Relato erótico

Recuperar el tiempo perdido

Charo
5 de mayo del 2019

Es una mujer que recién ha cumplido los sesenta y está soltera. Dedicó parte de su juventud en trabajar y cuidar de los suyos. Ahora se ha propuesto recuperar el tiempo perdido y su cuerpo se ha “puesto en marcha”

Ángela – MADRID
Soy una mujer de 60 años y aún me conservo bastante bien, pues nunca me he casado y trato de cuidarme lo mejor posible. Soy de mediana estatura, algo gordita, pero bien hecha, con un busto de 110 y unas caderas de 100. Siempre estuve al cuidado de mi madre, lo que impidió que me dedicara a formar un hogar. Solo recuerdo algunas relaciones esporádicas con algún amigo, que no logró dejarme totalmente satisfecha, pero ahora que estoy sola, vieja, con una buena economía, me ha dado por conocer lo que nunca tuve, pero ahí viene mi problema. Me he dado cuenta que me gustan los jovencitos que podrían ser mis hijos o mis nietos. Cuando veo esos jovencitos de 25 años, me caliento muchísimo y en mis pajas solitarias mi fantasía es hacerlo con estos chavales. De solo pensarlo me da mucho morbo y mis masturbaciones son sensacionales, pero a la vez después siento mucha vergüenza.
Muchas veces cuando voy en un bus o en el metro atestado de gente, me gusta colocarme delante de algún jovencito y disimuladamente, pongo mi trasero, que no es nada despreciable, de nalgas redondas y sobresaliente, a su alcance, muchos se cambian de lugar, pero otros se quedan y comienzan a clavarme y siento sus duras vergas entre mis nalgas, lo que me calienta y las muevo casi imperceptiblemente, pero que ellos lo noten y siento como sus vergas van creciendo al contacto y aumentan su presión. Yo noto la humedad de mi coño y me dan ganas de cogérselas con mis manos y hacerles una buena pelada, pero debo resistirme. Claro que cuando llego a casa y me saco las bragas húmedas, la paja que me hago es extraordinaria. Pero no me atrevo a más…
Conversando con una amiga de mi edad, que nos hacemos mutuas confidencias, ella me alienta y me dice que son muy majos, con una potencia bárbara y que además no te comprometen, pues buscan satisfacerse sexualmente sin buscarse complicaciones, dejándote muy contenta.
– No seas tonta, inténtalo, mira que a nuestra edad, son muchos los jovencitos que buscan mujeres maduras como nosotras – me dice mi amiga.
La verdad es que lo he pensado mucho y he seguido con mi afición de sentirme clavada en los apretujones de la gente en el metro o en el bus. E insisto que lo disfruto mucho, sobre todo cuando son jovencitos. Cerca de mi casa hay un taller de cerrajería en el que trabaja un joven de unos 25 años, que me gusta mucho y al que no dejo de mirar cuando paso por allí, luciendo mi gran trasero con faldas a las rodillas, ajustadas a mis nalgas, con tacones y blusas escotadas, dejando entrever mi gran juego de tetas, pues como les decía soy un poquito gordita, pero bien formada. He optado por vestirme un poco más sexy, pero siempre como gran dama y sé que aún provoco miradas de los hombres.
Siempre que paso, siento la mirada de este joven clavada en mi culo, lo que me pone algo nerviosa, pero feliz de despertar esos deseos.
Un día se me ocurrió una idea. Fui hasta el taller y hablé con el dueño solicitando que enviara al joven, pues se me había roto una cerradura, para que la cambiara. Me contestó que en una hora lo enviaría, anotando mi dirección. Yo me sentía como una colegiala en su primera cita. Me vestí con una falda más corta que lo normal y una blusa abrochada adelante, dejando los primeros botones abiertos.

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Por supuesto no me puse sujetador. Al mirarme al espejo, mis tetas se veían aún más grandes aunque algo caídas, pero creo que bastante insinuantes. Un tanga negro, que hacía resaltar mi gran trasero, completaba mi vestuario. Quedé muy conforme al mirarme al espejo.
A los pocos minutos, oí el timbre de la puerta. Era el joven cerrajero. Vestía un mono con parte del pecho descubierto. Era un hermoso ejemplar de muchacho, alto, delgado y de una mirada tímida y sonrisa simpática.
– ¿Usted es la señora Ángela? – preguntó con voz tímida.
– Sí – respondí con la mejor de mis sonrisas – Adelante, pasa.
Lo acompañé a la puerta del dormitorio, donde supuestamente debería cambiar la cerradura. Noté que su mirada se clavaba en mis nalgas apretadas por la falda blanca que lucía, me di vuelta y le di un pequeño espectáculo de mis senos, pues había desabrochado otro par de botones de la blusa y se veía casi la mitad de mis tetas desnudas. Su mirada se dirigió hacia allí, pero cuando notó que yo lo miraba, desvió su vista hacia la puerta.
– Creo que esta cerradura está buena – me dijo – ¿Qué quiere que le haga?
– Bueno, quiero cambiarla por qué…. por qué… ¡perdí la llave! – se me ocurrió decirle – Pero creo que aquí tengo una nueva – continué sabiendo que era mentira y me subí sobre una silla para buscar en la parte superior del armario.
Eso permitió mostrarle mis piernas y nuevamente sentí su mirada en mis piernas y mi culo.
– ¿Sabes? No la encuentro – le dije mirándolo desde arriba – Ayúdame a bajar – le pedí estirando una mano.
Él tomó mi mano y bajé una pierna, quedando al descubierto mis muslos por lo corto de la falda. Hice como que resbalaba y me apoyé con todo mi cuerpo en él, aplastando mis tetas en su pecho, mientras él me cogía de la cintura para sostenerme. Quedé algunos segundos apretada al muchacho y luego me retiré. Miré su pantalón y noté que su miembro estaba muy abultado, seguramente con una erección que no podía disimular.
– ¿Cómo te llamas? –le pregunté.
– Juan – me respondió.
– ¿Tienes novia, Juan?
– No… no tengo – respondió tímidamente.
Yo me ponía de forma que él pudiera ver mis grandes tetas, lo que no podía evitar. Su mirada tímida no podía desviarse de mi escote y mis piernas.
– ¿Te gusta lo que ves? – le pregunté con un tono que hasta a mí me sorprendió.
– Bueno… yo… por supuesto… usted es muy sexy… – respondió tímidamente.
– Mira yo sé lo que soy – continué – sé que podría ser tu abuela y debes tener muchas admiradoras de tu edad.

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– No crea, soy muy tímido y me cuesta mucho hacer amigas – respondió – además me gustan maduras… y encima, usted no es mi abuela, afortunadamente…
– No creas que no me doy cuenta cómo me miras cuando paso por el taller, pero me gusta, me gusta mucho como me miras.
A todo esto, ya descaradamente, yo le mostraba mis tetas y él no quitaba los ojos de ellas.
– ¿Te gustan? – le dije tomándome las tetas con mis manos, como levantándolas – ¿Te gustaría vérmelas?
– ¡Por supuesto! – exclamó – Siempre me han gustado, al igual que sus caderas y sus piernas.
Ya lanzada, me desabroché completamente la blusa y la abrí. Mis tetas quedaron desnudas ante su vista, grandes, redondas y con el pezón oscuro completamente erecto, mi coño lo sentía empapado por la conversación y por la expectativa de que ese muchacho me jodiera.
– Ven – lo invité – tócalas, son tuyas, acarícialas como deseas.
El chico se abalanzó sobre mis tetas y primero tímidamente las tomó con sus manos y después de sobarlas y acariciarlas, posó su boca sobre un pezón y comenzó a chuparlo suavemente. Yo me derretía y sentía cosquilleos desde mis pezones por mi cuerpo llegando hasta mi entrepierna que estaba empapada y me latía el coño, como pidiendo también una caricia.
– ¡Aaah…! -exclamé – ¡Que bien lo haces, hacía tanto tiempo que no me chupaban las tetas así!
Entonces comencé a acariciar el pecho del muchacho, abriendo los botones de su mono. Él hizo un movimiento y quedó con el torso denudo. Lo acaricié y besé en los labios, él abrió su boca y nuestras lenguas se enredaron en un baile erótico. Yo sentía cómo se mojaban mis bragas y un cosquilleo me recorría completamente, cuando el joven pasaba sus manos por mis tetas desnudas y luego bajaba por mi cintura y me agarraba de las nalgas con cierta brusquedad, lo que a mí más me calentaba. Pronto lo arrastré hasta mi cama y me senté, permaneciendo él de pie, poco a poco fui bajando su mono dejándolo solo con un pequeño slip que no podía contener el tamaño de su gran verga, mucho más grande de lo que imaginé e incluso me dio un poco de miedo, pero el morbo y la calentura pudieron más. Le bajé el slip y su verga saltó hacia delante, insolente y preciosa. La cogí con mis manos, mientras él continuaba besándome y acariciando mis tetas.
– ¿Te gustan? –pregunté.
– Son preciosas – respondió – siempre que la veía pasar, deseaba tener estas grandes tetas en mis manos, y fueron muchas las pajas que me hice por usted.
– Ahora son tuyas – respondí – soy toda tuya… quiero que me hagas gozar como hace mucho no lo hago… tú también me tienes caliente y deseaba este momento.
Diciendo esto, comencé a lamer la verga del muchacho como si se tratara de un helado, pero caliente.

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Lo lamí un rato y luego comencé a hacerle una mamada como si estuviera acostumbrada a hacerlo, pero… ¡era la primera chupada de verga de mi vida! Nunca lo había hecho, pero el instinto y la calentura me indicaban como hacerlo. El gemía y movía sus caderas con su polla enterrada en mi boca, donde apenas cabía, pero me daba maña para tratar de meterla lo más profundamente posible. Me atragantaba pero la disfrutaba, su masaje a mis tetas me tenían hirviendo y su verga en mi boca me hicieron alcanzar mi primer orgasmo.
Fue como si un barrote caliente me penetrara desde mi coño hasta mis tetas en un ir y venir de sensaciones extraordinarias, gemía y sollozaba con la verga lo más adentro posible de mi boca. El calor y el placer no me dejaban, una corriente eléctrica me recorría y no dejaba de sentir un placer inaudito. Era mi primer orgasmo en muchos años y él parece que lo sintió, pues de repente se quedó tenso y sus movimientos se hicieron más rápidos como si me estuviera follando la boca y de pronto sentí que explotaba y un chorro de leche caliente inundó mi boca. El primer chorro pasó directamente por mi garganta, pero los siguientes los pude retener. Era mi primera chupada y había culminado con una corrida en mi boca. Luego tragué todo lo que pude y yo estaba tan caliente que no logré reaccionar y lo único que quería era seguir chupando ese rico miembro y seguir sintiendo las sensaciones brutales de mi orgasmo. El joven dejó de moverse y yo, solo por inercia, seguí chupando hasta dejarlo seco y limpio.
Luego caí desmadejada sobre mi cama y Juan tendido a mi lado. Aún no me había sacado las bragas y ya había tenido ese fabuloso orgasmo, guardado de no sé cuántos años, acumulando toda la pasión y el deseo medianamente aplacado por mis diarias pajas. Pero esto había sido demasiado.
Juan se recuperó a los breves minutos y comenzó a besarme y acariciarme las tetas, que eran su delirio, luego descorrió el cierre de mi falda, sacándomela. Me besó las tetas y comenzó a bajar sus besos por mi estómago, por mis rollitos, que él encontraba súper sexy, hasta llegar a mi monte de Venus. Con sus dientes y manos me despojó de mis bragas y una mata de vellos grises adornaba mi coño. Yo abrí lo que más pude mis piernas y con mis dedos entreabrí los labios de mi almeja empapada en jugos. Juan dirigió hacia allí sus besos, lamió mi mata de vellos abundantes y buscó entre ellos, con mi ayuda, la entrada a mi gruta de amor que lo esperaba ansiosa.
Comenzó a dar lamidas suaves y profundas a mis labios, haciéndome retorcer de placer. Gemidos, suspiros y quejidos escapaban de mi boca hasta que encontró el clítoris, que estaba erecto. Hacia allí dirigió su ataque, una corriente eléctrica nuevamente me sacudió y lanzando un grito comencé a subir y bajar mis caderas como si me estuvieran follando. El placer que sentía era inenarrable. ¡Es que eran tantos años de espera por sentirme así! Con su lengua lamía mi clítoris y le daba pequeñas chupadas, haciendo que me revolcara en la cama como tratando de escapar de esa lengua fantástica, pero deliciosa y pasados breves minutos me vino mi segundo orgasmo, corriéndome con una fuerza extraordinaria, empapando con mis jugos la cara del joven que no dejaba de lamer y chupar mi clítoris. Entonces mis movimientos se hicieron más bruscos y mis caderas subían y bajaban con gran rapidez, hasta que ya no pude más.

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– ¡Aaah… aaah… basta… ya me corro… me corro como una yegua… yaaaa…! – gritaba y me movía como una loca – ¡Aaaah… ya… por favor… basta…!
Juan le dio una última lamida a mi coño, chupó mis labios, tragó mis jugos y se tendió a mi lado besándome en la boca, saboreando yo el gusto de mis propios jugos. Fue una corrida brutal que me dejó por varios minutos tendida en la cama, con las piernas abiertas y jadeando como si hubiera corrido varias manzanas.
Después de pocos minutos de descanso, la verga de Juan estaba nuevamente dura como el hierro. El me besaba la boca enredando nuestras lenguas, me acariciaba las tetas y el coño con sus manos, produciéndome una nueva calentura. Pero ahora lo deseaba dentro de mí. Era lo que más quería. Quería sentirme ensartada por esa gran verga. Acosté al muchacho boca arriba con su gran polla apuntando al cielo y yo me monté a horcajadas sobre él. Poco a poco me fui sentando sobre tan extraordinaria herramienta y me fui ensartando suave, lentamente hasta tener la mitad dentro. Era demasiado grande y yo estaba bastante apretada a pesar de mi edad, quizás por el poco o casi nada de uso. Pero de pronto me vino una calentura tremenda y bruscamente me senté sobre él ensartándomelo completamente, lanzando un grito de dolor, placer y triunfo. ¡Al fin tenía una gran polla enterrada hasta la empuñadura en mi caliente coño, ansiosa por tanto tiempo de ser follada!
Comenzamos a movernos rítmicamente, empujábamos al unísono en un concierto de gemidos y gritos por mi parte. Yo movía la cabeza para ambos lados, con los ojos semi cerrados, concentrada en el gran placer que estaba sintiendo, mientras el muchacho agarraba y chupaba mis tetas, que bamboleaban con mis movimientos y por su gran tamaño. Juan me agarraba de las nalgas, me sobaba el culo y lo empujaba hacia él sin dejar de moverse empujando su polla en mi coño. Muy pronto sentí nuevamente esa corriente eléctrica que precede a mis orgasmos, preparándome para la gran corrida, la sentía venir lentamente como tomando fuerzas, avasalladora, potente, hasta que sentí ese gran calor que inundó mi cuerpo. Casi pierdo los sentidos cuando me inundó esa ola inmensa de placer y mis gritos se intensificaron.
Mis movimientos se hicieron convulsivos cuando de pronto Juan se tensó, levantó sus caderas clavándomela hasta el alma y me lanzó andanadas de leche hirviendo que inundaron mi coño llenándomelo de líquido que hicieron que mi orgasmo aumentara en intensidad.
Quedamos desmadejados en la cama, yo sobre él recostando mi cara en su pecho, mis tetas aplastadas por su cuerpo y mi coño aún ensartado en su exquisito miembro, con mis nalgas al aire.

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Después de unos minutos, nos besamos, nos acariciamos, fuimos a la ducha juntos, luego Juan se vistió y se marchó. Yo me quedé desnuda y así lo fui a acompañar a la puerta, prometiéndome el muchacho que pasaría muy pronto a visitarme después del trabajo y yo le dije que lo esperaría siempre dispuesta a pasar esos buenos momentos nuevamente.
Besos y si ocurre algo más, como así lo espero, ya os lo contaré.

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