Relato erótico
Reflexioné y cambié
Su marido le puso un ultimátum, o “cambiaba” su actitud con el sexo o tendrían que separarse. Reflexionó y se dio cuenta que tenía razón. Hablaron sobre ello y hoy nos cuenta como acabó el encuentro que montaron.
Mireia – Valencia
Me llamo Mireia y tengo 34 años. Me casé muy joven, tenía 20 años y no sabía nada de sexo. Todo me daba miedo y no me atrevía a hacer nada que no fuera lo tradicional. Fue pasando el tiempo y a mi marido se le acabó la paciencia. Me dijo que si no cambiaba se divorciaría.
Aquello me hizo reaccionar y me deje convencer para montar un trío con un buen amigo nuestro. Organizamos una cena en casa y vino nuestro amigo Carlos. Cuando le propusimos que queríamos montar un trío, al principio, se quedó sin palabras. Rápidamente reaccionó y dijo que estaba dispuesto a lo que quisiéramos.
Siguiendo con la primera parte de mi experiencia, que ya publicasteis anteriormente, diré que tenía a mi marido y a Carlos, mi amigo, en un estado de calentura imponente. Su cara, la de mi amigo, era un poema y por un momento pensé que se había quedado seco.
– Si no te gusto dímelo y nos iremos ahora mismo.
Cuando por fin reacciono, miró a mi marido y dijo:
– Si tú estás de acuerdo, yo encantado, hace tiempo que estoy deseando clavarte el diente…
– ¡La polla necesito que me clavéis los dos, ahora mismo! – contesté yo.
– No perdamos más tiempo, seguidme.
Nos levantamos, fuimos tras él, se acercó a la encargada de la tienda y le dijo que no estaba para nadie, que tenía unos negocios que atender con nosotros. Nos llevó a su despacho, cerró la puerta y en un abrir y cerrar de ojos Hugo y él estaban desnudos. La polla de mi marido es grande, pero la de Carlos era lo más parecido a un chorizo, me lancé a lamerla como si llevara una semana sin probar bocado mientras mi marido me desnudaba. Yo chupaba como una posesa y ellos no paraban de sobarme y meterme los dedos por mi raja y culo, parecía que me meaba de la cantidad de flujos que soltaba y en ese momento empecé a pedir que me follaran pues no aguantaba más y me imaginaba el placer que sería tener ese pollón incrustado en mi coño. Pero Hugo tenía otros planes.
– ¿No tendrás unas pinzas? – le preguntó mi marido a Carlos.
– ¿No me digas que a esta zorra le va el dolor? – preguntó Carlos.
– No lo sé todavía – dijo Hugo – estoy empezando con ella y por lo que veo
no tiene límites, solo le importa gozar.
– ¡Hacerme lo que queráis! – dije yo – ¡Pero folladme por favor, no aguanto más, soy vuestra, os haré lo que queráis, pero necesito vuestras pollas ahora mismo!
– Muy bien perra, prepárate que vas a gozar como nunca en tu vida.
Me echaron sobre el escritorio y Carlos cogió unas pinzas de esas de sujetar papeles, le dio una a Hugo y la otra me la colocó él en uno de mis pezones, que estaban como piedras. Cuando las tuve puestas empecé a sentir un agudo dolor que, como la vez anterior en vez de hacerme sentir mal, aún me excitaba más. Ellos no paraban de meterme los dedos en mis agujeros y de vez en cuando estiraban las pinzas soltándolas de golpe. Yo gritaba de placer y de dolor y les decía:
– ¡Así, cabrones, me estáis volviendo loca!
– ¡Calla, zorra, no sabes lo que te espera! – dijo Carlos y luego añadió, dirigiéndose a mi marido – ¡Métele la polla en la boca a tu zorra para que se calle!
De pronto Carlos me dio la vuelta y empezó a lamerme el culo. Yo me saqué la polla de mi marido de la boca pues me temí lo peor, aquello era monstruoso para mi culo y yo estaba recién desvirgada por ahí.
– ¡Sujétala bien, que va a saber lo que es ser follada por el culo! – gritó el amigo.
Me untó una especie de crema en el agujero, luego en su descomunal polla y empezó a intentar ensartarme. Yo gritaba y a él parecía excitarlo todavía más y encima mi marido lo animaba diciéndole:
– ¡Esta zorra no sale de aquí sin haberse tragado tu polla por el culo!
Por mucho que lo intentaba, no había forma de que entrara por lo que, en un momento, me la empezó a clavar por el coño y aquello fue bestial. Comencé a notar toda mi raja dilatarse al máximo y ahí sí que empecé a gozar, tanto que a la tercera embestida me corrí aullando como una perra. Carlos se echó en el suelo y me ordenó que me la fuera metiendo por el coño, para que mi marido me la clavara en el culo. Solo de pensarlo volví a correrme, pero así lo hice. Me la fui metiendo poco a poco hasta tenerla toda dentro, teniéndome ensartada entre los dos. Eso fue superior. El placer de mi coño aplacaba el dolor de mi culo y al mismo tiempo ese dolor me enloquecía más.
– ¡Así cabrones, folladme sin miramientos, matadme de gusto, abrirme en canal, hacedme sentir que soy vuestra zorra, usadme, joderme sin piedad! – gritaba yo.
Estaba como poseída, no paraba de correrme, encadenaba un orgasmo tras otro o era uno muy largo, no lo sé, el caso es que hubo un momento que deseé que la polla de Carlos rompiera mi culo y así se lo dije:
– ¡No os consideraré machos hasta que consigáis meterme ese pollón en el culo, con que hacedlo ahora mismo, cabronazos!
Se miraron los dos y mi marido le dijo a Carlos:
– Adelante, amigo, desvírgala.
Mi culo estaba más dilatado y Carlos tenía la polla llena de mis caldos. Era el momento. Se puso detrás de mí y de un golpe metió toda la cabeza de su pollón. Solté un alarido tremendo que lo debió de oír toda la ciudad y se me escaparon unos lagrimones inmensos. Carlos hizo ademán de sacármela pero lo cogí de las nalgas y le dije:
– ¡Si me la sacas, te la corto, ensártame sin miramientos y tú, cabronazo, métemela en la boca y retuérceme los pezones que necesito gozar! – le dije a Hugo.
Me la fue ensartando poco a poco hasta que noté sus pelotas en el coño y le dije:
– Ahora fóllame a tus anchas y goza de mí.
No hizo falta repetirlo, empezó a follarme y a pellizcar mi clítoris, mientras Hugo estiraba las pinzas de mis pezones y yo se la mamaba como una posesa. Mis orgasmos eran bestiales y ellos cada vez aceleraban más el ritmo. En un momento Hugo descargó una fenomenal corrida en mi boca, la cual hice todo lo posible por tragar y al momento noté como a Carlos se le hinchaba más la polla y empezaba a escupir leche dentro de mi culo. Fue tanto mi placer que tuve el mayor orgasmo de mi vida, tanto que empecé a orinarme sin poderme controlar. Caí como fulminada en el suelo notando como la sacaba de mi culo y sentí como cuando abres una botella de cava después de haberla meneado, sentí como se empapaban mis muslos y un agudo dolor llenó mi ano. Pero no me importaba, había gozado como una loca y caí en un profundo sueño. Cuando me desperté estaba en mi casa y mi marido me traía la comida. Había dormido 16 horas seguidas y me notaba descansada y feliz, pero con el ano todavía dolorido y dilatado.
Cinco días después Hugo me siguió curando el ano con una pomada y veía las estrellas cuando iba al lavabo, pero al día siguiente mi marido ya volvía a encularme, pero eso sí, sin haber dejado de follarme ni yo de mamársela. Pero aquí no había acabado mi experiencia pues la chica de la cafetería, de la que hablé en la primera parte de mi historia, me había llamado y tenía muchas ganas de aprender cosas nuevas y yo, por supuesto, de enseñarle. Quedamos citadas, ella y yo solas, para el sábado de esa semana en la misma cafetería donde nos vimos por primera vez, a las 12 del mediodía. Cuando llegué me llevé una gratísima sorpresa al encontrármela sentada en la misma mesa donde la conocí. Llevaba una mini que desnudaba sus hermosos muslos y se veía una sombra oscura entre sus piernas, lo cual evidenciaba bien a las claras su falta de ropa interior. Llevaba un top ajustadísimo que marcaba unos pezones enormes, bastante más grandes que los míos, aunque sus tetas no eran del mismo tamaño que las mías, pues ya sabéis que yo las tengo enormes.
Cuando me vio se levantó, alegrándose mucho de verme pues, según me dijo, pensaba que no me presentaría. Me dio dos besos cerca de la comisura de mis labios, que encendieron mis sentidos y hicieron humedecer mi vagina, nos sentamos y nos pusimos a hablar de nosotras. Le dije que me había alegrado mucho su llamada, que había fantaseado mucho con tenerla entre mis brazos y que el hecho de como la había visto nada más entrar y sus besos, hacían correr los flujos por mis piernas. Ella, por su parte, me confesó que estaba sintiendo un hormigueo muy agradable en su sexo y que le dolían los pezones de lo duros que los tenía. Le estuve contando como se había producido el cambio en mí, lo mucho que estaba gozando con ello y que no me arrepentía de nada. Le pregunté por lo que pensaba su marido y me dijo que habían hablado de ello pero que en esos momentos estaba de viaje todo el fin de semana y esperaba darle una sorpresa cuando regresara, contándole lo que pudiera pasar o lo que lograra aprender. Yo me alegré muchísimo de saber que la tendría para mí todo el fin de semana y así se lo dije:
– Quiero que desde estos momentos te pongas a mi disposición y hagas todo lo que yo te diga, ¿estás de acuerdo?
– Sí – me dijo.
– Bueno pues empecemos, ¿cómo te llamas?
– Susana – dijo.
Como aún era temprano decidí llevarla a un cine porno, de esos que tienen sesión matinal. Nos fuimos a la última fila y empezamos a mirar las escenas. En esos momentos un chico de color le comía el coño a una rubia mientras penetraba a otra que, al mismo tiempo, le chupaba los pezones a la primera. Yo iba totalmente salida y lo que estaba viendo me excitaba todavía más así que cogí la mano de Susi y la llevé a mi depilado sexo. No tuve que hacer nada más pues ella debía estar tan o más excitada que yo pues empezó a meterme mano desesperada y a besarme como una loca. Yo le subí la mini y el top, dejándola prácticamente desnuda y empecé a comerle los pezones ya que, desde que los vi, me tenían hipnotizada. Cuando le introduje la mano entre sus piernas y alcancé su clítoris, creí que me volvía loca. Aquello parecía un pene diminuto, pero lo mejor fue que cuando comencé a acariciarlo, ella empezó a orgasmar, chillando como si la estuvieran matando. Dejé de tocarla, pues pensé que si seguíamos se iba a enterar todo el cine aunque, por suerte, había poca gente.
Le dije que me acompañara y me la llevé a los servicios. Allí la desnudé y me quedé maravillada con sus pezones y sobre todo con su clítoris. Ella me decía que quería tener la vagina como la mía, sin un solo pelo y quería que se lo hiciera yo. Le dije que tranquila, que esa misma tarde se lo haría. También me dijo y que le encantaban mis enormes tetas.
Empezamos de nuevo a meternos mano, pero se ve que alguien se había fijado en nosotras y nos había seguido hasta los servicios pues, de pronto, se abrió la puerta y dos hombres nos miraban lujuriosos. Uno era joven como de 20 años y el otro debía tener el doble.
Nos quedamos de piedra, tal y como estábamos con las faldas en la cintura y los tops levantados, o sea, con el chocho y las tetas al aire.
– Muy bien – dijo el mayor – así que las zorras tienen ganas de marcha, pues nosotros os las vamos a dar y no gritéis pues somos los dueños del local y…
– Basta de palabrería – le corté yo – Sacaros la polla de una vez y empezar a jodernos o, ¿es que no sabéis hacerlo?
Susi por su parte me dio un besazo en los morros y me dijo:
– Esto es genial, es más de lo que he soñado en mi vida, me estoy corriendo de lo excitada que estoy.
En fin, sacaron sus pollas y empezamos a chuparlas como locas hasta que el joven me puso apoyadas las manos en la taza del wáter y me penetró de un golpe mientras agarraba mis tetas. Pegué un alarido bestial pues aquella polla era descomunal, pero al mismo tiempo me volvió loca. Dilataba mi coño al máximo y me notaba totalmente llena. En el acto, el mayor cogió a mi amiga y se la metió en el culo. A ella le caían las lágrimas pues era virgen por detrás, pero decía que le gustaba y que quería más, así que le acerqué una de mis tetas para que chupara y empezó a morderme los pezones mientras el jovencito seguía follándome el coño.
Nos estuvieron bombeando más o menos diez minutos, luego nos dieron la vuelta y se corrieron en nuestra cara y en nuestras tetas. Al acabar, se subieron los slips y los pantalones y nos dejaron allí bañadas de esperma y jadeando de placer como dos perras en celo. Nos lamimos el esperma la una a la otra y luego nos besamos, como dos enamoradas.
Nos arreglamos la ropa y nos fuimos hacia mi casa. Hemos quedado que cuando se lo cuente a su marido lo repetiremos los cuatro y mientras tanto, entre semana, siempre que podemos, nos vemos ella y yo a solas para seguir gozando.
Besos para todos y volveré a contaros mis calientes encuentros con todos.