Relato erótico

Relaciones clandestinas

Charo
5 de febrero del 2020

Tenía como amante a una mujer madura, estaba casada, pero se veían siempre que el marido no estaba. Aquella tarde no podía ir, pero ocurrió algo que no se esperaba. Lo llamo una amiga de la Universidad que estaba coladita por él, pero que era correspondida. Le pidió unos apuntes y se los llevó a su casa. Su amiga no estaba y se encontró con su hermana Olga.

Julio -. SANTANDER
Amigos de Clima, solo habían pasado tres semanas desde mi primer encuentro con Elsa. En ese tiempo habíamos vuelto a quedar una o dos veces por semana, dependiendo de que las exigencias que tuviese Alberto, su marido, en su trabajo me permitiesen ir a su casa sin peligro de ser descubiertos en plena faena. Se podía decir, por tanto, que me había convertido en su amante estable, y bajo la sabia dirección de Elsa fui ampliando muchísimo mis conocimientos sobre el sexo, al mismo tiempo que aumentaba mi autoestima y mi seguridad con las mujeres.
Volvía a mediodía de pasar una mañana en la playa cuando mi madre me dijo que me había llamado Tina, una compañera. Tina era más que una compañera de clase. Estaba enamorada de mí, al mismo tiempo que yo me había enamorado de Tere, su mejor amiga. Así que como ya os podéis imaginar mi relación con ella, a pesar de que era una tía muy maja, había sido durante casi todo el curso bastante peculiar. En otra situación me hubiese resultado muy incómodo volver a hablar con ella. Pero los últimos acontecimientos me habían cambiado mucho, y ya no me preocupaba lo que pudiese pasar o dejar de pasar con mis compañeras de clase. Así que cogí el teléfono y le llamé.
La charla fue muy agradable, contándonos como estábamos pasando el verano, como si no hubiese ocurrido nada entre nosotros distinto de una relación normal entre compañeros y amigos. Realmente no había pasado nada, pero los dos sabíamos cuales habían sido sus sentimientos hacia mí y cuales los míos respecto a Tere, pero todo eso quedó aparcado. Después de un rato de charla intrascendente, me dijo que me había llamado para pedirme mis apuntes de Teoría Económica, que le había quedado para septiembre y estaba repasando. Como aún no sabía qué pasaría esa tarde, le dije que se los llevaría esa misma tarde o a la mañana siguiente, y quedamos para tomar un café juntos y charlar. Cuando llamé al timbre, me abrió la puerta Olga, la hermana de Tina.

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– Hola, Julio, cuanto tiempo. Tina no está ahora. Han venido a buscarla para ir a la playa y luego a cenar, así que no vendrá en toda la tarde.
– No pasa nada, Olga. Solamente vengo a dejarle unos apuntes que me ha pedido. Te los doy y tú se los pasas.
– Me había dicho que no sabía si pasarías hoy o mañana. Entra si quieres. Mis padres se han ido unos días al chalet y estoy sola. Podemos tomar algo y charlamos, que hace mucho que no nos vemos.
Acepté la invitación, porque mi relación con Olga era muy buena. A pesar de que era 10 años mayor que yo, la charla fue agradable. Ella se dio cuenta enseguida de lo que pasaba entre Tina, Tere y yo, y después del tercer cubata, comenzó a hacerme confidencias.
Tenía novio, pero por motivos de trabajo se pasaba las semanas viajando por toda España y muchos fines de semana no podía venir a verla. Ella trabajaba como encargada en un comercio, y también tenía que trabajar bastantes sábados, por lo que a veces estaban tres o cuatro semanas sin verse. Quería mucho a su novio, pero más de una vez la encontré un poco harta de la situación.
Sinceramente, siempre había visto a Olga como una magnífica amiga, pero mi experiencia con Elsa había hecho cambiar mi forma de ver a las mujeres. Esa tarde, mientras la veía preparar los cubatas, la valoré por primera vez como mujer, imaginando cómo sería el cuerpo que cubría la camiseta larga de algodón que usaba para estar en casa, y que le llegaba a la altura de las rodillas.
Al rato de hablar de todo un poco y después de varios cubatas, me preguntó:
– ¿Tienes novia?
– No, novia no
– ¿Entonces? ¿A quien has conocido?
– Tengo un rollo… con una mujer madura.

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Tras reponerse de la sorpresa, llegó la batería de preguntas ¿Quién era? ¿Cómo había ocurrido? ¿Qué habíamos hecho? ¿Era algo estable? Me asusté un poco. Había prometido a Elsa total discreción y ahora mi mejor amiga me estaba pidiendo respuestas que no podía darle, pero tampoco me veía con ánimo de mentirle. Así que le dije la verdad, o al menos la parte de la verdad que podía contarle sin dejar pistas de quién estaba hablando. Le conté que tenía que ser muy discreto, porque era una mujer casada, que había sido ella la que me había seducido, utilizando un truco, aunque no le dije cual, para llevarme a su casa y que seguíamos viéndonos una o dos veces por semana.
– ¿Hacéis sexo oral?
– Si, claro.
– ¡Que suerte!
– ¿Tú no lo haces con tu novio?
– No…. Bueno, para ser sincera, yo a él sí le hago alguna mamada que otra, pero él conmigo no, dice que no le gusta, y creo que le da asco. ¿A ti no te da asco comerle el coño a una tía de 40?
Me seguía sorprendiendo la naturalidad con que Olga utilizaba ese vocabulario vulgar, tan distinto del que teníamos en nuestras charlas normales, pero llevábamos así ya un rato, y le contesté con naturalidad.
– ¿Asco? Para nada. Es genial sentir como puedes dar placer a una mujer sólo con la lengua, notando como cambia su reacción dependiendo de la zona que acaricias, de la velocidad de…
– Entonces, ¿si no te da asco con una de 40, tampoco te lo dará con una de 30?
– Si estuviese tan buena como tú, no sólo no me daría asco, sino que me encantaría.
La situación era muy morbosa y no podía desaprovecharla. Empezamos a morrearnos y poco a poco le metí mano en el chocho. Olga me dejó hacer, y noté sobre la tela húmeda de flujos el calor que desprendía su coño mientras lo acariciaba. Yo estaba a mil, y era el momento de saber si aquello iba a ir a más o se quedaría en un calentón.
Me levanté, me arrodillé delante de ella, le separé las piernas y empecé a recorrer a besos el camino que solo un momento antes había seguido mi mano. Olga abrió aun más las piernas, se deslizó hacia abajo para que su culo quedase apoyado en el borde del asiento, y me dejó hacer. Puse en práctica todo lo que había aprendido, y regalé a Olga una comida de coño, modestia aparte, de primer nivel.

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Luego, ya más tranquila, me desabrochó los botones de la camisa, dejando mi torso desnudo. Ahora estábamos los dos desnudos, y sin levantarse empezó a recorrer mi miembro con la lengua, dándole besitos, mientras me acariciaba el culo con las manos. Huelga decir que yo estaba completamente empalmado, con la polla dura como una piedra. Me cogió la polla con la mano y me llevó a su habitación, como quien lleva a un perrito cogido de la correa. Al llegar le di un empujón que le hizo caer sobre su cama, me tumbé encima de ella, besándole en la boca y restregando mi miembro en su coñito húmedo y se lo empecé a meter poco a poco, mientras ella clavaba sus uñas en mi espalda, dando comienzo a un metisaca cada vez más rápido. Los dos comenzamos a jadear, anunciando lo inminente de nuestro orgasmo, que llegó de forma casi simultánea. Caí tendido sobre ella, con mi polla ya no tan dura como antes aún dentro de su coño. Estuvimos así un rato, ella rodeándome la espalda con sus brazos y yo besándole el cuello, hasta que me echó a un lado, y quedamos uno al lado del otro.
– Esto lo repetiremos más veces. Seguro. Te llamaré yo. Por favor, sé tan discreto como me has dicho que eras.
Yo fui discreto, y ella cumplió su palabra. Cada mes o dos meses, dependiendo de las citas con su novio, y de la disponibilidad de su casa, Olga me llamaba para quedar y pasar un rato de sexo desenfrenado.
Besos de los dos.

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