Relato erótico

¿Quién se llevará “el premio”?

Charo
28 de junio del 2019

Regenta un bar junto a su madre y su marido. Su madre es una mujer atractiva y metidita en carnes. Cada día a primera hora va un cliente, maduro que les gusta a las dos.

Adriana – Sevilla
Soy una chica alta y esbelta, poco pecho, culo pequeñito pero, como dicen, soy muy atractiva de todo. Tengo 24 años. A más de uno de nuestros clientes le gustaría meterme mano por la manera con que me miran cuando les sirvo. Yo me sé guapa y con unas piernas perfectas, largas y bien torneadas, por lo que procuro que mis faldas sean minis y así lucir mis muslos todo lo posible pero lo justo para que mi marido no me haga alargar la prenda. Todo esto sin segundas intenciones, sólo como orgullo de mujer atractiva.
Entre estos clientes tan madrugadores había uno que me caía muy bien. Tenía unos 55 años aunque no los aparentaba. Era algo más alto que yo, sobre el metro ochenta, corpulento, simpático, agradable y ocurrente. A mi madre también le caía muy bien, ya que alguna vez venía a comer, pero de una manera distinta a la mía, es decir, pienso que se lo hubiera follado muy a gusto por como se lo miraba cuando él no la veía y como coqueteaba cuando hablaba con él.
Mi madre tiene 55 años y no nos parecemos en nada. Siendo tan alta como yo, está muy gorda. Su medida de sujetador es la 130, su culo es tan enorme que cuando viene por las tardes a ayudarme, prefiero que sirva las mesas y no que se esté en la barra conmigo ya que con aquel volumen de trasero, no podemos movernos con comodidad y sus muslos son como columnas. Lo que sí tengo que reconocer es que es muy guapa de cara y que tiene una simpatía desbordante. Cae bien a todo el mundo. De mi padre y mi marido no hace falta que diga nada ya que poco tienen que hacer en esta historia, sólo el lucir, ambos, unos buenos cuernos. Pues bien y como digo, tanto a mi madre como a mí nos caía muy bien Miguel, que así se llamaba aquel caballero cincuentón y tan atractivo. Por la mañana, que ya he indicado no hay mucho trabajo, me enrollaba con él y al mediodía, si él venía a comer, era mi madre la que lo hacía.
Fueron pasando los días y descubrí, con asombro, que cada mañana deseaba abrir el bar para encontrarme con él. Era absurdo pero me daba cuenta de que cada vez me gustaba más el hombre aquel a pesar de la diferencia de edad, y cada vez me molestaba más su falta de interés por mí como mujer y más teniendo en cuenta de que a la hora que él venía, mi marido aún no había llegado. Podía intentar conquistarme sin peligro. Acabé por preguntar a otros clientes que yo sabía eran amigos suyos, por su vida y así supe que estaba separado, y que no se le conocían acompañantes femeninos asiduos pero sí bastantes ligues. Lo comprendí. Un hombre como él no podía estar solo.
Desde aquel mismo día decidí dar yo el paso ya que no lo daba él, mostrarme más interesada, más dulce, más femenina, con la clara intención de que se destapara y me propusiera algo. Pero mis esfuerzos no dieron resultado y, con toda la cara, acabé siendo yo quien le invitó a cenar. Aproveché que mi marido iba a estar fuera, junto con mi padre, dos o tres días para concertar una compra de unos terrenos en el pueblo de la familia. Al oír mi propuesta, me miró sonriente y aceptó quedando con él para el día siguiente en un bar a tres manzanas del nuestro, a las nueve de la noche.

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Aquella misma tarde le dije a mi madre que la tarde siguiente tenía visita al médico, pues me dolía mucho la espalda, y le pedí que se quedara cuidando el bar. Me sorprendió lo rápidamente que aceptó, sin hacerme más preguntas. Acudí a la cita vestida lo mejor posible y algo descarada. Mi mini era más un cinturón ancho que una falda y el top negro que llevaba cubría únicamente mis pechitos, dejando todo mi estómago al aire, luciendo mi hermoso y redondo ombligo. Me gustó la cara de Miguel al verme. No pudo evitar expresar su admiración. Y también la cara de envidia de los otros clientes de aquel local.
Tomamos una copa, hablando de muchas cosas sin importancia pero sentía la mirada de Miguel en mis curvas y al acabar, cogidos del brazo, salimos a la calle, entramos en su coche, un todo terreno enorme, y le di la dirección de un restaurante al que solía acudir con mi marido cuando éramos novios. Es un lugar tranquilo, con poca gente y luz muy tenue. Además la cocina es muy buena y ya sabía que a un hombre por donde primero se le caza es por el estómago. No en vano estaba casada. La cena fue divertidísima. Supe claramente que me había enamorado de Miguel, de un hombre que podía ser mi padre, y que haría todo lo que él me pidiera, no poniendo ningún reparo si me pedía irme con él a su casa aquella misma noche. A la hora de los postres me lo pidió. Dije que sí en el acto, como temiendo que se arrepintiera de su ofrecimiento de tomar la penúltima copa en ella. Al menos eso fue lo que me dijo como excusa para su invitación. Nada más llegar al salón pensé que me iba a ofrecer algo de beber pero Miguel me cogió del brazo, me dio la vuelta y acercándome a él, apoyó sus labios sobre los míos.
Me pegué como una lapa a su boca y a su cuerpo dejándole sentir la excitación increíble que mordía mis entrañas. Excitación que nunca sentí con mi marido. No le pregunté qué deseaba de mi, ni el porque me había hecho sufrir tanto tiempo. La verdad es que tampoco me importaba ya que ahora estaba entre sus brazos y sus manos paseándose por mi cuerpo. Mientras me besaba, dándome su lengua y chupándome la mía, notaba la dulce caricia de sus dedos sobre mis pechos, aún en el encierro del vestido y el sujetador, y los pellizcos lentos y suaves que proporcionaba a mis pezones erectos al máximo.
Cuando levantó mi falda hasta la cintura, entreabrí mis piernas y quise decirle que nos fuéramos a la cama pero él, sin decir una palabra, se arrodilló ante mí, cogió con ambas manos mis pequeñas bragas y las hizo descender por mis muslos desnudando mi coño, de escasa pelambrera pero con raja muy abultada. Era el segundo hombre que me lo veía. La sensación era de lo más morbosa. No supe lo que iba a hacer hasta que noté la punta de su lengua justo encima de mi clítoris. Lancé un gemido y me encogí toda. Luego, al notar como iniciaba la lamida, apoyé un pie sobre el brazo del sillón y le ofrecí mi almeja abierta por completo.

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Me corrí así, de pie, como una tonta, ofreciendo la visión de mi placer a un hombre que no era el mío, apoyada con ambas manos en su cabeza y moviendo mis caderas para notar aún más aquella caricia tan íntima, tan dulce y tan brutal a la vez.
Miguel siguió lamiendo, tragando mis jugos, hasta dejarme limpia de nuevo. Entonces, levantándose, unió su boca a lamía y por primera vez en mi vida supe el sabor que tenían los licores de mi coño. Antes de reponerme caí a sus pies. Le desabroché los pantalones y se los bajé, así como el slip, dejando al aire una hermosa polla, la segunda al natural que veía en movida. Era más gorda y algo más larga que la de mi marido, nervuda, endurecida y sin piel que cubriera un capullo sonrosado que era un primor. Le agarré por los cojones, gordos y colgantes, y me dediqué a pasar mi lengua por aquella tranca. Yo sólo había mamado la de mi marido pero sabiendo lo que le gustaba a él intentaba imitarlo en la polla de Miguel. De vez en cuando levantaba la mirada para ver la cara de satisfacción que ponía Miguel y la sonrisa que curvaba sus labios. Mientras se la iba lamiendo, él me había abierto el vestido y me lo hacía descender hombros abajo. Yo, sin soltarle la verga ahora ya dentro de mi boca, le ayudé y me quedé completamente desnuda a sus pies, como un perrito faldero.
Seguí con la mamada hasta notar que aquello iba a descargar muy pronto. Miguel mismo me la sacó de la boca y me puso de nuevo en pie, y se fue desnudando. Así, los dos en pelotas, me llevó a su habitación. Nada más entrar en ella, me tendió de espaldas en la cama y volvió a pasear su sabia lengua por toda mi piel, desnuda. Era increíble el placer que me proporcionaba lamiéndome los pechos, cuando llegó a mi coño estaba mojado como un lago y de nuevo me corrí, retorciéndome como una gata en celo, después de entretenerse con mi ardiente almeja. Antes de descargar del todo, antes de que la explosión me volviera loca algo muy gordo entró en mis entrañas. Miguel se había apoderado de mi cuerpo, me estaba haciendo suya con su enorme polla, reventándome el coño. Mi última corrida fue cuando notó la fuerte salida de su esperma que me llenó el coño e incluso empezó a resbalar por mis muslos y por la raja de mi culo. Estuvimos un rato descansando, abrazados.
Muy poco había sido lo que habíamos hablado con referencia a lo nuestro, a esta relación que habíamos tenido así que me atreví a preguntarle:
– Si te gustaba, como me has demostrado, ¿por qué nunca te me insinuaste y tuve que ser yo la primera?
Me miró, aparcó el coche y girándose hacia mí me dijo muy serio:
– Me has gustado desde el primer día que te vi, me vuelven loco tus largas piernas, tu cuerpo esbelto, tu carita de niña con esa boquita de mamona, tus pechos tan tiesos… pero eras muy joven o yo muy mayor, como prefieras, para intentar ligarte. Me hubiera sentido muy ridículo si me hubieras dicho que no. Lo más sensato era esperar que hicieras lo que has hecho, dar tú el primer pasó.
Me gustó oírle decir todo eso. Me abracé a él y empecé a morrearle como una loca mientras él me subía la falda por detrás y me acariciaba el culo desnudo.

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Al poco rato yo estaba tan encendida como al principio y al poner una de mis manos en su bragueta, noté que a él le pasaba lo mismo. Nerviosamente le bajé la cremallera y le saqué la verga al aire. Estaba morcillona. Me la metí en la boca mirando a Miguel en los ojos. Chupé con desesperación. Aquello crecía constantemente entre mis labios hasta que los ocupó por entero. Miguel me acariciaba el pelo dulcemente. De vez en cuando pasaba sus dedos alrededor de mis labios como para sentir la sensación de estar chupándole la polla con ellos. De pronto dejó de acariciarme, me cogió la cara con las dos manos y comenzó a golpearme con sus riñones. Me estaba dando la sensación de que me follaba la cara. Yo me ahogaba y tenía arcadas ya que la polla golpeaba el fondo de mi garganta, pero no podía escapar. Miguel seguía entrando y saliendo de mi boca cada vez con más violencia hasta que de pronto se paró y un chorro de leche me llenó la garganta primero, la boca después y tuve que tragar para no ahogarme. Fue tal la cantidad de semen que me echó que incluso por los agujeros de la nariz me salió esperma.
– Sólo te falta el culo – me dijo mirándome.
Le miré asustada. Era evidente que estaba enamorada de aquel hombre, que estaba dispuesta a aceptarlo todo de él pero eso, eso de abrirme el culo, rompérmelo, desvirgármelo, me asustaba terriblemente.
– No me lo ha hecho nadie – le dije – Tu polla es muy gorda y tengo miedo…
– No puedo negarte que la primera vez hace daño – me dijo acariciándome la cara – pero ya procuraré que sea el menor posible.
Al llegar frente a mi casa y antes de darnos el beso de despedida, Miguel me volvió a mirar muy serio y me dijo:
– Hay otra cosa que no te he dicho, otra cosa que me frenaba el liarme contigo.
La expresión de su cara me asustó, pero no me esperaba en absoluto lo que iba a oír a continuación.
– Hace más de dos meses que me lo estoy haciendo con tu madre.
Si me pinchan no me sale sangre. Me había dado cuenta de que a mi madre le iba Miguel pero jamás pensé que se atreviera a meterle cuernos a mi padre. Abrí la boca para decir algo pero ningún sonido salió de ella. Estaba aturdida e incluso ofendida. Entonces me dijo:
– Piensa que la edad de tu madre está más acorde con la mía. Ella, que confieso me gusta como mujer, se me abrió deprisa pero tú, que también me gustabas pero te veía como un sueño, tardaste mucho…
Quizá tenía razón. No era normal que una chavala como yo sé enamorase de un viejo como él. Sonreí. De viejo no tenía nada. Le abracé, besándole y le dije:
– Mi madre es más lista que yo, sabía que le gustabas pero no pensé… bueno, es igual. ¿Seguirás follándotela?

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– Lo hace muy bien pero, si tú no quieres… – me contestó con cara de falsa resignación.
Yo ponía los cuernos a mi marido, mi madre también al suyo, y las dos con el mismo hombre. Me lo pensé un rato y al final le dije que hiciera lo que quisiera mientras mi madre no se enterara de lo nuestro y a mí él no me contara ni cuando se encontraba con mi madre ni como lo hacían. Estuvo de acuerdo y así ha sido hasta hoy. Yo me lo tengo que montar para que mi marido no pueda sospechar nada y mi madre igual pero por la cara de satisfacción que pone Miguel, está claro que las dos le complacemos como él nos complace a nosotras.
Un saludo para todos.

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