Relato erótico

Proposición casi indecente

Charo
11 de julio del 2020

Eran más que amigos, pero solo eso. Estaban tomando unas copas y se acariciaban. Ella, le hizo una proposición que no pudo rechazar.

Jorge – Madrid

Estábamos sentados en el sofá, llevábamos bebiendo cubatas tres horas, así que los dos teníamos ya una borrachera considerable. Además de la borrachera, yo hacía un rato que estaba bastante caliente. Ella me daba morbo en cualquier situación, pero más aún sentada a mi lado, en mi casa, totalmente relajada y desinhibida, sin ningún decoro.
Había ido al cuarto del baño hacía un rato y no se había molestado en volver a subir la cremallera de la bragueta de su pantalón, además la amplia camiseta que yo le había dejado para que estuviese más cómoda estaba algo desabrochada y medio caída, haciendo que se marcasen sus grandes pechos. Éramos amigos desde hacía mucho tiempo, además de enrollarnos de vez en cuando, y ya no teníamos pudores ni vergüenzas el uno con el otro. Es más, creo que yo soy el único hombre ante el que se había atrevido a estar totalmente desnuda.
El alcohol y el buen ambiente entre nosotros hacía que nos tocásemos disimuladamente, mientras simulábamos pelear en bromas, que nos diéramos pequeños picos en los labios y que nos dijéramos frases con doble sentido, incitándonos y excitándonos el uno al otro. Realmente todo esto no hubiese hecho falta, cualquiera de los dos hubiera podido besar o acariciar al otro sin más preámbulos y ninguno hubiese puesto objeciones, pero estos jugueteos lo hacían más divertido.
De repente, al mirarla, noté que, bajo la camiseta y el sujetador, sus pezones estaban duros, sin poder resistir la tentación, alargué la mano para pellizcarle uno, ante lo que ella reaccionó haciéndose la ofendida y dándome un puñetazo juguetón en el hombro. Como sabía que realmente no le había molestado, intenté pellizcarle el otro, pero ella fue más rápida y consiguió parar mi mano, tras lo cual puso la suya sobre mi entrepierna y amenazó con apretar si volvía a tocarla.
Yo me reí y le contesté que apretara como ella sabía que me gustaba, retándola a dar un paso más y tener una sesión de sexo. Aceptando el reto, apretó sobre mi pantalón, pero sin hacerme daño.
– Así que ya la tienes dura, ¿eh? -dijo poniendo cara de traviesa.
– Ya sabes que contigo siempre la tengo así.
Le contesté, mientras mis dos manos se posaban sobre sus dos tetas y comenzaban a manosearlas. Sabía que a ella le encantaba que le tocaran y besaran los pechos y sobre todo los pezones, los cuales pellizqué hasta que noté que estaban al máximo. Con las manos tiró de la cinturilla de mis gayumbos (que era lo único que llevaba puesto), hasta liberar mi polla dura. Me los deslizó por las piernas hasta quitármelos y yo aproveché para quitarle la camiseta. El problema fue el sujetador; he de reconocer que soy pésimo quitándolos, así que opté por levantarlo por encima de sus pechos, pero como a ella le incomodaba tenerlo así, se lo terminó de sacar por la cabeza. La giré en el sofá poniendo su cabeza apoyada en el reposa brazos y el cuerpo en los asientos, abrí sus piernas y me metí entre ellas. Me puse a besarla en la boca, uniendo su lengua con la mía, en el cuello, en los pechos y en los pezones, sobre todo en estos, dándole pequeños mordiscos que le arrancaban largos suspiros de placer.
Ella me arañaba suavemente la espalda y el culo, mientras besaba y lamía mi cuello y mis hombros, haciendo pequeños círculos.

Quería tenerla totalmente desnuda debajo de mí, así que tiré de sus pantalones ya desabrochados y me dispuse a quitárselos, ella levantó las caderas para ayudarme, pero cuando fui a quitarle el tanga, comenzó a hacerse la remilgada y dijo que eso lo dejara donde estaba. Le encantaba hacerse la niña buena, y a mí me excitaba mucho, porque me obligaba a quitarle la prenda como pudiese y a la fuerza, así que mientras ella intentaba mantener el culo pegado al sofá, yo luchaba por levantárselo para poder quitárselo. Tras un poco de resistencia, el tanga quedó a la altura de sus caderas, con lo que solo tuve que obligarla a levantar las piernas para quitárselo. Ya era toda mía. Mi polla se rozaba contra su vulva desnuda y mojada, y mi torso se aplastaba sobre sus pechos mientras la besaba.
– ¿Follamos? -le pregunté directamente.
Ella se quedó un momento pensativa y una sonrisa pícara comenzó a dibujarse en sus labios.
– ¿Y si probamos otra cosa ? -me dijo mientras su mano apretaba un poco mis nalgas.
– ¿Qué quieres probar? -le pregunté ansioso por saber que se le había pasado por la cabeza.
– Me gustaría intentar lo que sabes que nunca he hecho – contestó con voz de niña buena.
Me quedé un momento pensando y cuando caí en que podía ser pregunté sorprendido:
– ¿Quieres que te lo haga por detrás?
– Bueno, al menos me gustaría intentarlo, es una idea que siempre me ha dado morbo y ya de hacerlo, prefiero que sea contigo.
Por mi cabeza pasaron un torrente de ideas, de las cuales solo recuerdo que pensé en la suerte que estaba teniendo aquel día y que como la hiciese daño, adiós a la oportunidad para siempre, así que si lo hacíamos tenía que ser con el máximo cuidado.
– ¿Estás segura de querer hacerlo?
– Bueno, al menos estoy segura de querer intentarlo.
– De acuerdo. Entonces vamos a hacerlo bien. Espera un poco.
Me levanté y fui al cuarto de baño en busca de algo que pudiese ayudar a no hacerle daño. Revolviendo un poco, encontré un bote de crema para las manos y pensé que aquello podía servir. Lo cogí y volví al salón. Ella seguía tumbada sobre el sofá, así que la cogí de la mano y la ayudé a incorporarse.
– Creo que es mejor estar en el suelo, es una superficie dura y hay más espacio -le dije.
La hice sentarse en él y yo me senté junto a ella, besándola sin parar y pedirle dulcemente:
– Ponte a cuatro patas, cariño.
Ella dudó un momento, pero lo hizo, aunque dejando el culo apoyado sobre la parte trasera de las piernas, como si quisiera ocultarse.
– No me vengas con remilgos -le dije dulcemente y dándole un pequeño azote – ¡Vamos, levanta un poco el culete o no habrá forma!
– Lo sé, pero es que me da un poco de corte. Nunca he estado en esta postura -me dijo tímidamente.
– No tienes por qué tener miedo, soy yo. Pero si no lo tienes claro no lo hacemos y ya está, no pasa nada -le dije mientras le daba un cálido beso en la espalda.
-No, no, lo que pasa es que tendrás que tener un poco de paciencia conmigo…
– No hay problema, tenemos todo el tiempo del mundo le dije con voz tranquilizadora mientras mi mano recorría su espalda para intentar relajarla – Si en algún momento quieres dejarlo, dímelo y pararé.
– De acuerdo.
Me puse detrás de ella y poniendo una mano en sus nalgas, la moví un poco para que pusiera una postura en la que pudiera verla bien y tuviese buen acceso. Para ello, también le pedí que abriese un poco las piernas, cosa que hizo de inmediato.

La imagen de sus nalgas en esa posición receptiva, mostrando sus dos agujeros, hizo que me recorriera un escalofrío por la espalda y que deseara penetrarla sin más dilación, pero tuve que controlarme porque debía ser cuidadoso. En aquel momento era mi amante, pero a diario era mi amiga, si le hacía daño, no me lo perdonaría. Abrí el bote de crema y me unté el dedo índice, mientras con la otra mano le acariciaba las nalgas, acercándome cada vez más a su tierno y virgen agujero.
– ¿Estás preparada?
– Creo que sí.
Antes de que se pudiese echar atrás, puse mi dedo lubricado en su ano y comencé a untarlo por fuera. Al primer contacto, ella encorvó un poco la espalda y noté que volvía a ponerse tensa, así que dejé allí el dedo acariciando por fuera hasta que volvió a relajarse. Entonces comencé a introducir el dedo y aunque ella volvió a tensarse, seguí metiéndolo hasta el final, para luego volver atrás sin sacarlo del todo. Después de repetir unas cuantas veces el movimiento, noté como tanto ella como su ano se relajaban, así que aproveché para sacarlo y lubricar dos dedos. Al intentar meterle los dos, noté más resistencia, pero conseguí que entraran y comencé a moverlos. Tras un rato, los dedos se deslizaban fácilmente por su cavidad. Ella no había dicho ni una sola palabra en todo el proceso. Decidí ir a por todas.
– Voy a penetrarte, así que estate muy relajada.
– De acuerdo -contestó mientras respiraba hondo.
Puse mi polla en su entrada y presioné un poco, notando que la punta entraba sin mucha dificultad. Ante esto, ella gimió un poco, pero no hizo amago de rechazarme, así que me moví un poco más dentro de ella, entrando un poco más. Y así poco a poco, esperando unos segundos entre empujón y empujón, mi verga iba entrando en ella. Yo veía como su espalda se encorvaba a cada empujón, así que le pregunté que si le dolía.
– Un poco, pero sigue.
Así que continué hasta que mi miembro desapareció completamente dentro de ella. Me resultó increíble que le hubiese entrado entero. Dejándolo dentro de ella, estuve besándole en la espalda un rato, hasta que de repente comencé a moverme lentamente hacia fuera y otra vez hacia dentro, sin llegar a sacarla del todo. Cuando noté que sus movimientos comenzaban a responder a los míos, imprimí un poco más de ritmo, aumentándolo cada vez que ella volvía a adaptarse, hasta que nos encontramos moviéndonos rápidamente. Ella seguía encorvando la espalda, pero ya no era de dolor y se notaba que sus gemidos eran de placer. La cogí por las caderas y comencé a atraerla frenéticamente contra mí.

Yo estaba a punto de correrme, pero quería que ella lo hiciese conmigo, así que pasé las manos por debajo de su vientre y le acaricié el clítoris con los dedos de una mano, mientras que los dedos de la otra se introducían en su vagina. Noté que le venía el orgasmo porque tanto su ano como su vagina comenzaron a convulsionarse atrapando mi polla y mis dedos, lo cual ayudó a que me sobreviniese un orgasmo increíble, corriéndome dentro de ella. Lo hicimos los dos al tiempo. Cuando nuestras respiraciones se calmaron, la ayudé a levantarse y la besé con mucha ternura. La cogí en brazos y la llevé al cuarto de baño. Abrí el grifo de la bañera y la metí dentro de ella, después entré yo. La abracé mientras el agua caía sobre nosotros.
– Bueno, ¿qué te ha parecido la experiencia? -le susurré al oído.
– La verdad es que casi no me he enterado.
Me dijo mirándome a la cara y poniendo de nuevo su sonrisa pícara.
– Así que creo que tendremos que repetirlo.
No pude evitar reírme…

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