Relato erótico

¡Protagonicé un relato!

Charo
31 de agosto del 2019

Está casada, aburrida y hambrienta de sexo. Visitó una web de sexo y se asombró de la cantidad de artilugios que se ofrecían para satisfacer a una mujer. Fue a la sección de relatos eróticos y quedó literalmente “enganchada”.

Nieves – Barcelona
Empujada por el aburrimiento en mi matrimonio, había acudido a un lugar de la red donde se ofrecen “puentes” que nos conducen a la satisfacción, juguetes sexuales, quiero decir. A pesar de los muchos aparatitos que me sedujeron de inmediato, no me atreví a pedir nada. Mi mente encontró mil pretextos para no animarme: ¿Dónde los escondería de mi marido? ¿No estaré enferma por desear algo así? Pero no salí con las manos vacías de aquella visita, mientras curioseaba por el lugar me encontré con algo totalmente nuevo para mí: los relatos eróticos. Leí algunos esa vez y con el tiempo desarrollé la costumbre de asomarme a la vida íntima de otras personas por ese medio.
Semanas después ciertos eventos en mi vida me invitaron a publicar mi primer relato. Más que conocer personas, mi intención inicial era desahogarme, aunque quizá también encontrar opiniones que justificaran acciones que mi conciencia reprobaba. En respuesta encontré de todo: consejos, propuestas, etc. y algún que otro amigo con quien conversar. “Fidel” es uno de estos amigos, el que parecía más leal y serio. Por eso es que aquella tarde en la que recibí un mail suyo en el que, después de una amistad cibernética de varios meses, me proponía que nos conociéramos, a mi conciencia no le fue fácil decir “no”. Yo sabía todo lo que implicaba un “sí” sabiendo la manera en que le conocí, el riesgo de tantas cosas, pero hay veces en que los eventos se dan de tal manera que pareciera que el destino es el encargado de decidir por las personas. Tras el clic en el que enviaba la aceptación de la cita, recorrió mi cuerpo una doble sensación de temor y deseo.
Durante los días previos a la cita me sentí extraña, había momentos en que temblaba y sentía el impulso de cancelar la reunión, pero sabía que no podía fallarme. Había fantaseado tanto con conocerle, que no tenía derecho a prescindir de él. Para darme fuerza en esos momentos, evocaba la forma de ser de Fidel, sus palabras dulces, su personalidad amigable.
Llegó el día. ¿Qué ponerme? Por cierto, no os lo había comentado pero, tengo 45 años y un cuerpo tonificado por largas sesiones de gimnasio. La cita no conllevaba nada más que conocernos y hablar. Algo discreto podría estar bien, pero preferí algo más sexy, un cosquilleo dentro de mí me decía que aquella cita no tenía porqué quedar en solo una buena charla. Blusa escotada, falda corta, medias con liguero y tacones altos fueron mi selección.
En los minutos previos a la cita subió mi nerviosismo. Hasta entonces reflexioné sobre la posibilidad de haberme equivocado al aceptar una cita en un lugar tan cercano a mi casa. Me inundó el temor de que alguien conocido me viera. Sin embargo esa circunstancia añadió un toque extra de emoción al encuentro.
Poco después de la hora acordada, me encontré ahí, a la puerta del local de la cita. Busqué entre los rostros de los comensales a Fidel, cuya cara conocía por una foto que me había mandado. Finalmente lo vi y me acerqué a su mesa. Me había contado que tenía unos 40 años y eso parecía.
– ¿Fidel? – le pregunté mencionando su nick para asegurarme de que era él.
– ¡Mónica! – me contestó en actitud de reconocimiento.

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Me pidió que tomara asiento junto a él y así lo hice. Entonces me entregó un hermoso ramo de rosas rojas y me dijo palabras que alimentaron mi ego. Si tenía dudas sobre lo que estaba dispuesta a hacer con mi Fidel, en ese momento se disiparon. Aquella no fue una conversación entre dos personas que acababan de conocerse. Ya se conocían. Nuestros mails anteriores habían tejido una unión entre nosotros que se reflejó en la cercanía de nuestros cuerpos, de nuestros rostros. Pronto aparecieron roces “accidentales” que elevaron la temperatura de nuestros cuerpos, su brazo y mis pechos, mi mano y su muslo. Nuestras sonrisas nos decían que aquello no había sido tan accidental. Entonces sus manos tomaron las mías y yo sentí todo, menos el deseo de dar marcha atrás a lo que estaba sucediendo. Si alguien conocido me observaba, en ese momento ya no me importó.
Lo miré con deseo y pronto nos encontramos fundidos en apasionado beso. Sus brazos me estrujaron contra su cuerpo friccionando mis tetas sobre su pecho por deliciosos instantes hasta que la cordura apareció. No podíamos seguir así en un lugar público. Dos o tres miradas reprobatorias de otros comensales nos lo confirmaron. Entonces decidimos seguir hablando, pero el tono ya no fue el mismo. El erotismo invadió nuestro diálogo, su brazo me rodeó la espalda y yo me cobijé en él. Con arrumacos propios de novios adolescentes, nos regalamos roces, besos en el rostro, en el cuello, en la oreja, palabras al oído, primero dulces, luego más atrevidas. La excitación profunda reapareció. Era el momento de salir de ahí. Con la caballerosidad que le caracteriza me invitó a acudir a otro sitio y asentí feliz. Ya en su coche me propuso ir a un motel. Debió interpretar mal la reacción de mi rostro tras escuchar su propuesta, pues se disculpó de haberme invitado a un sitio así, pero le aclaré que deseaba acudir a ese lugar tanto o más que él y así se avivó el fuego.
Pronto estuvimos en un nido propicio para el tono de nuestra pasión. Abrazados, estrechados al máximo, nuestros labios se frotaron con frenesí mientras nuestras lenguas se rozaban alborozadas. Súbitamente me vi de espaldas a él, envuelta en sus brazos. Al tiempo que nuestros labios aún se buscaban, el roce de su cuerpo detrás del mío me llenaba de excitación. Sus manos entonces tomaron posesión de mis pechos friccionándolos deliciosamente. Así, emparedada entre sus manos y su cuerpo, poco a poco fue desabrochando mi blusa hasta deshacerse de ella. Yo entonces liberé mis tetas para sentir directamente sus manos, que entusiasmadas me amasaron deliciosamente. Atrás, su miembro erguido se instalaba impetuosamente entre mis nalgas.
No pude más, di media vuelta para desnudarle. Una a una, fui retirando sus prendas hasta desnudarle el pecho. Lo recorrí con mis labios, con mi lengua, con mis uñas. De manera alternada besé y mordisqué suavemente sus dos tetillas, hasta hacerlo vibrar. Con el ansia natural del caso, desabroché su pantalón y metí mi mano debajo de sus calzoncillos para buscar y acariciar su miembro, su majestuoso miembro que, orgulloso se erguía debajo de sus ropas.

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El, entonces, se abalanzó sobre mis pechos como si en ello le fuera la vida. El recorrido que esa deliciosa boca hacía sobre mis pezones me llevaba al cielo, pero ni eso, ni mi mano en su miembro me impidieron despojarle de sus pantalones.
Retiró mi falda y dirigió sus dedos hacia mi entrepierna. Sin dejar de acariciarle su miembro cerré los ojos para disfrutar más de su recorrido y como pude, correspondí su deliciosa fricción palpando su virilidad con el mayor entusiasmo. Después de algunos momentos de mutua complacencia, él me tomó entre sus brazos y me colocó sobre la cama. Su boca en mis tobillos inició un lento, pero exquisito peregrinar que pasó por mis rodillas y muslos hasta llegar a mi entrepierna, coronándolo con un delicioso beso sobre la entrada de mi coño, por encima de mis bragas. Ese momento fue sublime. Si mi temor a parecerle demasiado inmoral, no me hubiera gobernado, le habría suplicado con palabras que me metiera su lengua en mi entrepierna.
A cambio de eso, mi garganta se encargó de poner en evidencia mi enorme estado de excitación y mis piernas se abrieron, como gobernadas por sí mismas. Él supo entonces mi deseo. Con una deliciosa mezcla de suavidad y entusiasmo, me despojó por fin de mis bragas y dirigió su deliciosa boca hacia mi entrada. Le recibí extasiada, casi suplicante, y al sentir los primeros roces de su lengua entre mis labios me supe en el umbral del máximo placer. Moví mi pelvis como implorándole movimiento y su lengua correspondió
Él entonces subió su boca hacia mi ombligo, mi vientre, mis pechos, mi cuello, mi boca y nos besamos de nuevo. Con intenso anhelo busqué su sexo con mis manos, encontrándolo tieso, palpitante, deseoso de tomar posesión de mí. Con ansia intensa lo conduje hasta la entrada de mi chocho para que me penetrara. Su ingreso fue apoteósico, maravilloso. Le había anhelado tanto en medio de mis fantasías, que ese momento me resultó sublime. Acometió entonces una y otra vez sobre mí.
La sensación de saberme su objeto de placer me enloquecía. Pronto empecé a sentir que me acercaba de nuevo a las delicias del máximo gozo. Yo quería que se corriera dentro de mí, pero en vez de eso me sometió con tal intensidad, que no pude contener un segundo y satisfactorio orgasmo mientras mis piernas le rodeaban y mis uñas le arañaban la espalda apasionadamente.
Entonces tuve la necesidad de sentirlo en mi boca. Le hice a un lado y me flexioné para besarle la polla, para lamerla, para devorarla. Suavemente al principio, y con intensidad después, mamé aquella deliciosa pieza de carne hasta hacerle explotar dentro de mí. Él parecía apenado por eyacular en mi boca, pero esa era una sensación que yo deseaba desde hacía ya mucho tiempo.

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Nos recostamos para descansar algunos minutos, hasta que el inexorable tiempo nos obligó a salir de aquel refugio para regresar a nuestras respectivas casas. Supe entonces que no podría pasar el resto de la vida sin tener al menos otra noche de pasión con “mi” Fidel.
Besos Charo y hasta otra.

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