Relato erótico
¡Quiero más!
Quería a su marido, pero necesitaba más sexo y más “salvaje”. Se lo propuso pero, él le dijo que no lo entendía y que no pensaba tratarla como a una zorra. Nunca se hubiera imaginado que encontraría lo que buscaba en el trabajo.
Alicia – Gerona
Querida Charo, me llamo Alicia, tengo 28 años y vivo en Gerona. No soy nada del otro mundo, 1,57 m, delgada, con ojos y pelo castaño. Como dije, nada del otro mundo, una chica normal y corriente, pero lo que voy a contar es como fue el cambio de mi vida, de llevar una vida solo para mi esposo a ser una mujer viciosa, sexualmente hablando. Y todo se lo debo a mi curiosidad.
Me casé con Arturo hace 5 años. Por una razón u otra jamás se nos cruzó por la cabeza el tener un hijo. El es empleado bancario y yo durante mucho tiempo trabajé en una tienda de telas. Con mi marido todo venía de maravilla. Follábamos dos o tres veces por semana y a veces cuatro. El es un hombre el cual siempre le gusta hacerlo de las formas más clásicas. Esto al principio a mí me colmaba de placer, pero fue pasando el tiempo y comencé a sentir curiosidad por hacerlo de una manera más salvaje.
Llegó el momento en que le planteé a mi marido mis necesidades, con cierto rubor en mis mejillas, parte por vergüenza, pero también porque solo decirlo o pensarlo, me excitaba notablemente. El terminantemente se negaba a tener relaciones de tal manera. Decía que él me hacía el amor, pero a decir verdad yo quería sexo y en parte sentirme colmada sexualmente como si fuese una zorra.
Un sábado, cuando ya estaba apunto de irme, llegó un camión cargado de mercadería. No había opción, debía quedarme hasta que se guardara el último de los rollos de tela. Una a una, mis compañeras se fueron retirando del trabajo y quedé sola con el encargado del local y con los 5 muchachos que habían venido junto con el camión. Yo estaba con todas mis cosas apoyadas en el escritorio del depósito de telas. De tanto en tanto me parecía que los muchachos que estaban bajando las telas me miraban y se sonreían hablando en voz baja entre ellos. Esto más allá de asustarme, me provocó que me fuera humedeciendo y el rubor ganó mi rostro.
Esto no pasó inadvertido por el encargado del local, quien en mas de una oportunidad me había invitado a salir a escondidas de mi marido, cosa que terminantemente me había rehusado a hacer, pero allí estaba yo, cerca de las nueve de la noche, en un deposito de telas y con cinco hombres cerca de mí, algunos ya sin camisa, con sus cuerpos trabajados por el esfuerzo y todos sudados.
Ya estaban para terminar cuando uno de ellos lanzó la idea de ir por unas cuantas cervezas para tomar al acabar la descarga. Yo miraba impaciente la hora y temía que mi marido se enojase.
Al final lo llamé al móvil y le expliqué la situación. Me dijo que me tranquilizara y que cuando terminara de trabajar, cogiera un taxi hasta casa. Llegaron las cervezas, me invitaron y acepté gustosa, ya que en verdad allí estaba haciendo mucho calor. Mi encargado empezó a hablarme de manera muy sensual, mientras que los otros me hablaban o tiraban indirectas en doble sentido.
Yo estaba nerviosa, pero cada vez más excitada. Mi corazón latía como una locomotora y un frío recorría toda mi espalda. Sin mediar palabra alguna, mi encargado me comió la boca de un beso y me metió la mano por debajo de la falda. Yo traté de separarlo pero si estaba excitada antes, con esto me calenté a tope. Sus dedos comprobaron lo mojada que estaba y sin mas, metió su otra mano y me bajó la falda, se la tiró en la cara a uno de los tipos y me metió un dedo dentro del coño, que ya estaba totalmente lleno de mis jugos y entró sin dificultad.
Traté de resistirme pero era tan placentero aquello que enseguida me dejé tocar y meter no solo un dedo más, si no tres juntos, los cuales entraban y salían todos empapados de mis flujos. Miré hacia un costado extasiada. El que tenía mi falda la estaba oliendo con cara de embriaguez. Eso me puso a mil. Y me fui olvidando de que era una mujer casada y que estaba siendo ultrajada. Con mis manos tire todo lo que había en la mesa al suelo, mientras uno de los muchachos me estaba desprendiendo de la blusa, que cayó junto con mi sujetador. Abrí mis piernas y no me importó nada más. Agarre la cabeza a mi encargado y la empujé hacia abajo.
Se apoderó de mi coño como un salvaje y empecé a retorcerme del placer. Uno me acerco la polla a la boca y rápidamente se la cogí, mientras que otro me acercaba la suya a las tetas, pajeándose con lo que estaban haciendo los otros. Mi encargado me sobada el coño con una dulzura y una maestría incomparable, metía y sacaba sus tres dedos como si nada y yo no paraba ya de gemir y sacudir mis caderas hacia arriba y hacia abajo para darle y darme más y más placer. Me corrí rápidamente, pero él no se contentaba con eso y quería más. Me dijo que yo era una zorra como todas las tías, y me oí decirle que sí, que lo era y deseaba ser la puta de ellos esa noche. Me sentía fuera de mí.
Yo a esta altura le decía que no parara, que me follara más fuerte, más salvaje, más violentamente, hasta que mis palabras lo pusieron más cachondo y me inundó toda la almeja de su leche, espesa.
Cuando me la sacó, le dejó el lugar al primero que estaba a su lado mientras yo chupaba un par de vergas alternativamente. Estaba como poseída por el placer. El que me estaba follando me agarró del culo y me levantó en el aire sin dejar de follarme. Me estuvo follando no sé cuanto rato así, hasta que sentí en mis piernas su leche deslizarse hacia abajo.
Entonces me pusieron a cuatro patas sobre unos retazos de tela y mientras uno me daba su polla para que la chupara, otro se tiró en el piso para lamerme toda el coño, y un tercero se puso detrás de mí para lamerme todo el culo. Mi ano se desvanecía del placer ante esa lengua tan perfeccionista. Cuando ya estuvo medio dilatado, mediante un dedo en mi agujerito trasero, apoyo la cabeza de su verga dura contra mi agujerito y empezó a empujar una y otra vez. Mi dolor era terrible, pero cada vez más también me invadía el placer. Cuando esa polla entró toda finalmente, el placer era indescriptible. Me empezó a follar como si fuese la puta más grande del mundo. A estas alturas, me sentía eso realmente y me encantaba.
El que estaba debajo se acomodó y puso como pudo su polla cerca de mi coño, acordó los movimientos con el que me la estaba enterrando por la el culo y la fue metiendo sin mucho problemas, ya que estaba totalmente empapada de mi leche. Y así fue como sentí por primera vez, tres pollas en mi interior, una en la boca, una por el culo y la tercera enterrada como un garrote en el coño.
Me follaban sin parar aunque de vez en cuando una verga se me salía y debían volver a metérmela para volver a follarme los dos juntos. Ni idea de las veces que me corrí en todo ese tiempo. Esto era la gloria y no estaba dispuesta a perderme nada. Primero me llenó de leche el culo el que estaba atrás y ante mis jadeos y gemidos por un nuevo orgasmo, me empapó de leche el coño el que estaba adelante. Ambas pollas quedaron blanditas y chorreantes de semen. Entonces se pusieron a descansar pero los otros, que habían esperado su turno, me follaron entre gemidos y palabrotas que no hacían más que calentarme furiosamente, hasta que también terminaron empapándome de leche. Todos quedaron cansados y yo muerta. Me lavé y me vestí en el vestuario de las chicas y cuando salí mi encargado estaba allí, sonriéndome, ofreciéndose para llevarme hasta mi casa.
Cuando llegué, mi marido estaba tirado en la cama dormido y vestido. No quería molestarlo y me sentía sucia por lo que había hecho. Me acosté pero no podía dormir.
Fueron pasando los días y ese sentimiento de culpa se fue transformando en placer y luego en lujuria. Necesitaba follar como una puta que ya sentía que era. Me depile casi todo el coño, dejándome apenas un mechoncito de pelusa en la pelvis, y empecé a andar sin bragas al salir de casa para ir a trabajar, pero me la ponía en el trabajo para ir a casa.
Mi encargado empezó a follarme y encularme cada vez mas seguido. Para mí ya era una necesidad follar con él o con otro macho. La polla de mi marido ya no me alcanzaba y deseaba conocerlas todas, al menos, todas las que me fueran posibles.
Mi encargado no solo me follaba él, si no que además vino con un amigo una noche determinada y me jodieron entre los dos, dándome él en mi sueldo a fin de mes, una suma nada despreciable de dinero que, obviamente, mi marido creía que era por las horas extras que trabajaba cada vez más asiduamente. Así fue como un día que no aguantaba más, y con curiosidad, se me dio por entrar a tomar algo a un cabaret, y fue para mí entrar a un mundo mágico, donde el sexo se podía respirar con solo traspasar la puerta de entrada… pero esa, es otra historia que muy pronto voy a contaros.
Saludos y hasta pronto.