Relato erótico

Quien tuvo, retuvo

Charo
26 de febrero del 2020

Fueron amigos y amantes en sus años jóvenes y por cosas de la vida se distanciaron. Se habían casado, divorciado, cambiado de ciudad…pero volvieron a encontrarse en el trabajo. La “amistad” se reinició.

Alberto – Bilbao
A mí, Rosa me sigue pareciendo una mujer excitante. De hecho, me pongo cachondo cuando la miro, me fijo en sus curvas, hoy en día mucho más generosas que hace años, y recuerdo con añoranza los tiempos en los que el sexo nos unía casi a diario y gozábamos, reíamos y lo pasábamos francamente bien saliendo como amigos y amantes.
Cierto es que han pasado casi 20 años y ambos hemos tenido diversos avatares, incluidos los sentimentales, pero me sigue pareciendo una tía buena de 53 años, dos menos que yo, pero que tiene un polvo detrás de otro. La sigo deseando e intento hacer todo lo posible para follar con ella. La vida da muchas vueltas y si bien por medio de terceros nunca hemos dejado de saber el uno del otro (nuestros respectivos matrimonios, cada uno tuvimos una única hija, varios cambios de puesto de trabajo, algún ascenso, los malditos divorcios alrededor de los 45 años, algún rollete más o menos conocido por ser con gente de la misma empresa, y el reencuentro de ambos en la misma unidad comercial en la que nos conocimos en su día), la verdad es que perdimos por completo el trato de caliente amistad que mantuvimos durante varios años.
Me llevé una gran alegría el día que me incorporé a mi nuevo destino y allí estaba Rosa, tan simpática y guapetona como siempre.
– ¡Alberto, buenos días, ya sabía que venías hoy! Yo llevo aquí una semana.
Dos besos, una amplia sonrisa, confianza, nuestras respectivas manos en la cintura del otro, risas y la confirmación ante el resto de compañeros de nuestro conocimiento y amistad desde mucho tiempo atrás. La estuve observando todo el día desde mi despacho. Me gustaba. Ya no era una treintañera, pero yo tampoco. No es muy alta, morena de piel, cabello muy negro que lleva peinado hacia atrás en media melena levemente ondulada, ojos grandes oscuros, muy expresivos, nariz recta, labios rojos carnosos y en todo momento una expresión simpática en su cara. Hombros anchos, espaldas ya un poco cargadas, le sobran algunos kilos porque tiene tripa y su culo, siempre grande y llamativo, hoy es más grande y más llamativo todavía.

Me sorprenden sus tetas, que parecen bastante más grandes que aquellas redonditas y más bien pequeñas que casi conseguía meter enteras en mi boca o con las que Rosa intentaba hacerme pajas cubanas ayudándose de manos y boca, poniendo muy buena voluntad. Sus muslos y piernas siguen siendo finos y musculados.
Me excité mirándola y recordando los polvos fabulosos que nos echábamos. Era una mujer caliente, siempre dispuesta al sexo y a satisfacer al hombre que estaba con ella. Esto no lo habría perdido, seguro. Es costumbre que los nuevos jefes que llegan a un departamento inviten a unas cañas y a lo que crean conveniente, a los empleados que están directamente a su cargo, el primer viernes tras su llegada.
Me tocaba invitar a una veintena de trabajadores, incluyendo a Rosa, jefa de las secretarias de la unidad. Fuimos a una excelente cervecería que, además de estar decorada con fotografías de grandes jugadores madridistas de todas las épocas, dispone de pequeños salones reservados para grupos como el nuestro. Lo pasamos bien tras unos primeros momentos de indecisión, aunque está claro que una docena de mujeres y ocho hombres, todos bastante jóvenes, además de Rosa y yo, los de más edad, saben enseguida pasar un rato agradable entorno a cañas de cerveza muy fría y bien tirada y excelentes tapas.
Ya llevábamos más de dos horas cuando logré hacer un pequeño aparte con Rosa.
-Desde luego sigues siendo muy espléndido. Te vas a gastar una pasta, pero bueno, para eso eres jefe.
-Cuanto me alegro de volver a trabajar contigo. Siempre te he estado recordando durante estos años en los que ni nos hemos visto.
-Yo también, fuimos buenos amigos, nos divertíamos y nunca se me va a olvidar mi chico peludo.
Nos reímos con complicidad por el doble sentido de la frase, a mí me llamaba su chico peludo porque tengo bastante vello corporal, pero también se lo decía a mi polla en los momentos de intimidad, quizás por mi gran densa mata de vello púbico.
-Hoy en día tu chico peludo ya no lo es tanto, a mi ex mujer le gustaba que me depilara, en especial el sexo, y he perdido mucho vello en todo el cuerpo que ya no me volvió a salir
-Bueno, eso puede tener ventajas según para qué, pero siempre serás mi chico peludo.
Nos interrumpieron los compañeros de trabajo y a eso de las cinco de la tarde se deshizo la reunión con algún grupo de solteros que se disponía a continuar de marcha, los casados con hijos listos para ir a sus domicilios y Rosa y yo que, disimulando y haciéndonos los remolones, quedamos los últimos con la excusa de ir a pagar la cuenta.

-¿Vamos a tomar algo más en otro sitio? – le propuse y ella afirmó.
Salimos del local y fuimos al aparcamiento, subimos al gran todoterreno que había comprado gracias al reciente ascenso en la empresa.
-Comparado con el R5 que tenías hace años, este coche es un palacio rodante.
Nos reímos (la de veces que follamos en mi coche en su día), tímidamente giramos las cabezas para besarnos, primero suavemente, como reconociéndonos, e inmediatamente dándonos un muerdo de ley, de los de verdad, guarro, con mucha saliva, jugando a tope con las lenguas, recorriendo toda la boca, chupando y mordisqueando los labios, excitándonos, respirando deprisa.
-Vamos a mi casa, está muy cerca, quiero tomarme un par de copas rápidas por si luego no quieres nada conmigo. Estoy vieja y gorda, igual ya no te gusto.
-Tonta, sigues siendo la más guapa y la tía más buena que he conocido. ¿No me vas a gustar? Compruébalo tú misma.
Se giró un poco en el asiento mientras maniobraba para salir del aparcamiento, llevó su mano derecha a mi paquete, lo agarró, apretó suavemente, acarició varias veces.
-Vaya, o llevas el móvil en un sitio muy raro o estás bien empalmado…
Un nuevo beso antes de salir a la calle, y por un momento recordé las mamadas cojonudas que me hacía en el R5, conduciendo, de noche, con el morbo añadido de que en cada semáforo en el que me detenía nos podían ver desde otro coche o una moto. Esa posibilidad ponía a Rosa muy cachonda, y las ocasiones en que nos descubrían se corría poco después de manera estrepitosa.
Rápidamente llegamos a su piso, con una gran terraza llena de plantas que entraba hasta el salón central. No le di tiempo a tomarse una copa, tras un nuevo besazo, acaricié su culo durante unos momentos y empezamos a desnudarnos. Lo bueno del verano es que se lleva poca ropa encima. En cuestión de segundos estaba completamente desnudo.
-Mi chico peludo está en plena forma, que pene más bueno has tenido siempre. Te sienta bien lo de tener menos vello, no sé, parece que lo tienes más grande…
Con ambas manos empezó a acariciar la polla y los testículos varias veces, con ganas, aumentando la fuerza cada vez. Se dobló por la cintura, con una mano se sujetó a mi culo y con la otra me apretó los huevos mientras comenzaba a lamer el capullo primero, y poco después el tronco, para metérsela en la boca, dentro y fuera, una docena de veces, sonriendo, mirándome a los ojos. De repente se la metió entera en la boca, intentando llegar lo más dentro posible, la sacó y empezó una de sus gloriosas mamadas. Como siguiera así, me correría en nada, y ni siquiera estaba desnuda. La cogí del pelo y tiré hacia arriba, aunque se resistía un poco a dejar tranquilo a su chico peludo. Ya en pie nos abrazamos y beso a beso aproveché para quitarle la ropa. Noté una leve vacilación cuando quedó en sujetador y bragas (llevaba un sexy conjunto granate lleno de encajes y transparencias) e intenté abrir el broche situado en la espalda.

-Estoy muy gorda, no sé si…
Interrumpí lo que fuera a decir poniendo mis labios sobre los suyos, le quité el sostén y aparecieron dos tetas grandes, separadas, algo caídas, fuertes, con pezones oscuros gruesos, que en ese momento estaban tiesos y duros. Las acaricié, amasé y lamí como si fuera la primera vez que me las enseñaba. Me detuve en los pezones, era un festín besar, mamar y mordisquear levemente esas golosinas. Me arrodillé ante ella, besé suavemente varias veces su estómago abultado y su tripa sobrada de kilos, con las dos manos le quité las coquetas bragas (siempre había utilizado ropa interior muy sexy) y me detuve a mirar sus gruesos mojados labios, con poco vello púbico, negro y no muy rizado, tal y como recordaba. Un beso en su sexo, unas lamidas recibidas con sorpresa por parte de Rosa, unas rápidas mamaditas en el clítoris que desataron exclamaciones de excitación en la ella. Me levanté para mirar todo su cuerpo la hice girar. El culo de Rosa no desmerecía, alto, redondo, duro, de piel morena, con carrillos que parecen dos medias lunas perfectas, separados por una raja estrecha, un poco más oscura, como el bonito arrugado ano. Es fabuloso.
-Llevo mucho tiempo sin follar, métemela.
No me hice de rogar, tumbada boca arriba en uno de los sofás del salón, con las piernas muy abiertas puestas en alto apoyadas sobre mis hombros, la estuve follando. Me seguía pareciendo como antaño, un coño cojonudo al que mi polla se adaptaba como a un suave guante, pero, quería ver su culo mientras empujaba.
-Corre, date la vuelta.
Arrodillada sobre el sofá, apoyando los brazos en el respaldo y con el culazo en pompa, era una reina maravillosa que recibía mi polla desde atrás, de un solo golpe de riñones, empujando hasta dentro del coño, todo lo que pude llegar.
-Ohhh, cabrón -unas de sus palabras favoritas cuando estaba follando- sigue, sigue.
Creo que me inspiraba el estar agarrado con las dos manos a ese bendito culo, el movimiento adelante-atrás de Rosa, acompasado con el ritmo de mi follada, la fuerte respiración forzada, los grititos y jadeos de excitación de la mujer, el chop-chop provocado por la abundancia de jugos vaginales, el sonido más seco producido al chocar mis huevos con la parte trasera de sus muslos y el martilleo constante de la sangre a toda velocidad en mis oídos.
Estaba dándolo todo, sudé tanto que tenía que entrecerrar los ojos para que no me entrara el sudor en ellos. Me quedaba poco para correrme. La corrida de Rosa fue larga y sentida, durante muchos segundos noté sus contracciones vaginales, unas más fuertes que otras. Detuve mi movimiento durante el tiempo que duró su corrida, me pidió que le sacara el pene para sentarse en el sofá y recuperar el resuello, pero necesitaba acabar ya.
-¡Dame el culo, ponte!
Se puso sobre el sofá a cuatro patas, los muslos y el coño los tenía empapados de oleoso jugo vaginal, así que lo extendí con los dedos mojando la raja del culo y la entrada del ano todo lo que pude. Me puse detrás con una rodilla apoyada en el asiento, separé con las manos los dos carrillos para acceder a la rugosa entrada marrón del ano y empujé suavemente, como para tomar puntería. Los dos primeros intentos fueron un fracaso, pero al tercero el ano se abrió para dar paso a mi cabezón, con la polla tiesa y dura como si fuera de madera.

Empujé con fuerza, de manera constante, logré meter el capullo y agarrándome con las dos manos al culo empujé hasta que toda la polla estuvo dentro. Noté mi polla apretada, aprisionada, estrujada dentro de este culo cojonudo. Empujé y tiré hacia atrás sin parar, adelante y atrás, sin llegar a sacar el capullo, cada vez con un recorrido más corto y con un ritmo más rápido. Estaba agarrado a los carrillos con las dos manos, con mucha fuerza, y me ayudaba en el movimiento de la follada.
Qué corrida más larga y cojonuda, me habían salido los chorros de semen desde la base de la columna vertebral. Qué bueno. Saqué la polla y me encantó ver el agujero del ano dilatado, lleno de mi leche, que poco a poco iba saliendo hacia afuera, blanca, pegajosa, como si fueran hilos de pegamento. Era un placer añadido que sentí mientras recuperé la respiración y me sentaba junto a Rosa.
-Joder, Alberto, ibas quemado; me has roto el culo.
Un beso suave en los labios, unos minutos de reposo abrazados en el sofá y una propuesta interesante.
-Mi hija se queda hoy viernes a estudiar en casa de una amiga, puedes quedarte hasta mañana a la hora de comer. ¿Te apetece una copa?
No contesté. Besé sus labios, una caricia en el pecho, una sonrisa, un gesto de asentimiento y según vi el bamboleante culo de Rosa moverse en dirección a la cocina, me alegré de haber tenido la precaución de echarme al bolsillo unas pastillas de Viagra. La noche prometía…
Saludos y besos para todos.

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