Relato erótico

Realidad de un trío soñado

Charo
29 de octubre del 2019

Nunca se sabe lo que nos puede deparar un cambio de ciudad. Lo que sí está claro es que a nuestro amigo Roberto, le supuso vivir unas nuevas experiencias sexuales que nunca se hubiera imaginado.

Roberto – VALENCIA
Amigos de Clima, por motivos laborales, tuve que irme a vivir a otra ciudad durante una temporada. Busqué un piso en alquiler y encontré uno, pequeño pero confortable, que estaba bastante bien situado. La casa tenía cinco plantas y dos viviendas en cada una. Así que cuando me instalé en el que iba ser mi nuevo hogar, me presenté a mis nuevos vecinos, para conocernos. Llamé a su puerta y me abrió Clara: 47 años, algo entrada en carnes, pero no tanto como para considerarla gorda, 1,68 m de altura, morena y con dos tetas muy grandes, incluso exageradas, y redondas que enseguida captaron mi atención. Su rostro mostraba claramente su personalidad, una persona encantadora, simpática y extrovertida. Estuvimos charlando un rato, luego me invitó a pasar y me ofreció una cerveza. Ya dentro, me contó que su marido y ella vivían solos, y que tenían una hija estudiando en la capital que vivía con una hermana de su marido. Yo le conté que también viviría solo, ya que no tenía pareja.
Así estábamos cuando llegó Francisco, su marido: 50 años, 1,79, complexión fuerte, pelo corto y canoso, ojos claros. Muy atractivo y al igual que su mujer, agradable y simpático. La verdad es que hacían una muy buena pareja. Durante casi una hora estuvimos conversando acerca de casi todo: trabajo, aficiones, el vecindario…
Afortunadamente para mí, ambos se habían sentado juntos en el sofá dejándome a mí en un sillón, de tal modo que podía verles a los dos sin tener que girar mi cabeza, así mis miradas a los pechos y a la sensual boca de Clara podían desviarse sin dificultad al rostro de Francisco con solo un leve movimiento de mis ojos. Nos hicimos buenos amigos, de tal manera, que muchas veces me invitaban a cenar en su casa y viceversa, íbamos juntos al cine, etc.

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Todo empezó una noche de viernes. Estábamos los tres cenando en su casa, y nuestra conversación fue adentrándose poco a poco en temas de sexualidad. Hasta entonces nunca habíamos abordado el tema, y, al principio me sentí un poco incómodo. Pero la naturalidad con la que ellos abordaban las distintas cuestiones que se planteaban hizo que me desinhibiera y empecé a participar con mayor interés. Ellos me contaron que siempre se habían mostrado muy tolerantes con las distintas opciones sexuales de los demás, incluso sospechaban que su hija era lesbiana, pero si era cierto o no, no les importaba. Ante aquella declaración, y las fantasías eróticas que yo imaginaba desde que les conocí, no pude resistirme a declararles mi bisexualidad. Me miraron con interés, esperando quizá que les contara algo más acerca de mis experiencias, y, ante mi silencio, me confesaron que ellos nunca habían tenido ninguna aventura con terceros. Después la conversación se fue enfriando y no ocurrió nada a pesar de mis deseos. Ya solo, en mi casa, empecé a fantasear, imaginándome lo que podía haber ocurrido aquella noche, la gran follada perdida, y me masturbé un par de veces para mitigar mi calentura.
Transcurrieron los días sin que ninguno de los dos hiciera mención del episodio de aquella cena, por lo que mis ánimos se enfriaron ante la imposibilidad de disfrutar del sexo con aquella pareja que tanto me agradaba.
Era sábado, sobre las seis de la tarde, cuando llamaron al timbre. Abrí la puerta y era Clara. Me dijo que era el cumpleaños de Francisco, y que tenía un problema con el regalo que le había comprado y me pidió ayuda. Así que entramos los dos en su casa mientras me contaba que le había comprado un reloj. Lo estaba envolviendo en papel de regalo en su dormitorio cuando oyó que Francisco se acercaba, y como no quería que lo viera, había tirado el estuche del reloj encima del armario, con tal mala fortuna, que había ido a parar al hueco que quedaba entre el armario y la pared, y ahora no podía recuperarlo.
El armario pesaba una tonelada y tendría que vaciarse para poder moverlo y recuperar el reloj. Pero observé que el estuche estaba lo suficientemente alto como para poder recuperarlo desde arriba introduciendo una varilla u otra cosa similar. Fui a la cocina y me hice con un cuchillo de filo largo y una silla para subirme al armario. La operación no me costó mucho y pude sacar el estuche para alegría de Clara. Para bajarme del armario dejé primero el cuchillo y el estuche en la parte de arriba y así descolgarme hasta que mis pies se apoyaron en la silla.

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Cuando me disponía a recogerlos Clara me agarró con ambas manos de la cintura diciéndome que estaba muy contenta y me dio un abrazo. Claro, un abrazo, estando yo subido a una silla, no podía llevar a otra cosa. Su cara se apretaba contra mi paquete, que adquiriendo vida propia, empezó a abultarse. Ella se dio cuenta, cómo no, se separó unos centímetros de mi cuerpo y miró hacia arriba. Yo me encontraba con el cuchillo en una mano y el reloj en la otra, mirando hacia abajo y viendo únicamente la abertura de la blusa de Clara, que dejaba entrever el nacimiento de aquellos globos que tenía por pechos. Mis labios empezaron a pedir perdón por la osadía de mi entrepierna, pero no llegaron a emitir sonido alguno, pues Clara se adelantó. Puso la palma de su mano allí donde su mejilla había estado hacía unos segundos, moviéndola arriba y abajo hasta que la transformación de mi polla quedó completada. No hablábamos, tan sólo nos cruzábamos miradas de complicidad. Dejé de nuevo los instrumentos que todavía tenía en mis manos sobre el armario y dejé caer mis brazos a lo largo del cuerpo. Clara me desabrochó la bragueta y me sacó la polla. En ese momento empecé a sentirme culpable. Estaba a punto de participar en una infidelidad que yo no había buscado, pero cuando mi polla fue engullida por la cálida y húmeda boca de Clara, ese sentimiento fue rápidamente olvidado. Clara la chupa de maravilla, su lengua hacia diabluras en mi capullo y sus manos acariciaban mis pelotas y mi cuerpo con delicadeza y pasión. No podía hacer otra cosa más que disfrutar de aquel momento, así cerré los ojos y coloqué mis manos sobre su cabeza acompañándola en su recorrido a lo largo de mi verga.
De pronto, oí un pequeño ruido. Abrí los ojos y… ¡Horror! De pie junto a la puerta del dormitorio estaba Francisco. Su mirada estaba clavada en su mujer, observando cómo se comía mi polla. Inmediatamente empujé la cabeza de Clara hacia atrás impidiéndole que siguiera mamando. Me miró extrañada y ante el ligero movimiento de mi cabeza señalándole la puerta, giró su cabeza para ver a Francisco.
No le importó lo más mínimo que su marido le hubiera pillado en aquella situación, pues sin decir palabra volvió a mi verga.

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La expresión de mi cara debía ser tremendamente cómica. ¿Qué ocurría allí? Mi mente se puso a trabajar rápidamente. ¿Habían discutido y ella se lo recriminaba de aquella forma? ¿Lo habían hablado y estaban ambos de acuerdo? No tuve que esperar mucho tiempo para obtener respuesta. Francisco avanzó hasta situarse junto a Clara sin perder detalle en ningún momento de los movimientos de su boca. Entonces Clara dejó de chupar, sostenía mi verga con una mano y miró a Francisco, quién, sin pronunciar palabra, acercó su cara y se metió la polla en la boca. Casi me corro en aquel mismo momento al ver mi sueño hecho realidad: Iba a poder disfrutar con aquella pareja en vivo y no solo en sueños.
Francisco no era tan hábil comiendo pollas como Clara, sin duda por falta de práctica, pero no lo hacía mal. Mientras tanto, Clara le había quitado los pantalones y estaba haciendo lo propio con los calzoncillos, mostrando un precioso culito, blanco y redondo.
Yo estaba ya a punto de correrme, así que me concentré en la boca de Francisco. Comencé a moverme, de modo que ahora era yo el que se estaba follando su boca y no su boca comiéndose mi polla. Él recibía mis embestidas sin inmutarse, y acabé inundando su boca y su cara con mi leche. Clara también quería probar, así que le limpió la cara con su lengua y después le besó en la boca, saboreando ambos mi corrida.
Bajé de la silla, y metí mi mano por debajo de la falda de Clara y acaricié sus bragas. Estaban húmedas. Mis dedos buscaron la raja que había provocado tal humedad, y uno de ellos se introdujo en ella, arrastrando consigo la suave tela que los separaba. Luego fueron dos los dedos que recorrían su surco arriba y abajo, hasta que no aguanté más. Me deshice de su falda y sus bragas, tarea en la que me ayudó Francisco, que ya estaba completamente desnudo.

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Su pecho era velludo, su estómago algo abultado, y su polla de un tamaño mediano precedía a dos grandes bolsas redondas. Entre los dos terminamos de desnudar a Clara, reservándome el placer de ser el que le quitara el sujetador. Dos grandes globos, rematados por unos pezones sonrosados y erectos, se mostraron a mis ojos. Hice que se tumbara en la cama, boca arriba, y me coloqué a su lado. Mi mano volvió a su entrepierna y mis dedos jugaron con la espesa mata de vello antes de explorar el interior de la cueva resguardada por dos grandes labios. Chupé el pezón más cercano a mí mientras Francisco, tumbado al otro lado, hacía lo mismo con el otro. La respiración de Clara fue acelerándose al mismo ritmo que las caricias que recibía su cuerpo. Finalmente se giró, pasó una de sus piernas por encima de mí, agarró mi polla y la guió hasta su coño. Comenzó a follarme, sus tetas iban y venían, golpeándome la cara. Francisco se situó detrás de Clara y la penetró por el culo. El orgasmo de Clara llegó enseguida. Fue como si alguien la hubiera golpeado. Su cuerpo se estremecía de placer. Su espalda se arqueó hacia atrás y apenas podía reprimir sus gemidos. Se hizo a un lado, mientras reponía fuerzas, dejándonos solos a Francisco y a mí. Nos besamos y continuamos los dos solos. Me susurró al oído lo que quería hacerme mientras su lengua excitaba mi oreja. Me coloqué de espaldas, con el culo en alto. Sus manos separaron mis nalgas y uno de sus dedos me masajeó el ano. Después su lengua sustituyó al dedo y finalmente me trabajó el culo con los dos. Mi agujero se dilató indicando que ya estaba preparado para recibir su verga. Y así lo hizo, comenzó a follarme el culo. Clara nos observaba, masturbándose con un consolador que había sacado de un cajón de la mesita de noche. Seguro que lo utilizaban los dos, alternativamente. Podía ver como entraba y salía de su coño llevando el mismo ritmo con el que Francisco me estaba follando. Me acerqué a Clara para que mi lengua pudiera conocer a su clítoris. Lo lamí, lo chupé y lo succioné. Francisco estaba llegando al orgasmo. Ver a su mujer con otro hombre le pone a cien. Sus manos se agarraron a mis hombros y sentí como se corría dentro de mí. Dijo algo acerca de la gran corrida que acababa de tener, pero yo sabía que podía superarla. Le conté a Clara mis intenciones sin que Francisco nos oyera.
Le dejamos descansar un rato, mientras nosotros seguíamos a lo nuestro y él nos observaba. Cuando Clara consideró que era el momento se lanzó hacia su verga. Se la mamó hasta que se le puso dura, se tumbó boca arriba y le pidió hacer un 69 que Francisco aceptó gustosamente. Clara se había colocado de tal manera, que el culo de Francisco quedaba al borde de la cama, a una ideal para ser penetrado, así que me levanté y me coloqué detrás de él. Le propiné unos pequeños cachetes en las nalgas, coloqué mi polla en la raja del culo y lentamente fue bajando hasta llegar a la estrecha puerta de entrada. Se la metí hasta el fondo mientras ellos seguían con el 69. Le sobé la espalda y los hombros mientras me lo follaba y cuando me corrí le abracé desde atrás besándole en la nuca. Su orgasmo le dejó tumbado en la cama, noqueado por el placer que su cuerpo había experimentado. Yo continúe con Clara y su consolador. Le hice un traje con mi saliva: su boca, sus pechos, sus muslos, sus brazos y su clítoris. Su cuerpo fue lamido y besado mientras el consolador entraba y salía de él. Le mordisqueé el clítoris y mis dedos jugaron con él hasta que nuevamente Clara gimió y se estremeció.
Recuerdos de los tres.

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