos comido ya, por lo que se trataba de pasar una tarde- noche memorable. Llegamos a la habitación, llevándola yo de la mano deseoso de tenerla tendida junto a mi aunque noté como un cierto sentimiento de incertidumbre se apoderaba de su rostro mientras avanzábamos por el pasillo. Quizás no había sido aún infiel como me había contado y sin embargo el deseo se veía en sus pupilas.
Entramos y contemplamos la habitación con esmero. Me volví hacia ella y ahora era yo el que, en mi mayor juventud, notaba un cierto acaloramiento en las mejillas. La guié hacia uno de los sillones y la invité a sentarse. Estaba preciosa y sus pezones comenzaban a perfilarse bajo la blusa azul. Yo me desabroché la corbata y comencé a quitarme la camisa lentamente mientras fijaba la vista en su mirada temblorosa.
Allí estaba yo con el pecho descubierto ante ella mientras bajaba mis pantalones lentamente. Me sentía algo ridículo pero por su cara de aprobación y nerviosismo intuía que se estaba poniendo cachonda. Mi polla sobresalía ya por encima del borde del slip, totalmente desnuda, pidiendo ser liberada y así fue. Una vez liberada me senté sobre la cama, sus ojos me la miraban y le pedí que se acercara. Ella se levantó, sus dudas ya habían desaparecido cuando se colocó de pie entre mis piernas mientras yo hundía la cara en su vientre, sintiendo el calor en mis mejillas. Mientras me acariciaba el pelo, comencé a besarle el coño mientras mis manos recorrían sus gemelos hasta el pliegue de la falda. Luego comencé a subirlas, las palmas se deslizaban por sus femorales, y la falda se encogía hasta el inicio del culo, que amasaba entre mis manos, deseosas por debajo de su falda mientras tocaban livianas su sexo mojado. Notaba su respiración en la cara, que apoyada sobre tu vientre se deslizaba sensual por su cintura desnuda.
Un suave suspiro, como un susurro, se escapaba de su boca mientras mis manos frotaban el interior de sus muslos, dejando los dedos correr entre su tanga empapado. La dejé por un instante mientras mis manos se apoderaron entonces de sus pechos temblorosos, desabrochando la blusa lo justo para ver su inicio y sentir la erección desbordarse de sus pezones.

Se los masajeaba con rudeza, incidiendo en los pezones que eran duros como escarpias, y ella gemías con los ojos cerrados agradeciendo las caricias.
Le desabroché la blusa por entero, y el pequeño sujetador cedió en mis manos desflorando la verdad de su pecho excitado que jadeaba de deseo entre mis dedos. Estaba a mi merced con los brazos caídos, dejándose hacer, sintiendo la fuerza de mis manos que ahora se deslizan por su cuello, espalda y caderas. Mi lengua trazaba círculos de placer en su ombligo desnudo mientras los pliegues del borde de su blusa abierta acariciaban mi rostro mientras sentía como dejaba deslizar su tanga hasta los tobillos.
Mis manos subieron de nuevo por su vientre, abriendo su blusa del todo y tomándole los pechos con firmeza, le pellizqué los pezones con mi índice y pulgar mientras la atraía hacia mí. Ella se dejó caer, me besó el cuello y nuestras lenguas se acariciaban un instante, mientras ella gemía y se movía. Sus caderas me presionaban y seguía moviéndose.
– ¡Estás follando de miedo, cariño… aaah…! – le susurré mientras ella profería gritos de placer.
Nos corrimos casi al unísono y se dejó caer sobre mi, sudorosa. Mis manos se cerraron sobre su espalda, sentía su pecho revolverse encima de mí. La besé y nuestras lenguas eran metáfora del fluido que ahora compartimos en su interior. Estaba desnuda encima de mí, con su falda en la cintura, con la polla aún dentro de su sexo mientras sus pechos desnudos acarician los míos sudorosos. Se sentía distinta, llena y cuando se incorporó levemente me miró con gratitud. Ligeramente adormecida contra mi muslo izquierdo, el líquido que llevaba dentro goteó sobre mi devolviéndome el calor que ella había sentido. La contemplé, sudorosa, bella, y la ayudé a quitarte la blusa. Entonces se echó a mi lado y se despojó de la falda. Ahí estamos, tumbados, desnudos sobre la cama. Nos juntamos aún más y me pasó la mano por la cadera mientras la abrazaba besándonos.
Allí, entre las sábanas, eran todo caricias, nuestros pies recorrían lo largo de las piernas, las caderas se juntaban, las manos tanteaban senderos de sensaciones nuevas que la devolvían a la adolescencia perdida. Nuestras lenguas se tocaban, se sorbían, jugaban, entraban y salían de entre los labios.
Nos revolcamos y pronto estuve encima de ella, sintiendo la presión de mi cuerpo sobre el suyo y ahora notaba la humedad renacer entre mis piernas. Me parecía increíble tenerla por fin allí debajo. El olor de su piel me reclamaba y de su boca pasé al cuello con rapidez mientras mis manos buscaban en su espalda. De nuevo percibí en ella la excitación mientras recorría su garganta y sus pechos estaban ahora a mi alcance.
– Quiero que te sientes sobre la almohada, en el cabecero -le dije-
Me obedeció, sabía lo que iba a hacer y sonrió. Se colocó dejando caer su espalda sobre el cabecero y abrió las piernas. Así vi su chocho chorreando y la quise toda para mi. Me deslicé ante ella notando como me movía y suspiró cuando sintió la lengua por primera vez. La sensación de que un extraño le relamiera el clítoris le removía el cuerpo y notó como sus piernas temblaban de deseo. Notaba mi respiración cuando mi nariz se aproximaba saboreando el olor de mujer que desprendía su intimidad.

Gimió cuando mi lengua acarició por primera vez sus labios, recorriendo toda su abertura desde abajo hasta arriba. La pasé por ambos lados, recogiendo y distribuyendo jugos hasta introducir toda la lengua en él agujero de su culo, lamiendo de nuevo mientras mis dedos mojados entraban con facilidad en este pequeño ano.
– ¿Puedo? -le pregunté.
Ella entendió mi pregunta y asintiendo con la cabeza, se dejó caer de lado, juntando su espalda con mi vientre mientras mis dedos salían de su ano. Me eché detrás de ella pues no podía dejar escapar la oportunidad, situé la cabeza de mi polla entre sus glúteos y ella misma, con la mano cogiendo la base, la cogió y con un ligero movimiento se la introdujo poco a poco. Así cm a cm, la notó entera, presionándome con sus paredes. Le mordisqueé el cuello mientras iniciaba pequeños movimientos de metisaca, notando sus glúteos a cada uno de ellos Estábamos muy mojados y mi polla salía y entraba muy bien. Le mordisqueé la oreja que estaba a mi alcance mientras le cogía las tetazas y el vientre. Mi lengua recorría su oreja y comencé más fuerte mientras mis dedos se posaban en su coño de nuevo, frotando. Quería que se corriera de nuevo. Una, dos, tres, veinte sacudidas, notando el cosquilleo, mientras el sudor nos invadía. Mis dedos entraban y salían de ella y mi otra mano la recorría entera mientras su cuello y su boca complacían mi lengua deseosa.
Al final ya no aguanté más y ahora fui yo el que lanzaba jadeos a cada acometida gimiendo:
– ¡Aaah… no puedo más… oooh… me corro dentro de ti de nuevo, pero ahora en tu culo… oooh…!.
Pero como no podía dejarla a medias, seguí acariciándola, besándola hasta que se la saqué con cuidado y me senté sobre el cabecero mientras ella se levantaba y se sentaba delante de mí con las piernas abiertas mientras mis manos la trabajaban. Al final apoyó su cabeza en mi hombro y mis manos le frotaron los pechos de nuevo, bajando luego al clítoris frotándolo con intensidad, en círculos ansiosos, con fuerza, masturbándola hasta la exaltación de sus gemidos, que se entrecortan al morderme el cuello pidiendo más:
– ¡Aaaah… aaaah… así, así… no pares cariño… falta poco…!.

Mis dedos entraban y salían, repartían la humedad, hasta que finalmente cayó sobre mi hombro sudorosa mientras sentía mi respiración en la espalda. De nuevo, besos y caricias tímidas, sonrisas, más besos. Y así nos quedamos dormidos. Auque la noche no hacía más que empezar.
Saludos y besos de los dos.

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