Relato erótico
Recuerdo imborrable
Había mantenido sexo con algunos amigos, pero lo que vivió con aquel hombre era desconocido para ella. Pasión, morbo, vicio, fue increíble mientras duro y lo recuerda como lo mejor que su vida.
Manuela – Granada
Me voy a saltar varias aventuras que tuve en mi juventud debido a que su interés radica únicamente en el placer que me dieron y no en mí, digamos, formación sexual. Así que voy a contaros como descubrí lo que es realmente estar por un hombre, desearlo día y noche, no poder pasar sin su presencia, sus besos y su calor. Exactamente me enteré de lo que significaba “dolerte el corazón”. Tenía aproximadamente 22 años y acudía a una escuela de arte en Granada ya que me había dado por el dibujo y la pintura, cosa que dicen que no hago mal. En la clase de dibujo éramos unos dieciséis entre chicos y chicas, a los que me unía una superficial amistad. Salíamos después de clase, a tomar copas. Era una relación sin importancia hasta que una tarde ocurrió lo que va a ser el principio de mi “confesión”. Iba yo cargada con el cartapacio, libretas y otros paquetes cuando, sin darme cuenta, pisé un gordo lápiz que alguien había dejado caer en el suelo. Resbalé sobre el parquet y paquetes y yo, rodamos por el suelo con un tremendo ruido. Oí las exclamaciones de mis compañeros y más cerca de mí, una voz que me preguntaba:
– ¿No se habrá hecho daño, señorita?
Giré la cabeza mientras me levantaba y me encontré frente a frente con un hombre moreno de unos 35 años de edad que me sonreía con gesto inquieto. Yo, olvidando todo lo que acababa de ocurrir y el batacazo, me quedé como hipnotizada, mirando fijamente los hermosos ojos azules del desconocido. Entonces no sabía explicar lo que pasó entre nosotros en aquel momento, pero nos devorábamos con la mirada bajo el golpe de una misma e intensa emoción.
Todo ello duró unos pocos segundos pero había sido tan fuerte y perceptible que, ya en pie, constaté que todo mi ser temblaba, no porque yo estuviera dolorida sino porque me sentía poseída por un fuerte deseo hacia este hombre que justamente acababa de conocer. Todas las tardes, aquel nuevo alumno, pues eso es lo que era realmente, se instalaba delante de mí para dibujar a la modelo. Nada más verlo entrar tenía palpitaciones pero intentaba captar su mirada y cuando lo conseguía, que era siempre, me daba la sensación de recibir un puñetazo en el vientre que me hacía desfallecer. Y de eso estaba segura, el brillo en los ojos del hombre contestaba al mío.
Una tarde él no vino a clase. Estuve esperando en vano, girando la mirada sin parar hacia la puerta cuando alguien aparecía. Cuando acabó la clase, salí sola y subí por la calle hacia el Metro. Y de pronto le vi, caminando hacia mí. Se paró y me miró con aquellos ojos que fundían el alma.
– ¿Vienes a tomar algo? – me dijo.
Le seguí temblando y toda llena de deseo. No sabía dónde me llevaba ni por qué calles pasábamos, pero sí notaba como hervía mi interior. Pienso que él estaba en el mismo estado que yo pues, al pasar por delante de un oscuro portal, cogiéndome por la cintura, me arrastró a él abrazándome violentamente. Me apretaba con todo su cuerpo y sentía como sus manos vibrantes recorrían mi espalda, apoyándose en mi culo apretándolo fuertemente sobre la falda. Recuerdo que mi ser estaba agitado, dispuesto a todo, olvidándonos que nos encontrábamos en la calle, deseando hacer yo también el amor sin esperar, allí mismo, en el acto. Pero, controlándose, me llevó a su casa.
Aquel día ni me enteré de donde nos encontrábamos. Cogida de su mano me hizo entrar en el piso y, justo en la puerta empezó a desnudarme. Me sacó la blusa y me miró con deseo, medio desnuda, en sujetador frente a él. Luego hizo deslizar mi falda y no pudo evitar pasar su mano por entre mis muslos, bajo la braga.
Yo seguía temblando. Mi braga estaba totalmente empapada. Sonrió con malicia al notarme tan excitada y se llevó los dedos que me había metido en el coño a la nariz para disfrutar del aroma que se había impregnado durante su pequeño reconocimiento. Luego me llevó a la habitación, me echó suavemente sobre la cama y me acabó de desnudar. Acto seguido lo hizo él. Una vez nos quedamos los dos como Dios nos trajo al mundo se colocó encima de mí y me dijo:
– Vas a hacer todo lo que yo quiera, ¿verdad?
No tuve la necesidad de contestarle pues todo mi cuerpo estaba diciéndole que sí. Se me folló hasta el fondo, pero lo hizo lentamente. Salía y entraba en mí cada vez con más fuerza y a cada embestida, notaba su polla más mía, provocándome escalofríos de placer cada vez más intensos. Olas de placer crecían en mi vientre, mojaban mis ojos y hacían temblar mi piel. Me tenía entregada, palpitante, dispuesta a todo. Y él lo sabía. Agarraba mis nalgas con ambas manos, hundía sus dedos en mi ano arrancándome rugidos de placer que le enloquecían aún más. Sus ojos lanzaban descargas, su boca se retorcía bajo los efectos del placer. Quería más, siempre más. Y yo también. Más, más, parecían decir nuestras caricias, nuestros besos, nuestras miradas. Mientras él iba y venía en mí, yo acariciaba sus cojones con una mano y con la otra masajeaba mi clítoris.
– ¡Sí, eso, mastúrbate! – me animaba con voz muy baja – Date el placer, acaríciate… pero ahora gírate y enséñame tu hermoso culo verás… verás cómo te gustará…
Yo estaba dispuesta a todo a pesar de no haber sido sodomizada nunca. Noté su polla endurecida el máximo apoyarse en la pequeña entrada de mi culo. Pero primero lo masajeó con sus dedos llenos de saliva. Mis nalgas palpitaban de miedo y de ganas. A pesar de la potencia de su deseo comprendí que hacía todo lo posible para retenerse y no hacerme daño. Sentí su capullo apretar mi ano, introducirse unos milímetros y luego retirarse. Llegó a excitarme tanto esa situación que fui yo misma quien le supliqué que me la metiera de una vez.
-Tienes ganas de tenerla también en el trasero ¿verdad? -me dijo- Ya sabía yo que acabarías por pedírmelo, ¿Te gusta, eh?
– ¡Sí… sí… me gusta…! -recuerdo que le decía yo entre suspiros- ¡Me gusta… oooh… sí…!
Entonces, no aguantó más, se hundió en mí. Sentí un corto pero fuerte dolor seguido de un calor muy vivo. Era un placer nuevo, más violento, que me hizo gritar. Él también daba la sensación de disfrutar de este placer superior puesto que fue en mi culo donde empezó a orgasmar y a derramar su esperma caliente. Quedé un poco decepcionada de que ya se hubiera corrido pues sabía por experiencia que, por lo general, esto significa el fin de los abrazos en la mayoría de los hombres.
Pero me equivocaba. Bien lejos estaba él de haber acabado conmigo. Parecía, por el contrario, que este primer placer había multiplicado su deseo. Muy pronto su polla estuvo otra vez dura en mi mano. De nuevo me folló, trabajándome, al entrar, los labios dulcemente.
Era un amante infatigable y así pasamos toda la noche de polvo en polvo. Hacerlo con él era como tener hambre o sed. No se puede vivir sin ello.
Nos encontrábamos solo para follar. Las únicas palabras que decíamos estaban destinadas a aumentar nuestro placer y a exacerbar nuestra imaginación. Luego todo fue muriendo naturalmente, como una hermosa flor que acaba por secarse. Pero jamás olvidaré que al menos una vez en la vida amé de manera desesperadamente sexual a un hombre.
Besos para todos.