Relato erótico
Regalo inesperado
Aunque se ha divorciado sigue saliendo con su amigo de la infancia y su mujer. Van a cenar, a bailar y a tomar alguna copa. Llegó su cumpleaños y lo invitaron a cenar a su casa. Lo que no se imaginaba era la sorpresa que le tenían preparada.
Manu – Las Palmas
Me llamo Manu, tengo 29 años, estoy divorciado, y desde pequeño he tenido una relación maravillosa con mi gran amigo Sebas. Siempre hemos ido juntos a todas partes. Un buen día conoció a Sara, la primera vez que la vi, me quedé “electrizado”, alta, delgada, guapa, sexy, y para colmo simpatiquísima. Sebas y yo mantuvimos nuestra amistad y así continuamos durante largo tiempo saliendo los cuatro, viajando siempre juntos y saliendo los fines de semana. Empecé a tener mucha confianza con Sara, bailábamos juntos, luchábamos en la playa, o la llevaba en mi moto (era un placer sentir su cuerpo pegado al mío, sus tetas adosadas a mi espalda), o íbamos de compras ya que el horario de Sebas no le dejaba acompañarla. La confianza se hizo mutua y nos hicimos muy amigos. Sus movimientos, sus frases, sus gracias, su silueta, me volvían loco, la deseaba por cada cosa que hacía o decía, hasta el punto de que cuando hacía el amor con mi mujer tenía a Sara en mi pensamiento.
Pasados los años, acabe divorciado, aunque amistosamente. Después de nuestra separación, pasé por alguna que otra depresión, pero gracias a ellos lo superé. Pasado un año de mi divorcio, es cuando sucedió algo increíble. Una noche de sábado, Sara y Sebas me invitaron a cenar en su casa para celebrar mi cumpleaños. Llegué pronto y ayudé a Sara en la cocina, mientras Sebas ponía la mesa en el salón. Después de una charla poco trascendental, me hizo una pregunta algo más directa:
– Oye, ¿te puedo hacer una pregunta íntima? No tienes que contestarla si no quieres… ¿Cuánto tiempo hace que no haces el amor?- preguntó.
– Pues si te digo la verdad ni me acuerdo – contesté algo sorprendido.
– ¡Vaya, vaya! Estarás como un toro… – respondió irónica.
– Si, si. Así que ten cuidado, no te descuides, que como te pongas a tiro… – afirmé a modo de broma.
Nos reímos. “Si ella supiera…” pensaba para mí. Al acabar mientras Sebas y yo nos quedamos charlando tomando un vino en el salón, esperándola. Cuando apareció me quedé petrificado. Llevaba el pelo recogido con un moño, bastante maquillada, un colgante brillante al cuello y un mini vestido de lycra de tirantes ajustado al máximo a su cuerpo, que mostraba todas sus curvas perfectamente, estaba divina. Me quedé sin habla y así se lo hice entender, también estaba cortado, aunque deseaba devorarla con la mirada. No pude contestar y simplemente afirmé con la cabeza. Ellos se miraban y se reían de mí embarazosa situación. Servimos la cena en una mesa de cristal, que permitían ver las piernas de Sara, situada casi enfrente. No podía evitar desviar mi mirada, entre bocado y bocado, hacia su escultural figura.
Sus movimientos me hacían enloquecer, con sus intencionados cruces de piernas. Mi polla se mantuvo bastante erecta durante toda la velada y era casi imposible, para un ser normal, no empalmarse. Fue una cena divertida, charlando de muchos temas. Con los postres se fue caldeando y los temas se hicieron más picantes.
– ¿Qué es lo que más te gusta de una chica? – se atrevió a preguntar una de las veces la insinuante de Sara.
– Lo primero que me fijo es en sus ojos, pero luego los míos se desvían a sus piernas, culo, tetas… creo que eso nos pasa a casi todos – respondí.
– A mí, – prosiguió Sebas – me gustan los muslos y la entrepierna, es algo que me vuelve loco, después de mirar la cara, me fijo en sus piernas y luego voy subiendo a su chochito, como un instinto animal…
– Yo me fijo en los ojos y en las manos, es algo que debe superar mi test de prueba, después ya en su culo y paquete. -dijo Sara.
– ¿Y mis manos y ojos pasan tu test? – pregunté yo, siguiendo el juego.
– Precisamente ayer lo comentamos y a Sara le encantan tus ojos y tus manos -contestó Sebas.
Creo que enrojecí. La conversación se fue caldeando y llegó la hora de contar nuestra primera experiencia y fue Sebas el primero, luego me tocó a mí y Sara fue la siguiente. La conversación fue muy entretenida, Sara sirvió el café en el sofá. Primero a Sebas, dándome la espalda y mostrándome de cerca su redondo culo. Su vestido ascendió un poco hacia su culito y pude contemplar todas sus piernas por completo hasta llegar a ver donde los muslos se juntan con las nalgas. Yo notaba como aquellos movimientos eran intencionados. A continuación me sirvió el café, agachándose y enseñándome todo el escote y viendo casi por entero sus tetas; de buena gana una de mis manos se hubiera lanzado a agarrar uno de sus senos. Para entonces me estaba percatando de que era una encerrona y que lo estaban preparando contra mí, pero no entendía muy bien el juego.
– Creo que es hora de darte tu regalo de cumpleaños -dijo Sebas.
– El regalo soy yo, toda entera para ti, aunque sea por una noche -dijo Sara sentándose a mi lado.
Mi cerebro no alcanzaba a digerir aquello. Estuve unos segundos en silencio pensando si era una broma o iba en serio y quise salir de dudas:
– ¿Qué broma es ésta?
– No – respondió Sebas riendo – Sara y yo hemos estado hablando durante estos días y sabemos que no mojas desde hace mucho tiempo, por otro lado ella siempre me ha dicho que tras saber que soy un poco promiscuo, y en mis viajes me he acostado con alguna chica, pues a ella también le apetece probar otro cuerpo y yo egoístamente he preferido que seas tú.
Tras decir esto, se levantó, cogió su chaqueta abrió la puerta y salió de casa, cerrándola tras de sí.
– No entiendo nada… – me levanté confundido y nervioso.
Me agarró por un brazo, me hizo sentar a su lado, se puso su dedo índice en los labios muy tiernamente y me hizo callar. Mi pene quería salirse, pero la situación todavía se planteaba cortante para mí, aunque algo menos para ella, pues se le notaba mucha excitación. Servimos dos copas de cava, brindamos y nos la bebimos de un trago. Se volvió a sentar a mi lado y dulcemente apoyó sus labios en los míos. Todo el vello se me erizó, su boca se entreabrió invitando a mi lengua a jugar con la suya. Introduje mi lengua en su boca para más tarde morrearnos sin ningún pudor. Toda su boca ardía, fue un beso largo e intenso. Yo le acariciaba la espalda y ella mi nuca. Mi sueño se estaba haciendo realidad. Me agarró una mano y la colocó sobre su rodilla, que al principio acaricié suavemente y luego fui subiendo sobre sus muslos rozando su entrepierna, después seguí por encima del vestido rozando sus caderas, su cintura y sus pechos. Sara me soltó tres botones de la camisa y metió sus uñas por mi pecho, rozando mis pelos y acariciando mi torso, después me quitó la camisa. Yo proseguía en mis caricias por sus curvas, seguía rozando sus desnudos hombros, acariciando su cuello, pelo, cara… Ella hacía lo propio con mi espalda, todo sin dejar de besarnos con pasión.
Nos separamos por un momento como si algo nos hubiera frenado, pues nuestra confianza se había apartado para pasar a intimar de repente. Nos quedamos frente a frente mirándonos por unos segundos y nos sonreímos. Volvimos a besarnos de nuevo y aquello ayudó más a desinhibirnos, seguimos con nuestras mutuas caricias. Puso su boca en mis hombros y empezó a besarme por ellos, por mi cuello, mis tetillas y empezó a soltarme los botones de mi bragueta, me quitó los zapatos, tiró los pantalones y me los sacó. Me quedé solo con el slip, abultado. Yo le quité el vestido, cuando quedó a la altura de la cintura, pude contemplar unas tetas preciosas, con un tamaño ideal y duras como rocas. Se las acaricié y besé sus encarnados pezones, para luego chupar con mi lengua aquel dulce manjar.
Ella seguía besándome hasta que acarició mi polla por encima de los calzoncillos. Pegué un brinco, levanté la vista, me sonrió y siguió con sus caricias.
La música acompañaba aquella divertida velada. Mis manos algo temblorosas, se esforzaron por terminar de quitarle el vestido y con su ayuda salió por completo. Sus pequeñísimas braguitas transparentaban su negro vello púbico. Se arrodilló en el sofá y tiró del slip quitándomelo por completo, mi juguetona polla saltó jubilosa. Tal y como estaba de rodillas no tuve problemas para sacarle las braguitas, esa impresionante mujer es aún más bella desnuda. Yo no creía estar viviendo algo real, sus redondas tetas, su cinturita, su fina piel, su coñito con poco pelo, sus preciosas piernas. Me dio la mano y tirando de mí, me llevo hacia la habitación. Su culo temblaba a cada paso que daba y aquel panorama que tenía delante me extasiaba. Llegamos, me empujó a la cama y me quedé sentado. Se arrodilló a mis pies y empezó a menearme el pene con mucha ternura.
Cómo me gustaba que me masturbara así. Me sonrió, me lanzó un besito y con su lengua, sin dejar de pajearme con la mano, empezó a chupar la base de mi tronco, mi cuerpo se estremecía. Su mano libre acariciaba mis muslos, su lengua fue subiendo despacio por todo lo largo de mi polla hasta llegar al prepucio donde saboreó mis jugos con sus ardientes labios, con los dientes apretaba ligeramente mi glande como si se lo fuera a comer y yo me estremecía de placer. Apretando fuertemente con sus labios fue introduciéndose en la boca todo mi falo hasta llegar a tocar con la punta su garganta. Entre mis movimientos pélvicos y su experimentada lengua el gusto era mayúsculo y nunca había sentido un gusto semejante. Siguió en su meneo de meter todo mi miembro en su boca una y otra vez. En un momento le separé la cabeza pues me venía una incontrolable eyaculación, pero siguió, se dedicó por entero a mi glande y sus labios se apretaban en el perímetro de su base. Sin poderlo remediar, un cosquilleo invadió todo mi cuerpo y un gusto feroz llegó hasta mis genitales, soltando todos mis jugos en su boca, tragándose aquella cálida leche sin dejar de bajar sus labios por todo el falo.
La levanté por las axilas y la tumbé suavemente en la cama, dispuesto a comérmela entera. Y así lo hice, fui besándole la boca, el cuello, hombros, los erectos pezones, tetas, cintura, ombligo, muslos, caderas, volviendo al interior de sus muslos hasta llegar a su pubis. Le separé las piernas y me quedé observando atontado aquel sexo que tantas veces había deseado. Estaba frente a mí, diciéndome que me le comiera entero. Ella se acariciaba las tetas y esperaba que empezase con la merienda. Primero quise dedicarle unas buenas lamidas a sus depiladas ingles y a sus muslos y en un momento que mi lengua rozó sus labios vaginales, soltó un suspiro y me agarró la cabeza pidiéndome que se lo chupara.
Yo quise esperar algo más para que su placer fuese mayúsculo, dándole mayores besos al monte de Venus y siguiendo con mi lengua la unión de sus muslos al tronco. Mi lengua se entretuvo cerca de su ano y ella no paraba de rogarme. A mi aquello me encantaba, verla completamente entregada a mí, rogándome, por lo que hice durar más su desesperación, hasta el punto de que cuando mis labios y mi lengua decidieron empezar a explorar su húmedo agujero, en la primera lamida, no pudo contener un largo y profundo orgasmo que la hizo dar un pequeño grito y varios gemidos de placer.
Tuvo una buena corrida y yo con sus gemidos de placer tuve una rápida erección que hizo colocarme sobre ella y pasar mi glande por su vagina ardiente, cosa que le provocó un nuevo orgasmo, sin apenas recuperarse del anterior. De una sola embestida metí mi polla en su dulce coñito, el gusto me hizo agarrarme a la cama pues me impedía mantener el equilibrio y mi falo iba creciendo en cada metida, mis huevos chocaban contra su culo. Yo embestía con más fuerza y notaba como las paredes de su coño se apretaban para sentir todo mi tronco. A cada acometida en su coño, todo mi cuerpo se estremecía de gusto. Seguí disfrutando de aquel polvo, de como esa tan deseada mujer gozaba, su cuerpo desnudo brillaba por el sudor, nuestros gemidos se entremezclaban… Sara puso sus manos en mi culo y cuando mis embestidas llegaban al fondo, me apretaba fuertemente contra ella para sentir más fuerte la penetración. Los músculos de su rico coñito se apretaban y se comían mi miembro mientras nuestros jugos lubricaban las metidas.
El mayor placer me llegó cuando uno de sus dedos me rozó el ano y sus uñas me arañaban por todo el trasero, el gusto me fue subiendo por el culo a través de mi espalda, por mi nuca, hasta llegar a erizar mi cabello. De pronto, sin apenas poder contenerme, eyaculé como un colegial dentro de aquella preciosa mujer, mi polla soltaba toda la leche en el interior de Sara y ella lo recibía con gusto, haciéndome sentir todo el placer del mundo. Nuestros cuerpos cayeron, quedándonos un buen rato así. Todavía sentía por todos mis poros un gusto enorme y ella también. Se incorporó, me agarró la cabeza y me besó.
Ella fue la primera en recuperarse y dándome la espalda se sentó sobre mi sexo. Podía observar las espléndidas curvas de Sara, su culo redondo y respingón. Comenzó a moverse adelante y atrás, haciendo que los músculos de su pelvis y trasero despertaran a mi pene, este no tardó en reaccionar y fue creciendo, hasta alcanzar un tamaño más que considerable. No podía creer que después de haberme corrido dos veces como nunca, estaba dispuesto a una tercera embestida.
Me agarró la polla, la situó a la entrada de su cueva y otra vez entré en su interior. Sara se colocó casi a gatas y se sentaba literalmente sobre mis huevos. Mi dolorido miembro todavía disfrutaba con un nuevo polvo. Ella no parecía estar completamente satisfecha.
– ¡Métemela por el culo! – me pidió.
Se agachó de nuevo sobre mi erguida polla y se la metió en la boca de nuevo para lubricarla bien. Puso bastante saliva en la punta, se giró, poniendo su culo en pompa y yo me arrodillé colocando mi glande en la puerta de su ano, centímetro a centímetro fue introduciéndose. Ella daba grititos y con la cabeza pegada en el colchón, mordía y apretaba las sábanas. Mi pene logró penetrar por completo y pude sentir un dolor punzante en la punta que fue convirtiéndose en placer a medida que salía y entraba, mientras le agarraba las posaderas con mis manos. Ella apretó el culo concentrándose en las acometidas y con mi mano empecé a sobarle su húmeda rajita, rozando con la punta de mis dedos su clítoris, hasta que irremediablemente se corrió, girando en redondo sus caderas lo que hizo que yo también tuviera un nuevo orgasmo dentro de su culo. Nos quedamos dormidos. Cuando volví a despertarme, Sara estaba a los pies de la cama observándome. Permanecía de pie con una rodilla subida en el colchón y una especie de combinación de tirantes encima. Se quedó mirando mi erección matutina. Se acercó, le quité los tirantes de y volvió a quedarse en pelotas frente a mí. Me senté al borde la cama, ella pasó sus piernas por encima de mis caderas y abrazados nos besamos, me agarré el pene con una mano y no le costó volver a entrar en su cálido chochito. Empezó a cabalgar sobre mí, su cuerpo pegado al mío, su piel más suave que la noche anterior, acariciando sus tetas y su espalda, viendo como su preciosa figura se apretaba contra mí y como su coñito se comía mi polla. Tuvo un nuevo orgasmo, algo más apagado que la noche anterior y yo seguí agarrándola por el culo metiéndome dentro de ella una y otra vez. Por fin me vino el orgasmo y toda mi leche inundó su interior. Nos separamos, nos duchamos juntos acariciándonos de nuevo y metiéndonos mano a base de bien y fuimos a desayunar. La noche mágica acabó ahí, fue la mejor noche de mi vida.
Después de aquella magnífica velada, esporádicamente hemos seguido celebrando estas fiestas Sara y yo, siempre con la aprobación de Sebas, que no parece importarle, ya que él se siente más libre, su mujer disfruta y su mejor amigo también.
Saludos para todos.