Relato erótico

Pregunta indiscreta

Charo
11 de julio del 2020

Iba con una amiga al gimnasio. Estaban separadas y a veces hablaban de sexo. Aquel día su amiga le preguntó que cuanto tiempo hacia que no follaba en condiciones.

Silvia – Barcelona

Querida Charo, lo que te voy a contar ocurrió de sopetón, sin yo esperarlo y motivado por una amiga mía, tan cachonda como yo. Veníamos en el autobús, a la salida del gimnasio cuando Lola me preguntó de repente y sin que tuviera nada que ver con nuestra conversación anterior:
– Oye, ¿cuanto hace que no te rompen el culo en una buena revolcada?
– Pero, ¡habla más bajo! – exclamé mirando a mi alrededor.
– Perdón – dijo y repitió – venga, ¿cuando fue?
– No sé, creo que la última vez fue en aquel sex-shop que ya te conté, donde me regalaron el consolador. ¿Por qué me lo preguntas?
– ¿Cuándo chupas una polla, te gusta que se corran en tu cara y en la boca?
– ¡Ay Lola ya sabes que sí, suelta lo que me vas decir de una vez!
– Bueno, como que hace mucho que no te follan bien y que estás ansiosa, te tengo una sorpresa. Si el viernes no tienes nada que hacer, quedamos. Déjame hacer unos arreglos y listo, ¿vale?
– Explícate primero.
– Tengo una dirección donde llevarte a probar algo que todavía no
hiciste, o más bien dicho, que no te hicieron. Es una sorpresa, así que el viernes ponte guapa, o sea bien puta, que a eso de las doce de la noche vengo a recogerte y a la una nos vamos.
– ¡Pero dime al menos de lo qué se trata!
– Ya te he dicho que es una sorpresa. Y es lo único que vas a saber hasta
que llegues ahí. Después ya lo vas a ver por ti misma.
Y así fue, no me dijo más nada hasta ese momento. A la noche siguiente tocaba el timbre de casa, la hice pasar y nos fuimos juntas a mi habitación. Yo todavía estaba desnuda sin saber que ponerme y con varias prendas sobre la cama.
Al final, terminó eligiendo mi vestuario: un liguero blanco con las medias de lycra blancas brillantes y unos zapatos de tacón de aguja negras. Nada más, salvo por otra cosa que se puso a buscar en mi guardarropa hasta que la encontró. Era mi gabardina color beige. No entendí para qué quería que saliera cubriendo mi cuerpo desnudo con esa gabardina, pero ella estaba tan ansiosa por llevarme a ese lugar que no le dije nada. Además, es mi amiga y confío plenamente en ella. Cuando acabé de “vestirme” iba a ponerme un corpiño cuando ella me hizo señas de que no me lo pusiera y me quedé así, con las tetas al aire, hasta el momento de salir. Tampoco quiso que me pusiera la braga.
Lola, no decía una palabra, pero yo la notaba con ganas de contarme cosas.
Sentadas en el salón, hablábamos de cosas varias hasta que ella consultó su reloj. Se levantó, llamó por teléfono, marcó un número de móvil. Del otro lado atendieron sin hablar y lo único que ella dijo antes de colgar fue:
– Ya está lista, podéis venir.
Todo esto era de lo más extraño y se lo dije, pero ella insistió en que me quedara tranquila y que me relajara porque lo iba a necesitar, y que al día siguiente se lo agradecería.

Un poco más tarde, llamaron a la puerta, me dijo que me pusiera la gabardina y bajamos a la calle. En la calle había un coche de color gris oscuro con cristales negros, cuyo conductor abrió la puerta de atrás para las dos. Al verme le preguntó a mi amiga si yo era la chica y ella le dijo que sí, y después nos fuimos.
Nadie dijo una palabra durante el viaje de veinte minutos que hicimos saliendo de la ciudad hasta que, en un momento dado, Lola sacó un pañuelo grande del bolsillo y me vendó los ojos. Bajamos. Oí abrirse con dificultad una puerta de metal y al pasar unos escalones en la entrada, ella me fue guiando a través de lo que parecía ser un pasillo algo largo con algunas curvas, hasta que doblamos a la derecha, saliendo a algo parecido a un descampado.
Yo no entendía ni qué pasaba ni donde estaba, pero seguía caminando. Unos minutos más tarde paramos y oí una puerta pesada, como si estuviéramos en un almacén enorme o en una bodega. El murmullo de gente que se oía dentro se hizo notablemente más fuerte cuando entré yo, sola, siguiendo la instrucción de Lola de caminar hasta que encontrase una cama. Eran todos hombres. Por lo que vi después, ella se había quedado fuera y la puerta se había cerrado por completo.
A tientas di con la cama, y ya harta de no saber lo que pasaba, me saqué el pañuelo de los ojos. Al mirar a mí alrededor se me cortó el aliento. Me encontraba efectivamente en un almacén grande de chapa, con hierros sujetando el techo y muchas luces. Pero eso no era lo que me hizo temblar. Además, había por lo menos quince hombres de entre treinta y cuarenta años, todos desnudos y con sus terribles pitos duros y tiesos, mirándome de pies a cabeza y gritando eufóricos sus ansias de follarme. No supe que hacer, pero ya no importaba porque un tipo vino por detrás de mí y me sacó de un tirón la gabardina, que desapareció entre la multitud.
Al verme todos así vestida y con mis enormes tetas a la vista, cayendo cerca de mi cintura por su peso natural, se enardecieron aún más y sus gritos se hicieron ensordecedores. Ya estaba decidido. Me iban a follar entre todos sin piedad y como la única mujer que era, estaba obligada a entregar mi cuerpo a todos esos hombres, cuya polla dura seguramente me penetraría más de una vez. Era una locura. Pero por otro lado no había nada que pudiera hacer por evitarlo, así que preferí disfrutarlo cuanto pudiera, a expensas de los riesgos físicos que pudiera correr.
Por escasos segundos estuve pensando todo esto, hasta que advertí como lentamente se me iban acercando y frente a lo inevitable decidí facilitarles las cosas. Me subí a la cama y acostándome boca arriba me abrí bien de piernas tocándome el chocho y abriéndome los labios, les ofrecí el negro y abierto agujero, ya bien baboso por tan excitante situación.

Vinieron todos corriendo hasta rodear la cama, pero se detuvieron a esperar a uno que llegó último, que a modo de ritual de iniciación fue el que me penetró primero, por el chocho y bien fuerte, con todo el mundo en silencio, expectante. Me la enterró hasta el fondo y bombeó bien duro, hasta que no pude aguantarme más y grité lo más fuerte que pude. En ese momento, mientras yo seguía gritando presa del dolor y del placer, el tipo me la sacó y de repente me largó un buen chorro de semen en las tetas, que los demás festejaron ruidosamente.
Al levantarse, de encima de mi, el tipo se fue, y el resto, gritando de nuevo se me abalanzó encima. Lo más extraño fue que, si bien tenían mi coño húmedo y listo para recibirlos a todos y cada uno de ellos, idea por demás excitante, prefirieron hacerlo de ese modo pero con mi culo y boca, así como con el resto de mi cuerpo, lo que me hizo arder de lujuria. Daba la impresión de que mi coño le perteneciera sólo al ‘jefe’.
Enseguida me puse boca abajo, me abrí de piernas de nuevo, y separándome las nalgas con las manos dejé mi culito, todavía sano y cerrado, a merced de esos enormes y duros falos, cuyas gordas cabezas se le acercaban amenazantes para atravesarlo de un momento a otro.
Apoyando los brazos sobre la cabecera de la cama me incorporé un poco sin cambiar de posición, justo a tiempo para ver como una buena polla bien tiesa se me acercaba por adelante. Abrí la boca lo más que pude mientras veía como el tipo me la iba metiendo hasta el fondo, y cuando ya la sentí casi en la garganta, cerré los ojos y la abracé con los labios para disfrutar chupándosela con todo mi arte.
Así de feliz estaba cuando, de repente, sentí un peso sobre la cama, a mis espaldas, que tumbándose encima de mí acomodaba la enorme cabeza de su tranca sobre mi esfínter cerrado y presionaba, sin importarle mi dolor y mis quejidos ahogados por la polla de mi boca, hasta abrirme el culo por la fuerza y atravesarlo, metiéndomelo hasta tocar fondo al tiempo que todo el resto se abalanzaba encima de nosotros para manosearme los pechos a gusto, apretándolos con fuerza y pellizcando y retorciéndome los pezones como a mi me gusta, o para pasarme las manos por el resto del cuerpo, acariciándome las piernas y los pies.
No pasó ni un minuto de ese encantador paraíso, que ya estaba chupando tres pollas mientras el otro sacudía la cama con cada embestida en mi culo y mis manos estaban ocupadas masturbando a dos tipos más.
El tipo al que se la chupé primero me la sacó de la boca y tras manosearse un segundo, acabó en mi cara en dos veces, una en los ojos y otra en la boca, y enseguida otro hombre tomó su lugar, al tiempo que el bombeo en mi culo terminaba para clavármela bien adentro e inyectarme una buena cantidad de semen. También ese se levantó y otro se me subió encima, penetrando mi ya trabajado pero hambriento culito lechoso.
Los chicos que masturbaba me agarraron de la cabeza y por turnos fueron eyaculando en mi cara, para luego dejarles espacio a otras pollas que mis manos encontraron enseguida para seguir masturbando.

Al sentir que me apretaban la cabeza hacia delante, la verga que chupaba me llegó a la garganta y casi al mismo tiempo empecé a tragar de su semen sin respiro, hasta que me la sacó para que otro me mantuviera la boca ocupada.
Mis tetas seguían siendo terriblemente estrujadas de todas las maneras posibles mientras mi culo enrojecido se llenaba con un poco más de leche, que aún con la polla muy adentro ya empezaba a derramarse por mi ano y a caer por mi coño, manoseado sin descanso por muchos dedos y manos diferentes.
La polla de mi culo se fue, desgraciadamente porque me había hecho gozar mucho, y en su lugar vino otra más grande que estiró mi ano de una manera increíble, mientras dos grandes pollas durísimas no dejaban de entrar y salir de mi boca al mismo tiempo. Volví a recibir dos descargas más en la cara, que ya chorreaba semen de por lo menos cuatro hombres diferentes por la barbilla y pómulos, y también había empezado a pegarse en mi pelo.
Cuando las dos de mi boca empezaron a explotar, la primera me llenó la boca y los labios en segundos y la segunda me bañó las tetas por completo, para terminar con una tercera eyaculación en lo más profundo de mi culo.
Con los ojos cerrados disfrutaba plenamente de todos esos machos comiéndose mi cuerpo por turnos e inoculándome su semilla en mis agujeros, cuando empecé a ver unas luces brillantes y fugaces.
Eran otros tipos, vestidos, sacándome fotos. A pesar de que le tenía terror a que mis conocidos vieran esas fotos, no me importó nada. Lo único que me importaba era seguir penetrada por ellos, cuantas más veces, mejor.
Muchos de ellos, que estaban a mi alrededor, se manoseaban y se corrían sobre todo mi cuerpo, hombros, piernas, cabeza, y hasta un poco en mi espalda, pero más que nada en mis piernas. Cuando todos los que me penetraron acabaron, me dejaron espacio y pude cambiar de posición. Esta vez me senté al borde de la cama, sobre la polla dura de uno de ellos, mientras seguía chupando a dos y manoseando a otros dos. Me follaban como animales y yo me dejaba follar por todos ellos varias veces como una hembra en celo, disfrutando con cada gota de su semen que se desparramaba sobre mi cuerpo o que iba camino a mi estómago, ya sea por el culo o por la boca.
Algunos impacientes aprovechaban mi subir y bajar sobre la polla en mi culo para fregarse ellos la suya en mis medias, excitados por mis movimientos, hasta que con un poco de toqueteo propio eyaculaban abundantemente sobre mis pechos y mis piernas, sin dejar ni un centímetro de mi cuerpo sin rociar de esperma.

Los dos que masturbaba y uno de los que se la chupaba agarraron sus pollas y se corrieron los tres en la cara, dejándome grandes y calientes gotas de leche manchándomela toda hasta el pelo. En un momento, mientras chupaba una tranca deliciosa, sentí como dos manos me afirmaban hacia abajo, enterrándome la verga en el culo hasta los huevos y llenándolo de más leche, que caliente como estaba me llegó a lo más profundo.
Estaba viviendo uno de las sesiones de sexo más “bestia” de mi vida. Pero pienso que me he alargado demasiado así que ya continuaré con mi relato en una próxima carta.
Muchos besos, querida amiga.

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