Relato erótico
Regreso al pasado
Por deseo de su padre y para que tuviera un buen futuro, fue a estudiar a un colegio Suizo. Fueron unos años duros, estar alejada de su casa le costaba. Allí conoció al amor de su vida y se casaron. Circunstancias, que nos cuenta en su relato, hicieron que volviera a su casa al cabo de unos años.
Alba – Córdoba
Después de tanto tiempo, finalmente regresaba a mi hogar, después de amargas experiencias y noches de recuerdos. Me había marchado unos años atrás. Mi padre, empecinado en que solo tendría una buena educación si estudiaba en el extranjero, me envió a un colegio en Suiza. Al principio quise creer que quería lo mejor para mí, pero después me convencí de que lo único que buscaba, era librarse de mí.
El costoso colegio era como todos los demás, algunos maestros eran buenos, otros no tanto. Había estudiantes modelo, de los que se pasan la vida en las bibliotecas, pero también estaban los inadaptados, por no llamarlos de una manera peor. Yo me encontraba dentro de éste último grupo. Desde que llegué a la escuela, hice amistad con Valeria y Lorena. Juntas éramos como dinamita. Todo el dinero que mi padre mandaba puntualmente cada mes, nos sirvió de mucho, terminé la carrera sabiendo menos que al principio. Ya era doctora Salas, pero no podía ni curar una gripe.
Los planes eran que regresara después de finalizar los años de estudios, pero surgieron algunos imprevistos que cambiaron todo. Conocí a un chico del cual me enamoré perdidamente. Se llamaba Antonio y era muy guapo. Su carita de niño me atrapó desde que nos vimos por primera vez y terminó de cautivarme cuando me invitó a una de sus competiciones. Era nadador y se veía divino en su diminuto traje de baño. Su firme trasero se marcaba a la perfección y por delante… digamos que estaba bien dotado, para no entrar en detalles. Ese mismo día, cuando recibió el premio por haber quedado el primero, me propuso matrimonio. No dudé un segundo en darle el sí. Acordamos casarnos a los dos meses.
Preparé mi boda con mucha emoción. Mis amigas del colegio me ayudaron con eso. Les envié la invitación a mis padres, pero como era de esperar, solo mi madre asistió. Mi padre estaba muy molesto, no le gustó para nada que fuera a casarme, no después de haber gastado tanto en mi educación, decía que al menos debería haber ejercido un tiempo para desquitar la inversión. No le di importancia a sus palabras, después de todo nunca fui santo de su devoción.
El día que mi querido Antonio y yo nos casamos, fue el más dichoso de mi vida. La fiesta fue perfecta y nos fuimos de luna de miel a un crucero por Asia. Éramos la pareja más feliz del mundo.
Los primeros meses fueron maravillosos, entre otras cosas porque hacíamos el amor todo el día. No era virgen cuando me casé, no podría serlo, de alguna forma había que terminar la escuela, pero mi marido fue quien me volvió poco menos que una ninfómana. Él me enseñó muy bien las artes del sexo. Me levantaba deseando su verga y me acostaba con la misma necesidad. Éramos tan felices. Pero todo tiene un final. Antonio cayó enfermo y eso lo fue consumiendo poco a poco. Después de poco más de un año de matrimonio, quedé viuda y decidí regresar a mi país, esperando poder olvidarme del amor de mi vida.
Cuando llevaba unos días ya en casa, a unos metros un hombre cortaba leña. Su físico era impresionante, no llevaba camisa, por lo que con cada hachazo que daba sobre los troncos, se podía ver como se marcaban los músculos de sus brazos, pecho y abdomen. Espalda ancha, piernas gruesas, trasero abultado y su piel, oscura, como los pensamientos que surgieron en mi cabeza nada más verlo. Ese era un hombre de verdad, pensé, uno que podía aliviar un poco mi tristeza.
Le pregunté a mi madre quien era y me dijo que era Pablo, el hijo del jardinero. No podía creerlo, ese hombre tan recio y varonil, no era más que aquel niño con el que solía jugar a escondidas de mi padre. Los años lo habían cambiado bastante. Ya no quedaba ni rastro del chiquillo esquelético, quien entre juegos, me dio mi primer beso. Ese chaval de extrema delgadez, se había convertido en un macho imponente. Tenía que reestablecer nuestros lazos afectivos. Ese sería el primer paso para poder después, llevarlo a mi cama.
Salí a dar un paseo por los alrededores, para reforzar los recuerdos que tenía. Salí corriendo como cuando era una niña y así me sentía, estaba emocionada de volver a ver a Pablo, no porque lo hubiera extrañado todos los años que permanecí fuera, sino por lo que representaba en ese momento, un hombre al que solo de ver, ya deseaba. Desafortunadamente él ya no estaba cortando leña. Tendría que encontrarlo.
Fui a los establos, quería un caballo para buscar con más facilidad y rapidez. Todos los trabajadores se quitaban el sombrero a mi paso, como saludo. No se si lo hacían por que era la hija del dueño o porque mi cuerpo despertaba en ellos las más bajas pasiones… Algunos eran realmente atractivos, de no ser porque Pablo se había clavado en mi mente, de seguro uno de ellos habría sido el afortunado.
Cuando estaba a punto de subirme al caballo, una mano se posó en mi hombro. Escuché que me decían, con voz grave y masculina:
– Señorita Marta, permítame ayudarla.
Giré la cabeza para ver quién era el dueño de esa mano y esa voz. Frente a mí, estaba mi amigo de la infancia, con toda la belleza que ganó con el tiempo. Mis piernas casi se doblan de la impresión.
Me tomó por la cintura para poder impulsarme. El simple roce de sus dedos por encima de mi blusa, me excitó. Sentí que mis pezones empezaban a ponerse duros. Pasé una pierna hacia el otro lado del caballo, me senté sobre la silla y el retiró sus manos. Cuando lo hizo, una de ellas tocó mi nalga. De seguro fue accidental, pero a mí terminó por encenderme. Mi entrepierna estaba mojada.
Cuando me vio arriba del animal, Pablo se despidió. Antes de que se marchara, con el pretexto de que no recordaba muy bien los caminos, le pedí me acompañara a recorrer la hacienda y con una brillante sonrisa me dijo que sí. Se subió a otro caballo y partimos, él dispuesto a ser mi guía turístico y yo con la intención de tener su cuerpo y darle el mío.
Cabalgamos unos minutos sin decir palabra. Aquella amistad que tuvimos de niños, no era suficiente para animarnos a entablar una conversación. Tampoco me atrevía a mirarlo, aunque deseaba con ansias recorrer su cuerpo. No quería que pensara que era una fresca, más bien quería que fuera él el que diera el primer paso. Un halcón paso volando bajo, casi al nivel del suelo. Ese insignificante suceso, fue el pretexto para que se rompiera el hielo.
– ¿Qué se siente al volar? – me preguntó aún con cierta timidez.
– Bueno, cuando el avión va a despegar sientes como un cosquilleo, el mismo que se siente en una montaña rusa. ¿Recuerdas a la que nos subíamos en la feria del pueblo? ¿Esa que pensábamos se desplomaría en cualquier momento?
– Sí, claro que me acuerdo. Esos días de feria son los recuerdos más felices de mi infancia.
– ¿De verdad te gustaba tanto subirte a los juegos mecánicos?
– No, lo que más me gustaba era estar contigo, sin tener que escondernos de tu padre. A él no le agradaba que te juntaras con el hijo del jardinero, pero tampoco le gustaban ese tipo de eventos, así que no podía vernos juntos. Las fiestas del pueblo me encantaban, porque podía disfrutar de tu compañía sin miedo a ser descubierto. Me fascinaba ver la pirotecnia reflejada en tus ojos, los hacía…más bellos.
Eso si que no me lo esperaba, me quedé muda de la sorpresa.
– No sabes cuantas ganas tenía de besarte cada vez que nos quedábamos solos. Ni tampoco lo que sufrí cuando te fuiste, sin ni siquiera despedirte.
– Bájate del caballo, ya no tengo ganas de montar.
Sus palabras me habían sorprendido. Nunca llegue a imaginarme que estuviera enamorado de mí, pero eso me había facilitaba los planes que tenía. Su declaración fue el primer paso que necesitaba mi ego para permitirme actuar.
Nos bajamos de los caballos, caminamos unos cuantos metros hasta la sombra de un gran árbol, me apoyé en el tronco y le pregunté si aún quería besarme. Me respondió que sí. Al mismo tiempo, que me acariciaba los pechos por encima de la blusa, le pregunté si también me deseaba, si le gustaría hacerme el amor ahí mismo. Haciendo un gran esfuerzo para ocultar su nerviosismo, me dijo que sí, pero que él me respetaba. Su corazón no quería solo sexo, eso lo supe antes de preguntárselo, pero su polla no pensaba igual, sus pantalones empezaban a mostrar un enorme bulto.
Me quité la blusa y el sujetador, levantaba mis senos, ofreciéndoselos. Él apretaba los puños, como para desahogar sus ganas y no salir corriendo. El bulto bajo sus pantalones crecía más, apretaba mis pezones con mis dedos y fingía gemir de excitación para calentarlo a él. Pablo seguía inmóvil, pero con la vista fija en mis apetitosas tetas. Las devoraba con la mirada, facilitándome la tarea de exclamar sonidos de placer.
Caminé hacia donde estaba, sin dejar de tocar mis pechos, los estrujaba uno contra el otro, le preguntaba si no se le antojaba tocarlos a él también. No me respondía, solo continuaba mirándome con lujuria. Cuando me acerqué lo suficiente, pasé mi lengua por sus labios. Su temblor era notable, se estremeció aún más cuando di media vuelta y apreté mi culo contra su prominente paquete, subía y bajaba aumentando su calentura, buscando que se olvidara de su respeto hacia mí. Volví a alejarme.
Todavía de espaldas a él me bajé los pantalones y el tanga. Dejé mis blancas y duras nalgas al alcance de sus ojos. Cuando estaba a punto de girar para mostrarle también mi entrepierna, sus brazos me abrazaron por la cintura. Al fin había decidido cooperar. Me besó el cuello, mis gemidos dejaron de ser falsos. Sus manos subieron hasta mis tetas, las apretaban con fuerza, mi sexo era ya un mar. Me tocaba de una manera nada sutil, casi dolorosa, y eso me encantaba. Me agradaba sentirme indefensa ante tan corpulento hombre. Me gustaba la idea de ser sometida a sus caprichos.
Su mano derecha continuó amasando mis senos, mientras la otra se deslizó con paciencia hacia mi chocho. Metió tres dedos y grité de placer. Los movía con rapidez, al mismo tiempo que los otros dos los usaba para retorcer mi clítoris, arrancándome alaridos más fuertes. La punta de su lengua seguía recorriendo mi cuello. De vez en cuando hacía lo mismo con mi oreja, momento que aprovechaba para decirme cuanto me deseaba. Sentía su miembro escondido aún bajo sus vaqueros y pegado a mis glúteos cada vez más grande. Pablo seguía diciéndome que me deseaba, que me quería, que había soñado toda su vida con ese momento, que quería penetrarme hasta que le rogara que parase.
Sus palabras y caricias por todo mi cuerpo, estaban llevándome al orgasmo. Justo antes de que eso sucediera se agacho para recibir mis jugos en su boca. Sus lengüetazos terminaron por enloquecerme.
Caí al lado de Pablo, trató de besarme pero yo no quería desperdiciar ni un segundo. Le quité la camiseta, sus desarrollados pectorales estaban a centímetros de mí. Me lancé a besarlos y a morderlos. Me tomaba más tiempo para saborear sus pezones. Era delicioso su sabor. No podía esperar más para descubrir lo que había debajo de sus pantalones. Él me ayudó a quitárselos porque mi impaciencia me había entorpecido. Llevaba unos calzoncillos ajustados, a punto de explotar y mojados al frente. Los bajé y me encontré con la verga más impresionante que había visto.
Era descomunal, hermosa. Cerca de veinticinco centímetros de carne caliente. Las venas corrían desde la base del tronco, hasta el capullo color púrpura. Antonio, como mencioné antes, estaba bien dotado, pero Pablo era punto y aparte. Se me hacía agua la boca, ese enorme pedazo de polla con relleno cremosito, sería para mí sola. No podía empezar a disfrutar de él con calma. Metí su polla en mi boca todo lo que pude. Debió haber sido demasiado para él, porque en cuanto sintió el calor de mi boca, arqueó la espalda, llenándome la garganta y empecé a mamarle la polla como una loca. Mis labios subían y bajaban hasta sentir la punta en mi garganta.
El trozo que no podía abarcar con la boca, lo estimulaba con mis manos. Pablo me tomó de los cabellos y me la metía hasta el fondo, como si me estuviera follando. Me excitó que hiciera eso, pero me dificultaba un poco el respirar. Estuvimos así un tiempo, él levantaba sus caderas e impulsaba mi cabeza contra su verga, clavándola hasta el fondo. Yo clavaba mis uñas en sus nalgas. Su culo era firme y redondo, el más apetecible que había visto.
Después me dijo que ya no podía aguantarse las ganas, que quería ensartármela ya. Nos levantamos, me inclinó sobre una piedra, se paró detrás de mí, colocó la punta de su polla en la entrada de mi chocho y empujó hasta que sus huevos chocaron con mi cuerpo.
Sentí que me desgarraba por dentro, pero me satisfacía tener semejante sable atravesándome. Pablo no esperó ni un instante para comenzar a cabalgarme. Su polla salía y entraba de mi cueva aceleradamente, con fuerza. Gritaba que me moviera y eso hice, mientras el arremetía contra mí, yo giraba mi cadera. El dolor tardó un poco en desaparecer, pero cuando se fue, gocé como nunca. Su duro y largo trozo de polla me llenaba por completo. Sus embestidas eran potentes y su aguante fuera de lo normal.
Mi sexo se escurría como una fuente y Pablo no daba muestras de terminar. Después de media hora sin parar, fui yo la que se corrió. Mi chocho apenas pudo contraerse con esa polla dentro. Ya no podía moverme, decidí dejarme llevar. Alcancé el clímax por tercera y cuarta vez, él no tenía para cuando acabar. Eso de darme hasta que le rogara no más, parecía ser cierto. Me estaba volviendo loca.
De repente, me sentí vacía. Pablo sacó su falo, para metérmelo sin demora por el culo. Los líquidos derramados por mis múltiples orgasmos, facilitaron la penetración, pero no calmaron el ardor ni el dolor. Pasaron algunos minutos para que pudiera acostumbrarme y empezara a disfrutar. Sentí sus dedos jugando con mi clítoris. El placer que estaba sintiendo era demasiado. Estaba por correrme por sexta vez, cuando finalmente Pablo empezó a relinchar. Todavía aguantó y me folló unos minutos más antes de eyacular, dándome tiempo para terminar otra vez. Con el último movimiento, saco la verga y explotó. Cuando sus bolas se habían vaciado
por completo, se tiró sobre la hierba. Con las pocas fuerzas que me quedaban, después de tantos orgasmos, me acosté sobre él.
No imaginaba que Pablo resultaría todo un semental. Sin duda aquel había sido el mejor polvo de mi vida pero no estaría lista para otro así, al menos hasta el día siguiente. Después de vencer su timidez y el respeto, mi amigo de la infancia demostró ser el mejor de los amantes. Su polla no había perdido dureza. La miraba y no podía creer que la tuve en mi interior.
Ahí, acostado junto a mí, Pablo volvió a ser el mismo muchacho tierno de antes. Me pidió perdón por haber abusado de su fuerza física. Me pidió el beso que nunca pudo darme. Yo se lo di. Me dijo que me amaba y que aunque mi padre se opusiera, quería ser mi novio. No encontró respuesta a eso. Era cierto que me había hecho olvidar un poco mi tristeza y que había resultado el mejor de los amantes, pero de eso a que me hubiera olvidado de Antonio y pudiera corresponderle, había una gran diferencia. Para mí era solo el hombre a quien acudiría para saciar mis ganas de sexo. Mi macho.
Un beso para todos los lectores.