Relato erótico

Que tiempos aquellos

Charo
28 de diciembre del 2018

Había estudiado la carrera en Sevilla y su amigo le dijo si podía ir un fin de semana para ayudarle a dar unas clases en un seminario. Dijo que si, tenía ganas de volverlo a ver y de salir de marcha por allí.

Alberto – BARCELONA
Esta experiencia, amiga Charo, la viví hace unos de meses y tengo la necesidad de contarla. Soy profesor de marketing y publicidad en una empresa de formación y de vez en cuando suelo dar clases en seminarios en diversas ciudades de España y lo que me ocurrió un fin de semana aún lo estoy viviendo, deseando que me vuelva a ocurrir otra vez.
Un amigo me pidió que le ayudara a dar unas clases en un curso que él estaba dando en Sevilla. Quería que yo contara mis experiencias a sus alumnos. En principio no me apetecía mucho la idea, pero como hacía tiempo que no veía a mi amigo, acabé aceptando. Fue un fin de semana, a principios de julio, así que me desplacé a Sevilla un jueves por la tarde para dar mis clases el viernes y sábado, tal como él quería.
Conocí a Ricardo cuando fui a estudiar a Sevilla, escogí Sevilla por razones que no vienen al caso y estuve allí durante tres años.
El viaje se me hizo larguísimo por el dolor de cabeza que tenía. Cuando llegué a la estación allí estaba mi amigo esperándome. Me reí en un principio de él porque estaba bastante más gordo que la última vez que lo vi, aunque le acompañaba una chica morena de ojos negros que me quitó la respiración. Mi amigo se llama Ricardo y su nueva amiguita Silvia, un nombre que me parece sensual.
– ¡Alberto… cuanto tiempo! – exclamó él al verme – Sigues igual que siempre.
– Hola Ricardo- respondí – Ya veo que a ti sí que te han cambiado los años, y no solo por esa barriga.
– Ah, esta es Silvia, mi novia – dijo él presentándome a la chica.
– Encantado Silvia, ¿qué, te trata bien Ricardo?
– Muy bien – dijo ella con una voz muy sensual.
– Vamos Alberto, no seas payaso, a ver si me vas a asustar a esta preciosidad -terció mi amigo.
– No te preocupes, Ricardo…. aunque con esa barriga…
– Sigues igual de bromista, no cambias. Vamos, te llevamos al hotel, te duchas, te preparas y te recogemos para dar una vuelta por Sevilla, que te veo mala cara – añadió Ricardo.
– El viaje no se me ha dado bien – aclaré.
– Vamos chaval, que yo diría que últimamente no has follado mucho.
– Ricardo, no digas eso a tu amigo – le recriminó Silvia.
La verdad es que el muy cabrón me conocía bien. Yo tengo novia, pero últimamente no había tenido mucho contacto con ella. Su trabajo no le deja mucho tiempo para mí y a veces me resulta pesado no tener a nadie a mi lado. A pesar de todo, no podía evitar pensar en ese cuerpo que caminaba junto a mi amigo abrazado.

Era una chica alta, calculo que algo más de 1,70, con un pelo largo y liso precioso y llevaba unos pantalones vaqueros ajustados en el que se le notaba un poco la forma de las braguitas. Y sus pechos, bastante grandes, resaltaban con la camiseta blanca ajustada que llevaba. Su meneo me estaba volviendo loco, aunque intentaba distraerme pensando en mi novia.
Nos montamos en el coche de Ricardo. Yo pasé directamente a la parte de atrás, por dejar a la parejita delante, aunque también lo pensé para mirar a Silvia, cosa que no podría hacer en el asiento de adelante. La verdad es que la muchachita, además de guapa, era bastante agradable. Estuvo todo el trayecto de la estación al hotel conversando conmigo. Me ponía loco y al mismo tiempo que hablaba se acariciaba el pelo. Yo perdí la noción del tiempo y llegamos al hotel. Sin darme cuenta me había empalmado e intenté disimular la erección mientras bajaba del coche. Me pareció que Silvia se dio cuenta, pero rápidamente cogí una maleta y la puse delante para taparme.
– Quedaros aquí, yo ya me encargo de las maletas – contesté.
– No, Silvia y yo te ayudamos. Además no tardamos nada, ¿verdad Silvia? – pero ella estaba como distraída – ¿Silvia?
– ¡Ah! Ricardo, perdona, sí, subimos las maletas arriba si queréis.
Llegamos a recepción, nos atendió un chaval que ya tenía preparada la llave de la habitación, como si nos estuviera esperando. Miré el número, la 169. Buen número pensé, me daba buenas sensaciones. Nos acompañó el chico de recepción y me deseó feliz estancia. Silvia fue corriendo al baño y Ricardo y yo nos reímos al ver sus prisas.
– Anda, Ricardo, tomémonos una copa – le pedí.
– No, que se nos hace tarde.
– Si va a ser un momentito. Vamos, que hace tiempo que no charlamos.
En ese momento salió Silvia del baño.
– ¿Tenías prisa, cariño? – le preguntó Ricardo.
– No aguantaba más las ganas – dijo ella sonriendo.
– Le decía a Alberto que nos íbamos a casa, pero él insiste en tomar una copa.
– Claro – interrumpí yo – Son solo diez minutos, así me contáis donde me vais a llevar después.
Silvia parecía animada y al final Ricardo aceptó.
– ¿Qué queréis tomar? – pregunté mientras abría la nevera – Hay whisky, ron, a ver… también ponche.
– Yo quiero un refresco – dijo Silvia.
– ¿Y tú Ricardo? – pregunté.

– Ponme un whisky, que me va apeteciendo.
– Ahí lo tienes. Yo me serviré un refresco, para hacer compañía a Silvia – dije.
Decía esto mientras guiñé un ojo a Silvia. Ella pareció sentirse incómoda y se sentó un poco apartada. Estuvimos charlando Ricardo y yo un buen rato, mientras yo no quitaba el ojo a la figura de Silvia. Me volvía loco, sentía la necesidad de poseerla a pesar de ser la novia de mi amigo. Ya no pensaba en mi novia, lo único que pasaba por mi cabeza era ese cuerpazo de la niña bien puesto. Ricardo se acabó el whisky y se marcharon con la promesa de recogerme después para dar una vuelta por Sevilla, no sin antes deleitarme con el paseo de Silvia según se iba alejando de la puerta.
Yo ya estaba duchado y arreglado cuando sonó el teléfono. Era Ricardo. Me comentó que lamentaba mucho, pero que no iban a salir. Silvia se encontraba mal y él se iba a quedar haciéndole compañía. Me comentó que me recogería por la mañana para ir a dar la clase. Vaya, estaba deseando salir para volver a ver a esa mujer, aunque pensé que mejor así, sin tentaciones a la vista, siendo fiel a mi novia. Así que se esperaba la noche aburrida, me tumbé en la cama, puse la televisión y estuve así un buen rato, hasta que llegó la película del plus. Fue fantástica, en la peli había una chica que se parecía bastante a Silvia, completamente desnuda, poseída por un hombre que la manejaba en mil y una posiciones. Cuanto me hubiera gustado ser yo y cuanto me hubiera gustado que aquella chica fuera Silvia. No puede evitar el masturbarme tres veces hasta que me venció el sueño aquella noche.
Entonces llamaron a la puerta. Era Ricardo. Me había quedado dormido con la televisión puesta y ya era de día.
– Vamos holgazán, ¿no sabes que tienes que dar clases? – me pareció oír la voz de Ricardo.
– Me he quedado completamente dormido – dije.
– Ya lo veo, vamos arriba.
– ¿Qué tal Silvia? ¿Se encuentra mejor?
– Mucho mejor, ella lo que necesitaba era un buen revolcón. No veas cómo estaba ayer de caliente.
– Me alegro -dije muriéndome de envidia-.
Me vestí enseguida, quitando como pude los restos de la noche anterior. Bajamos y nos metimos en el coche camino de las clases. Llegamos a un edificio antiguo. Ricardo aparcó en doble fila y me dijo:
– Alberto, te acompaño para que veas donde están las clases y te dejo con mis alumnos.
– ¿Pero… no vas a estar con nosotros?
– No puedo acompañarte, pero no te preocupes Alberto, que tú ya tienes experiencia en esto.
– Bueno, si tú lo dices… – acepté.
Ricardo me dejó justo en la puerta de clase y me deseó suerte. Yo entré a paso ligero.

Ni siquiera miré hacia los alumnos cuando entré, pero parecían todos sentados. Preparé mis papeles, alcé la mirada y dije:
– Buenos días, señores.
En ese momento me quedé pálido. No podía creer que en aquella clase estuviera ella. Podía haber esperado a cualquier chica, incluida a Silvia, pero no podía esperar encontrarme con mi ex-novia dos años después. Ella no había cambiado nada. Seguía igual de radiante. Preciosa. Con su melena rubia que le caía por los hombros. Esos ojos azules que me volvía loco cuando me miraban mientras me hacía una buena mamada. Me vinieron en un momento todos los recuerdos, todas las noches de sexo, todas las situaciones morbosas, todo el deseo de querer tenerla. No me podía creer que en tan solo dos días deseara a dos chicas que no eran mi novia. Algo me debía estar pasando.
Empecé la clase como pude, intentando no hacer caso a mis deseos e intentando no mirar a Susana, que era como se llamaba. Pero me era imposible reprimirme, la veía escribir echándose a un lado el pelo y dejándolo caer sobre uno de sus hombros. Intentaba ver más allá de su vestido, uno azul celeste de tirantes, ajustadito por la cintura y con vuelo por abajo. Se le notaban los pechos marcados pues no llevaba sujetador. Me estaba poniendo enfermo aquella mujer.
Llegó la hora del descanso, quince minutos y decidí ir al servicio. Estuve allí un buen rato lavándome la cara para refrescarme y cuando salí, allí estaba ella de pie, esperándome.
– ¡Alberto! No sabía que te dedicabas a dar clases – se acercó a darme dos besos.
– Pues uno debe hacer de todo – dije agarrándola por la cintura para corresponder a sus besos.
– Ya sabes que a mi me gusta aprender.
– Y a mi enseñar, Susana.
– Sí, en tus buenos tiempos me enseñabas de todo, aunque sigues igual que entonces.
– Gracias, tú sigues igual de preciosa o más. Me encanta tu vestido.
– ¿Te gusta? – se giró sobre sí misma y pude admirar con el vuelo de su vestido un poco de sus braguitas.
– Mucho, no te imaginas cuanto.
– Venga, que ya te estoy viendo las intenciones. Recuerda que ya no somos novios.
– Pero, si quieres quedamos a tomar algo después de clase.
– Perfecto – dijo y me vino la alegría en ese mismo momento
– Vámonos a clase que se alarga el descanso.
Seguimos con la clase y aquel tiempo se me hizo eterno. Estaba deseando acabar. Por fin acabó mi suplicio y salimos a tomar algo, pero antes llamé a Ricardo para que no fuera a recogerme, diciéndole que me iba al hotel dando un paseo y luego lo llamaría para salir por la noche. No puso ninguna pega.

Caminamos charlando de los nuevos tiempos, le comenté que yo tenía novia y ella también me dijo que tenía novio. Estuvimos al menos dos horas paseando y nos reímos mucho. Lugo nos metimos en un bar muy acogedor, había sillones al fondo y ella me agarro de la mano para sentarme en uno de ellos, y se sentó junto a mí.
– Hace tiempo que no estamos así de juntitos – me dijo.
– Sí, hace mucho, lo echaba de menos.
– ¿Sí…? ¿Y tú novia qué pensaría de esto? – preguntó.
– ¿Qué quieres tomar? – dije, cortando enseguida la conversación – ¿Un ponche?
– Sí, sigues sabiendo mis gustos.
– Eso no se olvida tan fácilmente.
– ¿Y qué más no se olvida tan fácilmente? – preguntó.
La muy jodida me estaba calentando con sus indirectas. No sabía si estaba jugando conmigo o quería agarrarme y follarme allí mismo en el sillón del bar. Solo tenía dos opciones, correr hacia la puerta, o tratar de averiguar si aquella mujer quería un buen polvo conmigo. Así que opté por lo segundo y dije:
– Lo bien que folla ese cuerpo. Eso sí que no se olvida.
– ¡Vaya! – exclamó acercando su mano a mi pierna y acariciándome el muslo – ¿Y tu novia no te folla? – insistió.
– ¿Y a ti no te folla el tuyo? – ahora fui yo quien puso la mano en su muslo.
– Veo que sigues tan ardiente Alberto, no pierdes facultades – añadió subiendo su mano hasta ponerla encima de mi paquete.
– Y tú sigues tan buena y caliente – e hice lo mismo, metiendo mi mano entre el vestido y alcanzando a tocar sus braguitas, bastante húmedas.
– ¡Aaaah… Alberto! – exclamó dando un gemido al contacto de mi mano – ¡No sabes cuanto he deseado tu polla todo este tiempo, tenerla bien adentro de mi coño…!
– ¿Sabes tú lo que he deseado yo el follarte otra vez Susana?
– Llévame a tu hotel y verás todo lo que te he echado de menos.
Salimos del bar y cogimos un taxi para llegar al hotel. Teníamos prisa y mientras subíamos por el ascensor íbamos metiéndonos mano. Yo ya no aguantaba más, necesitaba follarla. Abrí la puerta y entramos en la habitación. Nos íbamos desnudando camino de la cama. Le solté los tirantes y quedó su vestido recogido por la cintura. Le acaricié sus pechos. Estaban duros, muy duros y me agaché un poco para morderlos suavemente, chuparlos, besarlos. No podía más, dos años esperando a follarme esa preciosidad, así que me desabroché los pantalones como pude y me los bajé lo suficiente para que mi polla quedara a la altura de su coño. La apoyé en la cama, puse sus piernas encima de mis hombros y de un golpe seco se la clavé hasta el fondo:

– ¡Aaaah… Alberto, como echaba de menos tu polla!
– ¿Te gusta como follo Susana? – pregunté.
– ¡Sí, cabrón… así, clávamela bien! – exclamó agarrándome el culo y empujándome hacia ella – ¡Cabrón, que bien follas!
– Vamos, dime eso que tanto te gustaba decirme – le pedí.
– ¡Soy tu puta! – exclamó.
– ¿Ah, sí? ¿Eres mi putita?
– ¡Sí, cabrón, soy una puta… aaaah… una zorra, soy tu puta…!
Susana decía cada vez con más fuerza esas palabras y yo estaba a punto de estallar. Cada vez mis embestidas eran más fuertes mientras miraba la cara de viciosa que tenía Susana. Ella estaba fuera de sí, notaba como se iba a correr, estaba contrayendo los músculos de su vagina.
– ¡Aaaaah…! – gritó al fin – ¡Cabrón me corro… insúltame!
– Vamos, zorra, así puta, me voy a correr en tu coño y después me vas a limpiar la polla con tu boquita.
– ¡Aaaah… me corro… siiií…!
Estallamos los dos al mismo tiempo. Fue algo increíble. Hacía tiempo que no me corría de aquella manera. Susana quedó rendida en la cama y en ese momento me acordé de Ricardo y Silvia. Había quedado en salir con ellos esa noche. Cogí rápidamente el móvil y llamé a Ricardo. Era demasiado tarde. Ricardo estaba abajo con el coche mal aparcado y Silvia había subido a buscarme. Se iba a dar cuenta de aquel desenfreno de sexo.
Cuando llamaron a la puerta arropé a Susana con las sábanas, me coloqué una toalla a la cintura y abrí. Silvia salió corriendo de nuevo al servicio y se dio cuenta de la situación cuando regresó.
– Vaya – dijo – no has necesitado mucho tiempo para ligar en esta ciudad.
– Bueno… – no sabía que contestar y añadí – es una larga historia.
– Espero que me la cuentes… – me hablaba sin dejar de mirar a Susana –
mañana.
– ¿Mañana? – pregunté extrañado.
– Sí, no te preocupes Alberto. Le diré a mi novio que estás un poco… indispuesto y espero que disfrutes esta noche como yo lo hice ayer con mi Ricardo pensando en ti – me sonrió pícaramente, me dio un beso en la mejilla y se largó.

Cerré la puerta y me senté en el suelo tratando de asimilar todo lo que me estaba sucediendo.
Pero la historia, no acaba aquí y en mi próxima carta sabréis más.
Saludos y hasta pronto.

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