Relato erótico
Realizó mi fantasía
Algunas veces le había preguntado a su mujer si sería capaz de follar con otro hombre y ella decía que si. Aprovecharon aquel fin de semana que fueron a Barcelona para poner en marcha su fantasía.
José – Lérida
Yo le había preguntando varias veces a mi mujer si se veía capaz de ligarse a un hombre, a un perfecto desconocido. Ella me contestaba que sí, pero la cosa quedaba aquí, sin solución de continuidad hasta ese fin de semana que pasamos en Barcelona. Eran aproximadamente las diez de la noche, acabábamos de cenar y al salir del restaurante nos sentamos en un banco de piedra, viendo pasar a la gente. Lola llevaba un vestido bastante corto y también bastante escotado por lo que, según estuviera sentada, enseñaba más de la mitad de sus hermosos muslos…
– Este chico que pasa ahora – me dijo mi mujer al rato de estar sentados – ya es la tercera vez que lo hace y no deja de mirarme.
Observé a mi mujer y no viendo nada raro en ella, contesté:
– Pues no sé que mira.
– ¡Esto! – contestó ella abriendo un poco las piernas
Con sorpresa, pero también excitación, al inclinarme vi que no llevaba bragas.
– Cada vez que pasa, abro un poco las piernas pero cuando vuelva a pasar te vas a dar una vuelta y me dejas sola – añadió.
Cuando volvió a pasar el chico vi que, efectivamente, miraba con disimulo. Me levanté y me fui como dijo mi mujer pero me quedé detrás de unos arbustos que había a unos pocos metros y entre seto y seto podía verlo todo. Al poco rato vi venir otra vez al chico. Cuando estaba a pocos metros, mi mujer sacó un cigarrillo y se lo puso en la boca. Al llegar a su altura, él la miró más descaradamente y vi como mi mujer le hacía un gesto por lo que deduje le estaba pidiendo fuego, cruzando, al mismo tiempo las piernas por lo que intuí que se le estaban viendo buena parte de los pelos de su coño.
El chico se quedó un poco parado y vi como mi mujer le sonría. Se acercó, le dio fuego y se sentó a su lado, no sé si invitado por ella o por propia iniciativa. Empezaron a hablar. No sé lo que decían pero mi mujer no paraba de sonreírle mientras él le miraba las piernas y el escote. Al poco el chico se arrimó más a ella, le echó la mano por el hombro y le dio un beso en la boca. En el acto fue mi mujer la que se acercó a él y echándole los brazos al cuello, participó en el beso. Menos mal que pasaba poca gente porque nos encontrábamos al final del paseo. Así estábamos, ellos dándose un morreo de campeonato y yo detrás del seto sin saber si acercarme o no. De pronto vi como los dos se levantaban y abrazándola de nuevo, se besaron largo rato. Cuando terminaron de besarse, el chico se marchó quedando mi mujer sola, sentada en el banco. Me acerqué a ella y sonriéndome, me dijo:
– ¿Qué, ligo o no ligo… has visto como me morreaba?
Me contó que le había dicho que estaba casada y que su marido había ido a mirar el coche que no estaba bien aparcado. También le dijo que si estaba de acuerdo podíamos ir los tres a tomar una copa en la Barceloneta. Llegamos al bar en el que habían quedado y mi mujer me presentó. Nos colocamos en un sitio discreto. Ellos se sentaron juntos y yo enfrente. Cuando nos sirvieron, vi como él metía la mano por debajo de la mesa y mi mujer, suspirando, me dijo:
– Daniel – que así se llamaba el chico – ¡Me está cogiendo el coño!
Se giró y abrazándose a él empezó a besarlo con pasión. Cuando se cansaron de darse la lengua, mi mujer me dijo:
– ¡Paga eso y vámonos que estoy ardiendo!
Cogimos el coche, sentándose él junto a mi mujer ya que es ella la que conduce.
– ¿No te importa, verdad cariño? – me dijo ella – Tengo ganas de que Daniel me siga tocando.
Todo el camino llevó mi mujer el vestido enrollado a la cintura y la mano de él tocándole el coño sin parar. Llegamos a su casa ya que vivía solo. En el ascensor se abrazaron de nuevo bajándole Daniel el vestido por los hombros hasta la cintura. Era de un morbo increíble ver a mi mujer allí, medio desnuda, con sus tetas al aire y dentro de un ascensor. Él le lamía los duros pechos y ella gemía con los ojos encerrados, completamente entregada.
– José… ¿no ves como me tiene este tío? – me decía ella entre suspiros – Estoy caliente perdida, tengo el coño como un río.
Entre los dos le bajamos el vestido y la dejamos completamente desnuda. De esta forma llegamos hasta la puerta de su piso, con el morbo de que nos pudieran ver pero, gracias a que ya era tarde, nadie nos vio. Entramos en el piso y allí mismo, en el comedor, se abrazaron besándose como locos. Yo, con la polla que no me cabía en la bragueta, estuve a punto de correrme viendo a mi mujer desnuda besando como una loca a Daniel, un completo desconocido. Ella empezó a desnudar a su amante, besándole todo el cuerpo. Cuando lo tuvo desnudo por completo, cogiendo su polla, que era bastante más grande que la mía, me dijo:
– ¡Mira, cabrón, que polla se va a follar a la puta de tu mujer!
Agachándose, se metió lo que pudo en la boca chupando como una posesa. Daniel, al poco rato, se la llevó a la cama y tumbándola boca arriba, empezó a besarle los pechos, bajando luego por su vientre hasta llegarle al coño.
– ¡Como me lo hace José, como me lo hace… ven que te coma la polla, quiero sentirla en mi boca mientras Daniel me come el coño! – me decía ella entrecortadamente.
Mientras Lola me comía la polla, veía como se estremecía con la comida de coño que le hacía el amigo.
– ¡José, me corro… me corro! – decía Lola – ¡Métemela Daniel, métemela… quiero correrme con tu polla… con tu polla bien metida en mi coño… fóllame… fóllame, por favor, la quiero dentro, dentro de mi…!.
Tirando de él, besándolo en la boca y en el cuello, se le montó encima y cogiéndole la polla se la guió hasta el coño y se la clavó violentamente, empezando un mete y saca que era como si fuera ella la que se lo follara a él.
– ¡Que mujer más caliente tienes, José, y que zorra que es! – me decía él.
– ¡Ponte encima ahora, Daniel, ponte encima y métemela toda, quiero sentirte encima de mi! – empezó a decir ella muy excitada.
Daniel la montó y poniendo las rodillas de mi esposa en sus hombros, le clavó toda la polla. No sé si de dolor o de placer pero mi mujer gritó como nunca la había oído.
-¡Mira José, cabrón, como se follan a tu mujer… fóllame Daniel, que vea este cabrón como disfruto con tu polla… fuerte Daniel, fuerte que me corro… aaah… que gusto… sí, me corro… córrete, córrete que quiero sentir tu leche… dámela… dámela…!
Con unos ronquidos como de animal, mi mujer se corrió y también su amante. Los dos quedaron extenuados. Mi mujer, suspirando, cogió mi mano y se la llevó a su coño diciéndome:
-Toca, toca como tengo el coño lleno de leche. ¿La notas, cabrón, la notas? ¡Cómemelo tú ahora, que lo encontrarás chorreando!
Nuca lo había hecho pero, incapaz de negarme, metí allí mi lengua y noté como la tenía todo encharcado de la leche de Daniel.
-¿Lo notas, lo notas? – me decía Lola – ¿Notas en tu boca la leche de mi amante? ¡Cómetela, cabrón, chúpamelo y traga!
Sin poderme contener con las palabras de mi mujer, y sin tocarme la polla para nada, sentí un orgasmo tan brutal que incluso me mareé y mientras me corría, mi mujer se volvió hacia Daniel, se abrazaron y se acariciaron mutuamente. Aquello era, al menos para mi, digno de verse. La casa de Daniel tenía una sola habitación pero en ella, además de la cama, había un pequeño sofá cama. Mi mujer me dijo que me fuera al sofá, que ella dormiría con Daniel. Tuve que aceptarlo y me fui a la otra cama. No puedes imaginar, lo que sentí viendo sus dos cuerpos desnudos, abrazados, acariciándose y así, contemplándolos, me quedé dormido mientras ellos susurraban no sé qué.
Sin más un beso para ti de este matrimonio que te aprecia querida Charo.