Relato erótico

“Profesora” de lujo

Charo
7 de julio del 2018

Desde que sus padres se divorciaron, los fines de semana alternos iba a casa de su padre. Aquel sábado se llevó una sorpresa, habían contratado una chica nueva para que ayudara en casa. Tenía un buen cuerpo, aunque de cara no era muy atractiva.

Oscar – MADRID
Mis padres, amiga Charo, se divorciaron cuando yo tenía dos años, y desde entonces yo pasaba los fines de semana, cada quince días, en casa de mi padre y su nueva mujer. Dado que solo había dos habitaciones, una para mi padre y su mujer, y otra para mis hermanas, yo dormía en un sofá en la planta baja. Un fin de semana llegué como siempre a quedarme allí, y me di cuenta que tenían una nueva sirvienta. Se llamaba Gloria, tenía veintidós años, y a primera vista en realidad no me fijé en ella, ya que era bastante fea de cara.
Siguieron pasando los fines de semana, y en una ocasión Gloria se encontraba lavando los platos, y el agua había salpicado el pecho, haciendo que su camiseta se transparentara. Jamás lo había notado, pero Gloria tenía unas tetas enormes y duras, y unos pezones grandes y tiesos. La verga se me levantó de inmediato y esa noche, recostado en mi sofá, me masturbé pensando en esos pechos. Algún tiempo después, mi padre decidió que nos fuéramos todos de fin de semana a la casita que tenemos alquilada en la costa, y su mujer decidió llevarse a Gloria para que cuidara a mis hermanas, que en ese entonces eran muy pequeñas, y así poder descansar ella a gusto.
Nada pasó durante el viaje, pero en el camino de regreso, mientras veníamos en la furgoneta rumbo a la ciudad, eran como las once de la noche, se me ocurrió una idea. Mis hermanas estaban dormidas en la parte de atrás del vehículo, mi padre conduciendo y su mujer junto a él. En el asiento trasero íbamos Gloria y yo. A excepción de mi padre, todos dormían. Con mucho cuidado, mirando al mismo tiempo en el espejo retrovisor para cerciorarme de que mi padre no se daba cuenta, puse una mano sobre los pechos de Gloria. Ella solo se movió un poco, pero no se despertó. Continúe sobando esas ricas mamas, mientras con la otra mano me acariciaba la verga. Y ella no despertaba.
Yo ya estaba súper caliente, y en un momento dado no pude resistir y le apreté un pezón con mis dedos índice y pulgar. Ella se quejó y se movió, pero como mi padre miró por el retrovisor, yo tuve que hacerme el dormido. Llegamos a casa a la una de la mañana, y a pesar de que aún estaba muy caliente, me quedé dormido de inmediato, ya que el viaje me había cansado mucho. A eso de las tres me desperté porque Gloria me estaba moviendo con la mano. Le pregunté que quería y me dijo:
– Hay un ratón en mi cuarto y tengo miedo.
Yo, sin sospechar nada, la mandé al cuerno y le dije que me dejara dormir. Ella insistió para que yo fuera a matar al ratón, y al final, bastante molesto, accedí. Nos dirigimos al cuarto de servicio, también en la planta baja, donde ella dormía y yo todavía tomé una escoba en el camino para matar al ratón. Aunque ya tenía 18 años, aún era todo inocencia.

Ella iba delante de mí, y aún cuando estaba oscuro, no pude dejar de notar que solo llevaba una camiseta blanca y unas bragas de algodón. Tenía unas nalgas bastante grandes y morenas, como toda ella. Cuando entramos en la habitación pregunté que donde estaba el ratón. Gloria no me respondió, solo me tomó de los hombros, me giró y comenzó a besarme.
Besaba con mucha desesperación, y me llenaba la cara de saliva, pero no me importó. De inmediato le agarré los pechos y comencé a sobarlos y a apretarlos. Eran increíblemente duros y muy gordos. Los pezones ya los tenía tiesos. Cogí su camiseta por la cintura y se la quité, brotaron sus dos enormes mamas, muy morenas y con unas aureolas muy grandes. Los pezones también eran grandísimos y estaban muy tiesos. Comencé a chupar esas ricas tetorras y a morder los pezones, muy fuerte. Gloria solo daba quejidos, pero me dejaba hacer y no decía nada. Mientras seguía mordiendo sus tetas, una de mis manos bajó a sus nalgas y comenzó a apretarlas. También estaban bien duritas y ya para ese entonces mi verga estaba a punto de estallar.
Empujé a Gloria sobre la cama, me acosté junto a ella, y sin dejar de lamer sus tetas, y mientras ella me acariciaba la cabeza, le arranqué las bragas a tirones y comencé a acariciar su rajita. Estaba increíblemente peluda, y muy mojada. Era la primera vez que tocaba el coño de una mujer, daba mucho gusto y olía delicioso, pues Gloria, hasta en eso, era muy limpia. Como digo, era mi primera vez y ni siquiera se me ocurrió buscar su clítoris. Simplemente la acariciaba toda. Ella gemía de gusto, mordiéndose los labios para no hacer ruido y despertar a los demás. En un momento determinado, mis dedos encontraron la entrada de su vagina y entonces introduje dos de ellos de un golpe. La sensación era indescriptible, cálida y suave, húmeda y apretada. Me moría de ganas de metérsela, como lo había visto infinidad de veces en revistas y películas… pero también me encantaba la sensación de penetrarla con los dedos. No sabía qué hacer, pero Gloria comenzó a susurrar:
– ¡Ya… ya…!
Yo no sabía que era lo que quería decir. Me imaginé que quería que ya me la follara así que me levanté de la cama, y ya que yo solo llevaba puestos mis calzoncillos, me desvestí en un santiamén. Gloria estaba tendida sobre la cama, con las piernas abiertas y su raja mojada y lista. Mi verga estaba a cien, con la cabeza roja y grande y la piel echada hacia atrás. Me subí en ella, pero no podía encontrar donde meter mi verga, por lo que Gloria me la cogió por la base con su mano, mientras con la otra abría los labios de su raja. Al sentir que estaba ya en la entrada, la dejé ir de un solo golpe.

Gloria dio un quejido y yo me quedé quieto, disfrutando de esa sensación, del interior de su coño apretando deliciosamente mi pene. Es algo que solo pueden entender aquellos que recuerdan su primera vez. Era excitante y extraño al mismo tiempo, como sentir que unos labios aprietan la base de tu pene y a la vez estás penetrando en el vacío. Puse mis manos en sus tetas, y mientras las apretaba y la besaba en la boca, comencé a moverme de arriba a abajo, metiendo y sacando mi verga de su raja, mientras ella solo decía en voz baja:
– ¡Que bueno… que gusto…oooh… que gusto…!
Ella me besaba y me metía la lengua en la boca. Era la mejor sensación del mundo. Semanas antes me la pelaba pensando en sus tetas, y ahora la tenía debajo de mí y mi verga estaba dentro, arañándole las entrañas. Como es de imaginar, no duré mucho tiempo, y arrojé varios chorros de leche dentro de ella. Luego me recosté a su lado, mientras ella me acariciaba la cabeza y me besaba. Así me quedé dormido casi de inmediato abrazado a ella, aunque me desperté no mucho rato después, y le dije que me volvía al sofá, no fuera a despertarse mi padre y nos encontrara. Le di un beso en los labios y ella me cogió del cuello y siguió besándome, con lo que mi verga volvió a levantarse de inmediato, así que me volví a acostar y continuamos besándonos. Yo acariciaba su coño, que se encontraba ahora más mojado que antes, mitad por la excitación y mitad por mi leche que se escurría entre sus muslos. Seguí dándole con los dedos, y sin querer en un momento rocé su ano. Ella lanzó un gemido de sorpresa, y yo seguí explorando ese hoyito delicioso, mientras ella decía:
– ¡No, ahí no, ahí no…!
Pero yo insistía. Cuando quise meter un dedo me encontré con que estaba muy apretado y algo seco. Me eché saliva en los dedos y seguí intentando hasta que al fin pude meter completo uno de mis dedos. Era la cosa más rica del mundo. Quizá porque le dolía, Gloria me tomó la manó y me obligó a sacarle el dedo. Me dijo:
– ¡Fóllame!
Se puso a cuatro patas. Era increíble ver su enorme culo al aire, y mi primer pensamiento fue metérsela por el ano. Desafortunadamente, cuando me puse detrás de ella, tomó mi verga con su mano y la dirigió hacia su coño. Comencé a follarla así, estilo perro, y era delicioso. Hasta la fecha, es mi posición favorita. Ya que no me había dejado meter mi verga en su ojete, decidí volver a meterle el dedo, y así lo hice. Mientras la follaba así, por detrás, metía mi dedo en su ano, adentro y afuera. Dado que hacía solo poco rato que habíamos follado por primera vez, en esta ocasión pude durar más, hasta que después de un rato, ella me pidió que cambiáramos, me tumbó boca abajo y se sentó sobre mí.

Esta vez, entre sollozos quedos y ahogados, por fin pudo correrse y después de un rato, volví a eyacular dentro de ella.
Se convirtió en mi putita particular, y los dos años de educación sexual que me dio fueron el mejor regalo de mi vida. También ella fue la que me hizo la primera mamada, la que me enseñó como comerle el coño a una mujer, y la que finalmente y después de mucho insistir, me dejó estrenarle el ano. No sé donde estará ahora, nunca la volví a ver. Hoy debe tener 38 años.
Gracias por leerme y hasta otra.

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