Relato erótico
Quien la sigue…
Tiene novia y viven en casa de su madre. Desde que conoció a su suegra le llamó la atención lo buena que estaba y reconoce que tenia fantasías con ella.
Gabri – Badajoz
A sus 49 años, Estela era una admirable mujer, siempre arreglada, la tersura de su piel le permitía casi no usar maquillaje. Sutilmente perfumada, la elegancia de su andar y su estilo sobrio de vestir, reminiscencias de su prematura viudez, imposibilitados de ocultar sus encantos, no impedían apreciar la soberbia belleza de su madurez, su encanto natural.
Grandes ojos negros, muy vivaces, detrás de esas gafas de señora de sociedad que no nublaban su brillo y por el contrario reflejaban en su mirada el mensaje que la imagen de mujer viuda y ya sin aspiraciones personales intentaba dar en sus modales naturalmente recatados. Esto unido a la abrumadora belleza de sus encantos femeninos, me hacían desear poseerla mucho más que a Lucia, su hija, mi novia, desde hacía un tiempo casi obsesivamente.
Se levantaba muy temprano. Yo esperaba siempre ese momento, oía sus pasos inseguros rumbo al baño, siempre consciente de mi presencia, imaginaba cada uno de sus movimientos… La veía en mi mente, su camisón lloviendo suave sobre su voluptuoso cuerpo, descubriendo solo su fino cuello, de piel suave y clara, totalmente visible por lo corto de su castaño cabello, elegantemente peinado, muy adecuado a su edad, y sus delicados tobillos casi de niña, pero ocultando el resto de las bendiciones que el tiempo había modificado de una manera única, conservando la frescura en su piel, pero dándole un mayor volumen a su masa corporal en una proporción que conservaba la perfecta armonía que se intuía había premiado en algún lejano tiempo su juventud.
Aquella madrugada me encontraba como de costumbre en los sillones del salón mirando la tele con el volumen muy bajo, Lucia dormía, sus mamadas de verga no me habían alcanzado y me encontraba visiblemente excitado, y el morbo que me producía pensar en follarme a mi suegra en aquel momento me abrumaba. Pero no quería arruinar todo tan pronto, aunque debía hacer algo, así que cuando escuché sus pasos acercarse y la puerta de su habitación abrirse, me levanté presuroso a su encuentro, con la excusa de ir al baño y en el preciso momento en que cerraba la puerta de su habitación a su espalda, me encontré frente a Estela en el pasillo que nos conducía a ambos al lavabo.
Su evidente sorpresa la hizo intentar tapar su cuerpo cubierto por el fino camisón blanco con sus manos, pero ¿cómo evitar a mis ávidos ojos contemplar tal voluptuosidad? Un pequeño instante regaló a mi vista sus senos brotando en medio de su pecho a través de apenas dos o quizás tres botones desabrochados.
La visión de aquel hermoso pecho forjaban la impresión de que el tiempo no había pasado para ella, y si lo había hecho, no había sido mermando su hermosura, sino transformándola, en algo diferente, en algo que pocos hombres tienen la oportunidad de apreciar y aún menos hombres de disfrutar, alguna vez había escuchado a alguien decir que la belleza no tiene edad, y Estela era prueba viviente de ello.
Fingiendo que aquella era una situación muy normal, me acerqué a ella siguiendo mi camino hacia el baño sin vacilar, pero sin dejar un instante de observar su figura, grabando la imagen en mi mente, sus tetas eran muy grandes y rellenaban magníficamente el camisón, remarcando su aún muy angosta cintura, pero el tamaño del respingado culo que se dio a conocer al voltear su cuerpo avergonzada, solo podía calificarse de obsceno. Absorto frente a esa monumental masa carnal, e incrédulo ante mi arrojo, me aproximé y la besé en la mejilla diciendo:
– ¡Hola suegra!
Ella reaccionó con un:
– ¡Sal! ¿No ves que estoy semidesnuda? – empujándome con su mano.
– Estás divina, no tienes absolutamente nada de que avergonzarte -aventuré remarcando la palabra absolutamente.
– ¡Basta! Te estás pasando – replicó fingiendo indignación.
– Es la pura verdad suegra, venga otro besito…- solté jugando.
– Ya te has pasado, mira si te escucha mi hija – Dijo enseguida bajando la voz, aún dándome la espalda.
Esto me hizo sonreír de oreja a oreja, es lo que esperaba escuchar para poder soltarme a mi deseo, me acerqué aún más…
– Venga suegra, dame un besito.
Dije apoyando mi verga desinhibidamente en su gran culo oprimiéndolo un poco e intentando abrazarla.
– Basta, te lo digo en serio, Lucia puede oírnos -insistió
– No hables entonces, solo dame un besito – dije acercando mi cara sonriente, pero con mis ojos fijos en sus globos.
– ¡No! Ya hablaremos de esto en otra ocasión.
Esto me cohibió un poco pero no aflojó mi calentura, así que esta vez mirándola fijamente a los ojos advertí.
– Esta bien, hablaremos de esto en otra ocasión- dije sonriente mientras rocé con el revés de mi mano la parte visible del medio de sus tetas en la abertura de su camisón.
Lo permitió por un momento y luego alejó mi mano temblando. Le dije que no se preocupara, que era una mujer hermosa, que la deseaba desde hacía mucho tiempo. Estela tapó mi boca suavemente con una mano y se perdió en su habitación.
Seguí pensativo mi camino al baño y me masturbé furiosamente con el grifo abierto. Volví al salón e instantes después la escuché dirigirse al baño, ducharse y luego pasó por mi lado sin mirarme, ya vestida, perfumada rumbo a su trabajo.
Pensé mucho en ella aquel día. Lucia esa noche iba a cuidar una amiga suya que se encontraba en convalecencia posparto, y eso me pareció la excusa perfecta para estar a solas con mi suegra. Pensé la estrategia y la llevé a cabo…
Daban las siete de la tarde cuando Lucia se despedía de mí, dejándome en el piso solo, me excusé diciendo que terminaría de ver una película y luego la alcanzaría en el hospital más tarde.
“Come con mamá”, había dicho Lucia, tentándome un poco. Quería comerme a su madre, pensé graciosamente, la bese diciéndole que tal vez lo hiciera. A poco de haber cerrado la puerta, escuché el ascensor y los pasos pausados de Estela. Le abrí antes de que pudiera poner su llave.
– ¡Gabri! ¿Qué haces aquí?
– Me quedé a hablar contigo ¿es lo que querías, o no? – dije.
– Estoy cansada, voy a cocinar y charlamos durante la cena si quieres, pero te pido por favor que no te propases, soy una mujer mucho mayor que tú, viuda, eres el novio de mi hija y de hecho espero que después de nuestra conversación dejes de serlo – respondió con tono severo.
– Parece que me quieres solo para ti- agregué.
– Gabri, no voy a negar que hace mucho tiempo que no me sentía una mujer -dijo dejando su bolso y dirigiéndose a la cocina agrego – Pero tú eres muy joven y yo ya no pienso en otro hombre, perdí al mío y si esta edad me encuentra sola, así será hasta el fin de mis días.
– No tiene que ser así Estela – dije siguiéndola, contemplando la cadencia de sus encantos traseros con morbo. – Eres una mujer única, a tu edad despiertas en mí el deseo como tu propia hija no lo hace…- Piénsalo bien, dejémonos llevar por los impulsos…
Un prolongado silencio acompañó sus movimientos, abrió la despensa y sacó algunos frascos, caminó hacia la mesa, junto a la cocina y dándome la espalda cogió unos objetos.
Después, se detuvo y aproveché para acercarme y susurrarle al oído:
– Te deseo tanto, eres tan apetecible…
Adoraba su figura, la consistencia de sus nalgas bajo la corta falda negra, me producía un morbo increíble, posé mis manos sobre ella, recorrí la infinita obscenidad de su gordo culo con mis manos, apoyé mi verga exaltada sobre ella, besé su cuello, la rodeé con mis brazos tomando sus pechos turgentes.
– Estoy obsesionado contigo Estela.
– Gabri, ya basta- dijo casi vencida.
– No voy a parar hasta tener tu cuerpo, sé que me deseas, quiero que seas mía, quiero tenerte – exclamé perdidamente dominado por el deseo.
– Por favor, Gabri, espera, ahora vuelvo- dijo, tal vez probando después de años el sabor de la lujuria.
Se alejó dirigiéndose a su habitación, en lo que para mí fueron siglos, la oí moverse, luego abrió la puerta apenas y me llamó.
Verla nuevamente con el camisón, me maravilló, apenas la escuché cuando me dijo.
-Tómame, satisfaz tu deseo, pero prométeme que te alejarás de mi hija, no quiero esto para ella, toma mi cuerpo, aquí me tienes.
Estela, de pie a escasos dos metros de mí, había tomado su camisón por la base, como con nerviosismo, enseñándome sus piernas por sobre sus rodillas, eran anchas pero firmes, de piel inmaculada y bronceada. Vacilé observando la escena, absorto ante el lascivo ofrecimiento.
-Quiero poseerte, que seas mía, quiero saborear tus enormes tetas, quiero besar cada centímetro de tu piel, quiero sentir ceder tu estrechez con mi pene, quiero ver tus voluptuosas nalgas abrirse a mi paso, quiero tu gordo culo, sobre todo quiero tu enorme y obsceno culo rendido ante mí.
– ¡Que no ves que soy una mujer decente! ¿Cómo puedes decirle estas cosas a una mujer que perdió su marido?- exclamó
Corrió hacia el baño y mirándose al espejo dijo:
– No puedo hacer esto, soy una mujer decente, tú eres un joven seductor, aprovechándote de una viuda indefensa. Me has seducido y la tentación es muy grande, pero no puedo resignarme a entregarme a tus intenciones deshonestas.
– Lo quieres y lo harás- dije situándome detrás suyo, con mi verga- Voy a
poseerte, voy a sodomizarte- terminé con seguridad.
Estela, quebrada, se dejaba. Levanté la tela de su camisón, encontré su orificio anal en medio de las rozagantes nalgas, apunté ayudándome con mi mano, metí mi polla en sus carnes y haciendo caso omiso de su llanto empecé a follarla por el culo.
Fue apenas cuestión de segundos, en pocas embestidas atravesé por completo su ano y me corrí deliciosamente en su interior.
– ¿Lo ves? No se pueden despreciar nalgas como las tuyas, piensa en la cantidad de hombres que pudiste hacer feliz en tanto tiempo.
– ¡Basta por favor! ¿Por qué me humillas de esta manera?
– No quiero humillarte Estela, estas dándome mucho placer, ¿no te alegra eso?- dije enloquecido por la calentura.
Ella no respondió más que con llanto cuando aumenté mi ritmo en busca de una nueva descarga seminal. Bombeando con fuerza, metiéndole mi verga en el culo hasta que golpeaba sus nalgas, dilatando su agujero anal, seguí sodomizando a mi suegra por un buen rato y se sucedieron cinco orgasmos que descargaron mi semen en su culo.
Alterné palabras de admiración por sus bellas nalgas y promesas de más polla para ese culo. Cuando terminé dejé un rato mi polla dentro de su culo, disfrutaba mucho sentir las voluminosas nalgas contra mi pelvis, rozando suavemente mis testículos y el abrasador calor de su esfínter anal estrechándome tenso. Luego la besé, me vestí y sin saber cómo seguiría la historia, esperé en el comedor mientras Estela se ponía una bata.
Volvió a la cocina sin decir palabra, cocinó en silencio y durante la cena me confesó ya más relajada que aunque había sufrido mucho dolor, había tenido dos orgasmos, eso me calmó un poco ya que sentía que la había tratado muy mal por romperle el culo de esa manera.
Antes de despedirme el morbo me hizo volver a sodomizarla en la cocina, solté violentamente todo mi semen en su ano admirando la obscena voluptuosidad de sus gordas nalgas galopar desbocadamente mi verga, esta vez feliz de saber que mi suegra se calentaba también dejándose follar por el culo y esta vez cuando me fui, nos despedimos con un beso en la boca, aunque seguiría follándome a su hija, ahora Estela sería la verdadera reina de nuestro secreto paraíso anal…
Saludos